lunes, 30 de julio de 2012

El trono de los olvidados

Carreras truncadas por la fatalidad. Genios trastornados por la fama repentina y las tentaciones que la notoriedad entrega sin límite de crédito. Talentos diluidos en el recuerdo, perdidos en la anécdota y el boca a boca de quienes tuvieron la fortuna de verlos en las canchas. Promesas de crack a quienes el tren de la gran escena dejó varados en una parada clandestina. Mitos de carne y hueso que interpretaron a su manera el mapa de la vida.

Historias como estas son relatadas en el libro “Hombres que pudieron reinar y otras leyendas del fútbol” (Editorial Pámies, 2012), del periodista español Rubén Uría, homenaje a un grupo de cuarenta leyendas del balón unidas por el cordón umbilical de la pelota. 

De Paul Gascoigne a Mágico González. De Juanito a David Rocastle. De Dadá Maravilha a Panenka. El recorrido abre ventanas en las vidas de personajes que la pluma del autor rescata del olvido. 

El ejercicio literario de Uría invita a adentrarse en la trayectoria de futbolistas venezolanos que bien podrían formar parte de este club de anti héroes universales. La cofradía incluiría a miembros de distintas generaciones con mayor o menor permanencia en la memoria colectiva.

¿Quién recuerda a Luis Ángel Molpeceres, aquel delantero espigado y veloz que hizo dupla con Pedro Febles en el Atlético San Cristóbal de hace tres décadas? El paso del atacante de larga melena fue breve pero inolvidable en Pueblo Nuevo. 

A las nuevas generaciones el nombre de Cherry Gamboa no debe decirles mucho. Miembro del Deportivo Portugués y del Marítimo de los inicios, tenía una habilidad única para trasladar el cuero pegado al pie. Nadie disfrutaba más de esa suerte de driblar incansablemente a cuanto rival le saliese al paso. El delirio que causaba en la gente podía derivar en desesperación cuando se empachaba de amagues y gambetas, olvidándose del gol. 

Héctor Rivas, el hoy asistente de Noel Sanvicente en el banquillo del Zamora, fue el pie zurdo mejor educado que vio el país hasta la aparición de Juan Arango. Un momento lo retrata: en las eliminatorias para el Mundial de Estados Unidos 94, contra Brasil en el Mineirao de Belo Horizonte, pateó un tiro libre de más de 25 metros que golpeó en la escuadra después de describir una parábola inverosímil. Las burlas por el vientre prominente del defensor, que disfrutaba más del juego que de todo lo que lo rodeaba, se acallaron después de la ejecución maestra en la tierra de los inventores de la folha seca.

La pieza con mayor proyección de la generación de Mar del Plata no gozó de la trascendencia posterior de sus compañeros. Félix Hernández fue una aparición deslumbrante que creció en la cantera del Flamengo, llegó a ser presentado por el Valladolid de España, integró el mejor Minerven de la historia, fue precursor en México e ídolo de la hinchada en San Cristóbal. Su luz se perdió en la noche y el hoy entrenador dejó pasar el boom vinotinto. 

Paúl Ramírez se quedó en el inicio del camino, víctima de una enfermedad renal que no le dejó vivir la gloria que le correspondía. Y Jobanny Rivero, homenajeado ayer por el Caracas, fue un relámpago multicolor, prodigio de virtuosismo y velocidad en el lateral izquierdo, a quien una rebelde lesión de rodilla frustró un futuro prometedor. 

En la lista podrían figurar Gaby Barreiro, Carlos Castro, Wilson Chacón, Luis Socarrás, Jorge Giraldo y tantos otros. Muchos rozaron el trono; otros ni siquiera se imaginaron coronados. Pero, como en el texto de Uría, cualquiera de ellos pudo reinar. 

Columna publicada en el diario El Nacional (30/07/2012)

lunes, 23 de julio de 2012

América conquistada

Fue un día como hoy: 23 de julio. Hace un año, en el estadio Ciudad de La Plata, Venezuela cerraba con una derrota ante Perú su concurso en la Copa América de Argentina. Ocurrió en el partido por el tercer puesto, el de la expulsión de Tomás Rincón y los tres goles de Paolo Guerrero. La Vinotinto cerraba el círculo de una actuación memorable y el ciclo de César Farías entraba en su etapa más boyante. Con crédito y credibilidad, el equipo de todos quedaba blindado de dudas para el inicio de las eliminatorias mundialistas. 

