lunes, 29 de abril de 2013

Los imberbes saben jugar

La Vinotinto Sub 17 mostró un mapa de ruta claro en el torneo Suramericano que terminó ayer en Argentina. Asida a una idea y a un modelo de juego pergeñados por Rafael Dudamel, fue creciendo en la competencia hasta alcanzar cotas altas en su funcionamiento. Que el equipo aparezca en pleno campeonato es la situación ideal para todo entrenador. Con la de adultos ocurrió en la Copa América de 2011 y a partir de allí el proceso de César Farías se consolidó conceptualmente. 

Clasificar al Mundial encumbró a la generación de Andrés Ponce, Ronaldo Peña y compañía. El momento de gloria tocó a sus puertas en la adolescencia y ahora les corresponde dejarse bañar por el bálsamo de los elogios. Poco puede proyectarse a partir de ellos y no sería de recibo hacerlo. Estas camadas están en proceso de evolución y aprendizaje, no exentas de la ley darwiniana del fútbol. La criba del sistema determinará, con el tiempo como tamiz, quiénes serán aptos para construir carreras exitosas en el más alto nivel competitivo. 

La gesta de San Luis tuvo muchos factores determinantes para el éxito. Nada puede explicarse a partir de argumentos únicos. Individualizar el análisis reduce la mirada y no le hace justicia al trabajo colectivo. Las responsabilidades deben repartirse y concederle a cada protagonista su cuota de palmas: desde la dirigencia que respaldó el ciclo de preparación, pasando por el cuerpo técnico y terminando en los jugadores, cada uno tuvo peso en la simbiosis que condujo a la Copa del Mundo. 

El punto de madurez táctica logrado por los futbolistas fue, quizás, el elemento diferenciador que esta grey vinotinto dejó en el clasificatorio. Eso y el esplendoroso estado físico sobre el que sostuvo su juego, determinaron sus señas de identidad. 

Dudamel fue valiente al asumir una línea de acción propia, diferenciada en las formas de la selección mayor. Eligió un dibujo a partir de las características de sus hombres y no infravaloró la capacidad de los intérpretes para ejecutarlo. Los muchachos, comprometidos y generosos en el esfuerzo, respondieron al desafío. 

La apuesta inicial sublimó el orden defensivo y el espíritu gregario para ocupar espacios y presionar a distintas alturas. Haber mantenido el arco en cero en tres de cuatro partidos de la fase eliminatoria fue un excelente aval. Durante el hexagonal añadió matices y fue evolucionando también en fase ofensiva. Levantó encuentros con marcadores en contra y mantuvo su disposición de ir al frente (minutos finales contra Brasil y Uruguay) incluso cuando la ortodoxia indicaba resguardarse. 

Al DT no le faltó carácter para conducir al grupo y sus decisiones siempre derivaron en mejorías funcionales. Esa lectura que permite cambiar las dinámicas con una modificación, separa a los buenos preparadores de la medianía. 

El Mundial se jugará en octubre en Emiratos Árabes. Los meses por venir servirán para elevar las cotas de crecimiento del grupo y podría también ver cómo alguna nueva pieza se incorpora. A estas edades manda la flexibilidad por sobre la rigidez y en un semestre puede destaparse algún talento que antes no estaba apto. 

A Dudamel este Suramericano lo proyectó como entrenador tras su ópera prima en Estudiantes de Mérida. El legado que tuvo como jugador, los años de selección y su propia capacidad de aprendizaje, lo colocan hoy en una posición de fortaleza para sustituir a Farías cuando este acabe su etapa al frente de la Vinotinto. La puesta en escena de San Luis fue su tesis de grado. 

* Columna publicada en el diario El Nacional (29/04/2013)

lunes, 22 de abril de 2013

País vinotinto

Las recientes elecciones presidenciales dejaron tensión e incertidumbre. Los actores políticos del país adquirieron protagonismo en una semana convulsa y esquizoide que dividió a la sociedad en la misma proporción reflejada en las urnas. El partido Zamora-Táchira fue postergado por falta de garantías en la seguridad el mismo día que la selección Sub 17 de Rafael Dudamel empataba con Brasil en el Suramericano de la categoría. 

Fernando Aristeguieta fijó posición en Francia con una carta publicada en su espacio personal en Facebook y más tarde con la decisión de no celebrar sus tres goles contra el Chateauroux en la segunda división gala. Otros exponentes del fútbol venezolano, que hoy representan factores importantes de opinión, tomaron partido ante la coyuntura que escinde a nuestra sociedad. 

