lunes, 26 de marzo de 2012

Patrocinio transparente

El ruido generado por la ruptura del contrato de patrocinio entre Empresas Polar y la Federación Venezolana de Fútbol trasladó a la selección al terreno pantanoso de la polarización. La falta de claridad en los motivos de uno y la respuesta de un sector de la opinión pública a favor del otro, dividieron al mismo país que en los mejores momentos del equipo nacional apartó sus diferencias para unirse en torno a uno de los pocos símbolos de pertenencia plural de los venezolanos: la Vinotinto.

La relación entre ambos nació en los albores del fenómeno social que alumbraría con los años. Tiempos de clandestinidad informativa, de poca notoriedad y resonancia, de estadios vacíos y desprecio televisivo. El sponsor por antonomasia del deporte local inició una alianza fructífera que halló factores multiplicadores en el éxito sostenido de los ciclos de Richard Páez y César Farías. El dueño del producto se amparó en estos recursos para mejorar las condiciones de trabajo, crear estructuras y atender el enorme costo económico adosado a la trascendencia.

Una relación ganar-ganar que los llevó a firmar un vínculo por una década (2004-2014) con cifras negociadas en perspectiva. El presente dibuja un panorama distinto, con mayores ingresos y una cotización más alta en el mercado. Los nuevos socios han debido pagar el precio de la robustez actual, una inversión sin riesgos que garantiza valores a los que todos desean asociarse. Es lo que marca el nuevo estatus, pero no un argumento que explique el final abrupto de un convenio por el que la Federación dejará de percibir cifras significativas, amén del monto –no menos oneroso– de la indemnización a la que tendrá que hacer frente si prospera la demanda que Empresas Polar anunció como respuesta la semana pasada.

Las cuentas del ente supremo del fútbol venezolano deben ser de dominio público. Al no tratarse de una sociedad privada sino de un organismo adscrito al Instituto Nacional de Deportes, una medida como la descrita obliga a justificar los motivos y que estos estén claramente sustentados. De allí que la mudez federativa no haga más que incrementar la rumorología y acumular preguntas que son de respuesta obligada. La transparencia es básica en una situación de interés general, cuyas consecuencias podrían marcar peligrosos antecedentes en el futuro.

Que la estatal PDVSA ofrezca cantidades mayores por la exclusividad de exposición, no parece un punto suficientemente sólido para romper un contrato al que solo le resta un par de años de validez. En especial si se atiende al hecho que, cuando las críticas arreciaban pidiendo la culminación del Centro de Alto Rendimiento de Margarita, una de las bazas argumentativas de la dirigencia era que el aporte prometido por la propia PDVSA como patrocinador de los seleccionados nacionales, no se había podido hacer efectivo. Una dificultad que también han padecido algunos clubes criollos apoyados por la petrolera. De allí que el interrogante se caiga de maduro: ¿cómo garantizar el cumplimiento de nuevos compromisos?

La imagen es otro elemento a tomar en cuenta. Aquellas empresas que vean a la selección como un nicho de interés para publicitarse, considerarán lo sucedido y podrían llegar a verlo como un obstáculo en sus planes. A fin de cuentas, ¿quién les puede decir ahora que aquello que firmen será respetado?

La Vinotinto es un espacio de reserva moral en el que caben todos los venezolanos. Para preservarlo conviene alejarlo del peligroso abismo que nos divide. Un factor más valioso que clasificar a Brasil 2014.

Columna publicada en el diario El Nacional (26/03/2012)

lunes, 19 de marzo de 2012

La ruta hacia los títulos

Construir un equipo campeón es un desafío a la inteligencia, la capacidad ejecutiva de los dirigentes y la gestión eficaz de los grupos. Son tres elementos que se vinculan y establecen una relación simbiótica, dejando de lado el azar como factor determinante. Nadie da una vuelta olímpica después de competir un año porque la buena suerte estuvo de su lado. Como argumento resulta peregrino en un deporte cada vez más tecnificado en sus diferentes áreas de influencia. Es cierto que la ausencia de alguno de los tres componentes de esa alquimia que genera títulos no siempre es óbice para alcanzar el objetivo, pero la armonía de los mismos asegura que el camino se allane y se potencien las posibilidades de éxito.

Armar planteles equilibrados en sus capacidades es el punto de partida. No se ganan campeonatos sin jerarquía, talento y carácter para sobrevivir en un entorno en el que sobran las presiones. Definir una idea y llevarla a cabo en función de esos recursos, es el paso siguiente. Que el cuerpo técnico logre el compromiso de sus dirigidos a partir del convencimiento y la sana convivencia, cierra el círculo. Los directivos deben procurar las mejores condiciones para salvar obstáculos que desvíen la atención del partido de cada domingo.