El país volvió a aglutinarse en torno a la selección como no ocurría desde los tiempos del boom que encarnó Richard Páez. La polarización tuvo valiosos momentos de tregua. De nuevo un espacio en el que tirios y troyanos coincidían. Cuando la delegación llegó a Maiquetía, una multitud los escoltó hasta Caracas. La caravana acompañó el recorrido y cada apellido fue coreado en la tarima que cerró el paseo triunfal en el corazón de Las Mercedes. 

Después de tres años y medio de gestión, Farías lograba el consenso nacional. Su idea, construida en simultáneo con un proceso lento de renovación generacional, tomaba forma. El grupo se afirmó sobre un nivel físico óptimo alcanzado con la preparación en Dallas, fundamental para engranar automatismos y conseguir seguridad defensiva. 

La Vinotinto corría en un ejercicio solidario de ayudas y cobertura de espacios que reducían la capacidad de maniobra de sus rivales. Rincón marcó el paso de la nueva grey y la dupla de defensores centrales que conformaron Grenddy Perozo y Oswaldo Vizcarrondo fue agrandándose jornada a jornada. Renny Vega estuvo en el podio de los mejores arqueros del campeonato y la calidad de Juan Arango, César González y Salomón Rondón apareció en los momentos definitorios. Al concepto, el grupo le añadió carácter y espíritu competitivo para que el esfuerzo siempre estuviese acompañado del resultado. 

El despegue del proyecto tenía pista libre. De allí que las decisiones que el técnico tomó después no requirieron del aval de la opinión pública. La plataforma para dar el siguiente paso se levantó en Argentina. Así llegaron después, ya en el camino hacia Brasil 2014, Fernando Amorebieta, Julio Álvarez, Andrés Túñez y los hermanos Feltscher. ¿Habría podido tomar el DT las mismas decisiones sin el colchón mullido que le dio la Copa? 

Los tiempos de la madurez comenzaron en ese mes de ensueño. La conciencia competitiva permitió visualizar mejor el objetivo y la corroboración del mensaje que llegaba desde la sala de máquinas se plasmaba en la cancha. Había un modelo, seguro, confiable y reconocible sobre el que afirmarse. Por eso las puertas se abrieron para los oriundos: si eran necesarios para ganar y entendían los códigos gremiales del resto, el interés colectivo debía ponerse por delante. 

Esa profundidad nacida al amparo de la gesta, y el atrevimiento posterior, es la que le dio sustento real a las expectativas de alcanzar la Copa del Mundo. En todos estos años de crecimiento y trascendencia, la utopía se hizo más terrenal y menos etérea. De allí que también las exigencias, contaminadas de euforia en el pasado, se hayan llenado de fundamentos lógicos. 

Los hitos adquieren la dimensión de quien los vive. El fútbol venezolano, cuyas páginas más notorias todavía huelen a tinta fresca, celebró hace doce meses uno de sus grandes momentos históricos. Aunque no será incluida en los textos escolares, la conquista de América tiene desde entonces una nueva acepción. 

Columna publicada en el diario El Nacional (23/07/12)

lunes, 16 de julio de 2012

Socios disociados

Los dueños del fútbol venezolano manejan una empresa en peligro constante de bancarrota. Las cuentas no cuadran, algunos miembros padecen crisis económicas de difícil solución y muchos de sus trabajadores regresan cada día a sus casas con el desaliento dibujado en sus caras largas. Como una familia disfuncional, la basura se esconde debajo de la alfombra y los problemas se lloran en la soledad de los cuartos. A nadie importa lo que sucede al otro. Priman los intereses propios. 

Miguel Mea Vitali, capitán del Deportivo Lara, confesaba la semana pasada que compañeros suyos se alegraban de concentrar unos días en Acarigua para poder comer tres veces al día. El equipo que lo ganó todo un par de meses atrás, teme mirarse al espejo: la imagen reluciente, de frac y de levita, derivó en un cuadro desalentador, inimaginable hace unas cuantas semanas. Parte de la deuda fue saldada el viernes pasado al tiempo que se instituía una nueva junta directiva, pero desaparecerá la filial de segunda división para ajustar el presupuesto. 

El resto da la espalda. Clubes, dirigentes y futbolistas miran hacia otro lado. No es con ellos el problema. La visión mezquina y poco solidaria dirá que es un rival fuerte por los títulos que ahora estará debilitado. Y los colegas de la pelota mirarán porque sus quince y último estén garantizados. Qué más da la suerte del otro si la bonanza cae de mi lado. Estrechez de miras. La vaca suele olvidar fácilmente el tiempo en que fue ternera.

