lunes, 25 de marzo de 2013

El partido perfecto

El paso de la selección por Buenos Aires dejó una constatación: el diseño del plan para enfrentar a Argentina estuvo disociado de su ejecución en la cancha. Las respuestas individuales, y sobre todo las colectivas, alejaron a la Vinotinto del mapa de ruta que mejor conoce. Con matices, fue la bitácora que marcó el camino en la Copa América 2011 y que valió para sumar un punto en Montevideo. También el que interpretó en Lima con dividendos dispares. 

La responsabilidad grupal constituye el aspecto central del análisis. Fuera de algunos rendimientos puntuales que estuvieron por debajo del nivel habitual, la explicación de la derrota se encuentra en la activación de movimientos y en la toma de decisiones para atajar lo que el rival proponía. 

Cuando se apuesta al armado de una estructura defensiva que prima la ocupación racional de espacios, con peso en las ayudas, el margen de error es mínimo para que el saldo pueda dejar números verdes. Una zona liberada por la descoordinación en la presión o la duda en el momento de dar un paso al frente para achicar, pueden determinar el desmoronamiento de la estrategia. 

No hay partidos perfectos, pero cuando enfrente está Lionel Messi hay que acercarse a la excelencia para salir indemne. Y la mayoría de veces no alcanza. 

Pero no es menester centrar la lectura en lo obvio: el mejor del mundo puede ganar encuentros solo, con un chispazo de su genio inagotable. Lo ha hecho cientos de veces. El viernes en el Monumental dio una lección de conocimiento del juego: abandonó las zonas pobladas para evitar el roce; cayó a la banda para hacer diagonales; invadió la espalda de los mediocentros para encarar o armar una pared que dejara al compañero mano a mano con el arquero. Fue determinante siempre y la figura indiscutible de la velada. 

Venezuela opuso 15 minutos de correcta resistencia. Después, hubo caos y una cierta amnesia conceptual aliñada con tímidas respuestas de algunos elementos. La dupla Rincón-Lucena se desempeñó casi siempre en paralelo y no de forma escalonada, dejando abierta una amplia franja que explotaron Messi, Montillo y Gago para jugar con panorama. Arango dio ventajas físicas que fueron muy notorias, especialmente cuando ocupó el costado izquierdo por delante de Cichero. Luego se fue al centro para involucrarse más en la elaboración y tampoco tuvo su noche. Y Frank Feltscher carece del talento defensivo para calzarse el traje de Maestrico González como dueño del interior derecho. Excesivas concesiones para un compromiso que exigía notas altas de todos. 

Colombia, mañana en Puerto Ordaz, abrirá la puerta a la versión más ofensiva de la Vinotinto. Será el momento para ubicar a un mediocentro con más salida al lado de Rincón (Seijas o Evelio Hernández); para que César González retome su lugar en el once titular y Salomón Rondón tenga al lado un complemento (Josef Martínez parte con ventaja por sus antecedentes) que potencie su magnífico estado de forma. 

La selección, que en los últimos tiempos ha trabajado para darle empaque a su plan B, requiere de una actuación convincente como local. Esta vez la perfección se fundamentará en otros aspectos: volumen de juego; dinámica ofensiva; transiciones defensivas rápidas y eficaces; adelantamiento del bloque; amplitud y profundidad. 

La imprevisibilidad y el presente esplendoroso del oponente cuentan. Pero para seguir soñando con la Copa del Mundo, el plan debe entenderse e interpretarse como quien sube al escenario para ser parte del ballet Bolshoi.

* Columna publicada en el diario El Nacional (25/03/2013)

lunes, 18 de marzo de 2013

Memoria histórica

Richard Páez suele relatar que una de las frustraciones más grandes de su carrera como futbolista activo ocurrió en Rosario. Concretamente en el Gigante de Arroyito, el estadio de Rosario Central. Fue el 10 de agosto de 1975. La Albiceleste, dirigida por César Luis Menotti, competía en la Copa América de ese año con el equipo que se proclamaría campeón del mundo tiempo después. 

La derrota por 11-0 fue la más abultada sufrida por la Vinotinto en encuentros oficiales. Un episodio ingrato que Páez usó como núcleo discursivo en las arengas que cambiaron el sino de la selección. Luis Mendoza, que también disputó ese partido a las órdenes de Walter Roque, contó alguna vez que en aquella tarde lluviosa los números, pintados con tiza sobre las camisetas, acabaron convirtiéndose en un manchón indescifrable. La metáfora sirvió para definir la tragedia deportiva de entonces y vale hoy como guiño histórico antes del enfrentamiento de este viernes contra Lionel Messi y sus huestes. 

