lunes, 27 de diciembre de 2010

La clase de 2010

La llegada de los días finales de diciembre suele motivar ejercicios de balance y análisis respecto a lo que dejó el año. 2010 coincidió con la celebración del primer Mundial en el continente africano y el título para España, garante de un estilo celebrado por casi todos. También se consolidó la apuesta del Barcelona, el mejor equipo del nuevo milenio cuyo legado entronizará al próximo ganador del Balón de Oro que será elegido en enero de la terna Messi-Xavi-Iniesta.

Para Venezuela fue un año productivo, de intensa actividad de la selección nacional, que completará este miércoles contra País Vasco el ciclo de partidos de preparación más prolífico de la historia. César Farías contó con una agenda a la medida de su planificación y conforme a sus exigencias. Rivales de la categoría de Japón, Chile, la mundialista Honduras, Colombia, Ecuador o México sirvieron para que la Vinotinto completara un proceso de refundación, en el que se añadieron nombres al grupo de elementos seleccionables y se profundizó en la búsqueda de una idea de juego a la que todavía se le está dando forma.

Caracas, Táchira y Petare (Deportivo Italia en el primer semestre) fueron los clubes que más puntos sumaron entre el Clausura 2009 y el Apertura 2010. Los rojos añadieron la estrella número 11 a su escudo y los dirigidos por Eduardo Saragó (el DT de mejor performance en ese lapso) entraron a la fase previa de la venidera Libertadores. El Aurinegro reflotó de la mano de Jorge Luis Pinto y apunta hacia metas ambiciosas; los de la Cota 905 cerraron el calendario con la despedida de José Manuel Rey, su último gran símbolo, y la entrada de lleno en un nuevo período en el que primará la austeridad y el talento joven.

Pero ¿quiénes fueron las individualidades más destacadas? Del grupo de criollos que hacen carrera en el exterior, Tomás Rincón fue el de mayor evolución. Su papel en el Hamburgo cambió de suplente con escasas oportunidades, a pieza versátil que entregó buenas prestaciones tanto en la mitad de la cancha como en el lateral derecho. En ese grupo de legionarios también descolló José Salomón Rondón. Sus goles con Las Palmas le abrieron un lugar en la primera división española con el Málaga. Resistió el cambio de entrenador y una situación deportiva inestable con un crecimiento notorio que habla de su disposición para aprender y apuntalar sus condiciones con trabajo. Roberto Rosales jugó y marcó un tanto en la Champions, mientras que Ronald Vargas cerró 2010 con 12 anotaciones en un buen inicio de campaña con el Brujas.

En el ámbito local, Ángel Chourio fue la mejor noticia de este período. Brilló con la selección hasta hacerse un lugar entre los titulares y resultó el principal argumento para explicar la enorme campaña del Real Esppor en el reciente Apertura. Jesús Gómez derivó en ídolo del Caracas tras un año excepcional que le valió la transferencia al fútbol egipcio y Jorge Rojas, al que le costó gravitar en los primeros seis meses mientras se recuperaba de una lesión, empujó al Táchira de Pinto y fue determinante en la segunda mitad del año. 

De los extranjeros, ninguno con más nivel que Sergio Herrera, el delantero colombiano de Táchira. Su dupla con el chileno Julio Gutiérrez fue la de más jerarquía en el último torneo. Cada gol del “Barranca” sirvió para que los de la frontera aseguraran un lugar en la Libertadores de 2012.

Ellos encendieron las luces de un 2010 que se extinguirá esta misma semana. ¿Quiénes iluminarán 2011?

lunes, 20 de diciembre de 2010

Armonía de fin y medios

La era de la información acabó con la revoluciones en el fútbol. Su propia universalidad, ahora aderezada con las bondades y desdichas del mundo global, acerca patrones y modela tendencias. Ya no hay secretos, ni sistemas novedosos, ni jugadores desconocidos que irrumpen de la nada para sorprender al planeta como ocurría en tiempos que ahora se recuerdan en sepia. El talento surge de los más variados confines, pero su uso se estandariza tanto como cualquier franquicia multinacional. Lo singular es una rareza; lo común, el pan de cada día. Los medios de comunicación multiplican el mensaje masificador, construyen ídolos de barro y transforman en materia noticiosa lo que antes escapaba al control de los sentidos. Hasta que apareció el Barsa de Pep Guardiola.

El fenómeno azulgrana, en pleno proceso de consolidación filosófica, está transformando al deporte, dotándolo de un significado que es a la vez simple y extremadamente complejo: la asociación armónica y funcional alrededor de la pelota; la velocidad y precisión en la elaboración; el pressing como argumento defensivo; y el movimiento posicional constante que hace flexibles los dibujos tácticos y transmuta la dinámica misma del juego, son conceptos que sus futbolistas ejecutan con arte y maestría. 

Cada salida a la cancha del Barsa se convierte en un hito. La forma en que demuele a rivales de distinta enjundia, con la suficiencia imperial de quien se sabe en otra dimensión, despierta la admiración del orbe y pone a pensar a los entrenadores. Su modelo es inimitable por único y porque nadie podría agrupar en un mismo plantel semejante coro de intérpretes. El genio de Lionel Messi, Xavi, Iniesta, Villa, Busquets, Pedro, Alves, Piqué y compañía engrandece la propuesta. Y el funcionamiento colectivo, fruto del trabajo de un preparador que ya es referencia universal en su gremio, potencia el nivel de sus individualidades. 

La evolución constante es parte de su característica. El prototipo con el que Guardiola arrancó su andadura en la primera división de España, se llenó de títulos pero no se apoltronó en sus logros. Lo contrario: mientras sus rivales analizan cómo desactivar su puesta en escena, el DT avanza un grado más en el perfeccionamiento del mecano, reinventando movimientos y piezas para exprimir todas las opciones posibles en la geometría de la cancha.

¿Cómo medir su grado de influencia? Todavía es pronto para sacar conclusiones. El cuadro catalán podría producir un efecto mimético, pero también reparos en quienes entienden como una tarea ciclópea imitar sus formas. Hay mucho en su ideario que es producto de la maceración de una idea en sus divisiones inferiores. Dos décadas entregadas a la consolidación de un estilo –y la política del club de abrir las puertas a lo que nace en sus viveros– facilita la integración constante de jugadores con un ADN excepcional. Pero, más allá de los valores individuales, hay una intención novedosa acerca de cómo entender el juego y ofrecer respuestas colectivas innovadoras, que constituyen el núcleo de su trascendencia.

El Barsa refundó el fútbol, lo hizo diferente y aún se desconocen sus propios límites. Cada partido es un desafío a la lógica y una invitación a perpetuar la excepcional simbiosis entre belleza y eficacia que forma parte de su legado. Lirismo y pragmatismo unidos como nunca antes en dosis ricas y constantes. El fin y los medios en perfecta armonía.

lunes, 13 de diciembre de 2010

La sombra de Chita

Las salidas de José Manuel Rey, Luis Vera y Darío Figueroa del Caracas FC constituyeron el punto final en el proceso de adopción de un nuevo modelo económico y deportivo, cuyas repercusiones tendrán que ser evaluadas en el tiempo. Con la promoción de jugadores de sus viveros como norte, la directiva roja apartó del plantel a sus últimos símbolos, asumiendo el enorme costo que una medida así puede conllevar tanto en resultados como en crecimiento.

El despropósito de la acción, concebida en circunstancias poco transparentes, marca el inicio de un ciclo que podría abrir una brecha en el camino ganador de la institución que más títulos acumula en el fútbol venezolano. Fuera de los motivos que impulsan a sus jerarcas a dar un viraje de tales proporciones en su filosofía – para el que están plenamente facultados como propietarios del club– hay un elemento en común que enlaza todos estos pasos: Noel Sanvicente.

Curioso elemento éste. El entrenador más exitoso y popular en la historia del equipo de la Cota 905, padre futbolístico de una generación híper laureada y autor intelectual de la estructura que sostiene sus divisiones inferiores, se convierte, por obra y gracia de su ideario innegociable, en el anticristo de los avileños. Un personaje cuyo recuerdo hay que defenestrar, arrastrando con todo lo que aún mantenga su aroma. La sombra de Chita ejerce un peso superlativo en el Caracas. Y desde adentro responden execrando a quienes fueron sus lugartenientes. 

Caracas avanza hacia derroteros impredecibles, marcado por un esquema de negocio sin garantías cuyas bases están en el extremo opuesto de lo que Sanvicente instauró con tino durante su gestión. Apostar a los valores noveles no es, en sí mismo, un desacierto; pero cargar sobre elementos bisoños la responsabilidad de mantener el lustre de un conjunto acostumbrado a ganar (y con enormes exigencias para que mantenga esa línea) implica colocarse al borde de un precipicio. 