El fútbol venezolano cuenta con ejemplos que reproducen esa lógica. Con menos recursos y desarrollo que otras realidades, los ganadores repiten el molde que suele dar réditos en todos lados. Aquellos con mayor pericia para manejarse como empresas, aun en la precariedad del medio, acaparan las estrellas en sus camisetas. Incluso en los casos en los que esas iniciativas acabaron siendo experiencias de muy corta duración.

Cuando en la temporada 1991-1992, Marítimo y Caracas llegaron al duelo definitivo para determinar al campeón en la última fecha, la discusión previa se movía alrededor del oficio de los rojiverdes vs la condición de novel de aquel prototipo que daba sus primeros pasos bajo la administración de la familia Valentíner. La primera de las once coronas del Rojo llegó después de un triunfo 2-1 en el Brígido Iriarte que anuló el debate mediático y marcó el inicio de una dinastía. Aquel proceso sostenido de tres años que apostó por la juventud y se fortaleció con los galones de algunos nombres puntuales más un sólido respaldo en las oficinas, estableció una manera institucional de hacer que mantiene su vigencia y creció a niveles insospechados.

En esto no existen secretos. Hay excepciones para confirmar la regla como el Nacional Táchira de Carlos Maldonado o el Zamora de Chuy Vera que llegaron a la cima a pesar de convivir con deficientes gestiones de sus patronos. El destino de ambos fue la disolución casi inmediata de esos proyectos que ganaban en la cancha pero eran goleados por su propia ineficiencia gerencial.

Las ventajas en el presente apuntan hacia aquellos conjuntos que conjugan la sanidad económica, la creación de estructuras y el trabajo al servicio de procesos deportivos coherentes con garantías de sostenibilidad en el tiempo. Lara, Caracas y Mineros –no por casualidad en lo más alto del torneo Clausura– representan modelos que, a pesar de sus imperfecciones y con sus particularidades, persiguen esos paradigmas. La misma tabla clasificatoria expone a quienes se desviaron de esos derroteros o ni tan siquiera los esbozaron en sus planes de acción.

La ruta al título no es recta y hay que hacer paradas en cada alcabala, pero los que eligen moverse por atajos suelen perder el sentido de la orientación. Muchos, hasta desaparecer.

Columna publicada en el diario El Nacional (19/03/2012)

lunes, 12 de marzo de 2012

La emoción en un mito llamado Messi

El talento supremo no es cuantificable. Los cinco goles de Lionel Messi al Bayer Leverkusen en la Liga de Campeones representan un registro impactante, pero apenas fue una demostración más de su inabarcable genio. No hay parámetro estadístico que mida la emoción. Aquello que produce cada movimiento, la plasticidad con la que el argentino termina una jugada o la velocidad inverosímil para ejecutar maniobras en espacios reducidos. Nada de eso tiene una representación numérica. 

Tampoco es un valor tangible lo que despierta en quienes aprecian su arte en todos los continentes. Se trata de una popularidad vinculada más a sus virtudes que a su propio carisma. El reconocimiento nace del éxito. No es un producto del marketing futbolero que construye ídolos de barro para colocarlos en el escaparate del consumo globalizado. Mueve fortunas, es imagen de grandes marcas, pero nada se iguala a su impacto deportivo.

Messi personifica la fusión perfecta entre la estética del fútbol de la calle y el espíritu atlético que exige la competencia moderna. Sus capacidades son potenciadas por un colectivo que se retroalimenta: el funcionamiento de su equipo le dibuja las mejores condiciones para explotar en las zonas donde más daño puede hacer, y él es el finalizador perfecto de una agrupación coral que destroza paradigmas y ha derivado en referencia universal. 

Pero hay mucho de inteligencia para entender el juego y margen de mejora en el número diez del Barsa. De ser una pieza desequilibrante que arrancaba desde la derecha y surcaba la cancha con diagonales que abrían franjas para la llegada de sus compañeros, pasó a ser un depredador del área desde su posición de falso nueve y un asistente punzante que ofrece pelotas de gol con la misma facilidad con la que define delante del arquero. 

Los azulgranas revolucionan a partir de una propuesta que consagra la posesión y el pressing en terreno rival, y Messi reconfigura la estampa del intérprete estereotipado que antepone el músculo a la técnica. Sus compañeros de partida son parte integral de este cimbronazo que derribó tópicos y conceptos atávicos. Solo por su condición de mascarón de proa de toda esa grey de duendes que engrandecen tipos como Xavi, Iniesta, Cesc, Alves o Busquets, huelgan los argumentos para hacer de su figura un mito contemporáneo del balón.

