La rueda de prensa ofrecida por Marcelo Bielsa el pasado miércoles, en la víspera de las elecciones por la presidencia de la Asociación Nacional del Fútbol Profesional chileno, fue una declaración de principios y la mejor muestra de integridad de quien, desde su posición de seleccionador, se rebeló ante las imposiciones del poder. Durante 138 minutos, el técnico argentino ofreció detalles de su trabajo, dibujó frases que serán citadas muchas veces y se ubicó en una posición en la que la ética, sin resquicios para la ambigüedad, se cargó de sentido.
Chile decidió fagocitarse luego de conseguir una notable figuración en Suráfrica 2010 y, especialmente, después de consolidar un proceso que refundó a su equipo nacional y modernizó sus estructuras. Harold Mayne-Nicholls, periodista de profesión que ha hecho carrera como dirigente en la FIFA y asumió el mando del balompié de su país hace cuatro años, fue el valedor de Bielsa y mascarón de proa de una organización que, de su mano, dio pasos en firme hacia la consolidación de un modelo de gestión transparente y económicamente redituable.
Pero los grandes clubes chilenos, azuzados por poderosos grupos inversores fuertemente vinculados al actual Gobierno, se unieron para desbancar a Mayne-Nicholls y entronizar a Jorge Segovia –empresario español que se asesoró con Florentino Pérez, mandamás del Real Madrid, para adquirir el paquete accionarial del cuadro Unión Española–¬. La repartición de los ingentes ingresos generados por la televisación del torneo local y el botín adosado a la selección como consecuencia de sus buenos resultados, movieron los intereses de los más influyentes, políticos incluidos.
Ante la inminencia del resultado, Bielsa decidió fijar posición. Con Segovia al mando, el rosarino desharía su vínculo, recientemente extendido hasta 2015. La incompatibilidad para hacer coincidir su proyecto con el del jerarca fue la razón manifiesta; los valores irrenunciables del preparador, opuestos al establishment, fueron el motivo soslayado. Para algunos se trató de una maniobra oportunista; para otros, fue un acto de profunda coherencia.
Los comicios, que contaron con una cobertura informativa inusual, favorecieron a Segovia quien asumirá el 15 de enero de 2011. Su primera medida será conseguir un sustituto para Bielsa quien, de acuerdo a estudios de opinión, contaba con el respaldo del 80 por ciento de los chilenos. Los nombres de los candidatos son ya de dominio público.
Pareciera tratarse de un asunto ajeno, pero no lo es en absoluto. Por un lado, porque se trata de un rival de calibre para optar por un cupo en Brasil 2014 y es natural que sus opciones deportivas se miren ahora desde otra perspectiva, sin Bielsa en el mando. Por otra parte –y quizá sea aquí donde esté el elemento más influyente– lo ocurrido en Chile plantea un escenario para el nombramiento de las autoridades que rigen el fútbol que, aunque revestido de democracia, le otorga un papel superlativo a los clubes profesionales.
Es una situación que está en las antípodas de lo que ocurre en nuestro medio. Allá, quienes más invierten deciden y eligen a la cabeza visible de sus intereses; aquí, los votos de los equipos se diluyen en un proceso más amplio en el que participan otros entes para designar al máximo timonel, quien establece las directrices de aquellos que, por estricta lógica empresarial, deberían controlar los hilos del negocio.
Bielsa mostró el lado noble del fútbol. También el más débil. La legalidad sirve para validar decisiones, aunque no siempre sean las que más convienen.