lunes, 29 de noviembre de 2010

Violencia y demagogia

El fútbol venezolano como producto recibe cada fin de semana heridas nobles. La violencia es el factor que mayor daño inflige, pero apenas es una consecuencia. ¿Alguien se habrá puesto a reflexionar sobre este asunto? ¿Existirá la conciencia de lo inútil que resulta apostar por un torneo atractivo, bien televisado y masivo con estadios en pie de guerra? Los involucrados deberían estar discutiendo sobre este asunto. La Federación, como máximo responsable, tendría que ser el canalizador del cambio. Asumir la propia incapacidad para controlar el monstruo y abrir una discusión que derive en propuestas de transformación profundas.

Los equipos tampoco pueden permanecer pasivos ante lo que ocurre. Cuando un grupo de aficionados altera el orden y pone en evidencia la fragilidad de las estructuras organizativas delante de las cámaras de televisión, el daño en imagen es incalculable. Tanto como presentar escenarios en condiciones deplorables o sin garantías para resguardar la integridad física de los jugadores. 

¿Por qué no estamos debatiendo sobre esto? La enfermedad carcome las resistencias de un torneo que no alcanza a despegar, sencillamente porque está mal concebido. Cerrar el acceso al público es una medida de castigo que no solo no soluciona el problema sino que además actúa como efecto contraproducente. Es un despropósito, la negación del espectáculo. ¿Puede haber conciertos sin gente tarareando las canciones? ¿O teatro sin espectadores que vibren y aplaudan?

Todos parecen tener una solución al flagelo de la violencia basados en experiencias foráneas. Claro que hay ejemplos exitosos, pero cada uno de ellos se explica a partir de la refundación del producto. Sin esa condición, cualquier recaudo que se aplique carecerá de sentido. No se le puede exigir a un club que depende de fondos públicos y es incapaz de auto gestionarse que aplique correctivos a sus hinchas, que los cense y controle, o garantice la confortabilidad de su sede. La sobrevivencia y las irracionales metas deportivas acaban teniendo prioridad en esta absurda escala de valores.

No está de más analizar por qué los grupos enardecidos encuentran en el fútbol un espacio de catarsis que no es común en otras disciplinas. O la razón del mimetismo que lleva a las barras a adoptar códigos de conducta impropios en las gradas. La permisividad en los estadios nacionales es una de las causas; la subvaloración del problema y la endeblez organizativa, otra. Sin embargo, la violencia no ocupará la cima en el listado de soluciones a acometer mientras las necesidades que mayor peso tienen no estén resueltas. Es como pedirle a un padre de familia que busque el mejor colegio para sus hijos cuando tiene que salir cada día a la calle para garantizarles el pan.

En la cadena alimenticia del fútbol venezolano, los grandes se devoran a los pequeños sin contemplación. Ganar títulos y optar por las bolsas que ofrecen las competencias internacionales, estimula el apetito de los poderosos. Lo demás importa poco. El problema está en que todos, acaudalados y pobres, aspiran a lo mismo. Alguno podrá decir que esto pasa en todos lados. Es discutible. Sobran muestras de torneos que han conseguido funcionar con criterio ecológico a partir de una organización lógica y eficiente.

Para extirpar la violencia es necesaria la reconstrucción. Resetear el disco duro de la dirigencia y apostar por un plan integral que contemple todos los elementos que hagan del fútbol criollo un paquete atractivo, seguro y sólido. Aplicar la ley, desde la obsolescencia, es una forma de demagogia.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Ensayo y aplausos

La Vinotinto fue goleada en Quito por el mismo equipo al que superó hace un par de meses en Barquisimeto en otra velada de preparación. La selección no rindió un buen examen, incrementó las dudas respecto a su funcionamiento defensivo y cargó de sentido el argumento de que, por más nombres que hayan vestido la camiseta nacional en este ciclo, el grupo de los titulares está cada vez más definido. El técnico hizo autocrítica al asumir la responsabilidad por la mala presentación, pero el impacto de una derrota así activó las alarmas del entorno. La dinámica del fútbol actual impone esas condiciones, con más o menos atenuantes.

