domingo, 27 de marzo de 2011

El tiempo de los longevos

Conocer el juego es una virtud que pocos poseen. Parece una perogrullada pero el fútbol de hoy ofrece indicios que permiten concluir que no abundan esos elementos. Algunos lo aprenden por instinto; otros lo absorben de los maestros, especie en franca extinción. La modernidad alejó al futbolista de los secretos escondidos en el césped y lo condujo hacia la dependencia y la automatización. Cada vez son más los que ejecutan siguiendo una bitácora impuesta por el entrenador, más pendiente de lidiar con la presión del resultado que de ofrecer líneas de comprensión. 

Descargar la responsabilidad en el preparador es una coartada cada vez más utilizada por quien se ve incapaz de conseguir respuestas en el terreno. Tomar las mejores decisiones; entender la relación entre tiempo y espacio; saber que la velocidad es propiedad de la pelota y no del músculo, son algunos principios nucleares que muchos ignoran. Aquel que incorpora eso a su talento destaca sobre la medianía y tiene también más opciones de ser longevo. Los ejemplos abundan.

La condición física es un factor importante para prolongar el tiempo útil de un jugador. Nadie que no haya llevado una vida sana, con los cuidados de un deportista de alta competencia y fortuna con las lesiones, puede extender su carrera más allá de lo que dictan los promedios. Las exigencias son cada vez mayores. También los prejuicios. Pero entender el juego incide tanto como la buena salud corporal. Y muchas veces hasta ayuda a solaparla.

De Carlos Valderrama se decía que era lento, pero nadie conocía mejor la geometría del campo. Su sabiduría le permitía estar siempre en el lugar preciso y mirar la jugada antes de que se produjera. Resolvía con inteligencia aquello que para el común requería de un esfuerzo superlativo. Se mantuvo vigente hasta los 43 años de edad.

¿Y Toninho Cerezo? Habilidoso, rápido e inteligente conformó la selección brasileña de 1982, una de las más recordadas de la historia. Con sus andar lento y las medias en los tobillos, se las arregló para ser el socio de todos cuando ya su cabello pintaba canas. Se mantuvo en el riguroso calcio defendiendo las camisetas de Roma y Sampdoria hasta los 37. Y se despidió, luego de ganar la Copa Libertadores con Sao Paulo (1992) y seguir destilando clase en Atlético Mineiro, con los mismos calendarios que el Pibe. ¿Su secreto? Entender el juego.

Nuestro torneo cuenta con varios jugadores que siguen siendo fundamentales en sus equipos cuando muchos ya ven los partidos desde su casa. Algunos lo hacen desde un presente físico privilegiado como David Mc Intosh (38) en Petare o Luis Vallenilla Pacheco (37) en Mineros. Otros, a partir de aquello que el juego les fue enseñando en sus dilatadas trayectorias.

Juan García (40) sigue acumulando registros gloriosos con Estudiantes de Mérida. El cuerpo le aguanta 90 minutos y se entrena al mismo ritmo que sus compañeros más jóvenes. Compensa con intuición y un mapa preciso del área su merma en velocidad y potencia.

Y el Pájaro Vera (38) es un elemento de mucha valía en el Real Esppor, porque nadie maneja la zona por delante de los defensores como el antiguo capitán vinotinto. Aun con lesiones que le han restado aptitudes, continúa siendo un referente que mantiene firmes sus galones sin apelar al apellido.

Cuando la cédula anuncia que la actividad profesional se acerca al final, ellos se empeñan en mostrar un documento que nadie porta en sus billeteras: el que los acredita como conocedores avezados de los enigmas de la cancha.

viernes, 25 de marzo de 2011

Estilo e identidad

El estilo es un concepto intangible. No puede medirse con estadísticas ni porcentajes. Tampoco la inspiración, el arrojo, la cobardía o el deseo. Aplicado al fútbol, tiene un fuerte componente subjetivo. Se vincula a gustos y valoraciones estéticas, pero existe y es un elemento fundamental que define a técnicos y jugadores. De la elección de un estilo depende la propuesta, el modo de jugar y las piezas que se elijan para ejecutarla. Despreciar su presencia implica la desnaturalización de un deporte esencialmente emocional. 

