lunes, 27 de septiembre de 2010

Números rojos

Caracas sufrió su primer tropiezo del año con la eliminación en la Copa Sudamericana. La serie contra Independiente Santa Fe lo expuso delante de su afición, a la que no pudo premiar con un nuevo triunfo internacional. Debilitado respecto a años anteriores, los rojos atienden a un modelo que proclama la promoción de nuevos valores. Con esta apuesta, sostener el estatus construido en las últimas dos décadas no parece sustentable en el tiempo.

Poner sobre las espaldas de muchachos que dan sus primeros pasos en la alta competencia el peso de ganar títulos y mantener la notoriedad de la institución, representa un riesgo. Para el club, porque su hinchada le seguirá demandando vueltas olímpicas; y para los futbolistas noveles, cuyos procesos de desarrollo podrían verse afectados por un prematuro sometimiento a la presión, para la que no están preparados.

Cuando el Caracas fue adquirido por sus actuales propietarios a finales de la década de los 80 del siglo pasado, la premura para poner en marcha el nuevo proyecto obligó a darle la alternativa a jugadores de escasa experiencia. Manuel Plasencia –el entrenador que asumió la aventura– reclutó a gente como Gerson Díaz, Leopoldo Páez-Pumar, Gabriel Miranda, Johnny Barreto o Ceferino Bencomo, quienes debutaban en primera división o apenas acumulaban un puñado de choques en el máximo nivel. Todos acabaron siendo fundamentales en la primera estrella del equipo y referentes históricos con el paso del tiempo, pero hubo que esperar tres años para comenzar a ver los frutos. La paciencia encontró un aliado en el amplio margen que un proyecto embrionario como aquel otorgaba. Hoy, once coronas y decenas de choques continentales después, la realidad es otra.

Que se pongan fichas al trabajo en las divisiones inferiores es una empresa inteligente. Sin embargo, el manejo del talento debe estar sustentado por una estructura conceptual que lo respalde y le dé sentido. En las mejores condiciones posibles, se marca un ideario que se transmite de arriba hacia abajo y se retroalimenta. Los grandes equipos no desarrollan promesas para que estas sostengan la economía del club a futuro, sino para que le den sentido a su idea de juego. El rédito posterior por la venta de patrimonio debe ser consecuencia del éxito deportivo. Cuando se entra en la dinámica inversa, los resultados en la cancha suelen golpear a quien contradice el funcionamiento lógico de las cosas.

El medio local ofrece lecturas que resultan útiles para darle sentido al análisis. Monagas, en la actualidad, disfruta del beneficio de una buena labor con sus juveniles. El miércoles pasado, con varios elementos entre los 17 y los 20 años de edad en su plantel titular, le ganó a Táchira en Maturín. Pero al cuadro de Alí Cañas no le exigirán el campeonato; al Caracas, sí. Allí radica la diferencia.

Saber elegir el momento para dar la alternativa a los que piden paso es clave. Y entender cómo insertarlos en conjuntos ganadores y de alta exigencia, lo es todavía más. Una cosa es otorgar minutos a elementos que emergen desde las fuerzas base, al abrigo de los de mayor experiencia, y otra es cargarlos de obligaciones, apurando los plazos racionales.

Los Josef Martínez, Luis González, Anthony Uribe, Daniel Febles o Fernando Aristeguieta necesitan crecer al amparo de un club que los proteja y los ayude a madurar, sin que sientan que de ellos depende el futuro de la camiseta a la que defienden. El desencanto ante la meta inmediata no alcanzada puede frustrar una carrera brillante. Y eso, en la relación del debe y el haber, siempre aparecerá en números rojos.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Fútbol en movimiento

La previsibilidad y la sorpresa son dos conceptos antagónicos que, en el fútbol, establecen diferencias básicas en el funcionamiento de los equipos. Si los movimientos en la cancha pueden predecirse; si falta la explosión individual que rompa con lo establecido y dé lugar a lo impensado, desaparece el desequilibrio. La dinámica del juego exige que los planteamientos que esbozan los entrenadores se alteren constantemente. Y en ese ejercicio de maleabilidad, los esquemas son una guía inicial para establecer un orden que el ejecutante debe estar dispuesto a transgredir constantemente. 

¿Cuál fue la diferencia fundamental entre la selección que enfrentó a Colombia –en el primero de los choques de la última fecha FIFA– y la que se midió a Ecuador cuatro días después? ¿O entre el Caracas de los primeros 45 minutos contra Táchira en el más reciente clásico y la versión mejorada del complemento? En ambos casos, fuera del debate sobre los dibujos tácticos empleados, hay un factor que resulta determinante: la movilidad. Fue allí, en esa especie de libertad condicionada de los intérpretes, donde radicó el contraste entre las dos lecturas.

