lunes, 30 de mayo de 2011

Proponer y componer

En el ajedrez jugar con las blancas implica una obligación: ejecutar el primer movimiento marca un plan de ataque ceñido a una estrategia. Quien tiene las negras diseña una defensa que se va ajustando a los movimientos del rival. Conseguir las tablas es un logro supremo. Ganar la partida, en esas condiciones, suele derivar de un movimiento maestro o del usufructo máximo de una mala elección de quien está obligado a llevar la iniciativa.

El fútbol puede plantear similitudes en este sentido. No es común que los partidos se disputen de poder a poder. Lo normal es que alguno tome el papel de cortejar al juego y otro el de desmontar la serenata. Proponer se asume como un término que alude al atrevimiento, a tener la pelota y pensar en el arco rival; pero también propone quien minimiza el potencial de su oponente con armas legítimas y exprime al máximo sus fortalezas. ¿No fue eso lo que logró el Táchira de Jorge Luis Pinto en el primero de la final contra Zamora?

Los lugares comunes se disparan en los análisis sobre estas aparentes dicotomías. La realidad indica que hablamos de un deporte que siempre debe pensarse en dos dimensiones: atacar y defender. Para ambas se requiere de talento y es responsabilidad del entrenador detectar cuál es el perfil idóneo que debe darle a su equipo a partir de sus propias señas de identidad.

La cara de los conjuntos es maleable. El técnico marca una manera de hacer y la definición del estilo muchas veces se vincula con la historia. Cuando esto sigue una línea lógica (el Inter de José Mourinho, por ejemplo) el aficionado no lo resiente. Cuando, en cambio, la escogencia choca con la tradición (el Real Madrid de Fabio Capello, o esta versión reciente de los merengues comandada por el propio Mourinho) se produce un cortocircuito que suele traer consecuencias negativas en el corto o mediano plazo.

Que Táchira haya elegido encarar el enfrentamiento con Zamora desde el fortalecimiento defensivo, no contradice su tradición ni genera un rechazo generalizado entre sus parciales. Contrario a lo que marcan los tópicos, su gente valora conceptos como la garra, el esfuerzo y la consecución de títulos por encima de eso que, absurdamente, se define como “jugar bonito”. Y no es un asunto del que se avergüence, ni una negación a su solera.

El Aurinegro se acercó al lirismo de la mano de Carlos Horacio Moreno y una generación que invitaba a entender el fútbol desde la estética. William Méndez, Carlos Maldonado, Miguel Oswaldo González o Laureano Jaimes definieron una manera de hacer que todavía se recuerda. Fueron los tiempos de la explosión tachirense con los triunfos en Copa Libertadores y su dominio en el torneo local, con Pueblo Nuevo a reventar y una química especial con la gente.

Pero Táchira ganó más estrellas siguiendo otras propuestas y eso también forma parte de su legado. Walter Roque, Raúl Cavalleri o Carlitos Maldonado dieron vueltas olímpicas con cuadros inolvidables para el hincha pero de escasa recordación para el resto, lo que no le sustrae ni un ápice de mérito.

Pinto no traicionó ninguna filosofía. El colombiano entiende el fútbol como un reto en el que nada se aprecia más que la victoria y no se clava puñales sosteniendo otra cosa. Comprendió a tiempo lo que la grey aurinegra aprecia y actuó en consecuencia. Reconstruyó su proyecto, magullado por el fracaso en la Libertadores y el Clausura, con el compromiso incontestable de sus dirigidos. Propuso y seguirá proponiendo aunque se sienta más cómodo con las negras.




lunes, 23 de mayo de 2011

La idea de Richard y Chuy

La escuela estilística que impuso Richard Páez encontró un reivindicador en Chuy Vera. El debate sobre los métodos de trabajo y la forma de entender el fútbol que identifican a los dos estrategas no existe fuera de los medios de comunicación. No hay tal discusión en el país; no al menos desde la perspectiva de la opinión pública. Pero aquello que revolucionó este deporte en Venezuela y produjo un efecto sociológico que alumbró el fenómeno Vinotinto, reapareció en una versión moderna y avanzada con el Zamora campeón del torneo Clausura.