Pep Guardiola o Johan Cruyff lo utilizan como bandera para explicar la filosofía del Barcelona. También Vicente Del Bosque habla de él como agarradera e inspiración de la selección española, campeona de Europa y el mundo. Sergio Batista, el actual seleccionador argentino, afirmó como declaración de intenciones apenas confirmado en el cargo que “el estilo no se negocia”. Y en esa línea la Albiceleste marcó un camino claro, que no depende de los intérpretes: intenta ser fiel a ese registro con Lionel Messi y todas sus figuras, o con un lote de aspirantes a un lugar entre los elegidos como ocurrió con el grupo que juntó para enfrentar a Venezuela hace algunos días. 

Estilo e identidad pueden llegar a coincidir. Cuando se produce esa simbiosis aparece la magia y jugar bien puede derivar en eficacia, el nirvana de los entrenadores. El límite entre una idea y otra es apenas visible. Casi se rozan. Pero no son lo mismo. Mientras el estilo se asocia al director de orquesta, la identidad alude al espíritu del intérprete, a su esencia e individualidad.

César Farías, en la rueda de prensa que ofreció a principios de esta semana, subvaloró ambos términos, asegurando que era una cuestión “de gustos”. Que el estilo “dependerá del rival y de los jugadores disponibles” y que la identidad, aspecto que irremediablemente se vincula al ciclo de Richard Páez, era “el reflejo de la sociedad en la que vivimos”.

Sin una promesa de estilo clara y definida el funcionamiento se llena de obstáculos. La flexibilidad para poder asumir distintos esquemas y ajustarse a las necesidades de cada partido, no están reñidas con esa definición. Entender a qué se quiere jugar y cómo es básico para quienes deben materializarlo en la cancha; y lo es también para el propio preparador nacional, quien tiene la enorme ventaja de escoger lo que quiere en función de esos valores.

Una cuestión básica en la tarea de los seleccionadores es saber elegir. Los nombres que han sido la base de este proceso, apartando ensayos y renovaciones generacionales, cuentan con el consenso de la mayoría. Pero también es parte de la responsabilidad del timonel hallar la representación que mejor calce y potencie las características del talento que tiene a disposición.

Si el estilo al que apuesta el entrenador encaja con el fútbol que siente el jugador, el camino se allana y el duende aflora. También los resultados. No es una entelequia. Le pasó a Luis Aragonés en España cuando juntó a los “pequeñitos” (Xavi, Iniesta, Cesc, Silva) en contra de prejuicios y estereotipos; y Del Bosque tuvo la inteligencia y el sentido común de no alterar nada de ese ideario cuando se convirtió en la nueva voz de mando. Con una grey de menos lustre y nivel competitivo, Páez dio con la tecla y determinó un modo de jugar, hoy indefinido.

El país sufre por el destino de la Vinotinto porque ella lo representa. No porque vea en la selección un reflejo de la crisis, sino por la ilusión de mejorarlo. Eso es identidad.

domingo, 20 de marzo de 2011

¿A qué jugamos?

César Farías vive para el fútbol. Obsesionado por cada detalle, dibuja planes y proyecta el futuro con la selección como punto focal de sus pensamientos. Mira partidos, sabe cuántos minutos jugó cada uno de los eventuales convocados y se interesa por lo que ocurre con aquellos que pierden continuidad en sus clubes. Su dedicación al cargo que ostenta desde enero de 2008 es irreprochable; así como el profesionalismo de su grupo de colaboradores representa un valor agregado que eleva el nivel de la conducción vinotinto.

Pero aquello por lo que se le mide, la puesta en escena tras meses de ensayos, no cuaja. La ejecución de una idea clara, con conceptos futbolísticos identificables, aparece como una deuda cuyos intereses ahogan y amenazan con una quiebra irreparable a escasas semanas del debut en la Copa América de Argentina.

Carlos Bilardo también era un obsesivo que lo controlaba todo: desde lo que comían sus dirigidos hasta la elección de los lugares de concentración. La no concesión de ventajas al servicio de un proyecto. Cuentan algunos de sus allegados que en la preparación para el Mundial de México 86 viajaba a Europa para ensayar movimientos defensivos con Óscar Ruggeri, afinando el funcionamiento que aspiraba conseguir en el torneo. Castigado por la crítica en los meses previos, el Narigón llegó a ser discutido hasta por el propio presidente de la nación. Su plan tomó forma y Argentina se consagró campeón. Hasta allí llegaron las objeciones.

La Vinotinto está en un peligroso punto de indefinición, incapaz de contestar a una pregunta básica: ¿a qué queremos jugar? Y ya no es un asunto vinculado al sistema; ni siquiera a la elección de los intérpretes, cuya base está asegurada en un alto porcentaje. El tema central radica en la escasa convicción del camino a seguir y en cómo eso incide en el comportamiento de la selección. 

