lunes, 29 de marzo de 2010

La auténtica magia de Messi


A Lionel Messi lo vi por primera vez a principios del año 2002. Fue en los campos de tierra que rodean el Camp Nou y que, en los días de partido, son utilizados como estacionamiento por los socios del Barsa. Las divisiones inferiores azulgrana solían entrenar en esos solares antes de la creación de la Ciudad Deportiva Joan Gamper, en el extrarradio de Barcelona. Era evidente que algo especial ocurría aquella mañana de primavera porque se había aglomerado más gente de lo normal alrededor del terreno, aplaudiendo las acciones.

Ángel Guillermo Hoyos, un argentino que fue compañero de Diego Maradona en la selección juvenil albiceleste y que pasó por el Deportivo Táchira en el ocaso de su carrera, trabajaba para la cantera culé y era el entrenador de Messi. “Este chico será un grande de verdad”, me comentó Hoyos apoyado sobre el alambrado de la cancha. El polvo, mezclado con trazas de cal, rodeaba a los jugadores de una atmósfera espectral con tonos dorados. Dentro del rectángulo, una figura esmirriada con aires de duende travieso desparramaba rivales y causaba fascinación. Llevaba la pelota atada al pie como un grillete y aún no se notaban del todo los efectos de la terapia para mejorar su crecimiento, razón esencial por la que su familia lo llevó de Rosario a la Ciudad Condal a los 13 años de edad.

Sin la fama que lo rodea ahora, la gente iba a verlo para disfrutar de su talento supremo como quien se detiene en las Ramblas de Canaletas ante el espectáculo de un artista de la calle. En el goce puro y descontaminado de preconceptos está la verdadera magia. Fuera de ese espacio, lo mundano puede hacer ruido. 

Lo que vendría después es historia conocida: debut soñado en el Barsa, títulos y nombradía. También su presente, cargado de enormes expectativas y punto central de la polémica que pretende otorgarle un lugar en el Olimpo de forma extemporánea. Lo comparan con Alfredo Di Stéfano, Pelé, Johan Cruyff o Maradona. Se exige que ratifique sus pergaminos en la Copa del Mundo como si el genio estuviese en la obligación de descubrir sus virtudes delante de un gran tribunal para justificar el encanto.

Las argumentaciones, a favor y en contra, resultan baladíes. Mientras el asunto llena horas de debates y le da espacio a los opinadores de oficio en todo el planeta, Messi se mantiene ajeno a esa obsesión tan habitual en los tiempos que corren de ponerle medidas a todo. De hacer tangible lo inasible. De trasladar a números, estadísticas y trofeos lo que forma parte de un universo inconmensurable. 

¿Quién fue el mejor de la historia? ¿Podrá ser Messi el más grande de todos los tiempos? ¿Con quién es equiparable su figura? La respuesta a todas estas interrogantes que coparon la semana informativa tras la prolífica cosecha de “La Pulga” en sus presentaciones más recientes, conduce hacia la especulación, un ejercicio que alimenta al establishment y condiciona el deleite.

El satélite dispara por todo el orbe sus goles de antología, su picardía suramericana, su pique en corto demencial y hasta la bonhomía de su carácter. Juega en un equipo que maravilla y sostiene valores que le dan sentido al juego. Y él, al tiempo, llena de significado al deporte mientras construye su leyenda.

Para absorber lo mejor de Messi, dure lo que dure su paso por el mundo del fútbol, convendría alejarse de las valoraciones y dejarse cautivar, sin prejuicios, por aquello que nos ofrece. Alcance o no el pináculo que se le augura. Como ese grupo anónimo que iba a verlo a los baldíos del Camp Nou, movido por el simple impulso de la belleza. Solo así tendrá sentido.

