lunes, 26 de septiembre de 2011

Un carajito estremeció el Olímpico

El titular de un diario de Puerto Ordaz resumió la aparición en escena de Stalin Rivas en el fútbol profesional venezolano: “Un carajito estremeció el Cachamay”. Fue en 1987 en la vieja cancha sobre la que hoy se levanta el imponente CTE Cachamay. A los 15 años de edad, aquel zurdo de cuerpo esmirriado y cabello ensortijado tomó la alternativa contra el Caracas gambeteando rivales con el espíritu libre de los genios. Esa misma tarde festejó su primer gol: le hizo tragar un amague al arquero César Baena y corrió a celebrar con la hinchada de Mineros que aquel día descubrió al talento más grande que haya vestido jamás esa camiseta.

Para los predestinados, aquellos que se distinguen de la medianía y a los que se detecta en una primera mirada, no hay escenarios intimidantes ni rivales inalcanzables. Basta que se extienda el lienzo para que aparezca la magia que dibuje el trazo indeleble. La lógica se ve superada por el desafío de la inspiración y resulta inútil llenar de prosa lo que es puro discurso poético.

Los adjetivos sobran. Cuando aparece el distinto se activan los sentidos del espectador y lo inexplicable toma forma para que renazca el asombro. Sin videos manipulados; sin voces grandilocuentes de medios partidarios; sin un encantador de serpientes mercadeando oropeles para vaciar bolsillos incautos. El diferente irrumpe y abre todas las puertas sin tocarlas.

El mundo lo vivió con un Pelé adolescente en el Mundial de 1958. Maradona desparramaba rivales todavía con acné en el rostro. Y Lionel Messi maravilló al planeta sin llegar a la mayoría de edad. Pasó en nuestro país con Juan Arango, Daniel Noriega o, más recientemente, Yohandry Orozco. Con ellos no había que hacer preguntas: las respuestas aparecían adosadas a la pelota en cada gesto.

Proyectar con los talentos supremos carece de sentido. El transcurso de sus carreras los obliga a convertir el ingenio en títulos y gloria. Algunos asumen con éxito la dicotomía; otros claudican o se rebelan ante aquello que hace del juego un negocio.

Fernando Aristeguieta forma parte de esta raza de elegidos. La semana pasada, en el estadio Olímpico caraqueño y contra Mineros, floreció un delantero de tranco largo y velocidad de rayo. Sutil y percutor implacable en igual proporción. Conocedor de las ventajas de su porte gladiador para soportar el embate de los defensores, tanto como inteligente para atacar el espacio libre y marcar la línea de pase. Socio en los circuitos de circulación de su equipo y finalizador eficaz de la orfebrería. La pluma que vuela libre y el martillo que rompe muros.

El “Colorado” anotó dos goles de hermosa factura. El primero, luego de descargar para no darle ventajas a su marcador y rematar en un toma y dame con Angelo Peña que se la sirvió de taco; y el segundo, tras rechazar un córner en su propia área, picar 90 metros y hacer una pared de vértigo con Alexander González para cruzar al arquero. Dos joyas.

No fue en su partido de debut. Con 19 años ya está en su tercera campaña como profesional, se bautizó en las redes a los 17 y superó una rotura de ligamentos en la rodilla izquierda que lo marginó durante 9 meses. Heridas de guerra que lo curtieron y aceleraron la madurez con la que ahora reclama un lugar en la selección. Todo pasa rápido para quien lo observa, no tanto para quien vive su evolución con el desenfado del que se da la mano a diario con su duende.

“Un carajito estremeció el Olímpico”. La historia de Fernando Aristeguieta ya tiene título para su prólogo.

lunes, 19 de septiembre de 2011

La redefinición del central

El Barcelona de Pep Guardiola revoluciona los paradigmas del juego en cada presentación. Maravilla con su velocidad de ejecución y hace de la posesión del balón un factor que lo define: el equipo se organiza alrededor de la pelota. La lírica es consecuencia de la aplicación de conceptos tácticos y automatismos aprendidos desde las divisiones inferiores, que requieren intérpretes capaces de aunar las capacidades técnicas con inteligencia para entender la geometría de la cancha. A partir de estos preceptos, la mano del entrenador perfecciona variantes y estimula la tensión competitiva, fundamentales en el éxito de la idea.

La cifra de partidos consecutivos en los que el Barsa domina a su rival en la tenencia ronda los 200. Un dato, por sí solo, asombroso y contundente. Pero no es en ese aspecto puntual donde radica el cisma mayor que esta coral maravillosa genera en el mundo del fútbol. El aporte más significativo está en el menos promocionado: su talento defensivo. Entendido como una misión colectiva, cada elemento del mecano azulgrana ejerce una función específica en la tarea gregaria de recuperar la redonda. La presión sobre quien conduce y la ocupación lógica de los espacios para cubrir las eventuales líneas de pase, le dan sentido a los movimientos grupales y cuestiona el rol de los especialistas.