Es cierto que no hay un mapa de ruta preciso que vincule a ambos entrenadores con una escuela. El término no deja de ser una abstracción producto del ideario que comparten. Conceptualmente, a Páez y Vera le sobran puntos de conexión; en los hechos falta una estructura que, como ocurre en el Barcelona, una el discurso y le dé solidez a partir de un proceso de divisiones inferiores lógico y sustentado. ¿Por qué? Porque el desarrollo de las ideas y la búsqueda de los ejecutantes idóneos para ponerlas en práctica, requieren de un soporte que las respalde y promueva.

Páez fue compañero de Vera en ULA Mérida y más tarde ambos establecieron una relación de técnico-jugador en el propio ULA, Táchira y Estudiantes. La influencia de uno sobre otro fue fundamental, tanto como la ejercida sobre Ruberth Morán y Juan Carlos Babío, los colaboradores más cercanos del preparador zamorano. En cada proclama de Chuy, discursiva o factual, hay una mención implícita al maestro y un deseo de dignificar un modelo que nace del respeto por el juego y encuentra sustento en una propuesta táctica construida a partir de la pelota. 

Como ocurrió con Richard, la figura de Chuy Vera y su manera de interpretar una filosofía que transmite con convicción y riqueza verbal, genera consenso. Avalado por lo tangible, los adeptos se suman con facilidad porque el mensaje representa el ideal de la búsqueda de la belleza acompañado de éxito. No jugar bonito sino jugar bien. Los títulos refrendan que lo segundo es el paradigma. Que hay objetivos concretos y no solo una aventura romántica y panfletaria.

Los puntos de contacto entre los dos entrenadores son transparentes: manejo de la zona; uso de los espacios en función de recuperar la tenencia sin que ello implique un desgaste desproporcionado de energías; procurar la iniciativa a partir de posesiones prolongadas y sociedades triangulares que buscan establecer superioridad numérica; movimiento constante del balón para desgastar al rival y desacomodarlo hasta que la propia cadencia genere la franja libre.

Las diferencias nacen de elementos incorporados por Vera producto de sus propios patrones e influencias: presión en cancha rival; búsqueda de profundidad a partir de cambios de ritmo y uso sistemático de las bandas; dinámica posicional para ocupar espacios de forma lógica y racional; trabajo físico con balón y rutinas de entrenamiento innovadoras donde el descanso tiene tanto peso como el esfuerzo.

La de Páez y Vera no es la única manera de aproximarse a este juego, pero sí una que cautiva y mueve sensaciones. Si es o no el estilo que mejor se relaciona con las características del jugador de esta tierra, corresponde a otra discusión. De momento, que haya un camino en común con el hombre más influyente en la historia del fútbol nacional, barniza el futuro cercano con el buen recuerdo del pasado exitoso y el aroma estimulante de la irreverencia.

lunes, 16 de mayo de 2011

La ruta de la seda

El fútbol venezolano se mueve en una atmósfera de contrastes. Apuntalado por una fuerza renovada que pobló las tribunas de muchos estadios en el último torneo y, al tiempo, desnudado en su lado más precario. Los medios hacen más por su desarrollo que quienes lo dirigen. Aunque de manera indirecta, el valor de la imagen televisiva obró el milagro de movilizar aficiones, pero también transmitió en vivo la desbandada de equipos, el deterioro de algunas canchas y la improvisación de quienes se acercan a esta actividad movidos por el deseo infantil de cumplir con un capricho o por afán proselitista.

Las campañas de Caracas y Zamora dignificaron el campeonato. Fue la luz que marcó el camino. Que el calendario los haya enfrentado en la última fecha tuvo, además de azar, un componente simbólico: la casualidad siempre aparece para regar la tierra arrasada. El panorama se define a partir de una conducta bipolar en la que conviven la euforia y la depresión; la fiesta y el chiste de mal gusto. Moverse entre el júbilo y el patetismo desquicia y genera inestabilidad.

Junto al destino de los líderes del Clausura, la notable temporada del Carabobo y el fenómeno generado en los graderíos del Misael Delgado; la consolidación de San Felipe como plaza futbolera y de Yaracuyanos como club con sentido de autogestión; o los repuntes de Maturín y Puerto Ordaz en sus índices de asistencia, comieron en la misma mesa el esperpento de Caroní, la opereta de Atlético Venezuela y un sinfín de episodios tragicómicos que ejercieron de contrafuerza a esa otra parte que empuja por abrirse paso en la maleza.

