lunes, 31 de octubre de 2011

Nombres y números

La última convocatoria de César Farías para los partidos contra Colombia (Barranquilla, 11/11) y Bolivia (San Cristóbal, 15/11) ratifican la línea estratégica del seleccionador: amplio número de efectivos, piernas frescas para los choques de local. Máximo rendimiento posible en casa que permita acumular una renta mayor en la primera vuelta de la eliminatoria. Ambos aspectos clave en las posibilidades de clasificación a Brasil 2014. Las estadísticas de los últimos procesos eliminatorios de la Vinotinto le dan respaldo numérico a la apuesta; el sentido común y la profundidad del plantel le ponen firma y sello a la aventura.

Para que Venezuela equipare condiciones con sus rivales requiere de un alto nivel físico. La última Copa América y el reciente enfrentamiento con Argentina lo dejaron claro. Por eso no debe extrañar que la selección haga modificaciones de varias piezas entre la costa colombiana y los andes tachirenses. Los jugadores y funciones que acumulan un mayor desgaste en la ejecución de la idea serían el núcleo de los movimientos: laterales, volantes ofensivos y delanteros. Así, que aparezcan hombres como Rolf Feltscher, Julio Álvarez, Luis Manuel Seijas o Alejandro Moreno entre los titulares en el Metropolitano de Barranquilla, no debería ser una sorpresa.

Hay elementos que, salvo lesiones o suspensiones, repetirían en los dos montajes: Renny Vega, Oswaldo Vizcarrondo, Gabriel Cichero, Tomás Rincón, Franklin Lucena y quizás, por lo que representan sus galones, Juan Arango. El resto debe entender que el camino a seguir exige sacrificios y que no hay manera de cambiar la dinámica de este calendario premundialista sin ceñirse al guión establecido. 

Se puede explotar la condición de local añadiendo un mejor estado competitivo que exprima el desgaste de quien visita con el cansancio acumulado de una batalla previa y largos desplazamientos. Le pasó a la Albiceleste en Puerto La Cruz, le ocurrirá a Bolivia en un par de semanas y lo tendrá que sufrir también Chile en junio. La desventaja convertida en fortaleza.

Desde que se adoptó el actual fixture eliminatorio (fue implementado para Corea-Japón 2002), la Vinotinto ha tenido dos escollos determinantes: el rendimiento en las primeras vueltas y la producción en casa. En los últimos once años hubo tres entrenadores a cargo de la selección (José Omar Pastoriza, Richard Páez y Farías) y, si bien se produjeron avances en cada ciclo, las tendencias en los factores señalados no han podido ser revertidas con contundencia.

Los porcentajes de efectividad de puntos logrados en la mitad inicial, en la que se celebran más juegos de visitante, ha sido de 11% (Corea-Japón 2002), 37% (Alemania 2006) y 26% (Sudáfrica 2010). En el mismo orden, la cosecha en nuestros estadios en el global premundialista arroja estas cifras: 48%, 40,7% y 48%. Todos registros insuficientes para alcanzar un boleto a la Copa del Mundo. La referencia del ideal está en la segunda vuelta del pasado proceso clasificatorio en el que la Vinotinto logró el 55% de las unidades en disputa.

Sin Brasil compitiendo por un lugar, el umbral máximo de puntos que se requieren para ir al Mundial se reduce. Eso no aumenta las opciones, pero sí deja claro a qué altura está el listón.

No estamos habituados a enfocar el análisis desde esta perspectiva y tampoco el juego se explica a partir de los números, pero el plan elegido parece el indicado. Con tantas opciones por abundancia de nombres, puede que el sueño tenga más bases tangibles que etéreas.

lunes, 24 de octubre de 2011

Cantos de sirena

El proyecto de un entrenador se basa en ganar. Todo lo demás es demagogia. Y así será siempre porque el verbo conjuga en tiempo presente. El pasado sirve para negociar contratos y el futuro es una promesa que puede desvanecerse en una racha de malos resultados. Cuando un técnico habla de largo plazo hay que ponerse alerta: abrir el paraguas antes de la tormenta es una práctica habitual para comprar confianza. Los tiempos están vinculados al éxito porque nadie extiende créditos sin otro aval que el de la victoria. La retórica se convierte en palabra muerta sin los tres puntos de cada domingo. Guste o disguste a tirios y troyanos.