Si el asunto es filosófico, hay un debate que sostener: ¿tiene sentido hipotecar prestigio para acelerar la llegada a la alta competencia de gente inexperta? Si, por el contrario, la motivación es económica habría que plantearse si el camino hacia una autogestión eficiente puede fundamentarse en la subasta de patrimonio, con todos los riesgos que lleva adosados.

Ceferino Bencomo no es al Caracas lo que Pep Guardiola es al Barcelona. Ni por asomo se trata de modelos similares. Al Barsa lo define su estilo, inculcado durante dos décadas en sus granjas, al que añade una política de fichajes de alto rango y un perfil empresarial que genera ingentes sumas en rubros extraordinarios. Los triunfos fortalecen su imagen y valorizan sus activos, que solo entran en el juego del mercado porque la abundancia de talento obliga a decantar.

Los rojos parecen dirigirse más bien hacia otro tipo de esquema, similar al que adoptaron River Plate y Boca Juniors en Argentina. Lo pernicioso del mismo está a la vista: los dos cuadros emblemáticos de ese país pasan por sus horas más bajas. Vendieron futbolistas de forma indiscriminada, cavando hasta el fondo de sus canteras hasta casi agotar la veta para saldar sus deudas. El precio fue perder supremacía deportiva local y continental.

¿Hacia dónde va el Caracas? ¿Lo tiene claro su hinchada? Vista la reacción de sus seguidores tras la purga de algunos referentes, no parece que esté en sintonía con lo que hace el club. Y esta vez los cantos que bajan desde las gradas del Olímpico para recordar al DT que llevan en el corazón, no moverán las fibras de quienes deciden por ellos.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Cuentos decembrinos

Para la edición de la Copa América de 1993, la Conmebol invitó a México y Estados Unidos para que formasen parte del evento, elevando de 10 a 12 el número de participantes. Desde entonces, los del Tri han obtenido dos subcampeonatos y tres terceros lugares en siete participaciones. Pero no fue el aspecto deportivo lo que llevó a la dirigencia continental a integrar a la potencia del Norte, sino los ingresos provenientes del megaconsorcio comunicacional Televisa y los patrocinadores que, por la gracia de esa unión, derivaron en socios del evento.

Japón, que estará en Argentina 2011, fue convidado para el capítulo de Paraguay 99 como parte de la promoción y preparación de los nipones que acogerían el primer Mundial asiático tres años después. También en aquel entonces la alianza repercutió en ingentes ganancias para la Conmebol y sus aliados.

A finales de los 90, la Federación Venezolana de Fútbol –con la anuencia de sus miembros– negoció con sus pares mexicanos una eliminatoria previa a la Copa Libertadores durante poco más de un lustro a cambio de dinero. En las seis ediciones, solo Estudiantes de Mérida (1999) y Táchira (2001) lograron acceder a la fase de grupos; los otros diez boletos se quedaron en tierras de Moctezuma. Fue la antesala a la asistencia formal y permanente de los clubes aztecas en la Libertadores, cuyo concurso ayudó a fortalecer las finanzas y la visibilidad del torneo.

Así se manejan los jerarcas del fútbol continental. Así también operan los popes de la FIFA, cuyo comité ejecutivo otorgó la semana pasada las sedes de las Copas del Mundo de 2018 y 2022 a Rusia y Qatar. ¿Bajo cuáles premisas? Aquellas que le garantizan la salud y la proyección de un producto que les pertenece. 

No hay altruismo ni un objetivo noble detrás de las designaciones. Sí afanes expansionistas. Después de la experiencia surafricana, en la que el Estado tuvo un peso notorio en la inversión para estadios e infraestructura, la FIFA optó por los fondos privados. Da lo mismo la procedencia de los mismos. Ni eso (la limpieza de los capitales), ni la situación política (en 1978, Argentina montó la justa en un país sometido a una dictadura militar con graves acusaciones de delitos en contra de los derechos humanos), han sido óbice nunca cuando los intereses de una de las grandes multinacionales del planeta están en juego.

En el último mes, medios ingleses de prestigio como The Guardian, The Independent o la BBC hicieron denuncias serias respecto a casos de corrupción entre la plana mayor de la FIFA. Dos de ellos fueron excluidos de las votaciones de Zurich tras esas acusaciones. El precio a pagar fue que Inglaterra quedara fuera en la primera ronda de sufragios para la cita de 2018. Así se las gastan en el Vaticano del fútbol, una corporación global con poderes supranacionales.

Rusia tendrá que hacer una inversión superior a los 7.000 millones de euros para acomodarse a los requerimientos del evento. Y en Qatar prometen auténticas maravillas arquitectónicas cuyos costos podrían exceder el presupuesto anual de decenas de países en conjunto. Pero, fuera de elementos baladíes como las distancias, la seguridad o el arraigo futbolístico, estas dos naciones ofrecen la garantía financiera que la FIFA requiere para que siga floreciendo la monumental factoría que regenta. Allí, en ese factor, radica el quid de todo este asunto.

Rusos y qataríes, por encima de tradiciones y creencias religiosas, recibieron de la FIFA el mejor regalo de Navidad posible. Para muchos otros fue la dura constatación de que el Niño Jesús no existe.




lunes, 29 de noviembre de 2010

Violencia y demagogia

El fútbol venezolano como producto recibe cada fin de semana heridas nobles. La violencia es el factor que mayor daño inflige, pero apenas es una consecuencia. ¿Alguien se habrá puesto a reflexionar sobre este asunto? ¿Existirá la conciencia de lo inútil que resulta apostar por un torneo atractivo, bien televisado y masivo con estadios en pie de guerra? Los involucrados deberían estar discutiendo sobre este asunto. La Federación, como máximo responsable, tendría que ser el canalizador del cambio. Asumir la propia incapacidad para controlar el monstruo y abrir una discusión que derive en propuestas de transformación profundas.

Los equipos tampoco pueden permanecer pasivos ante lo que ocurre. Cuando un grupo de aficionados altera el orden y pone en evidencia la fragilidad de las estructuras organizativas delante de las cámaras de televisión, el daño en imagen es incalculable. Tanto como presentar escenarios en condiciones deplorables o sin garantías para resguardar la integridad física de los jugadores. 

¿Por qué no estamos debatiendo sobre esto? La enfermedad carcome las resistencias de un torneo que no alcanza a despegar, sencillamente porque está mal concebido. Cerrar el acceso al público es una medida de castigo que no solo no soluciona el problema sino que además actúa como efecto contraproducente. Es un despropósito, la negación del espectáculo. ¿Puede haber conciertos sin gente tarareando las canciones? ¿O teatro sin espectadores que vibren y aplaudan?

Todos parecen tener una solución al flagelo de la violencia basados en experiencias foráneas. Claro que hay ejemplos exitosos, pero cada uno de ellos se explica a partir de la refundación del producto. Sin esa condición, cualquier recaudo que se aplique carecerá de sentido. No se le puede exigir a un club que depende de fondos públicos y es incapaz de auto gestionarse que aplique correctivos a sus hinchas, que los cense y controle, o garantice la confortabilidad de su sede. La sobrevivencia y las irracionales metas deportivas acaban teniendo prioridad en esta absurda escala de valores.

No está de más analizar por qué los grupos enardecidos encuentran en el fútbol un espacio de catarsis que no es común en otras disciplinas. O la razón del mimetismo que lleva a las barras a adoptar códigos de conducta impropios en las gradas. La permisividad en los estadios nacionales es una de las causas; la subvaloración del problema y la endeblez organizativa, otra. Sin embargo, la violencia no ocupará la cima en el listado de soluciones a acometer mientras las necesidades que mayor peso tienen no estén resueltas. Es como pedirle a un padre de familia que busque el mejor colegio para sus hijos cuando tiene que salir cada día a la calle para garantizarles el pan.

En la cadena alimenticia del fútbol venezolano, los grandes se devoran a los pequeños sin contemplación. Ganar títulos y optar por las bolsas que ofrecen las competencias internacionales, estimula el apetito de los poderosos. Lo demás importa poco. El problema está en que todos, acaudalados y pobres, aspiran a lo mismo. Alguno podrá decir que esto pasa en todos lados. Es discutible. Sobran muestras de torneos que han conseguido funcionar con criterio ecológico a partir de una organización lógica y eficiente.

Para extirpar la violencia es necesaria la reconstrucción. Resetear el disco duro de la dirigencia y apostar por un plan integral que contemple todos los elementos que hagan del fútbol criollo un paquete atractivo, seguro y sólido. Aplicar la ley, desde la obsolescencia, es una forma de demagogia.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Ensayo y aplausos

La Vinotinto fue goleada en Quito por el mismo equipo al que superó hace un par de meses en Barquisimeto en otra velada de preparación. La selección no rindió un buen examen, incrementó las dudas respecto a su funcionamiento defensivo y cargó de sentido el argumento de que, por más nombres que hayan vestido la camiseta nacional en este ciclo, el grupo de los titulares está cada vez más definido. El técnico hizo autocrítica al asumir la responsabilidad por la mala presentación, pero el impacto de una derrota así activó las alarmas del entorno. La dinámica del fútbol actual impone esas condiciones, con más o menos atenuantes.