Si un técnico ve cómo su rival se repite en cada incursión ofensiva tendrá más facilidades para desactivarlo. Quien defiende busca fijar las referencias: el central quiere tener bien ubicado al nueve; los laterales prefieren librar duelos de uno contra uno con volantes o extremos que no abandonen las rayas; y para un mediocampista de marca, nada mejor que oponentes estáticos que no exploren las franjas libres entre sus espaldas y la línea de zagueros.

La pelota marca el tempo de los partidos. Sin movimiento constante no hay velocidad en la maniobra. Y, sin velocidad, resulta alto improbable que haya profundidad en quien ataca. Así, las posibilidades de éxito del que plantea desafíos con sus conjuntos muy cerca del límite del área grande, son mayores. Se espera a que quien conduce, sin elementos para lo imprevisto, divida la pelota y conceda espacios para contraatacarlo. 

En su enfrentamiento contra Colombia, la Vinotinto fue neutralizada con prontitud porque su propuesta no tuvo matices. El 4-3-3 acabó siendo monorrítmico y plano. Un libro abierto con final previsible. Salomón Rondón hacía sencilla la labor de los marcadores centrales; Alejandro Guerra y Ronald Vargas enviaban un manual de instrucciones cada vez que caían por los costados; y ni Ángel Chourio ni Juan Arango aportaron superioridad numérica para plantear otro tipo de retos. Sin embargo, contra Ecuador hubo cambios de dibujo, nombres y actitud que mejoraron a la selección. Miku y Emilio Rentería descuadernaron a los defensores con sus movimientos constantes, y los circuitos de circulación del balón, con Luis Manuel Seijas y César González entrando y saliendo constantemente de la zona del enganche, encontraron siempre una opción clara para el pase. La diferencia estuvo en los compases, no en la partitura.

Cuando Darío Figueroa y Jesús Gómez buscaron puntos de conexión entre ellos y abandonaron la pasividad de la línea de cal, Caracas fue otro en el clásico contra Táchira. La adición de los laterales, que permitió añadir diagonales y abrir carriles, sumó para complicar la labor defensiva del Aurinegro, superado en una segunda mitad en la que sufrió con la dinámica de los rojos. 

La movilidad se trabaja y se ordena desde los banquillos. En ella se engloban los automatismos y la espontaneidad. También, es una buena medida del tono físico de las escuadras. En todos los casos, empero, requiere del compromiso grupal con una idea. Y mucho sacrificio.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Relaciones peligrosas

El 20 de noviembre de 2007, Venezuela le ganó 5-3 a Bolivia en San Cristóbal por la cuarta fecha de las eliminatorias para Suráfrica 2010. Aquella noche, de vértigo y tensión, la Vinotinto consiguió llegar a seis puntos y colocarse entre los eventuales clasificados al Mundial. Paradójicamente, fue también el último partido de Richard Páez como técnico de la selección. 

El ambiente alrededor de la figura del entrenador se había hecho pesado y su ciclo padecía el desgaste natural de una gestión que superaba el lustro. Los éxitos llegaron a convertirlo en el personaje más popular del país y alrededor de su figura nació un sentimiento de pertenencia hacia la Vinotinto, que hoy sigue llenando estadios y alimentando los sueños de una afición que mantiene viva la ilusión de clasificar a una Copa del Mundo. Con él, la clandestinidad derivó en suceso de interés nacional. Para lo bueno y para lo malo.

La recordada velada en Pueblo Nuevo rompió el romance. Los gestos de Páez a la tribuna y los gritos de la afición que le reclamaban su nepotismo, propiciaron la posterior renuncia. Para el preparador, sin embargo, fueron los medios de comunicación los que alentaron su salida. Aun hoy, cuando todo puede verse desde la distancia, el actual DT de Millonarios de Bogotá mantiene que el periodismo venezolano fue desagradecido con su legado y disparador de un clima de crispación en la opinión pública que acabó forzando su final.

¿Fue así? La realidad indica que en la historia de la selección nunca un técnico recibió tanto respaldo mediático como Páez. Elegido incluso en contra de la propia voluntad de Rafael Esquivel, los resultados fueron consolidando su proyecto. Pocos se atrevían a discutirlo y sus decisiones eran palabra santa. En sus encuentros con los medios hubo centenares de episodios esperpénticos que, amparados por la bruma de la euforia, eran vistos como anécdotas. ¿Cuántas veces apareció algún comunicador ataviado de vinotinto para dedicarle loas o aplaudirlo en público después de una victoria? ¿Cuántas otras se produjeron respuestas destempladas del técnico tras una pregunta incómoda? En aquel entonces, como en el presente, había relaciones de complicidad entre el estratega y algunos representantes de los medios, así como grupos que lo cuestionaban desde una posición seria y otros que optaron por ubicarse en el extremo opuesto a la genuflexión.