El torneo local no es un ecosistema sano. En el entorno conviven equipos sin metas comunes, planes conjuntos o estrategias de desarrollo que blinden al producto y lo hagan sólido. Aunque la mayoría no repare en ello, por cada institución que naufraga o desaparece todos sufren un golpe noble que los debilita. De nada sirven las iniciativas individuales –algunas bien encaminadas y con políticas de crecimiento definidas– si no hay garantías para el resto. En vez de abrigarse todos bajo un mismo techo, predominan los campamentos aislados. Donde podría establecerse una tribu se promueve la diáspora. Un despropósito. 

La creación de un modelo de negocios para el fútbol nacional es una necesidad. Ni siquiera la finalización del Centro de Alto Rendimiento de Margarita está por encima en el listado de prioridades. A la selección se le colma de atenciones y produce ingentes beneficios, pero su dimensión no redunda en mejoras para su principal surtidor de talentos. 

El que invierte quiere el lomito. La televisión y los patrocinadores apuntan hacia el color vinotinto. Allí no hay peligro de quiebra. Los números siempre estarán en verde. A lo demás llegan como algo accesorio, casi una bonificación que se otorga por asociarse al grupo de jugadores que busca la clasificación al Mundial. 

Nadie considera seriamente al campeonato criollo como un área de oportunidad que –si bien no de partida– ofrezca contraprestaciones reales en el mediano plazo. Puede que haya vínculos específicos con los cuadros más populares (especialmente Caracas FC), pero al no existir una estructura que tenga definidas su misión y objetivos, las posibilidades de evolución se reducen para el resto. 

La Federación es responsable como ente organizador y aglutinador, pero los clubes deben dar los pasos necesarios para diseñar una plataforma moderna, atractiva para los inversores y sustentable en el tiempo. 

Que uno lo logre no será un éxito. Las sociedades prósperas nacen a partir del bien colectivo. Ese debe ser el norte. 

Columna publicada en el diario El Nacional (16/07/2012)

lunes, 9 de julio de 2012

La teoría de Darwin

Darwin Machis ataca el espacio que deja su presa con apetito voraz. Depredador de las franjas libres, se desliza zigzagueante en las aguas del área. Las aborda tranquilas para luego alborotarlas con movimientos impredecibles. Como el Lau Lau del Orinoco, devora las especies menores por puro afán de supervivencia. Saciada el hambre de rivales, apunta hacia el arco con instinto. Líquido. Inasible. Patrón de las sombras. 

Mineros de Guayana vendió la pieza más preciada de sus viveros al Udinese. El club friulano huele a las promesas de ultramar y las recluta con ojo clínico. Probablemente llegue al Granada, de la primera española, como paso inicial de su desembarco en Europa. Bastó el título de goleador en la última Copa Venezuela y una temporada notable en la que primero fue norma y luego costumbre. Un juvenil con ambición de estibador curtido en puertos feroces. 

A Carlos Maldonado apenas lo dejaron disfrutar del elemento que rompía los partidos, desestabilizaba las defensas oponentes y obligaba a sus marcadores a tejer atarrayas espesas a su paso. Dueño de un pique en corto veloz y explosivo, sus celadores podían tener conciencia de las respuestas a cada problema planteado, pero Machis, hábil e intuitivo, siempre les cambiaba las preguntas. 

Debutó con el primer equipo en El Callao. La cuna del fútbol venezolano alumbró al delantero que apenas un año antes fue fichado por Mineros después de brillar con Delta Amacuro en unas eliminatorias zonales que los enfrentó a Bolívar. Dos goles contra Minasoro en el estreno; un par más en el regreso en Cachamay; doblete otra vez en el equipo de segunda y aparición resonante contra Yaracuyanos en primera división, con gol incluido. Un torbellino. 

En Puerto Ordaz recuerdan a otros ídolos salientes. Stalin Rivas se marchó al Standard de Lieja todavía con acné en el rostro. Un tiempo más tarde, el vértigo de Daniel Noriega lo catapultó a Argentina y luego a otros destinos hasta que su genio se fue diluyendo entre susurros, así como se expresaba. Eran tiempos de mercado famélico, de oportunidades aisladas y escasa notoriedad. Sin el cartel de presentación de la Vinotinto, los traspasos se arreglaban por un puñado de dólares. 

Fue en Tucupita donde comenzó a aficionarse al balón. Brilló en el fútbol sala y representó al país en un torneo sudamericano al lado de Josef Martínez. Tenía 12 años de edad. La habilidad en espacios reducidos y la precisión para que sus remates apunten casi siempre al lado imposible del arquero, son herencias de su paso por las canchas pequeñas. Quienes compartieron sus días de infancia lo describen como un deportista integral que también lucía en beisbol y baloncesto. 