Ese día España fue humillada por Portugal y los cuestionamientos comenzaron a hacer mella en el enorme crédito del que todavía goza el campeón del mundo. Con bastantes menos avales, Inglaterra cayó en Wembley contra la renacida Francia de Laurent Blanc, cuyos jugadores renunciaron a las primas que debían recibir por su participación en Suráfrica 2010. La portada de L’Equipe entronizaba a Karim Benzemá y a les bleus en su colorida tapa, al tiempo que diarios como The Sun arremetían contra Fabio Capello y el proceso de desnaturalización que roza la crisis en la selección inglesa.

En Qatar, Lionel Messi hizo un remake de sus goles en el Barsa y Argentina celebró su primer triunfo sobre Brasil en un lustro. Lejos del ambiente de sus hinchadas y observados por un público entusiasta pero sin la piel involucrada, la rivalidad suramericana se trasladó al golfo Pérsico para darle un carácter más exótico que pasional. El triunfo albiceleste en un clásico edulcorado y monorrítmico alteró la lectura sosegada que el empate a cero habría generado. 

¿Cuál es la medida real de estos compromisos? ¿Hasta dónde alcanza la objetividad en la lectura de una buena o mala performance? ¿Tiene sentido hipotecar nombradía y confianza a favor de la prueba constante?

Los partidos amistosos tienen este ingrediente: no hay puntos en juego, pero el prestigio entra en subasta y hay que conseguir la misma intensidad de un choque clasificatorio. Especialmente si el que está en frente es un rival de peso, que invita a pelear cada pelota y al que hay que arrancar algo de ese valor intangible que le otorga la historia. Ni la gente ni los propios jugadores entienden de derrotas “necesarias” o los “períodos de prueba”. Y da lo mismo si el objetivo es entrar en la Copa del Mundo o recaudar fondos para una causa benéfica. 

La Vinotinto parece haber alcanzado ya el límite de los ensayos. No de los choques de fogueo –que siguen siendo fundamentales– sino del tráfago de futbolistas e ideas que distinguieron este período. Fue un lapso concebido para eso y César Farías dispuso de todas las condiciones para ejecutar su plan. No sería de justicia evaluar su labor en base a lo que arroja la estadística de un ejercicio marcado por la refundación. Ni para elevarlo por algún marcador favorable, ni para someterlo a juicio sumario por una caída dolorosa. 

Ubicadas las cosas en su lugar, llegó el momento de encarar lo que resta de puesta a punto antes de la Copa América de Argentina con el rigor de quien compite por metas concretas. Con la base que se elija y sin dar ventajas. Es necesario que aquello que el entrenador tiene tan elaborado después de casi tres años como timonel adquiera continuidad en el rendimiento de la selección. 

Como ocurre en el teatro después de meses de montaje, actores y público están deseosos de una puesta en escena real, sin artificios ni balas de salva. Es el paso inevitable que debe dar quien va detrás de los aplausos.

lunes, 15 de noviembre de 2010

El monstruo que alumbró HH

A Helenio Herrera lo calificaron de revolucionario cuando, al frente de equipos como el Barcelona o el Inter de Milán a mediados del siglo pasado, transfiguró para siempre el papel de los directores técnicos. Fue, posiblemente, el primer entrenador intervencionista. O el más trascendente. HH, como era conocido también, fue un ganador y sus conjuntos llevaron a la máxima expresión el aprovechamiento de todos los recursos que otorga el juego, incluso aquellos que, por ese entonces, eran terreno inexplorado.

Las ideas de HH pueden lucir extemporáneas pero fueron pioneras. Desde su concepción táctica basada en la automatización de los movimientos defensivos y el contragolpe como recurso de ataque, hasta la incorporación de psicólogos en su grupo de trabajo. Los aportes del argentino a la profesión que hoy convierte en millonarios y figuras célebres a los preparadores, contribuyeron a la evolución del fútbol. 

La semana pasada se cumplieron 13 años de su fallecimiento (9 de noviembre de 1997, en Venecia, Italia) y la efeméride apenas ocupó un breve espacio en los medios. La dinámica del deporte universal por antonomasia impone ritmos frenéticos y devora a dentelladas la historia con el hambre insaciable del presente. Pero, a riesgo de caer en un romanticismo trasnochado, conviene repasar conceptos que mantienen su vigencia y que, con ejemplos que refuerzan la teoría, adquieren la forma de axiomas.

El convencimiento como base para trasladar una idea a un grupo de jugadores y que su ejecución resulte exitosa, fue un elemento característico en la trayectoria de Herrera, quien estuvo al frente de las selecciones nacionales de Francia, España e Italia. Sus arengas motivacionales se hicieron célebres y, pese a su imagen de técnico controlador y ególatra, consiguió que sus dirigidos se comprometieran con esa manera especial que tenía de entender el juego y lo acompañaran en el camino de los títulos y las vueltas olímpicas.

Acuñó frases célebres como “ganamos sin bajarnos del autobús” o “con diez se juega mejor que con once” que definían su personalidad. Absorbía la presión en momentos de dificultad para descomprimir a sus futbolistas y sabía que los estados anímicos pueden ser tan determinantes en la victoria como la buena preparación física o el estudio concienzudo de los rivales, tarea en la que marcó distancias respecto a sus colegas de la época. 

Dicen quienes lo conocieron que, de los estrategas de la actualidad, el que más se le asemeja es el portugués José Mourinho. Cuidadoso de los detalles, sabía cómo utilizar al periodismo para su propio beneficio: estimulaba a los suyos, calentaba los duelos trascendentes y alimentaba aquella fama de hombre de mundo que le acompañó siempre.

Puede que a Helenio Herrera se deba también la sobre exposición del DT actual y la hipertrofia de su ego. Con HH, el oficio de entrenador dejó de ser accesorio para derivar en elemento insustituible.

Muchos de sus herederos apenas saben de él por alguna de esas anécdotas que le rodearon y ayudaron a construir su leyenda. Pero el brillante intérprete de la dirección técnica, que tan bien conocieron quienes estuvieron a su cargo, siempre estuvo muy por encima del personaje. Solo esa capacidad explica su huella y las máquinas perfectas que pergeñó durante décadas. Su mito le permitió retirarse, ya con 70 años de edad a cuestas, en el banquillo del Barcelona al que casi lleva al campeonato en 1980.

Nada de lo que sucede en la profesión que hoy exalta apellidos como Guardiola, Mourinho, Ferguson o Bielsa se explica sin la mención de HH. Un precursor.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Lo que pasa y lo que conviene

La rueda de prensa ofrecida por Marcelo Bielsa el pasado miércoles, en la víspera de las elecciones por la presidencia de la Asociación Nacional del Fútbol Profesional chileno, fue una declaración de principios y la mejor muestra de integridad de quien, desde su posición de seleccionador, se rebeló ante las imposiciones del poder. Durante 138 minutos, el técnico argentino ofreció detalles de su trabajo, dibujó frases que serán citadas muchas veces y se ubicó en una posición en la que la ética, sin resquicios para la ambigüedad, se cargó de sentido.

Chile decidió fagocitarse luego de conseguir una notable figuración en Suráfrica 2010 y, especialmente, después de consolidar un proceso que refundó a su equipo nacional y modernizó sus estructuras. Harold Mayne-Nicholls, periodista de profesión que ha hecho carrera como dirigente en la FIFA y asumió el mando del balompié de su país hace cuatro años, fue el valedor de Bielsa y mascarón de proa de una organización que, de su mano, dio pasos en firme hacia la consolidación de un modelo de gestión transparente y económicamente redituable.

Pero los grandes clubes chilenos, azuzados por poderosos grupos inversores fuertemente vinculados al actual Gobierno, se unieron para desbancar a Mayne-Nicholls y entronizar a Jorge Segovia –empresario español que se asesoró con Florentino Pérez, mandamás del Real Madrid, para adquirir el paquete accionarial del cuadro Unión Española–¬. La repartición de los ingentes ingresos generados por la televisación del torneo local y el botín adosado a la selección como consecuencia de sus buenos resultados, movieron los intereses de los más influyentes, políticos incluidos.

Ante la inminencia del resultado, Bielsa decidió fijar posición. Con Segovia al mando, el rosarino desharía su vínculo, recientemente extendido hasta 2015. La incompatibilidad para hacer coincidir su proyecto con el del jerarca fue la razón manifiesta; los valores irrenunciables del preparador, opuestos al establishment, fueron el motivo soslayado. Para algunos se trató de una maniobra oportunista; para otros, fue un acto de profunda coherencia.