Es normal que el debate sobre quién es el mejor futbolista de todos los tiempos se instale y adquiera carácter global. La visibilidad del Barcelona y del propio Messi es incomparable con la que tuvieron otros virtuosos. Hay más testigos de excepción que pueden certificar la magia y dar fe de la maravilla. La épica no se construye sobre relatos de viejos aficionados o a partir de borrosas imágenes en sepia, sino que ocurre en tiempo real y está al alcance de cualquier objeto tecnológico masivo. La leyenda se levanta entre chips y fibra óptica.

Sus 24 años de edad no son un obstáculo para elevarlo a la cumbre. La huella que ya ha sembrado lo hace dueño de un espacio al lado del póker que integran Di Stéfano, Pelé, Cruyff y Maradona. No requiere saldar la deuda de la consagración en un Mundial como le exigen algunos. En un deporte colectivo como el fútbol, erigirse en campeón del planeta depende de factores que trascienden al aporte individual. Y no deja de ser un modo de ponerle cotas injustas a lo que Messi, con frecuencia inusitada, reafirma semana a semana sobre el verde césped.

Columna publicada en el diario El Nacional (12/03/12)

lunes, 5 de marzo de 2012

Un paso más

Aprender de las derrotas. Levantarse en la adversidad. Recuperar el espíritu de lucha. Volver a andar el camino conocido. Reencontrarse. Las sentencias son todas aplicables al discurso levantado tras la demoledora derrota de la Vinotinto contra España. En cada una hay un llamado implícito a dejar pasar la pesadilla malagueña y poner la mirada en el horizonte del mes de junio cuando el estadio Centenario reciba a la selección en la continuación de las eliminatorias. 

Polarizar el análisis no es una novedad. Hallar el centro y sacar notas en limpio representa el verdadero desafío. El campeón del mundo jugó con la intensidad de quien pelea por los puntos, en un nivel de perfección altísimo y a una velocidad individual y colectiva al alcance de muy pocos. Oponer resistencia a los automatismos ejecutados por intérpretes que ponen su técnica superlativa al servicio de la pelota y el espacio, requiere de una capacidad competitiva que pertenece a una reducida élite en el planeta.

Nada nuevo se descubre con todo esto. Tanto España, como el Barcelona, aplican modelos de juego que revolucionan este deporte y son de manejo universal. No hay planes ocultos ni secretos. La riqueza de talentos permite una panoplia de variantes y la asunción de un estilo que no se discute allana el camino. Elegir a los más aptos, ubicarlos en el lugar donde mejor se pueden explotar sus facultades y tener un plan claro con posesión del balón y en fase defensiva, son conceptos que hacen reconocible al equipo que dirige Vicente Del Bosque. El sentido común del entrenador y su bonhomía provocan que su enorme capacidad para dirigir quede en un plano secundario.

En el entendimiento de estas premisas y en la propia digestión de lo ocurrido en La Rosaleda está el verdadero aprendizaje de este episodio. La conciencia de que nada se ha logrado aún, aunque mucho parezca el camino avanzado. Que haya futbolistas titulares en sus clubes europeos, algunos en el momento más dulce de sus carreras, no garantiza el acceso a la cofradía de quienes compiten por objetivos más elevados. La hoja de ruta asimilada en el último año necesita un refrescamiento, una vuelta de tuerca en el funcionamiento que permita conseguir soluciones delante de rivales que presenten otro tipo de propuestas. 

Y en ese paso, para el que apenas habrá posibilidades de ensayo inmediatas pero que debe proyectarse, habrá que aplicar decisiones darwinianas en las que solo tendrán cabida los más capaces. Ya no basta con la experiencia que da el roce en ligas más competitivas; a eso el jugador deberá añadir virtudes para crecer en sus prestaciones y el cuerpo técnico diseñar soluciones que eleven la competitividad del grupo. 

A la selección se le presenta una nueva oportunidad de crecimiento. Aprovecharla hará que el viaje a Andalucía y el roce con los mejores adquieran sentido. Saber cómo solucionar en la cancha lo inesperado. Tomar decisiones que modifiquen dinámicas y disponer de más de una versión para contrarrestar lo que el contrario plantea. Apoyarse en el espíritu gregario para defender, pero también disponer de variantes para atacar menos vinculadas al azar. Esos son los retos. Claro que, al tiempo, deberá buscar los puntos para estar en Brasil 2014 y cargar con el peso de la ilusión de todo un país.

España mostró lo que falta. Para convertir el golpe de Málaga en un área de oportunidad que trascienda los tópicos, será una exigencia visualizar el siguiente paso sin regodearse en el anterior. 

Columna publicada en el diario El Nacional (5/03/2012)