Johannesburgo, Sudáfrica
Bill Clinton lo celebró en la tribuna de honor. Un sucedáneo de Elvis Presley se sumó a los festejos junto a un grupo de hinchas estadounidenses, abrazados a una bandera de franjas y estrellas. Estados Unidos vio el punto más oscuro del precipicio y la luz del horizonte en fracciones de segundo. Los que tardó Landon Donovan en definir tras el rebote del arquero Mbolhi y desatar la euforia entre sus compañeros. De la eliminación en primera ronda a la clasificación a octavos como primeros de grupo. La desgracia y la gloria rozándose en el punto justo donde el gesto heroico deviene en épica.
Estados Unidos fue finalista en la Copa Confederaciones de 2009 tras sorprender en la semifinal a España y comenzar ganando 2-0 la final contra Brasil. Fue la primera señal que envió al mundo el equipo de Bob Bradley, autor intelectual de este modelo renovado y competitivo que jerarquiza al país menos futbolero del continente.
No hay azar en la gesta. Sí una generación de jugadores talentosos y el ojo de un entrenador que ha sabido buscar y elegir con tino. Donovan es el referente por su experiencia en Europa y por el peso que tiene dentro de este plantel. Pero allí están Clint Dempsey, Michael Bradley, Tim Howard o Jozy Altidore, futbolistas que convirtieron en potencia a Estados Unidos en la zona de la Concacaf y ahora despiertan asombro en Suráfrica.
Los límites para esta selección están en su propia ambición. Puede resultar un buen eslogan. Tan efectista como el siempre inasible sueño americano.