Los comicios, que contaron con una cobertura informativa inusual, favorecieron a Segovia quien asumirá el 15 de enero de 2011. Su primera medida será conseguir un sustituto para Bielsa quien, de acuerdo a estudios de opinión, contaba con el respaldo del 80 por ciento de los chilenos. Los nombres de los candidatos son ya de dominio público.

Pareciera tratarse de un asunto ajeno, pero no lo es en absoluto. Por un lado, porque se trata de un rival de calibre para optar por un cupo en Brasil 2014 y es natural que sus opciones deportivas se miren ahora desde otra perspectiva, sin Bielsa en el mando. Por otra parte –y quizá sea aquí donde esté el elemento más influyente– lo ocurrido en Chile plantea un escenario para el nombramiento de las autoridades que rigen el fútbol que, aunque revestido de democracia, le otorga un papel superlativo a los clubes profesionales.

Es una situación que está en las antípodas de lo que ocurre en nuestro medio. Allá, quienes más invierten deciden y eligen a la cabeza visible de sus intereses; aquí, los votos de los equipos se diluyen en un proceso más amplio en el que participan otros entes para designar al máximo timonel, quien establece las directrices de aquellos que, por estricta lógica empresarial, deberían controlar los hilos del negocio.

Bielsa mostró el lado noble del fútbol. También el más débil. La legalidad sirve para validar decisiones, aunque no siempre sean las que más convienen.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Justicia arbitral

El gremio de árbitros no es una pieza suelta en el engranaje del fútbol venezolano. La crisis por la que atraviesa, magnificada en las últimas fechas del torneo Apertura por las constantes quejas del entorno y el efecto multiplicador de las transmisiones televisivas, estalló en la última semana. Pero no es una discusión nueva ni una coyuntura puntual que afecte la credibilidad de la organización. No más que otros elementos tan conflictivos como éste. Se trata más bien de un rasgo adicional, cónsono con el resto del paisaje.

Los jueces no son la peor parte de una estructura endeble; quizá, sí, su lado más visible y controversial. Dirigentes, entrenadores, futbolistas y comunicadores alzan la voz jornada tras jornada para denunciar fallos y señalar responsables. Pocos, sin embargo, lo hacen con real sustento. Quien se siente perjudicado hoy puede ser beneficiado mañana. Y la repercusión de cada queja dependerá siempre del peso de quien emita un eco solidario, pero eso no calibra con fidelidad la dimensión real del problema.

Los lugares comunes sirven de poco cuando una mala decisión atenta contra el trabajo y la planificación de un conjunto que se siente afectado. El “se equivocan porque son humanos”, o “ellos deben sentenciar en décimas de segundo sin ayuda de la tecnología”, apenas vale como coartada. Muchos yerros son consecuencia de la mala condición física o, lo que es peor, de vacíos de fundamentación técnica que solo se corrigen con una depuración lógica basada en la evaluación constante y sistemática.

Hay deficiencias en la preparación y necesidades de una fiscalización más rigurosa en la tarea de los encargados de impartir justicia. También una mayor atención de parte de todos los implicados para otorgarles condiciones óptimas de trabajo, seguimiento y captación de talento. La desproporcionada expansión del campeonato profesional –con todas sus consecuencias– obligó a la promoción precipitada de referís para cubrir la demanda de partidos, con la natural merma de calidad en el oficio más ingrato del fútbol.

Los árbitros suelen ser objeto de sospecha porque, históricamente, han servido como armas políticas de la dirigencia. Con razón o sin ella, con fundamento o sin él, son blancos directos de frustraciones y despropósitos de los que nadie suele estar librado y cuya responsabilidad pocos asumen. Si los jueces fallan con frecuencia preocupante –como si hay clubes con deudas o falta de control de las hinchadas violentas– existe un conflicto que debería incumbir a todos. No tiene sentido, y suele ser un atajo poco recomendable, ejercer la paranoia.

Para poder emitir juicios certeros respecto a este tema hay que asumir la tara y no evadir la carga que a cada quien corresponde. La profesionalización del torneo local implica una globalidad de aspectos, cada uno con un valor específico, cuyo todo será tan sólido como la suma de cada una de sus partes. No tiene autoridad moral para cuestionar a un árbitro quien no conozca el reglamento. Y nadie que carezca de auténticos elementos probatorios debería alentar suspicacias que solo sirven para darle fuerza al estereotipo.

La justicia no es un concepto que solo se fundamente en la aplicación de la ley a rajatabla. Repartir con criterio las responsabilidades también ayuda a mantener la ecología del medio. El fútbol venezolano debe ser justo con sus árbitros y mostrar que, desde una concepción más ecuánime, es capaz de dar un salto hacia adelante. Diagnosticar la falla y democratizar la discusión acerca de cómo mejorar el producto aparece de nuevo como punto impostergable de la agenda.

lunes, 25 de octubre de 2010

La deuda que más pesa

El cuerpo técnico de Zamora plantó cara a los directivos exigiendo el pago de más de cuatro meses de atraso en los honorarios del plantel. Hace unas semanas, fue Eduardo Saragó, entrenador de Petare, quien se rebeló ante el incumplimiento de sus patrones. El paisaje es el mismo desde hace décadas. La insolvencia estructural y económica impide el crecimiento. Y la necesidad de modernización azuza a la dirigencia, inhábil para gestionar un producto con más ilusiones incumplidas que perspectivas reales de negocio.

A Táchira y Caracas, dos instituciones respaldadas por aficiones numerosas, les resulta indiferente el destino del resto de conjuntos con los que comparte el torneo. Juegan entre ellos, pero no son socios. No existe una empresa en común, con beneficios compartidos, que mueva la participación activa de los involucrados. Ni voluntad para ponerla en marcha. La supervivencia es el objetivo básico de todos, incluso de aquellos cuyos ingresos sobrepasan los niveles de la media. 

La dependencia de fondos públicos, que afecta al grueso de los cuadros profesionales, tampoco incentiva el desarrollo. Y la falta de control federativo de quién entra y quién sale en esta especie de sociedad egoísta, no ofrece garantías a ninguno de los protagonistas del espectáculo.

La conversión en clubes, a la usanza suramericana, es un latiguillo al que apelan directivos y gente del entorno cuando se enfoca el tema de las posibles soluciones. Hoy ese modelo no parece sostenible. Porque el fútbol como negocio adquirió una dimensión que sobrepasa al hecho social y porque Venezuela, también, tiene sus propias singularidades como país en su vínculo con el deporte. 

El camino idóneo parece apuntar hacia un esquema que estimule el nacimiento de un órgano independiente, manejado por los equipos bajo el sistema de franquicias, con exigencias y derechos comunes, en el que se establezcan reglas claras para regular el mercado, promover la competitividad y masificar el producto con la televisión como aliado fundamental.

¿Un golpe de estado de los clubes en contra de la Federación? No tiene por qué producirse en esos términos. Si los actuales jerarcas –con una buena lectura de las oportunidades de mejora y sentido común– promueven el nacimiento de un ente que modernice el campeonato local y, de paso, les quite de encima el peso de compatibilizar el desarrollo de la actividad (su fin primigenio) con la organización de una competencia cuyas condiciones le resultan inmanejables, habrán dado un paso importante hacia adelante y no será necesaria la secesión. 

Una buena declaración de intenciones sería aproximarse a experiencias exitosas como la Bundesliga alemana o la MLS estadounidense. Tomar y aprehender lo mejor de esos ejemplos, y adaptarlos a nuestra realidad, podría ser una buena manera de empezar. ¿Otra? Capacitar y capacitarse para asumir una causa de estas dimensiones. Los atajos no valen si se pretende dar un vuelco al gris panorama actual.

Los dueños y gerentes de equipo también deben sincerarse. Funcionar de manera aislada no los beneficia. Si la opinión pública recibe de los medios de comunicación informaciones que hablan de inestabilidad económica, impagos o quiebra financiera, los perjuicios en imagen causarán estragos en todos, aun en los más solventes. Como ocurre en las ligas profesionales de beisbol o baloncesto, la ecología económica del conglomerado interesa por igual a cada uno de sus miembros. Por eso son exitosos. 

El fútbol venezolano tiene más de una deuda que asumir. Pero pesan más las no asumidas.

lunes, 18 de octubre de 2010

Cadencias

Como en la música, la combinación de matices y su adecuada disposición en el tiempo útil de ejecución, definen el ritmo en el fútbol. Acelerar en los momentos y zonas precisas, o poner la pausa cuando la dinámica del partido lo exige, son elementos básicos en el buen funcionamiento de los equipos. ¿De qué hablamos cuando aseguramos que un encuentro tiene ritmo o que un conjunto lo impone sobre otro?

