lunes, 24 de junio de 2013

El flechazo del Pochito

Miguel Echenausi tuvo que agacharse para vomitar después del gol agónico que le permitió a Venezuela empatar 3-3 con Estados Unidos en la Copa América de 1993. Fue una estampa llena de épica que generó un sonoro estruendo en el país. Eran tiempos de clandestinidad, de escasa trascendencia, de milagros sin el impulso de la fe. Veinte años después de la gesta en Quito, todavía resuenan los golpes a la puerta de aquel grupo de jugadores empeñados en entrar a la historia de un fútbol anodino y lleno de descreimiento. 

Muchos iniciaron su vínculo con la selección a partir de aquel partido, transmitido en señal abierta y con escasos enviados especiales. La Vinotinto llegó al torneo luego de una preparación de varios meses que incluyó una dura gira por Alemania en pleno invierno. Ratomir Dujkovic, el técnico contratado por la Federación para iniciar un proceso de cambio, en buena medida como resultado del éxito de Dussan Draskovic en Ecuador, fijó como objetivo nuclear alcanzar el nivel físico de la alta competencia. Al tiempo, inició una renovación generacional en la que primaba la condición atlética. 

Por aquel entonces la preparación física era un concepto desdeñado por los clubes locales. Los propios entrenadores se hacían cargo de la puesta a punto, con secuelas notorias cuando se competía internacionalmente. Solo Stalin Rivas jugaba en el exterior, lo que le permitió integrarse en aquel modelo a pesar de que muchos de sus atributos no eran especialmente valorados por Dujkovic. Pero fue una pieza esencial en aquel equipo. 

El grupo se concentró en el hotel La Floresta de la capital ecuatoriana, un lugar modesto que pudo ser ocupado en su totalidad. Las relaciones con los pocos medios presentes eran tensas y el contacto con los futbolistas escaso. El debut terminó con derrota abultada (6-1) contra los anfitriones en el estadio Atahualpa. José Luis Dolgetta anotó aquella fría noche el primero de sus cuatro goles en la Copa, que lo consagraron como máximo anotador. 

Cuatro días después en Ambato se produjo el empate a dos contra Uruguay, con una muy buena exhibición de Stalin y otro tanto de Dolgetta. El trámite dejó buenas señales. Hubo momentos de fútbol asociado, iniciativa y la sensación de estar cerca de un triunfo que solo quedó descartado a pocos minutos del final. 

La tarde del 22 de junio comenzó gélida como todos aquellos días en la sierra ecuatoriana. El Atahualpa se fue llenando de a poco para ver a su selección, que enfrentaba a la Celeste en el encuentro que cerraba la doble fecha. Con un arbitraje deficiente del peruano Alberto Tejada que convalidó un gol ilegítimo de Estados Unidos, el primer tiempo fue una lápida sobre las esperanzas venezolanas: 2-0 en 45 minutos era un golpe contundente. 

Ocurrió el milagro y los goles fueron llegando. Con el choque 3-0, Dolgetta anotó a los 68 y 80, pero la expulsión de Stalin dejó a Venezuela disminuida. La Vinotinto siguió buscando, ya aupada por los hinchas que en las tribunas se interesaron por el partido. Fue entonces cuando Pochito Echenausi se descolgó del lateral izquierdo, tocó y atacó el espacio para quedar mano a mano con Brad Friedel y reventarle el arco con un remate cruzado. En la tribuna su papá Ramón, también histórico de la selección que viajó por carretera hasta la mitad del mundo para verlo, se abrazaba entre lágrimas con quien tuviese al lado. 

Venezuela acabó eliminada de la Copa dos días más tarde. El gol de Echenausi fue el flechazo que unió a muchos con la selección. La rareza de entonces es hoy uno de nuestros más sólidos símbolos de pertenencia.

* Columna publicada en el diario El Nacional (24/06/2013)

lunes, 17 de junio de 2013

Volver a competir

La Vinotinto reprobó el examen competitivo en el momento de mayor exigencia. Cuando los puntos eran necesarios para establecer diferencias con sus perseguidores y consolidarse en los puestos de clasificación al Mundial, falló la capacidad para potenciar los recursos propios y minimizar los de su rival. Uruguay impuso sus condiciones en Puerto Ordaz. Llevó el partido al terreno que más le convenía y no encontró desafíos que lo obligaran a salir de su zona de confort. Allí, cuando se imponía hacer valer los años de proceso, a Venezuela se le perdió el mapa de ruta. 

El empate en La Paz que antecedió al choque contra la Celeste condicionó la estrategia. No hubo un buen planteamiento de entrada y, ni los jugadores adentro ni César Farías afuera, fueron capaces de modificar la dinámica impuesta. Obcecada en el juego directo, los centros cruzados, las acciones de pelota quieta y el tránsito casi exclusivo por los costados, la selección fue más inhábil que nunca para ofrecer variantes que la condujesen por otros derroteros. 