Chuy Vera fue contratado por Táchira para que extendiese su buen momento en Zamora con la seña aurinegra. La lírica obró como encantadora de serpientes y sus directivos picaron. El DT habló de paciencia en la plaza menos paciente. No hubo una voz con autoridad que defendiese la apuesta, ni convicción para señalar un camino que ellos mismos desconocían. Sin norte, el fracaso era un tiro al piso.

A Eduardo Saragó le firmaron un contrato por tres años que el preparador, aunque no lo diga abiertamente, concibió para seis meses. Para extender la ilusión de los inversores y engordar la cuenta corriente de la credibilidad, había que ganar ya. Con ese objetivo estructuró un plantel “marca Norven” que comenzó a sumar desde el arranque. El funcionamiento no tuvo prórrogas y se instaló a pelear por el título. Todos felices por los lados de Cabudare. Hay triunfos, hay proyecto.

En un mundo al revés, los planes reposan sobre las espaldas de los técnicos cuando deberían ser responsabilidad de quienes gestionan los clubes. Con filosofía y metas claras, los equipos tendrían más sencilla la tarea de designar a sus timoneles. Elegirían en función de aquellos que se adaptan a su perfil y escaparían de la garra de representantes vividores y merodeadores de oficio. En el fútbol venezolano este despropósito enriquece a los astutos y arruina a los emprendedores. Los capitales se filtran por el desagüe que abren los jefes del negociado. La tralla de artificio del nuevo proyecto promueve salarios impagables y azuza la bancarrota.

Caracas FC rompe con la norma. No es casual que siga peleando por los primeros lugares con menos presupuesto que sus pares. Sin importar cómo haya llegado a adoptar su modelo, lo cierto es que tiene uno. Eso lo hace excepcional. La continuidad y la promoción de sus técnicos se fundamenta en un concepto: el desarrollo de sus categorías inferiores y el crecimiento institucional a partir de la autogestión. Un fundamento que, año tras año, aleja a los rojos de la dependencia económica que supone su vínculo con Laboratorios Vargas. 

Nadie llega a dirigir al Caracas con un proyecto debajo del brazo. El proyecto es el club y el entrenador debe adaptarse a él. Ése es el rumbo correcto que nadie más sigue y que explica la continuidad de un ideario que se fortalece con el tiempo.

Seguir la senda de la sensatez no es solo una elección: requiere de gente capacitada que entienda el negocio del fútbol y sepa administrar con criterio empresarial el capital que maneja. Designar a un conductor no puede ser la base sobre la que se sostenga el futuro institucional; lo contrario, el DT debe saber encajar en la estructura existente y honrar a quien lo contrata respetando su filosofía. 

Quien no cree en sirenas difícilmente sucumbirá a la seducción de sus cantos.

lunes, 17 de octubre de 2011

Corre Vinotinto, corre

La gesta de la Vinotinto contra Argentina cumplirá mañana una semana. Pasada la euforia, la lectura sosegada arroja una conclusión: el prototipo diseñado por César Farías para competir en la eliminatoria necesita combustible de alto octanaje. El técnico armó un equipo que hace de la solidaridad su mayor virtud. Y que corre como pocos de sus rivales continentales.

Salvo Uruguay, que sustenta su solidez y liderazgo en un proceso de trabajo que ya alcanza el lustro, pocas selecciones están más amalgamadas que la venezolana. La idea quedó patentada en la Copa América y todos los intérpretes –incluso aquellos que se sumaron recientemente al ciclo– entienden sobre qué bases se sostiene la idea de juego. Una ventaja enorme delante del resto.

El premundial sudamericano comporta dificultades singulares. Los futbolistas deben hacer traslados transcontinentales que suponen desgaste y los partidos plantean desafíos únicos como jugar en la altitud de La Paz y tres días más tarde someterse a temperaturas que bordan los 40 grados centígrados. Los tiempos de recuperación son atípicos y las exigencias máximas. La presión es permanente y cualquier resultado negativo abre un juicio sumario que pone a prueba las convicciones. Un clima que puede pasar del júbilo a la crispación en horas.

Venezuela fundamenta sus conceptos sobre la base de un óptimo nivel físico. El escaso tiempo de preparación en las fechas FIFA reduce la incidencia del cuerpo técnico sobre este aspecto. Ergo, gestionar de una manera lógica el plantel acaba siendo determinante. La medida de los esfuerzos y la elección de los mejores elementos en función del tamaño de cada objetivo, resultan clave en la obtención de los puntos necesarios para clasificar al Mundial.

