lunes, 24 de diciembre de 2012

El tocayo de Dios

A Evelio Hernández la notoriedad le llegó sin pedir permiso. Tímido en el primer contacto, se hizo dueño del mediocentro en el Anzoátegui campeón traspasando descalzo el umbral de la gloria sin que notaran su presencia. Cuando se sintió en confianza y ubicó pasillos y rincones, encendió todas las luces como habría hecho el dueño de la casa. Pasó de huésped a patrón. Reacomodó los muebles, pintó las paredes a su gusto y se sentó a comer con la familia en el puesto del patriarca. 

La gran campaña del equipo de Daniel Farías se explicó a partir del juego desplegado por el mediocampista de 28 años formado en Independiente de Avellaneda. Mudado al eje del sector de volantes por la lesión de Giácomo Di Giorgi, definió el estilo de los orientales. Su influencia determinó tanto el modo en el que sus compañeros se desplegaron en la cancha como la ductilidad del modelo que impuso una tendencia. Decidió el tiempo y la velocidad de las transiciones. Dividió el terreno en las salidas, rompiendo líneas con un primer pase preciso e inteligente. Y asumió la responsabilidad de patear en las acciones de pelota quieta. 

Prototipo con pocas fisuras, Anzoátegui tuvo altos picos de rendimiento colectivo y grandes actuaciones individuales, pero nadie ejerció tanta autoridad en un plantel que giró alrededor de las decisiones del yaracuyano. Por encima de goleadores y figuras con mayor peso mediático, Evelio fue el mejor jugador del Apertura 2012. 

Siempre fue una promesa de la que se esperaba una irrupción categórica. Apareció por Buenos Aires siendo un adolescente con el guante de su pie derecho como visa de residencia. El ojeador que lo recibió (Alberto Pompeo Tardivo, uno de los técnicos que tuvo el Kun Agüero en ese club) le dio la entrada después de dos prácticas con un “tiene ojos en la espalda” que resultó premonitorio. 

A Independiente llegó muy delgado y con la cabeza rapada al cero. Se sentaba al margen de sus compañeros y quitaba pacientemente cada trocito de orégano cuando le ponían una pizza por delante. Al tiempo asumió la costumbre de besar en los saludos, hablaba hasta por los codos y le ponía chimichurri a las pizzas. Ya estaba asimilado al nuevo entorno. 

Coincidió un tiempo con Miky Mea Vitali cuando este fichó por Chacarita y compartió con Allan Liebeskind en las divisiones inferiores del Rojo de Avellaneda. Ambos recuerdan las arepas de Evelio, preparadas con una receta exótica a la que acabaron acostumbrándose: fritas, con lechuga, tomate y una salsa preparada con Diablitos. Tal como las comió siempre en su San Felipe natal. 

Con Liebeskind consolidó la amistad en el Zamora de Eduardo Saragó. El arquero es el padrino de su hija Camila y de aquellos días en Buenos Aires guarda algunas anécdotas. Una vez, al salir de ver juntos un Independiente-Boca, les habían robado el carro que pertenecía al padre de Allan. 

Evelio hizo todo el camino por las selecciones menores y estuvo involucrado en dos de las victorias conseguidas contra Argentina en esas categorías. En el Sudamericano Sub 17 de Arequipa 2001 definió el partido contra la Albiceleste con un gol de tiro libre al minuto 90. Su nivel en el último semestre lo premió con el primer partido oficial con la Vinotinto, contra Ecuador en Puerto La Cruz. 

Como su primer nombre coincide con el de su padre, en su casa lo llaman por el segundo, Jesús. Mañana, en millones de hogares del mundo, habrá mesas bien servidas para celebrar el cumpleaños 2012 del más universal de sus tocayos. 

Columna publicada en el diario El Nacional (24/12/2012)

lunes, 17 de diciembre de 2012

Tinto de verano

El partido contra Bolivia en La Paz, clave en la clasificación para Brasil 2014, podría comenzar a jugarse desde enero en San Cristóbal. Será cuando Táchira, armado para el próximo Clausura con varios convocados habituales a la selección, inicie su andadura bajo la conducción de Daniel Farías y dibuje el camino de una convocatoria vital. Cada punto disputado el próximo año en las eliminatorias tendrá un valor superlativo, pero puede que buena parte del boleto a la Copa del Mundo se abone en el Hernando Siles. 

La migración de una base del Anzoátegui campeón hacia Pueblo Nuevo no partió de esa premisa, pero sería de distraídos no reparar en el detalle. Tomemos la plantilla aurinegra y añadamos en el ejercicio las probables incorporaciones: Carlos Rivero, Carlos Salazar, Grenddy Perozo, Francisco y Agnel Flores, César González, Yohandry Orozco, José Miguel Reyes, Gelmín Rivas, Giancarlo Maldonado. ¿No sería este, con algunas piezas añadidas, un equipo competitivo para la altura? 