Por eso no compitió bien. Porque, ante un equipo que acumuló mucha gente por detrás de la línea del balón, rompiendo cualquier atisbo de sociedad que se intentase establecer, con sus defensores a pocos metros del arquero, no halló caminos por no saber buscarlos. Capituló en el eje, entregando el centro sin apenas atacarlo y no se apoyó en la asociación y la movilidad para procurar algún desorden uruguayo, siempre bien apertrechado en su mitad de cancha. 

La versión multiforme, elogiada por su capacidad de adaptación a las distintas circunstancias, transmutó en un modelo monocorde. Delante de una defensa estática, bien posicionada en su parcela, cundió la inoperancia para aplicar los matices que el modelo de juego permite y que, aunque de forma episódica, han aparecido durante este ciclo. 

Fue un colapso conceptual, la privación en el momento de mayor responsabilidad. Una caída de difícil asimilación para un grupo curtido frente al desafío de caminar hacia la trascendencia. Un alto en la evolución que asomaba y terminó diluida en el tráfago de un encuentro límite. Con tanto bagaje acumulado por esta generación única, preparada para el alto nivel como ninguna otra, la derrota en Cachamay dejó heridas profundas. 

Las respuestas ante la inminencia del objetivo, el golpe sobre la mesa para decidirse a tomar el lugar reclamado por la historia, se convirtieron en deudas impagables en el instante en que había que saldarlas. Aquello que justamente Uruguay conoce tan bien y sobre lo que ha construido su leyenda. 

El balance en los números arroja algunas lecturas claras en esta escala del trayecto. Hay una merma en la producción ofensiva respecto de los últimos procesos eliminatorios (10 goles en el actual ciclo, por 15 en el camino hacia Alemania 2006 y 17 en la ruta hacia Suráfrica 2010) y la cosecha de puntos, con menos compromisos por delante debido a la ausencia de Brasil, está uno por debajo de lo logrado hace cuatro años. 

Por contra, hubo una mejora considerable en el balance de tantos recibidos en estas cotas del premundial (14 en el presente, 21 para Alemania 2006 y 24 en Suráfrica 2010), lo que en buena medida explica la posición alcanzada a pesar de la magra cuota anotadora. 

Los partidos por venir darán la medida real del reporte de daños, más allá de lo que digan las estadísticas: el episodio derivará en una reanimación en el alma competitiva de la Vinotinto o habrá que postergar la utopía mundialista.

* Columna publicada en el diario El Nacional (17/06/2013)

lunes, 10 de junio de 2013

Avisos desde lo alto

Venezuela jugó en La Paz su mejor partido en la altura desde que compite en las eliminatorias mundialistas. Asida al plan de correr en las mismas condiciones de su rival, cumplió con nota positiva el primero de sus objetivos. El segundo, el de equilibrar en el juego, fue alcanzado también desde la inferioridad en la posesión pero con el aval contundente de siete situaciones de gol generadas. Nunca se compitió a ese nivel en el Hernando Siles, ni siquiera hace cuatro años cuando la selección se llevó tres puntos de allí. 

El plan de acondicionamiento fue una de las claves. La otra radicó en la elección de los nombres que cumplieron el proceso de puesta a punto para correr a 3600 metros sobre el nivel del mar. Pulmones de calidad para asumir la falta de oxígeno. Jerarquía y capacidad de juego para añadir a la estrategia. Con esos elementos, la Vinotinto sumó en la cancha más dura de Suramérica. El tiempo otorgará la dimensión real de un resultado inconmensurable, por encima de la decepción del empate boliviano sobre la hora. 

La madurez es una patente de corso que este equipo hace valer en cada presentación. Pueden variar los ejecutantes, pero las señas de identidad se mantienen. El cariz multiforme se sigue moldeando con el andar de un ciclo consolidado, seguro de su capacidad y comprometido con sus metas. Capaz de adaptarse a lo que cada partido demanda, dispuesto a aplacar egos por el bien colectivo. Una definición tópica pero alejada del lugar común en su esencia. 

El choque contra Bolivia dejó algunas estampas que definen a la selección de hoy. Defendió con el bloque compacto, las ayudas claras y los espacios acotados. No hubo desangre ni sensación de capitulación cuando debió proteger su zona pese algún desliz táctico, normal en el contexto en que se jugó. En fase ofensiva, la policromía dejó ver ataques en transición y elaboración que permitieron acciones de riesgo, casi en igual proporción, en el área local. 