Saber administrar los tiempos es una virtud. Y entender este concepto implica encontrar la combinación precisa entre el talento individual y los automatismos. Las cadencias dentro de la cancha regulan el esfuerzo, favorecen al que piensa, desequilibran al rival y son la base del éxito en los movimientos ofensivos y defensivos.

El ritmo lo establece la pelota y quien la administra, pero también quien debe organizarse para recuperarla. Correr más que el contrario no es la medida. Saber cuándo acelerar y en qué momentos conviene poner el freno, implica conocimiento del juego y sus secretos. ¿Quiénes son los futbolistas que mejor interpretan los compases y establecen diferencias cualitativas? Los que al genio y la capacidad técnica añaden un componente que no abunda: la noción de velocidad. 

Ángel Chourio es un elemento capaz de romper la dinámica de un compromiso por su explosión física y Luis Manuel Seijas puede descomponer a la defensa mejor colocada con un pase filtrado que deja a un compañero mano a mano con el arquero. Tomás Rincón, en cambio, participa del manejo temporal con su control de las maniobras de los volantes para presionar, estrechar líneas o bascular hacia los costados. Todos, a su manera y en sus demarcaciones específicas, tienen en sus manos las medidas del diapasón futbolero.

Leer el partido es fundamental para establecer el ritmo. Y en esto resulta determinante entender lo que pasa en el césped y disponer de jugadores que marquen los cambios de compás. Bien para acelerar o para ralentizar en función de lo que más convenga a los intereses del colectivo.

En el partido contra México del pasado martes la Vinotinto tuvo dificultades para leer algunos de estos conceptos. Antes de la expulsión de Gabriel Cichero en la etapa de inicio, salió a presionar en el primer cuarto de la cancha rival y quiso imponer su ritmo. ¿Qué pasó? Lo más positivo fue que generó el tiro libre que provocó el primero de los goles de Juan Arango; lo menos lúcido estuvo en los momentos de sobrerrevolución que derivaron en imprecisiones en el traslado y ventajas para el rival. ¿Cómo se definen esas debilidades? Por un lado porque, con el exceso de velocidad, se puede llegar a ocupar un espacio ofensivo fuera del tiempo justo, lo que permite a quien defiende tomar recaudos y, por ejemplo, dejar al atacante en posición adelantada; por el otro porque, en las pérdidas de balón, habrá desacoples defensivos y problemas para retomar el control de la zona que debe cubrirse para dificultar la maniobra del oponente.

La selección, en esta nueva etapa, tiene como pretensión ser más agresiva. En la idea de César Farías existe la intención de proponer y asumir riesgos en cualquier circunstancia. Todos los ensayos de 2010 han ido en esa dirección, con distintas lecturas en cada caso pero sin perder ese norte. Cuenta con intérpretes comprometidos y un lapso amplio para aceitar rutinas antes de comenzar a pelear por los puntos. Pero, para que los enemigos bailen al compás vinotinto, habrá que ensayar la partitura y todas sus cadencias hasta que suene como una sinfonía.

lunes, 11 de octubre de 2010

El once que asoma

Venezuela ganó en Bolivia y consolidó una base. Los resultados recientes validan la apuesta y el buen funcionamiento del sistema empleado en los dos últimos partidos (4-3-1-2, con Luis Manuel Seijas ejerciendo de enganche) aporta tranquilidad y confianza. Lo fundamental –que el futbolista esté convencido del modelo y las formas– le gana la batalla a lo accesorio. Y en ese pulso a favor surge también lo mejor de cada individualidad.

Ángel Chourio se ha hecho imprescindible. Su compromiso quedó patentado en cada responsabilidad que le asignaron en este 2010 venturoso. Como extremo en una línea de tres atacantes; a la derecha del cinco en la zona de volantes de marca; o como delantero en el prototipo ensayado en Santa Cruz de la Sierra, el maracayero ha sido la mejor noticia vinotinto en esta refundación del ciclo de César Farías. ¿Dónde lo utilizará el técnico? Contar con alternativas es una ventaja y la maleabilidad de Chourio le asegurará un lugar entre los once cuando se disputen los puntos. La pregunta debería ser entonces ¿dónde resulta más determinante? Por características, mientras más cerca del arco rival esté mejor se podrán explotar su velocidad y pegada. La sobrepoblación de talento en el medio sector enriquece el listado de variantes, por lo que al hombre del Esppor convendría ubicarlo en el último cuarto de cancha y exprimir desde esa zona su inacabable capacidad de desequilibrio.

También es indiscutible Tomás Rincón, emblema de este proceso. Utilizado como volante por la derecha o como lateral en ese mismo sector, sus mejores prestaciones las brindó como cabeza de área. En Hamburgo aprendió cómo operar en un sistema defensivo que tiene similitudes conceptuales respecto al que proyecta la selección. Con una exigencia alta, su nivel en Alemania le otorga autoridad para trasladar ese rol a lo que le pide Farías con la camiseta nacional. ¿Las dudas? La enorme franja que debe cubrir lo coloca, con mucha frecuencia, en situaciones de mano a mano con mediocampistas y atacantes rivales. La expulsión es una amenaza constante fruto de la intensidad con la que entiende su función. Pero la solución, más que rodearlo de elementos con mayor vocación para el quite que respalden su faena, pasa porque la respuesta colectiva en los movimientos defensivos se afine y el equipo se haga más compacto cuando no tenga la pelota.

Tal como ha sido en la última década, Juan Arango es otro bastión. En tiempos de Richard Páez la selección se benefició de su capacidad para arrancar desde el medio y aparecer con fuerza en el área oponente. Sus remates de media distancia y pelota quieta fueron siempre factores que contribuyeron a ganar encuentros. El Arango de hoy ha sabido enriquecer su juego. Sin la capacidad física de hace unos años, compensa con una mejor colocación y lectura táctica, fruto de la experiencia europea. Ubicado a la izquierda de Rincón, su presencia es fundamental para que la Vinotinto tenga garantizada siempre una salida limpia del balón.

El cuarto para formar el núcleo es Luis Manuel Seijas. Sus partidos contra Ecuador y Bolivia despejaron las dudas y convencieron al entrenador. No hay un jugador en el país que pueda interpretar mejor la función de enganche con todo lo que en el presente se exige de esa demarcación. Cambio de ritmo, manejo, definición y excelente respuesta física para aportar también en la recuperación, lo cimentan en el grupo de posibles fijos.

Mañana, contra México en Ciudad Juárez, habrá una nueva ocasión para seguir dándole forma al once que ya asoma para la Copa América de Argentina. ¿Algún otro candidato?

lunes, 4 de octubre de 2010

Los últimos mohicanos

El fútbol, y sus constantes evoluciones tácticas, convirtieron al tradicional enganche en una especie en extinción. Al volante 10 se le acorta la vida al tiempo que ganan terreno otras demarcaciones, alumbradas por las necesidades que los nuevos sistemas imponen. No es solo una cuestión adherida a la especulación de técnicos resultadistas; también es la consecuencia de las propias soluciones que estrategas con una concepción distinta del juego han pergeñado para contrarrestar el efecto del talento ofensivo.

Ese mediocampista que se mueve por detrás de los delanteros, habilidoso y clarividente para conseguir el espacio imposible y dejar al atacante mano a mano con el arquero, naufraga en las pizarras de cientos de entrenadores agobiados por la presión de ganar y el miedo a perder. No es una crisis de genio. El enganche subsiste, pese a todo, pero el establishment aborta su permanencia en el tiempo. La pausa no pasa de moda aunque a muchos preparadores les cause repelús justificarla. Quizá porque ellos tampoco la tengan.

Se exhorta el frenetismo, la velocidad de circulación, el ritmo. Se hacen constantes apologías de la sincronía en los movimientos defensivos, la maleabilidad de los futbolistas para asumir distintas responsabilidades en un mismo partido y lo bien que se reagrupa un conjunto -con el borde de su área como referencia- para estrecharle las franjas de movimiento a su oponente. Matizar la cadencia y cambiar la dinámica con un solo pase, ha ido perdiendo valor como ardid. Acaso porque también dejó de ser una necesidad.

En una época abundaron y no podía entenderse el juego sin su presencia. Hoy son una excepción. Juan Román Riquelme portó esa bandera y revitalizó el puesto en su momento; Mesut Ozil le da vigencia en el Real Madrid y la selección alemana, muchas veces contra natura. 

En el fútbol venezolano hay dos elementos que realzan el valor del Diez con sus actuaciones de cada jornada. Los colombianos Sebastián Hernández, de Táchira, y Mauricio Romero, de Estudiantes de Mérida, representan al enganche por antonomasia. Ambos elaboran, conducen y marcan el tempo de sus equipos. Son, también, un rasero para el resto de sus compañeros: si tienen una buena tarde la evaluación será generosa; si gravitan poco, obran como un resorte para las críticas. Jamás pasan inadvertidos.