La estrategia es clara: si bien el calendario impuesto por la Conmebol en los últimos procesos eliminatorios siempre fue un hecho desfavorable, Farías y sus colaboradores hallaron el antídoto para hacer de la minusvalía una fortaleza. Que se ampliara el número de jugadores disponibles, con la incorporación de Fernando Amorebieta, Andrés Túñez, Julio Álvarez o los hermanos Feltscher, respondió a un plan construido sobre dos pilares: competir de visitante midiendo la participación de algunos elementos del cuadro base en las seis primeras fechas; y apostar todo el botín a los choques en casa, intentando arropar a los rivales que llegarán al país con el peso en sus piernas de 90 minutos y viajes largos. 

En las cuentas del seleccionador el pleno de puntos contra Argentina, Bolivia y Chile son una prioridad. Lo que se consiga afuera será ganancia. Es un riesgo grande, pero cada paso fue estudiado con rigor para planificar el camino hacia la Copa del Mundo. A partir de la séptima jornada habrá una variación en la hoja de ruta y el inicio de la segunda fase en la planificación. Los traslados consecutivos a Lima y Asunción (7 y 11 de septiembre de 2012) serán una bisagra. Luego, se invertirá la fórmula local-visitante y llegará el momento de emprender el remate. Si la cosecha resulta provechosa en la primera vuelta, habrá cinco enfrentamientos en casa para acabar de sellar el boleto a Brasil.

Lo futbolístico y los imponderables serán condiciones que pesarán en el destino de los partidos. Pero Farías sabe que su tropa requiere del sudor constante para que el mecano que armó mantenga un nivel óptimo de rendimiento. Cada paso será medido. También el esfuerzo. 

Para que lo real y lo onírico vayan a la misma velocidad, todos tendrán que correr sobre la misma línea.

lunes, 10 de octubre de 2011

El fútbol no estuvo a la altura

Tras la caída en Quito, se caía de maduro el argumento fácil: fue un error la doble convocatoria. Es una forma de verlo. Muchos de quienes hoy claman por la presencia de los hombres de jerarquía, de los “caballos” como reza la voz popular, hicieron coro antes para unirse al consenso respecto a la forma de preparar el partido cuando la Vinotinto trabajaba en Mucuchíes. Es ventajista blandir esa arma como núcleo de análisis. Con el resultado a la mano, las lecturas posteriores toman el atajo más conveniente para cuestionar la capacidad del seleccionador y apuntar directamente sobre el “nivel de selección” de algunos jugadores.

No hay forma de predecir qué destino habría tenido el enfrentamiento contra Ecuador si los nombres eran otros. La historia registra episodios recientes en los que se encaró este compromiso con lo mejor que había y el marcador fue igual de contundente. Incluso cuando Venezuela derrotó a los meridionales en el Atahualpa hace cuatro años, la estadística no reflejó el claro dominio local y la innumerable cantidad de situaciones de gol que generó. El pasado viernes salieron a la cancha como titulares ocho futbolistas que integraron el plantel que disputó la Copa América de Argentina. Todos aptos para competir en un choque de exigencia.

Los módulos en la altitud del páramo merideño no fueron un despropósito; los recursos invertidos en el uso de cámaras hiperbáricas y otros elementos para igualar las condiciones fisiológicas, tampoco fueron una excentricidad. Hubo un camino, una planificación trazada para aminorar los efectos de la falta de oxígeno a 2.800 metros sobre el nivel del mar. El concepto no admite reproches. Sí –y este es el elemento básico para explicar la derrota en Quito– la manera cómo, desde lo futbolístico, se encaró el debut en las eliminatorias. Allí radicó el peso de la trama en la derrota.

“Todos hablan de la altura, pero no olvidamos que para ganarle a Ecuador hay que jugar al fútbol”. Las palabras las pronunció José Manuel Rey en la víspera del partido. Esa sensatez la llevó después a la cancha: fue, junto a Renny Vega, de los pocos que se salvó del naufragio colectivo. El mensaje no caló en el resto. Tampoco en el entorno –incluido el periodismo– más enfocado en cómo combatir los efectos del soroche que en aquello que Reinaldo Rueda y sus hombres podían proponer sobre el terreno de juego.

Las respuestas individuales y grupales al despliegue ofensivo ecuatoriano fueron tibias, faltas de intensidad y entendimiento sobre cómo ejecutar la idea. La notable actuación de Antonio Valencia se explicó desde el desigual mano a mano que libró con José Luis Granados, pero también a partir de las facilidades que consiguieron los volantes de camiseta amarilla para dirigir el trámite. El desborde por los costados fue una constante que no tuvo obstáculos. Las diagonales de Jaime Ayoví y Benítez siempre encontraron un espacio libre a espaldas de los mediocampistas de marca y en las enormes franjas baldías entre centrales y laterales; y la falta de presión sobre los conductores coadyuvó (Noboa dixit) a desnivelar los duelos de los que tanto habló César Farías en las semanas previas. 