La formación comenzó a trabajarse en el páramo de La Culata, con un ensayo matizado en Mérida contra El Salvador. El prototipo ejecutó lo planificado, con performances individuales destacadas. Gabriel Cichero demostró ser más influyente como central que en el lateral zurdo, a pesar de haber sido una baza en esa demarcación durante mucho tiempo. Luis Manuel Seijas fue todo un descubrimiento marcando la punta sobre la izquierda, en un movimiento que puede llegar a trascender la eventualidad para derivar en apuesta firme. Nadie representa mejor que Seijas esa condición de maleabilidad que la Vinotinto exhibe como su rasgo más característico. 

Sobre Juan Arango podrían escribirse capítulos enteros cargados de adjetivos. Al capitán le sobran loas sobre su determinismo en el destino de la selección, ajustándose al rol que más convenga. En La Paz reguló el esfuerzo con la inteligencia de quien conoce su cuerpo y entiende el juego. No se desfondó en el auxilio de Seijas, fue un desahogo en las salidas y el principal lanzador en las transiciones, además de pisar el área enemiga con la misma frecuencia de sus últimas presentaciones. Arango es el faro que marca la ruta. 

Uruguay será la siguiente prueba para este conjunto curtido. El ropaje cambiará en Cachamay, mudando a la versión más agresiva que se vio ante Colombia en marzo. Esta selección viene anunciando una goleada a favor hace meses. Que a nadie tome desprevenido si ese despliegue de fuerza ofensiva, a la que solo le ha faltado acierto, alumbra en Puerto Ordaz mañana.

* Columna publicada en el diario El Nacional (10/06/2013)

lunes, 3 de junio de 2013

Gorilas en la niebla

Los bolsillos de los nuevos ricos del fútbol venezolano desvirtúan el mercado. En estos tiempos en que los equipos se mueven para reforzar sus planteles, la relación de poderes entroniza a algunos modestos y baña con oro el trono de los ya adinerados. No siempre con los resultados como aval, los advenedizos del balón inflan fichajes y sobrevaloran jugadores que ven premiadas temporadas mediocres. Los agentes se frotan las manos cuando dan caza al gobernador manirroto de turno. El Dorado criollo aparece resaltado en el mapa de los mercenarios. 

Zamora y su título pusieron las cosas en el lugar correcto. Fuera de la órbita de los más poderosos, dio la vuelta olímpica con una nómina discreta y nombres poco rimbombantes. El trabajo de Noel Sanvicente rindió beneficios y al técnico le quedó en su haber la sexta estrella personal. Por encima de todas las lecturas posibles quedó una incontestable: las diferencias que establecen algunos sueldos no conducen a brechas futbolísticas de igual calado. 

Trujillanos resistió al “saqueo” de los grandes y volvió a clasificar para la Copa Sudamericana. Peleó el Clausura hasta la última fecha y de sus vetas volverán a nutrirse los compradores de talento. Año tras año realza los valores que lo representan, con la apuesta a largo plazo como aval y una chequera que no tiene en mira a ningún galán. Sus continuadas buenas performances sirven también como argumento para sustentar la teoría de la burbuja económica que, año tras año, deviene en carrusel de futbolistas de un lado a otro del país. 

La actual estructura atenta contra la sanidad del campeonato y socava las intenciones de convertirlo en un espectáculo de masas rentable. Sin controles por parte del dueño del producto, la amenaza estriba en la inestabilidad institucional que genera una relación como la descrita. Ante la irrupción constante de capitales no fiscalizados, la competencia se altera y no hay garantías firmes de continuidad. Mal asesorados, o con fines no precisamente nobles, los socios que se incorporan alteran las inversiones sin garantías de éxito deportivo. 

El Caracas, cuyos modelos de gestión y organización de las canteras deberían ser referencia para el resto, padece con este modo perverso de hacer de los conjuntos con los que convive. Los rojos siguen vendiendo activos (recientemente concretaron las transferencias de Gabriel Cichero y Fernando Aristeguieta al Nantes francés) pero dejaron de ser rivales de peso en el comercio local. Ya no solo exportan a sus figuras sino que se han convertido también en proveedores para sus competidores. Una realidad que los llevó, probablemente siguiendo el ejemplo de Zamora, a mantener la austeridad y apostar por futbolistas de clase media que no entren en la vorágine de la oferta y la demanda. Eduardo Saragó tendrá que aplicarse para, como Chita en Barinas, conseguir el oro entre las piedras. 

La Vinotinto estableció los verdaderos parámetros de medida. Son sus miembros habituales los que marcan las diferencias de estatus. Quienes conviven en el medio local están sometidos a factores incontrolables que, a diferencia de las grandes ligas del mundo, no determinan con fidelidad su auténtica valía. 

Gorilas en la niebla es una película que trata sobre la supervivencia de una especie en peligro de extinción. Con el actual movimiento de cifras, hará falta buscar en la bruma para encontrar el rumbo extraviado entre tanta insensatez.

* Columna publicada en el diario El Nacional (03/06/2013)