Hernández ha sido fundamental en el excelente arranque de Táchira. En el esquema del DT Jorge Luis Pinto suele ubicarse por delante de una línea de tres volantes de marca, con tendencia a caer más sobre el sector derecho. Desde allí arranca en diagonal para buscar la mejor opción de descarga, con dos delanteros movedizos que se le ofrecen en el último cuarto de cancha. Y es una muy buena catapulta para los contragolpes, el arma que mejores dividendos le ha entregado al Aurinegro en el actual torneo Apertura. Su tara es que muchas veces espera la pelota al pie y puede llegar a diluirse si el choque demanda brega y un mayor compromiso colectivo.

Romero aporta mayor recorrido en su zona, amén de una notable pegada en la media distancia y las jugadas de pelota quieta. Participa contantemente de los circuitos de elaboración y tiene temperamento para ofrecerse cuando los duelos se traban en el medio. Siempre es un desahogo y una solución para el prototipo con el que Rafael Dudamel da sus primeros pasos en la dirección técnica.

Como últimos mohicanos de una posición que todavía cuenta con ejecutantes excelsos, Hernández y Romero reivindican su papel de estetas de la pelota y gendarmes del buen gusto.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Números rojos

Caracas sufrió su primer tropiezo del año con la eliminación en la Copa Sudamericana. La serie contra Independiente Santa Fe lo expuso delante de su afición, a la que no pudo premiar con un nuevo triunfo internacional. Debilitado respecto a años anteriores, los rojos atienden a un modelo que proclama la promoción de nuevos valores. Con esta apuesta, sostener el estatus construido en las últimas dos décadas no parece sustentable en el tiempo.

Poner sobre las espaldas de muchachos que dan sus primeros pasos en la alta competencia el peso de ganar títulos y mantener la notoriedad de la institución, representa un riesgo. Para el club, porque su hinchada le seguirá demandando vueltas olímpicas; y para los futbolistas noveles, cuyos procesos de desarrollo podrían verse afectados por un prematuro sometimiento a la presión, para la que no están preparados.

Cuando el Caracas fue adquirido por sus actuales propietarios a finales de la década de los 80 del siglo pasado, la premura para poner en marcha el nuevo proyecto obligó a darle la alternativa a jugadores de escasa experiencia. Manuel Plasencia –el entrenador que asumió la aventura– reclutó a gente como Gerson Díaz, Leopoldo Páez-Pumar, Gabriel Miranda, Johnny Barreto o Ceferino Bencomo, quienes debutaban en primera división o apenas acumulaban un puñado de choques en el máximo nivel. Todos acabaron siendo fundamentales en la primera estrella del equipo y referentes históricos con el paso del tiempo, pero hubo que esperar tres años para comenzar a ver los frutos. La paciencia encontró un aliado en el amplio margen que un proyecto embrionario como aquel otorgaba. Hoy, once coronas y decenas de choques continentales después, la realidad es otra.

Que se pongan fichas al trabajo en las divisiones inferiores es una empresa inteligente. Sin embargo, el manejo del talento debe estar sustentado por una estructura conceptual que lo respalde y le dé sentido. En las mejores condiciones posibles, se marca un ideario que se transmite de arriba hacia abajo y se retroalimenta. Los grandes equipos no desarrollan promesas para que estas sostengan la economía del club a futuro, sino para que le den sentido a su idea de juego. El rédito posterior por la venta de patrimonio debe ser consecuencia del éxito deportivo. Cuando se entra en la dinámica inversa, los resultados en la cancha suelen golpear a quien contradice el funcionamiento lógico de las cosas.

El medio local ofrece lecturas que resultan útiles para darle sentido al análisis. Monagas, en la actualidad, disfruta del beneficio de una buena labor con sus juveniles. El miércoles pasado, con varios elementos entre los 17 y los 20 años de edad en su plantel titular, le ganó a Táchira en Maturín. Pero al cuadro de Alí Cañas no le exigirán el campeonato; al Caracas, sí. Allí radica la diferencia.

Saber elegir el momento para dar la alternativa a los que piden paso es clave. Y entender cómo insertarlos en conjuntos ganadores y de alta exigencia, lo es todavía más. Una cosa es otorgar minutos a elementos que emergen desde las fuerzas base, al abrigo de los de mayor experiencia, y otra es cargarlos de obligaciones, apurando los plazos racionales.

Los Josef Martínez, Luis González, Anthony Uribe, Daniel Febles o Fernando Aristeguieta necesitan crecer al amparo de un club que los proteja y los ayude a madurar, sin que sientan que de ellos depende el futuro de la camiseta a la que defienden. El desencanto ante la meta inmediata no alcanzada puede frustrar una carrera brillante. Y eso, en la relación del debe y el haber, siempre aparecerá en números rojos.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Fútbol en movimiento

La previsibilidad y la sorpresa son dos conceptos antagónicos que, en el fútbol, establecen diferencias básicas en el funcionamiento de los equipos. Si los movimientos en la cancha pueden predecirse; si falta la explosión individual que rompa con lo establecido y dé lugar a lo impensado, desaparece el desequilibrio. La dinámica del juego exige que los planteamientos que esbozan los entrenadores se alteren constantemente. Y en ese ejercicio de maleabilidad, los esquemas son una guía inicial para establecer un orden que el ejecutante debe estar dispuesto a transgredir constantemente. 

¿Cuál fue la diferencia fundamental entre la selección que enfrentó a Colombia –en el primero de los choques de la última fecha FIFA– y la que se midió a Ecuador cuatro días después? ¿O entre el Caracas de los primeros 45 minutos contra Táchira en el más reciente clásico y la versión mejorada del complemento? En ambos casos, fuera del debate sobre los dibujos tácticos empleados, hay un factor que resulta determinante: la movilidad. Fue allí, en esa especie de libertad condicionada de los intérpretes, donde radicó el contraste entre las dos lecturas.

Si un técnico ve cómo su rival se repite en cada incursión ofensiva tendrá más facilidades para desactivarlo. Quien defiende busca fijar las referencias: el central quiere tener bien ubicado al nueve; los laterales prefieren librar duelos de uno contra uno con volantes o extremos que no abandonen las rayas; y para un mediocampista de marca, nada mejor que oponentes estáticos que no exploren las franjas libres entre sus espaldas y la línea de zagueros.

La pelota marca el tempo de los partidos. Sin movimiento constante no hay velocidad en la maniobra. Y, sin velocidad, resulta alto improbable que haya profundidad en quien ataca. Así, las posibilidades de éxito del que plantea desafíos con sus conjuntos muy cerca del límite del área grande, son mayores. Se espera a que quien conduce, sin elementos para lo imprevisto, divida la pelota y conceda espacios para contraatacarlo. 

En su enfrentamiento contra Colombia, la Vinotinto fue neutralizada con prontitud porque su propuesta no tuvo matices. El 4-3-3 acabó siendo monorrítmico y plano. Un libro abierto con final previsible. Salomón Rondón hacía sencilla la labor de los marcadores centrales; Alejandro Guerra y Ronald Vargas enviaban un manual de instrucciones cada vez que caían por los costados; y ni Ángel Chourio ni Juan Arango aportaron superioridad numérica para plantear otro tipo de retos. Sin embargo, contra Ecuador hubo cambios de dibujo, nombres y actitud que mejoraron a la selección. Miku y Emilio Rentería descuadernaron a los defensores con sus movimientos constantes, y los circuitos de circulación del balón, con Luis Manuel Seijas y César González entrando y saliendo constantemente de la zona del enganche, encontraron siempre una opción clara para el pase. La diferencia estuvo en los compases, no en la partitura.

Cuando Darío Figueroa y Jesús Gómez buscaron puntos de conexión entre ellos y abandonaron la pasividad de la línea de cal, Caracas fue otro en el clásico contra Táchira. La adición de los laterales, que permitió añadir diagonales y abrir carriles, sumó para complicar la labor defensiva del Aurinegro, superado en una segunda mitad en la que sufrió con la dinámica de los rojos. 

La movilidad se trabaja y se ordena desde los banquillos. En ella se engloban los automatismos y la espontaneidad. También, es una buena medida del tono físico de las escuadras. En todos los casos, empero, requiere del compromiso grupal con una idea. Y mucho sacrificio.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Relaciones peligrosas

El 20 de noviembre de 2007, Venezuela le ganó 5-3 a Bolivia en San Cristóbal por la cuarta fecha de las eliminatorias para Suráfrica 2010. Aquella noche, de vértigo y tensión, la Vinotinto consiguió llegar a seis puntos y colocarse entre los eventuales clasificados al Mundial. Paradójicamente, fue también el último partido de Richard Páez como técnico de la selección. 