A Páez le pasó factura el propio fútbol, que tiene sus leyes. Nunca el periodismo. Como tampoco ocurrió con sus antecesores. A José Omar Pastoriza, Eduardo Borrero, Rafa Santana o Ratomir Dujkovic no los sacó de escena una nota en un diario o un reportaje de televisión. Sus empresas concluyeron cuando los logros deportivos no cumplieron con las exigencias. Con mucha menor rimbombancia, hubo en aquellos años enfrentamientos de los seleccionadores con la prensa que poco trascendieron. Fue lo ocurrido en la cancha lo que marcó la bajada de telón en cada caso, no el poder de la crítica periodística. O de sus fantasmas, que muchas veces generan niveles risibles de paranoia.

En la relación actual entre César Farías y los medios hay mucho de repetición histórica. Y responsabilidades compartidas. El entorno se hipertrofió, el crecimiento abarca diferentes niveles, pero subsisten vicios similares a los del pasado. Todos tenemos que avanzar y ubicarnos en el lugar que nos corresponde. Los unos, para entender lo que representa dirigir al equipo de todos los venezolanos; los otros, para comprender lo que distingue al verdadero comunicador del hincha iracundo. La preparación para llegar a un Mundial no solo corresponde a los jugadores.

jueves, 9 de septiembre de 2010

El 4-3-3 no es una ciencia

Los males de la Vinotinto parecen responder, en este período de refundación que inició en 2010, a una fórmula sobre la que se centra el debate y la crítica: 4-3-3. El sistema con el que trabaja el cuerpo técnico de la selección surge como argumento fundamental de todos los yerros y su ejecución es vista como materia de hombres de ciencia, y no como la simple esquematización de una manera de jugar que no requiere de intérpretes superdotados. 

Venezuela cayó en sus dos últimos encuentros de preparación (ante Panamá y Colombia) con este dibujo táctico. Y con el mismo ganó y empató partidos ante rivales de distinto calado. Ni en un caso ni en el otro cabe la sobredimensión de los resultados. 

¿Dónde estuvieron las certezas y dónde las lagunas de la selección en su duelo del pasado viernes en Puerto La Cruz? En el listado de las primeras, obliga la mención a cuatro nombres que resultan básicos en este relanzamiento: Renny Vega, Tomás Rincón, Juan Arango y Ángel Chourio. Vega ratificó su condición de número uno y, por características, es el que mejor se amolda a la idea de arquero-líbero; Rincón dejó claro que es indiscutible como 5 y que nadie como él tiene la capacidad para barrer la zona en la que se desempeña, aportando carácter y despliegue físico; Arango mostró su compromiso con el concepto, funcionó en la nueva demarcación que le fue asignada y evidenció liderazgo, una novedad que se cargará de valor cuando haya que jugar por los puntos; y Chourio volvió a ser el mejor de todos, amoldando sus condiciones a las diferentes responsabilidades que le fueron asignadas. Esa es la base, más allá del modulo elegido para enfrentar a los rivales.

Hay problemas evidentes de funcionamiento que exceden al discurso. La selección quiso presionar arriba, intentar manejar la pelota en terreno enemigo y reducir su bloque a un espacio no mayor de 40 metros. A Colombia le bastaron 10 minutos para desactivarla. Contrario a la idea generalizada, a la Vinotinto le costó más atacar que defender. Y fue por las deficiencias que tuvo en el apartado ofensivo que acabó por mostrarse predecible con el balón y vulnerable sin él. Con tanta distancia entre líneas, con el equipo partido en dos, hubo franjas libres de más que acabaron jugándole en contra. Por un lado, porque se amplió el espacio a recorrer por los hombres del medio; por el otro, porque los visitantes pudieron moverse en ese territorio y sacar ventaja de cada ataque, incluso en inferioridad numérica.
Claro que hubo desacoples defensivos y malos movimientos de salida y relevos, pero en descargo de los zagueros siempre es más complicado cumplir con la responsabilidad cuando debes recular y el oponente cuenta con franjas amplias para explotar su velocidad.

La implementación del sistema requiere que el colectivo mantenga estrecho el bloque. Solo así se hace efectiva la presión y la ocupación de espacios para recuperar y elaborar. Después, es preciso que haya mucho movimiento en las zonas de definición de volantes y delanteros, con circulación rápida, para poder alterar las posiciones defensivas del rival. Lo que hizo Colombia se va a repetir en la competencia: selecciones que esperarán con mucha gente cerca del borde de su área, dispuestas a montar transiciones rápidas para hacer daño en la contra. 

¿Es momento de probar otra cosa? El margen de mejora es amplio y los tiempos hasta la Copa América de 2011 todavía permiten hacer uso de una cuota de crédito. Pero los intereses ahogan y es preciso que acabe de tomar forma la idea para convencer y que aparezca la confianza. Si el 4-3-3 suma 10, nadie reparará en cómo se ordenen los factores.