Desde que el boom vinotinto derivó en fenómeno de masas, los actores involucrados en él pasaron a ser personajes públicos. En ese espacio, un oasis en los momentos de polarización más extrema, había implícita una promesa de nación posible en la que podían coincidir todos sus ciudadanos. Discursos demagógicos al margen, la selección simbolizó en todo este tiempo la imagen de una sociedad plural y tolerante que no distinguía a tirios de troyanos. 

Muchos de quienes encarnaron el paso de la clandestinidad a la trascendencia asumieron posiciones políticas durante su carrera de activos o tras el retiro. Algunos mostraron sus preferencias hacia el oficialismo; otros lo hicieron del lado de quienes apuestan por una opción distinta en el juego democrático. Pero, apartando los derechos individuales, en ningún caso esas determinaciones fueron elementos de división. Ni lo son ahora tampoco. 

Una declaración de Richard Páez o de César Farías despierta reacciones en la opinión pública. Ambos, cabezas visibles de esa especie de ejército neutral que viste de vinotinto, mantuvieron siempre posturas equilibradas en su relación con el poder. Conocedores de lo que sus acciones generaban para sus connacionales, supieron ejercer el papel de ecuanimidad que sus cargos demandaban. 

El sentido de pertenencia que la camiseta nacional estimula en los venezolanos es un valor que algunos políticos han querido arrogarse. Los candidatos gustan lucirla en sus mítines y es común verla en los seguidores de cualquiera de las facciones que en tiempos recientes pugnaron por cargos públicos. Asociarse a la Vinotinto ahorra proclamas, aunque no siempre sean coherentes con las formas. 

En las dos últimas campañas a la presidencia de la República hubo una notable exposición de enseñas futbolísticas. Las franelas de equipos como Táchira, Estudiantes, Trujillanos o Caracas fueron lucidas en días de recorridos populares como disparadores emocionales de las multitudes. Una realidad que describe el peso que estos nuevos símbolos aglutinadores tiene en la Venezuela contemporánea. 

El deporte es un elemento sustancial para entender los comportamientos sociales. Y en nuestro país sigue siendo un buen pulsador. El fútbol, por su grado de interés público, también es una ventana que muestra el paisaje de lo que somos –o de lo que queremos ser– como país. 

La Vinotinto es un paradigma de la anhelada cohesión que la sociedad venezolana aspira. En su espectro, con todos sus exponentes, hay cabida para cada tendencia. Apolítica, amplia y plena de valores, de su esencia nace el ideal de convivencia de quienes compartimos esta tierra.

* Columna publicada en el diario El Nacional (22/04/2013)

lunes, 15 de abril de 2013

Los devotos de San Rafael

A los 14 años, cuando la vida comienza a tejer los hilos de la personalidad, Rafael Dudamel ya era un jugador de carácter. Serio, con un talante que apreciaban los compañeros e intimidaba a los rivales, defendía el arco de la selección de Venezuela en uno de aquellos recordados Mundialitos que tanto fervor popular generaron dos décadas atrás. Ya entonces empujaba a gritos a sus defensores y la expresión en su rostro tras la derrota era la del competidor insaciable a quien nada más que el triunfo valía para consolarlo. 

Dudamel, apartando tópicos y minimizando frases hechas, se hizo a sí mismo. Construyó en paralelo al arquero y al personaje: uno entraba en simbiosis con el otro, retroalimentándose para sobrevivir en el mundo de la alta exigencia. Y triunfó. Primero en el fútbol profesional con la camiseta de la ULA Mérida en la que fue compañero de Richard Páez y otros históricos; después, cuando emigró a Colombia para construir una de las carreras más brillantes de jugador alguno nacido en el país. 

Fue un precursor. Cuando disputó con Deportivo Cali la final de la Copa Libertadores de América de 1999 contra Palmeiras, ya era una figura consagrada. Desde los 18 años, en la Copa América de Chile 91, se convirtió en convocado habitual a la selección. Los contrastes entre una realidad y otra no lo apartaron nunca de la Vinotinto. Podía salir en hombros de un estadio bogotano y en pocos días retornar golpeado de una goleada en un partido de eliminatorias. Pero siempre estuvo. Por eso, que formara parte de la generación que transformó todo y hoy permite soñar con una clasificación mundialista, llegó como un reconocimiento a lo mucho que entregó en los años más grises. 