El ambiente alrededor de la figura del entrenador se había hecho pesado y su ciclo padecía el desgaste natural de una gestión que superaba el lustro. Los éxitos llegaron a convertirlo en el personaje más popular del país y alrededor de su figura nació un sentimiento de pertenencia hacia la Vinotinto, que hoy sigue llenando estadios y alimentando los sueños de una afición que mantiene viva la ilusión de clasificar a una Copa del Mundo. Con él, la clandestinidad derivó en suceso de interés nacional. Para lo bueno y para lo malo.

La recordada velada en Pueblo Nuevo rompió el romance. Los gestos de Páez a la tribuna y los gritos de la afición que le reclamaban su nepotismo, propiciaron la posterior renuncia. Para el preparador, sin embargo, fueron los medios de comunicación los que alentaron su salida. Aun hoy, cuando todo puede verse desde la distancia, el actual DT de Millonarios de Bogotá mantiene que el periodismo venezolano fue desagradecido con su legado y disparador de un clima de crispación en la opinión pública que acabó forzando su final.

¿Fue así? La realidad indica que en la historia de la selección nunca un técnico recibió tanto respaldo mediático como Páez. Elegido incluso en contra de la propia voluntad de Rafael Esquivel, los resultados fueron consolidando su proyecto. Pocos se atrevían a discutirlo y sus decisiones eran palabra santa. En sus encuentros con los medios hubo centenares de episodios esperpénticos que, amparados por la bruma de la euforia, eran vistos como anécdotas. ¿Cuántas veces apareció algún comunicador ataviado de vinotinto para dedicarle loas o aplaudirlo en público después de una victoria? ¿Cuántas otras se produjeron respuestas destempladas del técnico tras una pregunta incómoda? En aquel entonces, como en el presente, había relaciones de complicidad entre el estratega y algunos representantes de los medios, así como grupos que lo cuestionaban desde una posición seria y otros que optaron por ubicarse en el extremo opuesto a la genuflexión.

A Páez le pasó factura el propio fútbol, que tiene sus leyes. Nunca el periodismo. Como tampoco ocurrió con sus antecesores. A José Omar Pastoriza, Eduardo Borrero, Rafa Santana o Ratomir Dujkovic no los sacó de escena una nota en un diario o un reportaje de televisión. Sus empresas concluyeron cuando los logros deportivos no cumplieron con las exigencias. Con mucha menor rimbombancia, hubo en aquellos años enfrentamientos de los seleccionadores con la prensa que poco trascendieron. Fue lo ocurrido en la cancha lo que marcó la bajada de telón en cada caso, no el poder de la crítica periodística. O de sus fantasmas, que muchas veces generan niveles risibles de paranoia.

En la relación actual entre César Farías y los medios hay mucho de repetición histórica. Y responsabilidades compartidas. El entorno se hipertrofió, el crecimiento abarca diferentes niveles, pero subsisten vicios similares a los del pasado. Todos tenemos que avanzar y ubicarnos en el lugar que nos corresponde. Los unos, para entender lo que representa dirigir al equipo de todos los venezolanos; los otros, para comprender lo que distingue al verdadero comunicador del hincha iracundo. La preparación para llegar a un Mundial no solo corresponde a los jugadores.

jueves, 9 de septiembre de 2010

El 4-3-3 no es una ciencia

Los males de la Vinotinto parecen responder, en este período de refundación que inició en 2010, a una fórmula sobre la que se centra el debate y la crítica: 4-3-3. El sistema con el que trabaja el cuerpo técnico de la selección surge como argumento fundamental de todos los yerros y su ejecución es vista como materia de hombres de ciencia, y no como la simple esquematización de una manera de jugar que no requiere de intérpretes superdotados. 

Venezuela cayó en sus dos últimos encuentros de preparación (ante Panamá y Colombia) con este dibujo táctico. Y con el mismo ganó y empató partidos ante rivales de distinto calado. Ni en un caso ni en el otro cabe la sobredimensión de los resultados. 

¿Dónde estuvieron las certezas y dónde las lagunas de la selección en su duelo del pasado viernes en Puerto La Cruz? En el listado de las primeras, obliga la mención a cuatro nombres que resultan básicos en este relanzamiento: Renny Vega, Tomás Rincón, Juan Arango y Ángel Chourio. Vega ratificó su condición de número uno y, por características, es el que mejor se amolda a la idea de arquero-líbero; Rincón dejó claro que es indiscutible como 5 y que nadie como él tiene la capacidad para barrer la zona en la que se desempeña, aportando carácter y despliegue físico; Arango mostró su compromiso con el concepto, funcionó en la nueva demarcación que le fue asignada y evidenció liderazgo, una novedad que se cargará de valor cuando haya que jugar por los puntos; y Chourio volvió a ser el mejor de todos, amoldando sus condiciones a las diferentes responsabilidades que le fueron asignadas. Esa es la base, más allá del modulo elegido para enfrentar a los rivales.

Hay problemas evidentes de funcionamiento que exceden al discurso. La selección quiso presionar arriba, intentar manejar la pelota en terreno enemigo y reducir su bloque a un espacio no mayor de 40 metros. A Colombia le bastaron 10 minutos para desactivarla. Contrario a la idea generalizada, a la Vinotinto le costó más atacar que defender. Y fue por las deficiencias que tuvo en el apartado ofensivo que acabó por mostrarse predecible con el balón y vulnerable sin él. Con tanta distancia entre líneas, con el equipo partido en dos, hubo franjas libres de más que acabaron jugándole en contra. Por un lado, porque se amplió el espacio a recorrer por los hombres del medio; por el otro, porque los visitantes pudieron moverse en ese territorio y sacar ventaja de cada ataque, incluso en inferioridad numérica.
Claro que hubo desacoples defensivos y malos movimientos de salida y relevos, pero en descargo de los zagueros siempre es más complicado cumplir con la responsabilidad cuando debes recular y el oponente cuenta con franjas amplias para explotar su velocidad.

La implementación del sistema requiere que el colectivo mantenga estrecho el bloque. Solo así se hace efectiva la presión y la ocupación de espacios para recuperar y elaborar. Después, es preciso que haya mucho movimiento en las zonas de definición de volantes y delanteros, con circulación rápida, para poder alterar las posiciones defensivas del rival. Lo que hizo Colombia se va a repetir en la competencia: selecciones que esperarán con mucha gente cerca del borde de su área, dispuestas a montar transiciones rápidas para hacer daño en la contra. 

¿Es momento de probar otra cosa? El margen de mejora es amplio y los tiempos hasta la Copa América de 2011 todavía permiten hacer uso de una cuota de crédito. Pero los intereses ahogan y es preciso que acabe de tomar forma la idea para convencer y que aparezca la confianza. Si el 4-3-3 suma 10, nadie reparará en cómo se ordenen los factores.

lunes, 30 de agosto de 2010

Ejércitos de papel

La Vinotinto enfrentará la próxima doble fecha FIFA sin la presencia del defensor Fernando Amorebieta en el grupo de citados. La negativa del jugador a atender el llamado del seleccionador nacional fue el cierre de un episodio surrealista y el inicio, también, de una discusión estéril respecto a valores como la patria y el compromiso, manipulados a conveniencia de las partes.

La historia es conocida: Amorebieta declaró a quien quisiera escucharlo que deseaba vestir la camiseta de Venezuela. Las gestiones de la Federación Venezolana de Fútbol se abrieron y César Farías lo citó. El miércoles 18 de agosto llegó un fax a la sede del Athletic de Bilbao con la notificación y, a partir de aquí, el futbolista cerró cualquier contacto con el mundo exterior. Hace semanas que no declara para la prensa que sigue la campaña de su club y su teléfono, antes solícito, dejó de estar activo para las llamadas que llegaban desde el otro lado del Atlántico. 

Las presiones de su entorno y del entrenador bilbaíno, Joaquín Caparrós, provocaron que Amorebieta diese un paso atrás en sus intenciones primarias. El hermetismo del zaguero, quien sólo se ha expresado a través de comunicados de prensa emitidos por el conjunto de San Mamés, impide hacer una lectura certera de sus motivos. ¿Por qué su entusiasmo inicial? ¿Qué lo impulsó a no dar la cara después? Personas cercanas a su entorno le otorgan un papel de peso a su agente, Ginés Carvajal, quien lo impulsó a que adquiriese el estatus de internacional y así conseguir mejores condiciones para una eventual transferencia a Inglaterra. Cuando llegó la citación, sin embargo, fue emplazado por el presidente del Athletic a rechazarla y le ofreció encargarse personalmente del asunto, a lo que terminó accediendo. Los intereses económicos, del club y del futbolista, adquirieron un peso superlativo en el desenlace de esta trama que aun no parece cerrarse del todo.