El encuentro en Bolivia se disputará en el mes de junio, pocas semanas después de finalizado el campeonato. Contando con una eventual final, los nuevos futbolistas del siete veces campeón nacional llegarán con una cifra cercana a los 20 compromisos, suficientes para engranar y conseguir funcionamiento. La metodología, con muchos elementos en común con la Vinotinto, facilitaría la conjunción de ideas. Solo restaría sumar días de adaptación en la altitud para que cierre el plan. La teoría tiene ingredientes especulativos pero no parece descabellada. 

Hace cuatro años Venezuela presentó en La Paz un equipo joven e inexperto que consiguió un resultado milagroso. En el inicio de este proceso premundialista acudió a Quito con un plantel que mezcló gente del medio local con algunos elementos del exterior (Luis Manuel Seijas, Jesús Meza, Giancarlo Maldonado, Frank Feltscher, Alejandro Moreno). La apuesta no fue positiva a pesar del acondicionamiento previo en Mucuchíes. Esta vez existe la opción de asumir el choque con un colectivo mejor preparado para competir. 

La experiencia indica que para desempeñarse con éxito en las condiciones atmosféricas que impone La Paz no basta con equipararse fisiológicamente con el rival (cuestión que solo se consigue a medias) sino que además hay que presentar un once capaz de oponer resistencia también desde el juego. 

La situación dejaría abierto el escenario para trabajar con dos grupos: uno para ascender a los 3.600 metros de la ciudad boliviana y el otro para esperar, descansados, a Uruguay, que no tendrá compromiso oficial en la primera fecha de la doble tanda de junio. 

Las similitudes metodológicas y estructurales entre el Anzoátegui y la Vinotinto se hicieron evidentes en el último semestre. Sin que haya directrices entre entrenadores y preparadores físicos, la cercanía deriva en facilidades de acoplamiento e inserción entre entornos distintos. Esquemas al margen, la situación se reproducirá en Táchira, con el factor añadido de contar con el segundo frente de la selección en sus filas. Lo que no solo será válido para el capítulo Bolivia: no veremos una reproducción de lo que Universidad de Chile fue para Claudio Borghi, pero rozará esos límites. 

El tinto de verano es una bebida tradicional para los españoles que comienza a consumirse en la primavera. Se prepara mezclando el tinto con una gaseosa dulce y abundante hielo. Venezuela, sin diluir el color de su camiseta, buscará en La Paz refrescar su andadura en 2013, el año más importante de su historia. 

Columna publicada en el diario El Nacional (17/12/2012)

lunes, 10 de diciembre de 2012

Los nuevos precursores

La reciente campaña del Anzoátegui encumbró a un entrenador venezolano. Daniel Farías logró que su equipo acabase siendo una obra de autor con la que se le asociará siempre. Tal como ocurrió con el Lara de Eduardo Saragó, el Zamora de Chuy Vera, el Caracas de Noel Sanvicente y, algunos años más atrás, el Estudiantes de Mérida de Richard Páez. En todos los casos, la figura del técnico local adquirió un protagonismo que define los nuevos tiempos. 

Salvo la excepción que representó el colombiano Jorge Luis Pinto como timonel del Táchira campeón en 2011, los preparadores que han establecido tendencias en el país no tienen pasaporte extranjero. Tampoco en la selección nacional, dirigida por estrategas locales desde hace 11 años. 

El dato puede interpretarse de muchas maneras, pero refleja una realidad a la vista de todos: hay un crecimiento del gremio evidenciado en sus métodos, modelos de juego y amplitud de conceptos tácticos. Hoy el nivel es otro y desde una visión más integral. No solo los DT dieron pasos hacia adelante sino que se profesionalizó la labor de sus colaboradores. Evolución influenciada por el efecto vinotinto, por el mayor acceso a la información y, en grado superlativo, por la escuela implementada en el país por un grupo de preparadores físicos argentinos. 

De Pablo Fernández a Rodolfo Paladini. De Fabián Bazán a Marcelo Geralnik. Todos contribuyeron al crecimiento de una materia que hasta hace poco era desdeñada por los clubes criollos. Y, a partir de su legado, ejercen su labor con muy buenos resultados especialistas como Miguel Cordero o Isaac Ramos. 

La consecuencia ha sido un salto de calidad en el jugador ahora mucho más apto para la competencia internacional. El futbolista del presente se entrena en condiciones favorables para su inserción afuera. La gran apertura hacia los mercados externos no solo ha sido consecuencia de la vitrina otorgada por la selección: hay mucho de capacitación recibida en los equipos de origen, de conocimiento transferido por los cuerpos técnicos, que no suele ser reconocida. 