Dicen que apenas recibió la noticia se le aguaron los ojos. Cuando firmó su primer contrato profesional, tenía las metas muy claras: “Me da lo mismo el dinero, lo que deseo es que me den la oportunidad de demostrar lo que valgo”, cuentan que soltó delante de uno de los directivos mineristas. Denys, su padre, afirma que es muy determinado y que fue el propio muchacho quien se encargó de convencer a la mamá de que lo mejor para él era salir del hogar familiar e instalarse en San Félix. 

Machis destacó sobre todos los de su generación y dio el salto hacia el primer mundo futbolero. Allí, en la región del Friuli, este hijo del Delta volverá a encontrarse con un camino que ya conoce. Como en ciertas teorías darwinianas, el más apto prevalece siempre en los procesos evolutivos. 

Columna publicada en el diario El Nacional (09/07/2012)

lunes, 2 de julio de 2012

La revolución de los chiquitos

El fútbol ya no es un territorio en el que prima el músculo y la búsqueda de portentos atléticos dejó de ser una prioridad para los cazadores de talento. Al circo no le crecieron los enanos, pero sí hubo una rebelión de los más pequeños para modificar el patrón natural de las cosas. Los paradigmas del pasado van quedando enterrados debajo de las suelas de Lionel Messi, de Andrés Iniesta, de Xavi, de Andrea Pirlo. Es el tiempo de los patrones del juego. El triunfo de la geometría sobre la aritmética. Del pensamiento sobre el vigor y las carreras a campo traviesa. 

Hace algunos años un seleccionador venezolano se opuso a juntar en un mismo once a Gerson Díaz y Gabriel Miranda. Precursores en el primer Caracas campeón, apenas pudieron trasladar su sociedad a la Vinotinto. Los dos fueron contemporáneos de Stalin Rivas. Nadie se animó a construir el equipo nacional alrededor del trío. La osadía habría sido censurada por el orden dominante. Hoy, como mínimo habría habido debate. 

La Eurocopa que finalizó ayer acabó por establecer el nuevo estatus. Suele ocurrir con los grandes torneos: la suerte de los ganadores establece la ruta a seguir. 

Tres de las selecciones que llegaron a semifinales lo hicieron a partir de modelos que tuvieron a la pelota como epicentro de su organización. Y la elección de los ejecutantes se vinculó estrechamente con este principio. España, Italia y Alemania optaron por esa vía y sus intérpretes más decisivos rompieron con moldes e ideas atávicas. Portugal también brilló, aunque ciñéndose a un ideario distinto. 

En el top five de los más destacados del certamen –exceptuando a los arqueros–, apenas Cristiano Ronaldo responde al arquetipo del jugador que se impone por sus condiciones atléticas. El resto (Pirlo, Iniesta, Jordi Alba, Mezut Ozil o Danielle De Rossi) forma parte de esa cofradía de artesanos del balón que destroza conceptos acuñados por años. La técnica vuelve a estar de moda. En color y alta definición. 

Cuatro años atrás Luis Aragonés decidió apostar por el grupo de bajitos que cambió la historia de la selección española. La Furia como factor de identidad fue desplazada para adoptar una idea que le dio protagonismo a un perfil de futbolista que antes apenas tenía cabida. Un acierto a todas luces que debió soportar el juicio inquisidor del entorno, siempre reacio al cambio. 

Brasil le vendió su alma al diablo para procurarse las coronas que el jogo bonito le negó después de México ’70. El costo de europeizarse fue muy alto, aunque su escudo luzca ahora cinco estrellas. La desnaturalización del estilo que lo hacía reconocible derivó en crisis de resultados y juego. El reto del presente, también con Europa como referencia, es volver a las raíces. Desandar el camino que alguna vez marcó para el resto del planeta. 

Las consecuencias están a la vista, títulos y glorias mediante. Italia, un pueblo que siempre exaltó la belleza en todos los órdenes de la vida salvo en el fútbol, se sumó a la tendencia. Su entrenador tuvo la valentía de poner sobre el césped, al mismo tiempo, a Pirlo, De Rossi, Riccardo Montolivo, Claudio Marchisio y Antonio Cassano. Toda una osadía que hizo recordar antiguas disputas: ¿Gianni Rivera o Gigi Riva? ¿Roberto Baggio o Gianfranco Zola? ¿Francesco Totti o Alessandro Del Piero? 

A los chiquitos les llegó el momento de brillar. Hermosa reivindicación que devuelve al fútbol aquello que mejor lo define como actividad humana. 

Columna publicada en el diario El Nacional (02/07/2012)