lunes, 22 de marzo de 2010

El nuevo modelo rojo


La salida de Noel Sanvicente de la dirección técnica del Caracas plantea una cuestión que trasciende al hecho noticioso, harto reflejado en los medios durante los días precedentes. El timonel quiso tantear a sus directivos en una situación de tirantez en la relación –alimentada por rumores y sospechas– y el equipo decidió cogerle el guante para dar el viraje definitivo a una política institucional a la que Chita no se ajustaba.
Philip Valentiner, dueño del Rojo, tiene una idea de club distinta a la del ahora ex preparador. Fuera de los títulos alcanzados, de la consolidación de un estilo con el que se identifican sus hinchas y del fenómeno social que derivó como consecuencia, a la actual conducción no le basta con las glorias deportivas: su principal objetivo, a la luz de las declaraciones hechas por el propio heredero de Guillermo Valentiner, es la promoción y venta de futbolistas para convertir al cuadro caraqueño en una inversión rentable.
El planteamiento tiene fundamentos lógicos. Como gestor de una empresa, Valentiner pretende que los números terminen en verde y él debe velar por esos intereses. Lo que habría que preguntarse es si el dirigente está siguiendo el camino correcto para ese fin, y si es realmente compatible ese concepto con el sostenimiento de un conjunto que pueda seguir imponiéndose con contundencia en el torneo local y obtener el prestigio en Suramérica que soñó su fundador.
Sanvicente terminó su ciclo mucho antes del rocambolesco episodio del pasado jueves. La ruptura se inició cuando, desde las oficinas, comenzó a recibir presiones para que alineara a determinados futbolistas que al jerarca le interesaba colocar en la vitrina. Ajeno a todo ese mundillo de representantes, comisiones y trapisondas, al estratega le hacía ruido lo que iba percibiendo en el entorno: más que el acercamiento con la selección y con César Farías, a Chita no le parecía leal que se saltase por sobre su figura para planificar cuestiones que debían ser de su absoluta incumbencia.
Los resultados en la cancha, el respaldo de la afición en las gradas e incluso su  imagen mediática, sostuvieron al entrenador que fue responsable directo de la mitad de los títulos del Caracas. Pero hace tiempo que su presencia se había convertido en un obstáculo para las nuevas pretensiones del cuadro de sus amores, que descubrió los atajos del negocio antes que los senderos que conducen al verdadero crecimiento.
El presidente de los Rojos del Ávila admitió los encuentros con Farías y dijo, con asombrosa candidez, que los mismos tenían por objeto producir un acercamiento que fortaleciera sus nuevas directrices.
El asunto, como mínimo, tendría que generar una discusión. Promocionar elementos noveles, tanto en el Caracas como en la selección, debería ser la consecuencia del rendimiento en la cancha de esos valores; no la razón que alimente el tráfico de jugadores y favorezca el enriquecimiento de unos pocos.
La postura expuesta por Valentiner y por la que, en esencia, Sanvicente dejó de ser el conductor de los rojos, se acerca más al proyecto de un equipo pequeño que al de uno que aspire a la grandeza. Como garante de su propiedad, el directivo está en pleno derecho de adoptar el modelo que mejor le parezca, aunque el mismo provoque la toma de decisiones que no son bien recibidas por su fanaticada.
Lo que no parece de recibo es que el Caracas se asuma, en esta nueva etapa, socio de la Vinotinto en sus propósitos comerciales. El seleccionado nacional no puede ser visto como un trampolín que sustente la industria de fichajes de talentos venezolanos hacia otros mercados. Hasta el día de hoy, todos suponemos que no es así. ¿O habría que comenzar a planteárselo de otro modo?