Siempre tuvo un discurso claro para explicar el juego. Su voz era requerida para entender planteamientos y leer escenarios. Que se hiciera entrenador luego de agotar su carrera activa con el Real Esppor era una consecuencia lógica. Interesado como es por aquello que define movimientos y estrategias, tomó la alternativa con Estudiantes de Mérida como paso previo a este proceso presente que lo encuentra como mascarón de proa del equipo nacional Sub 17. A ese grupo de adolescentes, a quienes marcó con la impronta de su estilo, los condujo ya al hexagonal final del torneo suramericano que otorgará cupos al Mundial de la categoría en los Emiratos Árabes. 

El técnico que fue futbolista se forma a partir de lo recibido por quienes fueron sus conductores. Toma conceptos de cada uno y los amolda a su propio modelo. Dudamel fue alumno aventajado de grandes exponentes del banquillo. En su lista aparecen nombres como los de Reinaldo Rueda, Cheché Hernández, Chiqui García, José Omar Pastoriza, Richard Páez o Ángel Cappa. 

La selección que compite en San Luis de Argentina tiene su hechura. Eligió un esquema con tres centrales, mucha gente en el medio y el orden táctico como señas de identidad. Logró de sus dirigidos un punto alto de madurez y compromiso con la idea que pretende. Puede que todavía no haya desarrollado todo lo que es capaz en fase ofensiva, pero su conciencia de la ocupación espacial en defensa tanto en ordenamiento estático como en transiciones, le aseguraron un lugar entre los seis mejores de Suramérica. 

Los días por venir indicarán si la meta de clasificar a la Copa del Mundo Sub 17 convierte el objetivo inicial cumplido en una gesta. Mientras, a San Rafael, como lo bautizaron en El Campín de Bogotá después de una noche de brillo con Independiente Santa Fe, lo seguirán honrando en la cancha sus devotos.

* Columna publicada en el diario El Nacional (15/04/2013)

lunes, 8 de abril de 2013

Crónicas guayanesas

El árbol genealógico del fútbol venezolano encuentra su origen en el estado Bolívar. Fue en El Callao donde por primera vez se jugó con un balón que llegó bajo el brazo de trabajadores mineros ingleses. La conexión británica marca también un elemento afín a la mayoría de los países suramericanos. Los inventores del juego fueron, a su vez, sus más conspicuos evangelizadores. Pero, aunque la historia ubique la génesis en esa región del país, no ha sido el lugar más frecuentado por la Vinotinto en sus careos internacionales. 

Ratomir Dujkovic eligió Puerto Ordaz como sede del partido contra Bolivia por las eliminatorias para Estados Unidos 94. En la mente del seleccionador habitaba una teoría que acabó contundentemente desmontada: las altas temperaturas guayanesas serían una ventaja para la Vinotinto. Oswaldo Palencia desató la celebración temprano, pero al tiempo azuzó a la magnífica generación de Marco Etcheverry, Erwin Sánchez, Julio Baldivieso y compañía para que desplegara todo su potencial y acabara goleando 7-1. 

Tiempo después, compartiendo un café con periodistas en la concentración de La Paz, Xabier Azkargorta recordaba el momento y todavía se frotaba las manos. “El que se entrena en la altura compite bien en el llano”, fue la frase con la que definió el timonel boliviano aquel choque disputado el 18 de julio de 1993. Fue el primero en el antiguo Cachamay, que dos años antes había sido renovado para recibir el torneo Juventud de América y al equipo juvenil venezolano que encabezaban Edson Tortolero, Gerson Díaz y Stalin Rivas. 

Algunos meses más tarde (12 de septiembre), Venezuela alcanzó su segundo triunfo premundialista. Con goles de Juan García y Luis “Makenko” Morales, ambos fichas de Minervén, derrotó a Ecuador en el mismo césped. Aquella fue la despedida de Dujkovic y también el adiós a Cachamay como casa de la selección. La espera se prolongaría por espacio de casi 16 años. 

La remodelación para la Copa América de 2007 lo convirtió en uno de los mejores escenarios del continente. La casa de Mineros derivó en un moderno y amplio estadio para más de 40 mil espectadores. Richard Páez llevó al equipo allí para jugar algún amistoso, pero fue César Farías quien le devolvió a la zona el calor del equipo nacional. Fueron tres los encuentros realizados en la ruta hacia Suráfrica 2010, incluida la recordada derrota 2-1 contra Paraguay que acabó con la ilusión de participar en la Copa del Mundo. 