¿Es un problema de mensaje o de capacidad para interpretarlo? 40 meses después, esto no es admisible como núcleo del debate. 2010 fue el año de las pruebas y la refundación. Hubo oportunidades para nuevos elementos y se ensayaron otros módulos. El tiempo para los experimentos cesó.

A la selección no le funcionan los automatismos. Ni los defensivos, para protegerse de los ataques del rival o recuperar la pelota; ni los ofensivos, para fabricarse el mejor camino que le permita llegar al arco de enfrente con claridad. Resulta un contrasentido que el trabajo que respalda todo lo otro no se refleje proporcionalmente en la sintonía fina de movimientos, estrategias y objetivos.

El descrédito respecto a lo que la Vinotinto quiere plasmar se incrementa partido a partido. Farías tampoco envía señales claras tras cada ensayo. ¿Su propósito es defender en el borde del área o con la línea de cuatro adelantada? ¿Es una prioridad tener el balón y presionar para recuperarlo, o se apostará por dividirlo, ganar los rebotes y explotar una vía más directa para llegar a la zona de definición? ¿Qué es lo que más conviene y quiénes serían los hombres en cada caso?

Tantas interrogantes sin respuestas precisas generan dudas. En el entorno y en los propios jugadores. Tener convicción sobre una idea y el modo de ejecución es el primer paso. Que resulte dependerá del trabajo y de la capacidad del seleccionador para transmitirla a sus futbolistas. Se impone que el DT ejerza la autocrítica. Y que la abnegación incuestionable con la que asume el día a día de su cargo, encuentre recompensa en la cancha.

domingo, 13 de marzo de 2011

De valientes, cobardes y cautos

“De valientes está lleno el cementerio”, reza el adagio popular. Los cobardes quizá se libren más de los nichos, pero la sociedad los somete al escarnio. En el medio de los extremos están los cautos, aquellos que entienden cuándo corresponde ser arrojado y cuándo se impone la cabeza fría. Para seguir con las expresiones tópicas, “el sentido común es el menos común de los sentidos”.

El fútbol exprime estos conceptos y el periodismo se vale de ellos para llenar de épica al juego. Exacerbado en su condición, puede que aunque no sea un asunto de vida o muerte haya formas de interpretar en su fondo el uso de estos paradigmas.

¿Fue cobarde Arsenal al renunciar a su esencia para enfrentar al Barcelona en la Liga de Campeones? Arsène Wenger se acordó de las lápidas y planteó un partido lleno de precauciones, en el que desnaturalizó el papel de varias de sus figuras. Nadie sabe si pudo tener mejor destino de haber sido fiel a su ideario, pero la capitulación de principios lo alejó de la admiración con la que siempre fue distinguido por el planeta fútbol.

La grandeza de los “gunners”, finalistas de la Champions y varias veces campeones de la liga inglesa, los colocaba en un plano de igual a igual con los azulgranas. Los estilos de ambos, tan cercanos en su concepción, invitaban a un duelo en el que cada uno expondría lo mejor de su puesta en escena. Esta vez las expectativas fueron abortadas porque no hubo coincidencia en las intenciones.

¿Fue valiente el Caracas en Santiago en su choque contra Universidad Católica? Más que osadía, al Rojo le sobró inteligencia y propuso el sistema idóneo para potenciar lo mejor que tiene. No se encaró con su oponente a tumba abierta sino que supo esperar su momento con sagacidad. Emboscó en el instante justo y manejó la ansiedad del resultado a favor en cancha ajena. Nunca pretendió asumirse grande ni enrostrar las once estrellas que luce en su escudo. Al fin y al cabo, las medallas no dejan de brillar porque se desconozcan las batallas.

¿Y Táchira? Aunque el Aurinegro llegó a Asunción herido, con la clasificación a los octavos de la Libertadores en terapia intensiva, también comprendió cuál debía ser su papel en La Olla, sede de Cerro Porteño. Jorge Luis Pinto priorizó la recuperación defensiva de su equipo, magullado tras un trío de derrotas lacerantes que sembraron dudas en el colectivo que comanda. Su camiseta pesa en el torneo local y rebosa historia, pero allí no correspondía sacar chapa. Los 28 títulos domésticos, las 34 participaciones en la Copa y el presupuesto de su anfitrión, invitaban a un ejercicio de humildad.