lunes, 15 de marzo de 2010

La fiesta de los violentos


Los hinchas del Caracas volvieron a decorar el estadio Olímpico como en sus mejores galas. El pasado miércoles las gradas del coso ucevista se llenaron de camisetas rojas, pancartas y fuegos de artificio para recibir al Flamengo por la Copa Libertadores de América. Hubo jolgorio y los jugadores sintieron el apoyo de los suyos, hasta que un objeto impactó en uno de los asistentes y el partido se detuvo por unos minutos en pleno segundo tiempo. Con el 1-1 en el marcador, los de Noel Sanvicente vivían su mejor momento cuando la acción los sacó de ritmo.
Después, ya con la derrota consumada, los hechos de violencia protagonizados por los propios aficionados locales derivaron en el escenario conocido: golpizas, agresiones a los visitantes y la respuesta de las fuerzas del orden y personal de seguridad, inhábiles para manejar a la masa.
Las barras que siguen al decacampeón nacional mimetizan y adoptan códigos de sus pares del Sur: desde emblemas que apelan a una simbología no siempre relacionada con el hecho deportivo, pasando por cantos que denigran de los oponentes, hasta acciones concretas como el secuestro y destrucción de los estandartes de la afición rival. Existe incluso un manual tácito de pertenencia que debe seguir todo aquel que desee integrarse a estos grupos de devotos encarnados.  
No se puede celebrar la barbarie. Caracas gana nombradía en Suramérica y suma seguidores a su causa; al tiempo, es incapaz de establecer mecanismos de control que le permitan organizar un espectáculo atractivo y seguro. Los triunfos en la cancha no sirven para ocultar la vergüenza que se vive en la oscuridad del cemento. Tampoco la complicidad de quien no hace nada para evitarlo.
El año pasado hubo sucesos graves que apenas merecieron medidas tibias. Tanto en la Libertadores como en el campeonato local, los vándalos que llenan de terror a la grada actuaron con total impunidad. Y continúan haciéndolo. Algunos episodios trascendieron: uso de armas blancas, consumo indiscriminado de bebidas alcohólicas o el libre ingreso de explosivos fueron objeto de denuncias y motivaron tenues investigaciones periodísticas. Ninguno de ellos mereció una sanción ejemplarizante.
Otros acontecimientos fueron convenientemente ocultados. El 12 de mayo de 2009, durante el choque por los octavos de final de la Copa que enfrentó al Caracas con el Deportivo Cuenca de Ecuador (victoria 4-0 del Rojo), un hincha del cuadro derrotado fue arrojado en caída libre desde lo más alto de la tribuna popular. Al malogrado lo mantuvieron durante semanas en una unidad de cuidados intensivos, recuperándose de las múltiples fracturas sufridas.
Las campañas publicitarias que emprenden los asesores del club motivan a sus fieles y generan un efecto novedoso en la ciudad, con miles de jóvenes atiborrando las estaciones del Metro o llegando en procesión al Olímpico ataviados con los ropajes del feligrés. Son mensajes que invitan a un evento de alto riesgo sobre el que no se informa ni se educa. Así, solo habrá conciencia cuando el parte de guerra añada algún muerto al ya amplio listado de heridos.
Hace rato que el Caracas se vio desbordado por su propio crecimiento. La franquicia adquirida 22 años atrás por la familia Valentiner, se transformó en un monstruo incontrolable. Sus responsables se hallan en una encrucijada sobre la que parecen no tener conciencia: aprovechan el envión y transforman a la institución de la Cota 905 en una verdadera alternativa de ocio, execrando a los violentos; o abortarán el único proyecto sustentable de masificación para el fútbol caraqueño de las últimas décadas.

lunes, 8 de marzo de 2010

El estilo no se negocia


La frase que titula la columna no es propia. Le pertenece a Pep Guardiola, técnico del Barsa, y fue pronunciada recientemente, con claros visos de reafirmación, en medio de un pequeño bache de resultados del club catalán. Es la síntesis perfecta del fútbol coral azulgrana que causa admiración en el planeta, la apuesta por una manera de jugar ceñida a valores con los que comulga su hinchada. Los seis títulos alcanzados en el último año validaron la idea y colmaron al exigente paladar culé.
No es el único camino posible. El éxito está condicionado por la calidad de los futbolistas con que se cuente. Sin talento no habrá sinfonía. Se puede construir una orquesta, pero sonará mejor o peor en función del nivel de sus músicos. También se podría contar con excelsos ejecutantes que desafinen.
La selección de Venezuela, en el ciclo que comanda César Farías desde enero de 2008, eligió una puesta en escena distinta a la de Richard Páez, su antecesor en el cargo. A muchos les cuesta aceptar esta verdad, constantemente sometida a la comparación y a un filtro subjetivo. La Vinotinto actual definió su estilo desde el momento en que el actual timonel se puso al frente de ella. La coherencia en su línea de pensamiento habría que buscarla en las versiones del Deportivo Táchira, Mineros o Anzoátegui que el preparador cumanés guió antes de asumir como seleccionador. A nadie debería sorprender que el equipo de todos se despliegue de la manera que lo hace.
Si el análisis del juego vinotinto entra en el peligroso terreno de los gustos, la valoración deriva en estética y pierde consistencia conceptual. Podría generarse una discusión infinita, con una contaminante carga subjetiva. Si, en cambio, el balance se pasa por el tamiz de la eficacia, el mismo adquiere peso argumental y se llena de elementos tangibles para abrir un debate serio.
Cuando el propio Farías llevó a los sub 20 a clasificarse al Mundial de Egipto en 2009, el peso de los resultados y la dimensión de lo logrado diluyeron cualquier polémica respecto a la forma. Con los mayores el asunto está revestido de otras exigencias: sin medallas para colgarse, en medio de un proceso que ya pasó por el recambio generacional, su funcionamiento genera lógicas controversias porque ni llena los ojos del aficionado ni es eficaz.
Allí radica la cuestión. Después de 26 meses de trabajo el tema no es baladí. ¿Se sabe a qué juega la selección? Sí. Con más o menos adeptos, se puede construir el retrato robot de lo que quiere el conductor: sus equipos defienden mejor de lo que atacan, son conservadores en esencia y buscan llegar al área rival con transiciones directas, desechando las posesiones prolongadas. ¿Funciona? No del todo. Los resultados son inconsistentes y las dificultades para imponerse como local, cuando los partidos exigen proponer, han sido recurrentes.
La elección de los jugadores, con mínimas excepciones, genera consenso por encima de las pruebas. No así el modo en que muchos de ellos son utilizados. También en esto el factor eficacia es fundamental para interpretar rendimientos individuales y colectivos. Elementos como Tomás Rincón, Luis Manuel Seijas, César González, Roberto Rosales, Juan Arango o Nicolás Fedor han padecido, en diferentes momentos, de la desnaturalización de sus funciones habituales. Si eso resulta, el técnico se gana el crédito por su decisión y convence a sus dirigidos; si no, tiene que prepararse para que arrecie la crítica y la desconfianza.
“El estilo no se negocia”, podría parafrasear Farías a su colega del Barcelona. Pero para que la razón le asista y pueda mantener su ideario inmune a los cuestionamientos, el rendimiento tiene que ser otro. Si la forma está definida, es tiempo de que adquiera peso el fondo.