En lo que refiere al juego, la incorporación de Amorebieta habría resultado positiva, por estatus y nivel. Un central espigado, zurdo, con notable peso aéreo en las áreas, añadía características para enriquecer el proyecto de Farías. Pero su alejamiento –sea o no definitivo– no debe desvirtuar el debate, dirigiéndolo hacia el terreno del chovinismo. Las escuadras nacionales compiten por objetivos deportivos, no son ejércitos que van al frente de batalla para defender a la patria. El compromiso debe medirse por el desempeño en la cancha, no por factores intangibles. Sin desestimar el vínculo emocional, llegar a la selección es visto también por los jugadores como una meta profesional y la oportunidad de contar con una vitrina que les permita conseguir mayor trascendencia. Cada uno en su contexto y con sus intereses particulares, va detrás de sus propias aspiraciones. Quien atiende al llamado del seleccionado busca la gloria, pero no lo hace de gratis. No es un héroe quien aporta, ni un traidor aquel que decide apartarse.

Amorebieta no tuvo un comportamiento ético al proclamar su deseo de vestirse de vinotinto y más tarde protagonizar un acto de escapismo. Ése fue su gran yerro, no el ejercer la libertad de decidir qué hacer con su carrera. Puede que el episodio fortalezca el mensaje de Farías respecto a lo que exige de sus dirigidos, pero el desenlace del sainete no le garantizará resultados.

Colombia –el viernes en Puerto La Cruz– y Ecuador –el 7 de este mes en Barquisimeto– ofrecerán una mejor medida del rendimiento de la Vinotinto. Mantener una línea ascendente convertirá en anécdota todo lo demás.

lunes, 23 de agosto de 2010

Banco de esperanzas

Una nueva generación de entrenadores se abre paso en el fútbol venezolano. Se trata de una grey que vivió sus días de esplendor en pleno nacimiento del boom vinotinto y que, en buena medida, contribuyó a gestarlo. Algunos tienen para contar gestas recientes; otros aún conservan el olor a linimento y vestuario en sus recién estrenados ropajes.

Ceferino Bencomo y Rafael Dudamel formaron parte del grupo que el fallecido Víctor Pignanelli llevó a Chile para disputar la Copa América de 1991. Los dos eran suplentes pero ya despuntaban en el torneo local. Ambos se enfrentaron por primera vez el sábado, como timoneles de sus cuadros, en el estadio Olímpico de la UCV. 

Bencomo fue una grata aparición en el lateral derecho del Deportivo Italia a finales de la década de los 80 y llegó al Caracas, de la mano de Manuel Plasencia, para firmar una lustrosa trayectoria en la que abundaron los títulos. Dudamel fue un prodigio de precocidad y virtudes, que se adueñó del arco de la Universidad de Los Andes cuando apenas abandonaba la adolescencia.

Ceferino estuvo en la selección que, también con Pignanelli como entrenador, dejó al Brasil de Cafú y Roberto Carlos fuera de los Juegos Olímpicos de Barcelona ‘92. Era un defensor callado pero de mucho temperamento, con una capacidad física notable para aportar ida y vuelta desde su demarcación. En su largo ciclo como jugador del Rojo aprendió de gente como el propio Plasencia, Vladimir Popovic o Noel Sanvicente, a los que ayudó a sumar coronas. No alcanzó a vivir los grandes momentos de gloria del equipo nacional, pero se mantuvo como una referencia para las nuevas camadas que fueron llegando al Caracas. A su retiro inició el camino de la autoformación en las divisiones menores encarnadas y tomó la posta de Sanvicente para consagrarse campeón. Fue la décima vuelta olímpica del conjunto que más estrellas acumula en el país.

Dudamel inició pronto su carrera internacional. Sus condiciones y capacidad de trabajo, amén de una personalidad que le permitió ganarse un lugar por encima de los prejuicios, lo convirtieron en el primer futbolista venezolano que triunfó en el exterior. En una época en la que el mercado ofrecía menos posibilidades para los jugadores locales, el yaracuyano se impuso y vistió las camisetas de varios grandes en Colombia. Con el Deportivo Cali participó de una final de Copa Libertadores y fue un precursor en la liga de Suráfrica.

Miembro de la recordada “generación de Mar del Plata”, a Dudamel se lo asocia con el inicio del período más exitoso en la historia de la selección. En sus registros figuran varios nombres ilustres de preparadores que lo tuvieron en su plantel y le transmitieron enseñanzas: Richard Páez, Álvaro Gómez, Ratomir Dujkovic, Cheché Hernández, Luis Augusto García, Ángel Cappa. De todos tomará conceptos y armará su propia puesta en escena en este camino que ahora labra con Estudiantes de Mérida.

José de Jesús Vera, con Ruberth Morán en su equipo de trabajo, dirige a Zamora. Leonardo González asiste a Pedro Vera en la dirección de Trujillanos. Y Eduardo Saragó, sin haber cumplido los 30 años de edad, ya sabe lo que es la trascendencia.

Todos han podido incorporar elementos en su formación que construyen un nuevo perfil del DT criollo, mucho más informado, con acceso a métodos modernos de entrenamiento y preparación física, y una disposición para el manejo de los grupos en el que la información es tan importante como el liderazgo.

Bencomo, Dudamel, Saragó, Chuy, Ruberth, Leo González. No se trata de una mirada nostálgica sino de un anuncio venturoso.

lunes, 16 de agosto de 2010

Presión y presiones

El juego de la selección pasó a convertirse en un asunto de discusión nacional a partir del lugar que se ganó en la opinión pública. Los resultados -y el camino que se elige para buscarlos- mueven la discusión. Es parte de la realidad presente, irreversible, en lo positivo y en lo negativo. El interés aumenta la notoriedad, el tamaño de las audiencias y la dimensión de las exigencias; también exacerba y exagera las valoraciones. Hay mucho de pasión y empirismo en el análisis, amén de una tendencia apresurada a encender la hoguera tras cada tropiezo.

La Vinotinto no jugó bien ante Panamá, pero todavía no hay puntos en disputa. A este proyecto de César Farías le falta funcionamiento, es cierto. Cuando se defiende y cuando ataca. El propio entrenador reconoció las lagunas tras el partido del pasado miércoles. Y existe un consenso respecto a las dificultades que plantea el nuevo sistema, unido a un hecho contundente: después de mucho probar y ampliar el espectro de seleccionables, resulta imperativo establecer una base que adquiera los automatismos y pueda competir cuando haya que pelear por objetivos.

La elección del dibujo no representa, por sí mismo, el principal escollo. El nivel actual de nuestros jugadores permite pensar en apuestas más ambiciosas. No existe una minusvalía en el grupo que impida asumir una estructura táctica como el 4-3-3, novedosa para la selección pero de ningún modo inalcanzable. Ni física ni futbolísticamente. No se entendería, si no, que algunos de los principales referentes locales actúen en ligas de Europa. La consolidación en torneos de una estatura mayor trae aparejada también una mayor capacidad para el esfuerzo y la asunción de otros métodos de trabajo. Es natural entonces que se les exija, en la misma proporción, otro tipo de respuestas.

Otro asunto es, sin embargo, a quiénes se elije para la puesta en escena y de qué manera se les utilice. Antes de descartar el sistema habría que reflexionar sobre cómo ejecutan algunos elementos una función determinada. Y si eso es lo que más conviene para explotar el talento que se tiene a la mano. ¿Tiene sentido insistir con delanteros de área, inhábiles para desequilibrar en el uno contra uno o para asociarse en el medio, jugando por los costados? ¿Se obtiene un mayor rendimiento de Tomás Rincón ejerciendo de ocho? ¿La buena prestación de Juan Arango no da para pensar que su estado actual sería más aprovechable si no tiene el arco a tanta distancia?

Los problemas de coordinación y funcionamiento son solucionables, entendiendo que defender y atacar son responsabilidades colectivas. El equipo se despliega en la presión y el compromiso no es un elemento en contra. Todos corrieron, el asunto es que no lo hicieron bien siempre. Dónde y cómo se presiona al rival son un punto por pulir; de igual modo la manera en que se ocupan los espacios para cortar las opciones de pase del contrario, y el modo en que se estrecha o agranda el bloque para evitar ampliar las franjas a espaldas de los que marcan.

Sin brillar, Venezuela fue superior a Panamá durante 70 minutos. Después pesaron los yerros defensivos. Se cargó la mano sobre los hombres del fondo, pero los vacíos fueron producto de un extravío grupal. Hay margen de mejora y tiempo para alcanzarla, pero vendría bien probar con variantes si la actual disposición no termina de cuajar.

La presión es un término amplio. La de la cancha es una asignatura por aprobar. A la externa no le sobra paciencia. Que ambas estén controladas es fundamental para que el camino hasta la Copa América 2011 sea plácido.