Quedarse en el ruido provocado por los fuegos de artificio puede ser peligroso. La lectura mesurada y fría a la hora del balance debe buscar el equilibrio. Una vez más, se presenta ante las narices de los directivos la oportunidad histórica de relanzar el producto fútbol venezolano y jerarquizarlo. La visibilidad que dan las cámaras de las tres estaciones de TV asociadas debe usarse como catapulta, con criterio gerencial, para acabar de posicionarlo. La toma de decisiones contundentes que potencien lo que se hace bien y minimicen el efecto nocivo de quienes van a contramano, resulta impostergable.

Hay una lista interminable de fallos imputables a los jerarcas de los conjuntos, incapaces de afrontar con visión empresarial lo que el fútbol demanda. Pero, en el mar de fondo, la responsabilidad de la Federación es inocultable. Apuntar hacia los conductores de las divisas y obviar la autocrítica sobre las deudas propias, no promoverá cambios. Es como un padre que, ante la conducta inadecuada de sus hijos, atribuye el hecho a un tercero y no a las taras en su crianza.

La transformación le corresponde a la dirigencia. Los medios, protagonistas de rebote en este momento de reimpulso, están para proyectar la puesta en escena. Aunque con un rol de peso en la trama, no son más que actores de reparto. Las soluciones deben surgir de la discusión objetiva y exenta de egoísmos de los involucrados. Son ellos quienes deben asumirse socios de un proyecto común que los puede colmar de beneficios y obrar en consecuencia. Puede que implique tomar medidas que generen perjuicios aparentes en algunos, pero en esto debe privar el bien colectivo y la mirada futurista. 

Como en los tiempos en los que los romanos hacían la ruta de la seda explorando mundos y abriendo mercados, al fútbol venezolano se le abren nuevos caminos para ampliar horizontes. Y el viaje no es tan largo como llegar a China.

lunes, 9 de mayo de 2011

Para entender al Zamora

Nadie puede atacar sin el balón. Desde esta premisa, básica e inobjetable, se define quien marca las condiciones de un partido. Defender bajo la base de una mayor posesión de la pelota tampoco es una innovación. Barcelona es referencia universal en la materia; Zamora lo está siendo en el medio local. Con sus diferencias y especificidades, ambos se explican a partir de un manual cargado de términos como presión, zona, juego posicional y profundidad.

Las ideas generan el vínculo y la influencia. El sistema elegido marca un contraste en la forma (4-3-3 el Barsa, 3-4-1-2 el Zamora). Quienes lo ponen en práctica con la camiseta azulgrana establecen niveles de excelencia inalcanzables. Pero hay una intención en Chuy Vera y los suyos que, por encima de los resultados, generó la iniciativa táctica más importante del fútbol venezolano en los últimos tiempos. El dibujo aplicado en el torneo Clausura y su propuesta atrevida lo convirtieron en el equipo de moda.

El ideario de Zamora se fortalece por las características de sus hombres. Algunos, potenciados por el DT, viven el mejor momento de sus carreras. Es por la condición de elementos como William Díaz, Nelson Semperena, Moisés Galezo, Vicente Suanno, Arles Flores, Jesús Meza, Jonathan Copete o Juan Vélez que la aplicación del principio de tenencia fructificó en este semestre. Construir un colectivo así implicó una tarea de aprendizaje, crecimiento conceptual y abandono de ideas prefijadas que dio frutos pronto. Entender que ataque y defensa responden a una lógica que tiene al balón como núcleo motivacional, no está al alcance de todos. La calidad del plantel fue determinante en esto, más allá de la visión generalizada respecto a su nivel real.

Transmitir estos preceptos y sumar para la causa a todo un grupo de futbolistas requiere de convencimiento, especialmente cuando aquello que se persigue se enfrenta a la corriente de las proclamas atávicas. El trabajo le va dejando al jugador elementos que lo invitan a dejarse llevar y creer. Luego, lo que se plasma en la cancha jornada a jornada hace el resto de la tarea. 

De la continuidad del proyecto dependerá que haya versiones más avanzadas de ésta que alumbró en el Clausura. La afinación de los automatismos y la incorporación de nuevas herramientas (de hombres y de movimientos) podrían generar una vuelta de tuerca más, una especie de Zamora 2.0 más constante en su rendimiento.

El ejercicio de la presión contribuyó a que la recuperación de la pelota se hiciese cada vez más en terreno contrario que en el propio, pero todavía no es una maquinaria aceitada que sabe qué hacer y cómo cuando pierde la posesión. Su pletórico estado físico también valida el método: se corre menos cuando la consigna es proponer y abortar toda intención constructiva del rival en base a ocupación sistemática y lógica de las zonas.