Los antecedentes señalan que en Cachamay hubo episodios felices y también desventuras. Allí la generación que se abría paso de la mano de Tomás Rincón se impuso a Colombia (2-0, Miku y Juan Arango) y empató luego contra Uruguay (2-2, Giancarlo Maldonado y José Manuel Rey). La igualdad contra la grey del maestro Oscar Washington Tabárez fue un golpe del que costó recuperarse. Todavía pesaban las deudas competitivas de un grupo de futbolistas criollos que daría un salto de calidad notable tiempo después. 

La actuación en el último desafío eliminatorio contra Colombia consolidó la intención: Cachamay, por dimensiones, aforo y condiciones atmosféricas es el lugar ideal para recibir a la Celeste el próximo 11 de junio. Será la reedición del desafío de hace cuatro años, solo que en momentos deportivos diferentes. 

Con Brasil a la distancia de una frontera, Guayana quiere seguir escribiendo el relato de una historia con más de un siglo de vigencia.

* Columna publicada en el diario El Nacional (08/04/2013)

lunes, 1 de abril de 2013

Compañeros en la utopía

Salomón Rondón y Tomás Rincón personifican las señas de identidad del actual momento de la selección. Ambos crecieron y adquirieron dimensión internacional en este ciclo. Los dos, con César Farías como valedor, representan el cambio generacional del fútbol venezolano. También su nuevo talante. 

El crecimiento de Rondón ha sido notable. En los últimos dos años añadió a su juego un repertorio de registros que elevaron su categoría. Afinó la precisión para definir. Descubrió los atajos para atacar los espacios en banda. Fortaleció su físico para imponerse a los defensores por potencia y velocidad. Pulió su ya excelente juego de espaldas y derivó en notable asistidor. 

En la última doble fecha salvó los muebles del colapso colectivo en Buenos Aires y brilló en Puerto Ordaz. Fue la figura indiscutible de la cancha y el futbolista de mejor rendimiento sumando los dos enfrentamientos. La acción del gol a Colombia retrata muy bien su presente: pique veloz en diagonal al límite del fuera de juego en el espacio entre central y lateral; control y autoridad sobre la posición ganada a Camilo Zúñiga para encarar el área con decisión; cuerpeo para sostener el mano a mano con el defensor; definición potente al palo del arquero para celebrar. Un arsenal solo al alcance de la elite. 

Hay además un factor determinante en la evolución del delantero del Rubin Kazan: su mayor conocimiento del juego. De Rondón siempre se alabó su disposición al trabajo y su disciplina. El enorme margen de mejora que anunciaba en cada convocatoria fue confirmado con demostraciones convincentes. Hoy cuenta con una panoplia de recursos que facilitan la complementariedad con sus acompañantes de ataque y los hace mejores. Allí están las actuaciones de Josef Martínez, Gelmín Rivas, Fernando Aristeguieta y Miku, sus últimos socios con la selección, para confirmarlo. 

Rincón ha sido el estandarte de Farías. Le dio la alternativa y en el camino le entregó los galones que el tachirense honró con rendimiento. Disputó una Copa América memorable en Argentina, se consolidó en la Bundesliga y fue asumiendo un liderazgo grupal del que pueden dar fe sus compañeros. Desde la lesión sufrida en junio del año pasado, no había podido brindar las prestaciones que se le conocen. Hasta el duelo de hace seis días en Cachamay. 

En Guayana volvió el mediocentro agresivo y lúcido, capaz de presionar y conducir. No es sencillo precisar quién mejora a quién en el tándem que hace con Franklin Lucena, pero si algo define el espíritu de la selección es el nivel de su segundo capitán. Con la mejor versión de Rincón en la cancha, la Vinotinto es mucho más competitiva. No por dependencia sino por funcionamiento. 

La ejecución colectiva de ciertos movimientos defensivos y el tempo de las transiciones reposan en buena medida sobre las espaldas del mediocampista del Hamburgo. Tan simple y tan complejo. Rincón determina a qué altura presiona el equipo, en qué momento se reagrupa, cuándo y cómo debe atacar y, en su determinación para participar en los circuitos de armado, marca también el volumen de juego ofensivo que pueda desplegar. 

Juan Arango quiere conseguir en Brasil el lustre que le falta a su carrera. Para Rondón y Rincón, esencia del futbolista venezolano que incorporó en su crecimiento la memoria ganadora de sus predecesores, el punto en el horizonte que los confirmará como referencias futuras. 

El Mundial se acaricia con la punta de los dedos y el país los acompaña en la utopía.

* Columna publicada en el diario El Nacional (01/04/2013)