Ese día España fue humillada por Portugal y los cuestionamientos comenzaron a hacer mella en el enorme crédito del que todavía goza el campeón del mundo. Con bastantes menos avales, Inglaterra cayó en Wembley contra la renacida Francia de Laurent Blanc, cuyos jugadores renunciaron a las primas que debían recibir por su participación en Suráfrica 2010. La portada de L’Equipe entronizaba a Karim Benzemá y a les bleus en su colorida tapa, al tiempo que diarios como The Sun arremetían contra Fabio Capello y el proceso de desnaturalización que roza la crisis en la selección inglesa.

En Qatar, Lionel Messi hizo un remake de sus goles en el Barsa y Argentina celebró su primer triunfo sobre Brasil en un lustro. Lejos del ambiente de sus hinchadas y observados por un público entusiasta pero sin la piel involucrada, la rivalidad suramericana se trasladó al golfo Pérsico para darle un carácter más exótico que pasional. El triunfo albiceleste en un clásico edulcorado y monorrítmico alteró la lectura sosegada que el empate a cero habría generado. 

¿Cuál es la medida real de estos compromisos? ¿Hasta dónde alcanza la objetividad en la lectura de una buena o mala performance? ¿Tiene sentido hipotecar nombradía y confianza a favor de la prueba constante?

Los partidos amistosos tienen este ingrediente: no hay puntos en juego, pero el prestigio entra en subasta y hay que conseguir la misma intensidad de un choque clasificatorio. Especialmente si el que está en frente es un rival de peso, que invita a pelear cada pelota y al que hay que arrancar algo de ese valor intangible que le otorga la historia. Ni la gente ni los propios jugadores entienden de derrotas “necesarias” o los “períodos de prueba”. Y da lo mismo si el objetivo es entrar en la Copa del Mundo o recaudar fondos para una causa benéfica. 

La Vinotinto parece haber alcanzado ya el límite de los ensayos. No de los choques de fogueo –que siguen siendo fundamentales– sino del tráfago de futbolistas e ideas que distinguieron este período. Fue un lapso concebido para eso y César Farías dispuso de todas las condiciones para ejecutar su plan. No sería de justicia evaluar su labor en base a lo que arroja la estadística de un ejercicio marcado por la refundación. Ni para elevarlo por algún marcador favorable, ni para someterlo a juicio sumario por una caída dolorosa. 

Ubicadas las cosas en su lugar, llegó el momento de encarar lo que resta de puesta a punto antes de la Copa América de Argentina con el rigor de quien compite por metas concretas. Con la base que se elija y sin dar ventajas. Es necesario que aquello que el entrenador tiene tan elaborado después de casi tres años como timonel adquiera continuidad en el rendimiento de la selección. 

Como ocurre en el teatro después de meses de montaje, actores y público están deseosos de una puesta en escena real, sin artificios ni balas de salva. Es el paso inevitable que debe dar quien va detrás de los aplausos.

lunes, 15 de noviembre de 2010

El monstruo que alumbró HH

A Helenio Herrera lo calificaron de revolucionario cuando, al frente de equipos como el Barcelona o el Inter de Milán a mediados del siglo pasado, transfiguró para siempre el papel de los directores técnicos. Fue, posiblemente, el primer entrenador intervencionista. O el más trascendente. HH, como era conocido también, fue un ganador y sus conjuntos llevaron a la máxima expresión el aprovechamiento de todos los recursos que otorga el juego, incluso aquellos que, por ese entonces, eran terreno inexplorado.

Las ideas de HH pueden lucir extemporáneas pero fueron pioneras. Desde su concepción táctica basada en la automatización de los movimientos defensivos y el contragolpe como recurso de ataque, hasta la incorporación de psicólogos en su grupo de trabajo. Los aportes del argentino a la profesión que hoy convierte en millonarios y figuras célebres a los preparadores, contribuyeron a la evolución del fútbol. 

La semana pasada se cumplieron 13 años de su fallecimiento (9 de noviembre de 1997, en Venecia, Italia) y la efeméride apenas ocupó un breve espacio en los medios. La dinámica del deporte universal por antonomasia impone ritmos frenéticos y devora a dentelladas la historia con el hambre insaciable del presente. Pero, a riesgo de caer en un romanticismo trasnochado, conviene repasar conceptos que mantienen su vigencia y que, con ejemplos que refuerzan la teoría, adquieren la forma de axiomas.

El convencimiento como base para trasladar una idea a un grupo de jugadores y que su ejecución resulte exitosa, fue un elemento característico en la trayectoria de Herrera, quien estuvo al frente de las selecciones nacionales de Francia, España e Italia. Sus arengas motivacionales se hicieron célebres y, pese a su imagen de técnico controlador y ególatra, consiguió que sus dirigidos se comprometieran con esa manera especial que tenía de entender el juego y lo acompañaran en el camino de los títulos y las vueltas olímpicas.