¿Por qué ha resultado tan poco traumática la transmutación del argentino Javier Mascherano de mediocampista de marca a central de garantías? ¿O los mismos giros puntuales hechos en su momento con jugadores como Yayá Touré o Sergio Busquets, todos volantes naturales? La razón está en la naturaleza misma de este Barsa y su dinámica singular, capaz de revolver dogmas y redefinirlos para beneficio de todo el que quiera aprovecharlos.

La novedad no anuncia la desaparición de los zagueros de toda la vida, pero sí establece un patrón mucho más completo y amplio de la demarcación. La visibilidad universal del modelo Barsa, avalado por resultados y títulos, abre debates entre entrenadores y analistas. Y pone a pensar a los propios jugadores, esponjas privilegiadas de este momento de evolución conceptual.

El fútbol venezolano cuenta con ejemplos, pasados y presentes, de nombres que cumplieron el papel de defensores solventes sin que ésta haya sido la posición con la que llegaron a la alta competencia. Noel Sanvicente debutó en Mineros de Guayana e hizo carrera después en Marítimo como delantero; el tiempo mermó su velocidad y lo fue retrasando en el terreno hasta derivar en destacado volante con Minerven y Caracas. Pero en 1997, en la antesala de su retiro, tuvo notables actuaciones como compañero de Saúl Maldonado en el eje defensivo del Rojo, camino a su cuarta estrella. Chita reunía en su disco duro el suficiente conocimiento del juego para cumplir la misión sin traumas.

Franklin Lucena es un caso mucho más cercano en el tiempo. La mitad de la cancha es su hábitat natural, pero tanto en el Caracas como en la selección se ha revelado como un central sólido, hábil en el manejo de los tiempos y muy buena salida de pelota. En el llanero se concentran las aptitudes innatas del mediocampista con la fina intuición de quien sabe los secretos del área propia.

En un ejercicio de imaginación, gente como Miguel Mea Vitali, Giacomo Di Giorgi o Tomás Rincón podrían hacer la transición del medio a la zaga sin que parezca un despropósito. Nadie que haya visto al Barsa de este tiempo se atreverá a llamarlo experimento.

lunes, 12 de septiembre de 2011

La Vinotinto de la gente

El día en que todo comenzó apenas hubo testigos. Cuando Venezuela le ganó a Uruguay en Maracaibo por las eliminatorias a Corea-Japón 2002 (2-0, goles de Ruberth Morán y Alexander Rondón) la asistencia al Pachencho Romero no alcanzó para que el entorno tuviese más cemento que rostros y palmas. Pasó una década. Lo que devino es letra escrita: la Vinotinto se convirtió en un fenómeno sociológico, en un símbolo de nacionalismo sin nacionalistas; en una bandera sin patrioterismos.

Cuando la Vinotinto pasó a ser patrimonio de los venezolanos, dejó de pertenecer a la dirigencia, al entrenador de turno o a los propios futbolistas. No hay demagogia en esto. Fue la gente la que llevó en volandas el cambio de la clandestinidad a la trascendencia. La que abrió las puertas al mar de patrocinadores y alimentó el negocio de las transmisiones televisivas. Sin ese consumidor entregado al producto selección, las ilusiones mundialistas seguirían siendo una quimera.

La Federación vive tiempos de bonanza. La apertura hacia nuevos y mejores métodos de autogestión es una manera acertada de rentabilizar el valioso bien que administra, especialmente si su propia estructura no es apta para manejarlo por sí sola. De allí que sea comprensible la cesión a terceros (como ha sido costumbre desde tiempos inmemoriales) de la organización de los encuentros de la selección. Pero no a costa de exprimir a la gallina de los huevos de oro. No al elevado precio de convertir a la Vinotinto en un espectáculo de élites, solo al alcance de los bolsillos más pudientes. Suya es la responsabilidad de establecer los límites.

La afición no puede cargar sobre sus hombros el peso de hacer rentable la inversión de los nuevos socios. Alguien debe ocuparse de proteger al hincha común de las agallas abiertas de los empresarios. Romanticismos aparte, lo más notorio de todo lo ocurrido en dos lustros es, justamente, aquello que no puede apuntarse en los libros de contabilidad. El mayor patrimonio de la selección es un valor intangible: el sentido de representatividad que genera en cada uno de los ciudadanos de este país. Un aspecto que no desconocen quienes explotan ese factor emocional para multiplicar sus capitales.