El estilo vuelve a aparecer como factor determinante en el éxito. Y plantea interrogantes y debates respecto a cuál es el fútbol que mejor se ajusta a las características del talento que alumbra esta tierra. Richard Páez plantó la bandera que ahora enarbola Vera con la ventaja del alumno avezado que se empeña por superar al maestro. 

Zamora representa aire fresco, innovación, amplitud de miras. Como excepción a la lógica imperante, su aporte no puede medirse en números aunque esa sea la vara que calibre a todos. Hay, en su modelo y espíritu, un compendio de razones para que un club de vitrinas casi vacías alcance la trascendencia.

lunes, 2 de mayo de 2011

Encontrarle la vuelta

Ramón Díaz dejó la conducción de San Lorenzo de Argentina hace pocos días. En el momento de presentar la renuncia el entrenador alegó que “no le encontraba la vuelta al equipo”. Los malos resultados dictaminaron el fin de su ciclo. Modificó la táctica, intentó con funciones distintas que se amoldaran a las características de sus futbolistas, pero no dio con el antídoto para la depresión en el juego. Y tuvo que claudicar.

“Encontrarle la vuelta” puede pasar por el cambio de sistema en el momento justo que modifica la dinámica del colectivo; la inclusión del jugador cuya funcionalidad activa al resto o aporta el equilibrio perdido; o bien la identificación de un problema interno que impide la armonía grupal. Los factores pueden ser infinitos, tanto como sus posibles soluciones. 

El torneo Clausura aporta algunos ejemplos de cómo el dar con el antídoto o no ser capaz de identificarlo puede condicionar la consecución de los objetivos deportivos. Zamora tuvo un Apertura con números negativos. Los desequilibrios defensivos signaron una campaña en la que mostró indicios del juego atildado del presente, pero la descompensación en el momento de perder la pelota provocó que sufriera derrotas en choques en los que dominaba a su rival con altísimos porcentajes de posesión.

La solución apareció con el cambio en el dibujo táctico, la aplicación de la línea de tres zonal que estabilizó su funcionamiento y el reclutamiento del delantero colombiano Juan Vélez y el defensor Jesús Álvarez que potenciaron el nivel de sus compañeros. El DT halló la solución tras un ejercicio de autocrítica que le rindió los mejores dividendos posibles.

En la otra acera están Mineros y Esppor, dos realidades distintas y un elemento en común: ambos mejoraron sus planteles con elementos de valía para pelear por el cetro del Clausura. ¿Qué pasó? En el primer caso, Carlos Maldonado recibió de una sola tacada a piezas del valor de José Manuel Rey, Iván y José Manuel Velásquez, Nicolás Diez, Rafael Ponzo, José Torrealba y Jorge Rojas, figura destacada en el Táchira campeón del Apertura 2010. Sin embargo, la campaña no ha estado al nivel de las expectativas cifradas. El entrenador nunca dio la impresión de sentirse cómodo en su nuevo traje. Habituado a ganar a partir del orden y la solvencia defensiva, esta versión de Mineros se convirtió, por obra y gracia de las incorporaciones, en la más ofensiva de todas las que haya dirigido Maldonado. También en la más irregular.

A Noel Sanvicente estuvieron a punto de sacarlo en hombros tras la gran campaña en el Apertura del Esppor. Con Pájaro Vera, Darío Figueroa, Jong Viáfara y Mauricio Romero, los merengues incrementaron sus opciones. Pero el estratega no encontró en su manual la respuesta precisa a la interrogante que su propio conjunto le planteaba. Probó distintos módulos, varió el perfil de su propuesta, pero no acabó de lograr la regularidad que le permitiera pelear con solvencia por los primeros puestos. Los blancos dejaron de ser contundentes y fiables. Chita no pudo “encontrarle la vuelta”.

El desafío de entender cómo ajustar las condiciones de un plantel para que opere como un mecanismo perfecto, define el oficio del técnico. Siempre hay una idea base, una seña de identidad a partir de la cual el preparador elige a determinados ejecutantes. Pero conseguir la fórmula que produzca el engranaje ideal de todas las piezas, más cerca o más lejos de su propio ideario, determina el éxito o el fracaso de los proyectos.