lunes, 1 de marzo de 2010

Rincón del futuro


A Tomás Rincón lo persigue un apetito insaciable. Hambriento de gloria, enfoca la mirada sobre la pelota y la sigue con voracidad de cazador para arrebatársela a quien invada su territorio. Protege el espacio cuyos linderos están marcados por la línea de cuatro defensores y por el grupo de volantes que bascula a su lado para apoyarlo cuando el rival se asoma por esa franja en la que el tachirense marca el equilibrio ecológico. Allí impone su ley con la personalidad de quien conoce como nadie el campo de batalla, barriendo hasta las más profundas trincheras si de establecer límites se trata.
El Hamburgo alemán le entregó la titularidad en la mitad de la cancha y allí se desempeña en dos roles que ha sabido manejar con presteza: como escudero en una dupla de mediocampistas de corte y salida; o como único tapón que se incrusta entre los zagueros centrales y oficia de bisagra para darle salida limpia al balón. Su estampa y movimientos evocan al mejor Mauro Silva que brilló en el Deportivo La Coruña y la selección brasilera. Las referencias hay que buscarlas afuera o en los libros de historia porque el medio local no ha conocido a un futbolista con sus características, más cerca de la factoría europea que de la veta suramericana.
Es el jugador venezolano del momento, heredero inesperado de Juan Arango en la vanguardia de la legión extranjera. Así como Rafael Dudamel lo fue en los 90 y el maracayero en buena parte de la última década, Rincón comenzó a fijar, a sus 22 años de edad, las señales luminosas que marcan el camino del próximo decenio. Y alrededor de él la Vinotinto de César Farías, su gran valedor en la selección, debe proyectar el futuro.
Durante el último partido que disputó el Hamburgo en la Liga de Europa ante el PSV Eindhoven, Rincón dio un recital de buen juego y dictó las claves de su nivel excepcional: temperamento, quite, dominio de tiempo y espacio en su zona, capacidad física y un rico acervo táctico producto de la rápida asimilación de conceptos en esta aventura que emprendió a mediados de 2009.
En ese encuentro –de visitante y en un terreno resbaladizo por la lluvia– el ex Deportivo Táchira ejerció de volante central en una primera línea de tres centrocampistas. Allí asumió responsabilidades defensivas gruesas, incrementadas por las propias características de su técnico que lanzó a los laterales al ataque con frecuencia y lo obligó a un gran despliegue en los cierres. No hubo un solo argumento para el reproche. Lo contrario: su rendimiento no dejó fisuras ni siquiera en el tramo final, con la presión de un resultado que no estuvo seguro nunca y el desgaste que los holandeses exigieron.
Con la Vinotinto, Rincón suele funcionar en la misma demarcación pero en dupla, con más o menos obligaciones de conducción de acuerdo a quien sea su compañero de tándem. Incluso –como ocurrió ante Ecuador en Puerto La Cruz durante el premundial– con ciertas libertades para sumarse a las jugadas ofensivas, cosa que resulta una excepción cuando actúa en la Bundesliga.
Farías, que sigue al detalle el desempeño de sus dirigidos, debe haber acumulado notas en su listado de variantes. ¿Por qué no imaginar una selección capaz de funcionar con dibujos tácticos más ambiciosos? El estatus de Rincón da para pensar en un equipo nacional más atrevido, que consolide un estilo alrededor de los conceptos que incorpore el entrenador y haga honor a sus referentes actuales. Hay una generación, renovada y mucho más curtida, que invita a la osadía. Tiempo para experimentar y conseguir los automatismos sobra en este período plácido de preparación para la Copa América 2011.
El seleccionado de Panamá, rival en el amistoso de pasado mañana, podría ser un buen punto de partida.