No se trata de un asunto baladí. Despreciar la relación entre la Vinotinto y el pueblo de a pie es un despropósito. Explotar al máximo las ganancias seguras del presente puede significar la quiebra futura. Alguna cabeza lúcida debería visualizarlo.

Lo ocurrido la semana pasada en el estadio Olímpico fue una señal. Los altos precios de los boletos para una puesta en escena impropia encontraron respuesta en el rechazo del público, que no llegó a adquirir ni la mitad del aforo. La indignación se reflejó también en protestas alrededor del escenario de la UCV y en algunas pancartas que fueron colocadas en su interior. Un aviso para lo que vendrá: con costos abusivos y extralimitados, se corre el riesgo de disputar algún choque de la eliminatoria sin la ventaja deportiva que aporta una masa entusiasta.

El objetivo de clasificar a Brasil 2014 está por encima de cualquier consideración. Nadie quiere perderse la posibilidad de subirse a ese tren en un momento único en la historia del fútbol venezolano. Pero, para que se ponga en marcha, no bastará que se ocupen solo los vagones de primera clase. El viaje será suspendido si el resto del pasaje no llena los asientos y le da empuje a la travesía. No los obliguemos a contemplar la escena desde los andenes.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Acento vinotinto

Fernando Amorebieta duplicó el número de seguidores en su cuenta de Twitter una vez conocida su convocatoria para el partido contra Argentina en Calcuta. El defensor pudo aproximarse al efecto que produjo en un público al que todavía desconoce. Frank Feltscher ya es un nombre de pronunciación fácil para los aficionados y no un caso extravagante de tantos futbolistas con raíces venezolanas repartidos por Europa. Y Andrés Túñez volvió al país en el que nació asombrado por los pedidos de fotos y autógrafos que lo arrancaron de golpe del anonimato.

Todos vivieron por primera vez la sensación de ponerse la camiseta de la selección, escuchar el himno y recibir las indicaciones de un entrenador con acento criollo. El grupo los recibió inquieto y los despidió con cercanía. Comprobado el compromiso del trío, las redes sociales fueron una muestra de cómo referentes como Tomás Rincón, Salomón Rondón o Gabriel Cichero valoraron a sus nuevos compañeros. Pero a los tres todavía les toca descubrir aquello que trasciende a la cancha: la Vinotinto es un sentimiento, un factor de representatividad en la sociedad venezolana que emociona y obliga en igual proporción.

Cuando Jonay Hernández se integró de pleno al proceso de Richard Páez en 2003, desconocía el cambio radical que daría su carrera. Debutó en el triunfo 1-0 sobre Colombia en Barranquilla (eliminatorias al Mundial de Alemania 2006, tanto de Juan Arango) y pocos días después participó de la recordada victoria sobre la hora ante Bolivia en Maracaibo (2-1, goles de José Manuel Rey y Arango). En la ciudad de la costa colombiana se emocionó con el Gloria al Bravo Pueblo, pero la sangre le recordó sus orígenes cuando sintió el abrazo multitudinario del Pachencho Romero en aquel inolvidable día de la Chinita.

“Chicho” representó un aliciente para su hermano Dani, el arquero del Valladolid que fue suplente de Renny Vega en la Copa América de Argentina, y una puerta abierta para todos los que se integraron después en iguales circunstancias. 

Amorebieta demostró que su concurso elevará el nivel y la profundidad de la selección. Los rivales -como pasó con Lionel Messi en India- saben quién es el zaguero que los marca. Puede que no sea especialmente hábil con la pelota y que tenga una peligrosa tendencia al juego brusco, pero su jerarquía y carácter bastaron para que la prueba haya resultado exitosa. Sus gestos y gritos para ordenar la línea defensiva y apurar su acople con Oswaldo Vizcarrondo valieron para ahuyentar las dudas respecto a su compromiso, tema clave en la aceptación del grupo.

Feltscher, el menos conocido para la masa pese a que ya acumula cinco temporadas en las ligas suizas de primera y segunda división, puede resultar el descubrimiento de esta nueva etapa en el ciclo de César Farías. La riqueza de registros del mediocampista del Grasshopper, que contra Argentina jugó en punta al lado de Salomón Rondón, encaja en el modelo de futbolista que el seleccionador valora en grado superlativo. El mayor de los Feltscher tiene velocidad, potencia e inteligencia táctica para asimilar con prontitud el ideario del DT, virtudes que lo pueden llegar a hacer imprescindible en citas futuras.

Mañana, contra Guinea en el Olímpico, algunos como Túñez escucharán el himno cantado por todo un estadio y tendrán una noción más clara de la decisión que tomaron. Llegar a Brasil 2014 requiere de soldados con pasaporte vinotinto. El acento servirá para conjugar en pasado perfecto los titulares de cada gesta que conduzca a ese objetivo.