Acuñó frases célebres como “ganamos sin bajarnos del autobús” o “con diez se juega mejor que con once” que definían su personalidad. Absorbía la presión en momentos de dificultad para descomprimir a sus futbolistas y sabía que los estados anímicos pueden ser tan determinantes en la victoria como la buena preparación física o el estudio concienzudo de los rivales, tarea en la que marcó distancias respecto a sus colegas de la época. 

Dicen quienes lo conocieron que, de los estrategas de la actualidad, el que más se le asemeja es el portugués José Mourinho. Cuidadoso de los detalles, sabía cómo utilizar al periodismo para su propio beneficio: estimulaba a los suyos, calentaba los duelos trascendentes y alimentaba aquella fama de hombre de mundo que le acompañó siempre.

Puede que a Helenio Herrera se deba también la sobre exposición del DT actual y la hipertrofia de su ego. Con HH, el oficio de entrenador dejó de ser accesorio para derivar en elemento insustituible.

Muchos de sus herederos apenas saben de él por alguna de esas anécdotas que le rodearon y ayudaron a construir su leyenda. Pero el brillante intérprete de la dirección técnica, que tan bien conocieron quienes estuvieron a su cargo, siempre estuvo muy por encima del personaje. Solo esa capacidad explica su huella y las máquinas perfectas que pergeñó durante décadas. Su mito le permitió retirarse, ya con 70 años de edad a cuestas, en el banquillo del Barcelona al que casi lleva al campeonato en 1980.

Nada de lo que sucede en la profesión que hoy exalta apellidos como Guardiola, Mourinho, Ferguson o Bielsa se explica sin la mención de HH. Un precursor.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Lo que pasa y lo que conviene

La rueda de prensa ofrecida por Marcelo Bielsa el pasado miércoles, en la víspera de las elecciones por la presidencia de la Asociación Nacional del Fútbol Profesional chileno, fue una declaración de principios y la mejor muestra de integridad de quien, desde su posición de seleccionador, se rebeló ante las imposiciones del poder. Durante 138 minutos, el técnico argentino ofreció detalles de su trabajo, dibujó frases que serán citadas muchas veces y se ubicó en una posición en la que la ética, sin resquicios para la ambigüedad, se cargó de sentido.

Chile decidió fagocitarse luego de conseguir una notable figuración en Suráfrica 2010 y, especialmente, después de consolidar un proceso que refundó a su equipo nacional y modernizó sus estructuras. Harold Mayne-Nicholls, periodista de profesión que ha hecho carrera como dirigente en la FIFA y asumió el mando del balompié de su país hace cuatro años, fue el valedor de Bielsa y mascarón de proa de una organización que, de su mano, dio pasos en firme hacia la consolidación de un modelo de gestión transparente y económicamente redituable.

Pero los grandes clubes chilenos, azuzados por poderosos grupos inversores fuertemente vinculados al actual Gobierno, se unieron para desbancar a Mayne-Nicholls y entronizar a Jorge Segovia –empresario español que se asesoró con Florentino Pérez, mandamás del Real Madrid, para adquirir el paquete accionarial del cuadro Unión Española–¬. La repartición de los ingentes ingresos generados por la televisación del torneo local y el botín adosado a la selección como consecuencia de sus buenos resultados, movieron los intereses de los más influyentes, políticos incluidos.

Ante la inminencia del resultado, Bielsa decidió fijar posición. Con Segovia al mando, el rosarino desharía su vínculo, recientemente extendido hasta 2015. La incompatibilidad para hacer coincidir su proyecto con el del jerarca fue la razón manifiesta; los valores irrenunciables del preparador, opuestos al establishment, fueron el motivo soslayado. Para algunos se trató de una maniobra oportunista; para otros, fue un acto de profunda coherencia.

Los comicios, que contaron con una cobertura informativa inusual, favorecieron a Segovia quien asumirá el 15 de enero de 2011. Su primera medida será conseguir un sustituto para Bielsa quien, de acuerdo a estudios de opinión, contaba con el respaldo del 80 por ciento de los chilenos. Los nombres de los candidatos son ya de dominio público.