El DT no logró, en el amplio tiempo de preparación, que el planteamiento fuese bien desarrollado. Y las modificaciones del segundo tiempo no mejoraron a la selección ni le cambiaron la dinámica. Con mayor oxígeno en la sangre, fue el fútbol el que no se adaptó a la altura. La lección costó tres puntos.

lunes, 3 de octubre de 2011

Memorias de la altura

La selección de Venezuela que jugó la Copa América de Ecuador y disputó las eliminatorias para Estados Unidos 94, tuvo una preparación inusual para aquellos tiempos pero un gran desconocimiento de lo que era jugar en la altura. Ratomir Dujkovic dirigía al equipo desde hacía unos meses y decidió llevarse a los futbolistas al invierno alemán para elevar sus niveles físicos. Muchos sufrieron de aquella aventura pergeñada por el entrenador serbio para contrarrestar las deficiencias del campeonato local.

“Los jugadores venezolanos no estábamos preparados para un técnico como Dujkovic”, afirmó recientemente Rafael Dudamel, arquero titular en ese ciclo. Y en buena medida era cierto; aunque tampoco el DT entendiese muy bien en qué se estaba metiendo cuando aceptó trabajar en Suramérica.

En la apertura de la Copa del 93 contra el local en Quito sufrió un 6-1 contundente. Sin oxígeno, los Álex Aguinaga y compañía golearon sin piedad (5-0, en el mismo estadio Atahualpa) menos de dos meses después en el arranque del premundial. La adaptación a la altitud meridional en la Copa le permitió a Venezuela empatar con Uruguay (2-2) y Estados Unidos (3-3), pero apenas quedó un aprendizaje de los efectos del soroche.

Cuando Bolivia visitó Puerto Ordaz en la ruta hacia su segunda clasificación mundialista, Dujkovic estaba seguro de que los ahogaría en el calor y la humedad guayanesa. Craso error: después de ponerse en ventaja con un gol de Oswaldo Palencia, las camisetas verdes se multiplicaron y el 7-1 puso claras las diferencias. Xabier Azkargorta, el preparador rival, se frotaba las manos: la capacidad de oxigenación de sus dirigidos, con los pulmones hipertrofiados por entrenarse a 3.600 metros para competir en el llano, desbarató la teoría de quien ignoraba este precepto. 

Para la revancha en La Paz, el plantel almorzó liviano en la concentración poco después de llegar desde Santa Cruz de la Sierra. Algunos jugadores se quejaban porque “habían quedado fallos” con la comida y los dos hombres a los que Dujkovic encargaría las marcas personales sobre Marco Echeverry y Platiní Sánchez, ignoraban sus roles faltando minutos para ir al Hernando Siles. El baile fue atroz (7-0) después de un primer tiempo en el que Cheo Gómez, figura de aquella tarde, fue a buscar la pelota en su arco una sola vez.

En el camino hacia Francia 98, Rafa Santana planificó la visita a La Paz con trabajos en Cumaná (el gobernador local dio todas las facilidades para que la selección se concentrara allí), se alojó en Santa Cruz para subir el día del partido y el desenlace (6-1, gol de Edson Tortolero de penal) fue el acostumbrado. En el calentamiento, para no agotar las reservas de aire, Rafa jugó baloncesto con sus dirigidos en una canchita que estaba junto al vestuario, en la zona de calentamiento. Ni los recursos, ni el conocimiento, daban para pensar en una puesta a punto diferente que redujera las diferencias.

Richard Páez apostó por afrontar los choques en la altura llegando a la ciudad la noche antes como recomendaban algunos de sus colegas. Sus equipos corrieron las dos veces que fue a Quito (derrota 2-0 en 2003 y triunfo 1-0 con el recordado tiro libre de Rey en 2007). Pero en La Paz, el día del mareo de Alejandro Cichero, cayó 3-1 aunque las desventajas físicas fueron menores. 

Venezuela ganó los 6 puntos que disputó en la altura durante la última eliminatoria. Este viernes en Quito, con una experiencia exitosa como antecedente y la mejor preparación posible, intentará recuperar la memoria de quien sabe que se puede llegar a la cima de la montaña y plantar bandera.