El argumento está lejos de ser un discurso chovinista. En cualquier contexto se aprecia el valor de los técnicos foráneos. Ocurre en Europa y pasa también en Suramérica. Basta revisar ejemplos cercanos en Colombia, Ecuador o Paraguay para darle sustento a esta tesitura. Pero no ha sido el caso nuestro. Por razones que pueden estar vinculadas a los presupuestos o a la falta de tino de los directivos en las escogencias, el fútbol venezolano de este tiempo no se ha abonado con esos nutrientes. 

La pregunta inevitable es por qué entonces todo esto no se traduce en éxitos cuando llegan los torneos continentales. O, para ser más precisos, cuál es la razón de la poca trascendencia en citas como la Libertadores o la Sudamericana. Allí se abriría otro debate, necesario siempre, pero injusto para medir la capacidad de quienes están al frente de los conjuntos. La competitividad interna afecta a todos. El torneo con 18 representantes diluye la incidencia de los más capacitados y la débil oferta doméstica abre las puertas a la fuga de talentos. Muchos técnicos arman planteles que se desmantelan a los pocos meses del careo internacional. 

Los Farías, Saragó, Vera, Sanvicente, Bencomo y tantos otros necesitan de un entorno que, como pasa con los jugadores, los potencie y reivindique. Demostrada su capacidad, está cercano el momento en que dejen de ocasionar sorpresa en los desprevenidos y reciban la credibilidad que merecen.

Columna publicada en el diario El Nacional (10/12/2012)

domingo, 2 de diciembre de 2012

Vínculos estrechos

Daniel Farías ha logrado con el Anzoátegui algo insospechado hasta hace poco: el reconocimiento como técnico por encima de su condición de hermano del seleccionador nacional. Desprenderse de una sombra así de pesada e influyente, para empezar a hablar con voz propia, exige dar un golpe rotundo. La valoración debe sobrepasar al prejuicio y el discurso adquirir sus propios matices. Que en la singularidad de la obra se distinga el trazo del autor. 

El campeón dejó huella en el torneo Apertura y en la Copa Venezuela fruto de un proceso de algo más de tres años. El producto resultante fue un equipo flexible, rico en recursos tácticos, vigoroso y altamente competitivo. Reconocible, con picos altos en momentos clave y amplio en su propuesta: un menú a la carta dispuesto para cada exigencia. 

Sin caer en contradicciones, Anzoátegui mostró elementos en su funcionamiento que son claramente trasladables al modelo vinotinto. Existen claras coincidencias en la idea y en su ejecución como en ningún otro caso conocido en el fútbol venezolano. No se trata de clones sino de puntos en común entre uno y otro. Hay diferencias en los intérpretes y ciertos detalles esquemáticos, pero la esencia encuentra muchas similitudes. 

La forma de desplegarse en la cancha y aprovechar el terreno a lo ancho. El uso de las transiciones como arma ofensiva o la ocupación posicional para resguardar el territorio propio. La alternancia entre el juego directo y la elaboración para atacar a los rivales, midiendo los momentos precisos de ejecución. Incluso la búsqueda de la posesión como variante válida para conseguir caminos a partir de la tenencia y la administración racional de esfuerzos, como ocurrió en el choque contra Mineros de la antepenúltima fecha. 

En algunos casos, los portocruzanos han sido una especie de banco de pruebas de la selección. Y, en determinados aspectos, hasta una versión mejor acabada. Las conexiones en el trabajo generan consecuencias evidentes: cuando un jugador aurirrojo se integra a la Vinotinto encaja sin traumas, reduciendo los tiempos de adaptación. Allí están los casos de Carlos Salazar, Francisco Flores, Evelio Hernández o Gelmín Rivas para ejemplificarlo. 

El esquema es apenas un rasgo distintivo, hijo de los nombres propios. El grupo que lo ganó todo en la segunda mitad del año se edificó a partir de un 4-2-3-1, que se amoldó al 4-4-2 en situaciones puntuales. Aunque las estadísticas arrojen cifras incuestionables respecto al papel de los delanteros (el 74% de la producción goleadora recayó en el cuarteto Gelmín Rivas-Rolando Escobar-José Miguel Reyes-Robert Hernández) el movimiento nuclear de esta temporada estuvo en el paso de Evelio al mediocentro. Con un futbolista así, capaz de conducir a sus compañeros y tomar las decisiones que marcan las dinámicas de acción, la apuesta multiforme adquiere sentido. Algo parecido a lo ocurrido con la selección cuando Luis Manuel Seijas derivó, partiendo también desde el eje del mediocampo, en la pieza más importante para el futuro inmediato. 

Por otro lado, si se analizan en detalle el juego de los extremos de Anzoátegui, la complementariedad con un nueve que funciona bien de espaldas, más la alternancia posicional entre Evelio Hernández y Escobar, se podrán encontrar otros canales de afinidad. 

El vínculo sanguíneo entre los dos DT no los acerca necesariamente en su concepción futbolística. Su puesta en escena sí lo hace evidente.

Columna publicada en el diario El Nacional (03/12/2012)