Pareciera tratarse de un asunto ajeno, pero no lo es en absoluto. Por un lado, porque se trata de un rival de calibre para optar por un cupo en Brasil 2014 y es natural que sus opciones deportivas se miren ahora desde otra perspectiva, sin Bielsa en el mando. Por otra parte –y quizá sea aquí donde esté el elemento más influyente– lo ocurrido en Chile plantea un escenario para el nombramiento de las autoridades que rigen el fútbol que, aunque revestido de democracia, le otorga un papel superlativo a los clubes profesionales.

Es una situación que está en las antípodas de lo que ocurre en nuestro medio. Allá, quienes más invierten deciden y eligen a la cabeza visible de sus intereses; aquí, los votos de los equipos se diluyen en un proceso más amplio en el que participan otros entes para designar al máximo timonel, quien establece las directrices de aquellos que, por estricta lógica empresarial, deberían controlar los hilos del negocio.

Bielsa mostró el lado noble del fútbol. También el más débil. La legalidad sirve para validar decisiones, aunque no siempre sean las que más convienen.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Justicia arbitral

El gremio de árbitros no es una pieza suelta en el engranaje del fútbol venezolano. La crisis por la que atraviesa, magnificada en las últimas fechas del torneo Apertura por las constantes quejas del entorno y el efecto multiplicador de las transmisiones televisivas, estalló en la última semana. Pero no es una discusión nueva ni una coyuntura puntual que afecte la credibilidad de la organización. No más que otros elementos tan conflictivos como éste. Se trata más bien de un rasgo adicional, cónsono con el resto del paisaje.

Los jueces no son la peor parte de una estructura endeble; quizá, sí, su lado más visible y controversial. Dirigentes, entrenadores, futbolistas y comunicadores alzan la voz jornada tras jornada para denunciar fallos y señalar responsables. Pocos, sin embargo, lo hacen con real sustento. Quien se siente perjudicado hoy puede ser beneficiado mañana. Y la repercusión de cada queja dependerá siempre del peso de quien emita un eco solidario, pero eso no calibra con fidelidad la dimensión real del problema.

Los lugares comunes sirven de poco cuando una mala decisión atenta contra el trabajo y la planificación de un conjunto que se siente afectado. El “se equivocan porque son humanos”, o “ellos deben sentenciar en décimas de segundo sin ayuda de la tecnología”, apenas vale como coartada. Muchos yerros son consecuencia de la mala condición física o, lo que es peor, de vacíos de fundamentación técnica que solo se corrigen con una depuración lógica basada en la evaluación constante y sistemática.

Hay deficiencias en la preparación y necesidades de una fiscalización más rigurosa en la tarea de los encargados de impartir justicia. También una mayor atención de parte de todos los implicados para otorgarles condiciones óptimas de trabajo, seguimiento y captación de talento. La desproporcionada expansión del campeonato profesional –con todas sus consecuencias– obligó a la promoción precipitada de referís para cubrir la demanda de partidos, con la natural merma de calidad en el oficio más ingrato del fútbol.

Los árbitros suelen ser objeto de sospecha porque, históricamente, han servido como armas políticas de la dirigencia. Con razón o sin ella, con fundamento o sin él, son blancos directos de frustraciones y despropósitos de los que nadie suele estar librado y cuya responsabilidad pocos asumen. Si los jueces fallan con frecuencia preocupante –como si hay clubes con deudas o falta de control de las hinchadas violentas– existe un conflicto que debería incumbir a todos. No tiene sentido, y suele ser un atajo poco recomendable, ejercer la paranoia.

Para poder emitir juicios certeros respecto a este tema hay que asumir la tara y no evadir la carga que a cada quien corresponde. La profesionalización del torneo local implica una globalidad de aspectos, cada uno con un valor específico, cuyo todo será tan sólido como la suma de cada una de sus partes. No tiene autoridad moral para cuestionar a un árbitro quien no conozca el reglamento. Y nadie que carezca de auténticos elementos probatorios debería alentar suspicacias que solo sirven para darle fuerza al estereotipo.

La justicia no es un concepto que solo se fundamente en la aplicación de la ley a rajatabla. Repartir con criterio las responsabilidades también ayuda a mantener la ecología del medio. El fútbol venezolano debe ser justo con sus árbitros y mostrar que, desde una concepción más ecuánime, es capaz de dar un salto hacia adelante. Diagnosticar la falla y democratizar la discusión acerca de cómo mejorar el producto aparece de nuevo como punto impostergable de la agenda.