Así, armó una defensa con cinco hombres y tres centrales, pobló la media cancha y se marcó como objetivo mantener el arco propio resguardado. Llegar hasta el área contraria dependería de alguna acción aislada, tal como ocurrió con el gol de Sergio Herrera que decretó el empate a uno. Con mayor o menor utilidad para el futuro y sin hipotecar ni un ápice de prestigio, el resultado se correspondió con la misión llevada a Paraguay: sumar y recuperar la estabilidad.

Los tres episodios, ocurridos en distintos momentos de la última semana, arrojan mensajes claros. Entender quién eres, en qué contexto compites y cuál es el lugar que te corresponde en función de esos parámetros, puede resultar básico en el éxito y el fracaso. También en qué tan alto se colocan los listones. En fútbol, ser valiente, cobarde o cauto se vincula más a la propia valoración que al peso de las etiquetas.

lunes, 7 de marzo de 2011

El espíritu del doble cinco

Pep Guardiola y el Barcelona transforman el juego a pasos veloces sin que el resto del planeta acabe se asimilarlo. Y mientras la coral azulgrana redefine paradigmas, todo un universo de observadores perplejos se mantiene fiel a los modelos predominantes.

Los cambios tácticos en el fútbol ocurren de manera gradual y las revoluciones en esta materia suelen estar bastante separadas en el tiempo. La variedad de sistemas no plantea necesariamente una evolución; tampoco el uso frecuente de un dibujo es sinónimo de estancamiento.

El doble cinco se incorporó como una constante en los esquemas tácticos europeos en la última década y sigue siendo la base que soporta la organización en la cancha de la mayoría de los equipos de ese continente. Suramérica abandonó el rombo y se sumó a esta tendencia hoy ya instalada en clubes y selecciones nacionales con alguna que otra excepción.

Lo que en España denominan “el doble pivote” se explica a partir de la ubicación de un par de mediocampistas por delante de la línea de zagueros. El actual campeón del mundo tiene en Sergi Busquets y Xabi Alonso al doble cinco por antonomasia. El del Barsa marca el equilibrio defensivo, barriendo la zona para recuperar e insertándose entre los centrales cuando sus compañeros están en posesión de la pelota; el del Real Madrid marca la velocidad de las transiciones y opta entre la elaboración o el juego vertical de acuerdo a lo que la acción pida. Si bien se trata de dos de los mejores intérpretes de la función que conoce este deporte, sus características sirven como referencia para todos.

Una buena dupla de volantes de marca debe estar bien compensada. El riesgo de solaparse es alto si sus intérpretes actúan como espejos o no se complementan. 

El fútbol venezolano tiene varios exponentes en esta demarcación. La gran mayoría de los cuadros que disputan el actual torneo Clausura lo utilizan en sus módulos y la Vinotinto (con Tomás Rincón y Franklin Lucena como base) se sirvió de él hasta este último período en el que optó por otras fórmulas. Del grupo que compite en primera división, solo Táchira, Estudiantes y Yaracuyanos se salen de la norma con alguna frecuencia.

Caracas tiene al dúo Juan Guerra-Edgar Jiménez que brilló en el partido de Copa Libertadores contra Unión Española del pasado jueves. Guerra aporta personalidad, quite y un conocimiento del juego que le permiten llegar en el tiempo preciso para robar el balón; Jiménez se descuelga una y otra vez para participar activamente de las sociedades que el Rojo establece en la mitad de la cancha y siempre es una alternativa cercana al área rival para aportar su notable pegada en la media distancia.

Mineros puede presumir también de su dupla de pivotes, con la ventaja de tener varios nombres para la faena. El argentino Nico Diez es fijo en esa parcela y el que dicta la salida de los suyos; José Manuel Velázquez y Agnel Flores han sido sus socios en distintos momentos, ejerciendo la contraparte en un sector que dominan con intuición y músculo.

Real Esppor cuenta con Luis Vera y el colombiano Andrés Camilo Ramírez; Petare, con Gianfranco Di Julio y Bladimir Morales. Anzoátegui fundamenta su buena campaña en la llave Giácomo Di Giorgi y Gabriel Urdaneta, mientras que Zamora ha cimentado a la pareja Arles Flores-Vicente Suanno.

Todos tienen elementos que los singularizan. Desde su talento, definen el estilo de sus equipos y la manera en que sus entrenadores se relacionan con el juego. 

Dime quiénes conforman tu doble cinco y te diré a qué apuestas.