Venezuela perdió siempre en sus visitas a Argentina por eliminatorias. Los relatos, salvo pequeños episodios heroicos, están unidos en su desenlace. Y en muchos casos también en el desarrollo. Goleadas, desigualdad y frustraciones. Narrativa sin finales felices. 

Hubo choques planteados desde el aguante como aquel de 1985 en el Monumental de River. Después de la recordada derrota 3-2 en Pueblo Nuevo y el gol de René Torres, se levantó un muro para soportar a Diego Maradona y los futuros monarcas en México 86. Sirvió para dejar una imagen digna en la que César Baena fue figura y el arco de Ubaldo Fillol una quimera. El 1-0 que se sostuvo hasta bien entrado el segundo tiempo quedó como medalla para un grupo aguerrido que acabó cayendo 3-0. 

Con Eduardo Borrero como DT, la selección jugó un encuentro discreto en Buenos Aires en el camino hacia Francia 98. Alexander Echenique dirigía los movimientos de la línea de defensores y se animaba a salir jugando en la cancha de River Plate, con descaro y ciertas dosis de irresponsabilidad. Hernán Crespo y Pablo Paz definieron el triunfo local. La timidez de la selección quedó reflejada en el balance: ni una sola situación de gol generada en 90 minutos. 

Páez inició su ciclo como técnico vinotinto en el mismo escenario en el que se jugó la final de Argentina 78. La semilla del boom que le daría vida a un fenómeno social sin precedentes apenas comenzaba a tener contacto con la tierra. Marcelo Bielsa dirigía a un conjunto que arrasó en el premundial. Con todo ese poderío, la contundencia del marcador (5-0) fue una respuesta que no siempre el fútbol le otorga a la lógica. Casi un lustro después, en la ruta hacia Alemania 2006, el mismo Páez estuvo en el banquillo para reivindicar su propuesta. El 3-2 reflejó una paridad que fue más clara en la estadística que en el juego, pero que acercó a Venezuela a un resultado impensado. 

A César Farías, que como DT de Táchira celebró un empate en el Monumental contra River Plate por Copa Libertadores, le tocó asistir al estreno de Maradona como conductor albiceleste, ya con Suráfrica 2010 como objetivo. Fue un rotundo 4-0 con goles de Messi, Tévez, Maxi Rodríguez y Agüero. 

El partido que se jugará dentro de cuatro días planteará un análisis en el que las distancias volverán a ser un argumento de peso. Pero, a diferencia de aquella tarde en Rosario, 38 años atrás, no habrá motivos para la vergüenza: la Vinotinto más competitiva de todas tendrá para oponer, además del orgullo, la memoria histórica de lo logrado en la última década.

* Columna publicada en el diario El Nacional (18/03/2013)

lunes, 11 de marzo de 2013

Las señas de los duendes

El fútbol de los bajitos acabó con atávicos estereotipos. Despreciados por los cultores del juego físico y obligados a enfrentar contracorriente al sistema fueron, durante décadas, los segregados del resultado y el pragmatismo. Diego Maradona representó un grito aislado, reivindicador del genio, la habilidad y el centro de gravedad cercano a la pelota. Años más tarde los Messi, Xavi, Cesc e Iniesta se pusieron al frente del batallón de los chiquitos para ganar la guerra al prejuicio cuasi darwiniano de la supervivencia del más apto. 

No hace mucho tiempo distintos seleccionadores obviaron el talento de Gabriel Miranda y Gerson Díaz, los dos mejores volantes del país en los años 90. Estandartes del Caracas FC, su papel en la Vinotinto se redujo a un puñado de convocatorias y la duda perenne de los entrenadores nacionales. Con Miguel Echenausi pudo ocurrir lo mismo, pero el hecho de desempeñarse como lateral izquierdo lo libró del tribunal inquisidor de la estatura. 

Durante años se priorizó la envergadura y el porte por sobre la liviandad y la sutileza. Bajo ese criterio, distintos técnicos armaron la base de sus prototipos con elementos que respondían a esa característica. Ratomir Dujkovic, DT de la selección entre 1992 y 1994, tuvo mucho que ver con la premisa y, en buena medida, ese camino afectó a sus más inmediatos sucesores. 

Con Richard Páez se rompió la cadena y, si bien fueron muchos los nombres de quienes le acompañaron en el proceso de transformación del equipo, allí estuvieron los Gabriel Urdaneta, Ricardo David Páez, Luis Vera o Ruberth Morán para iniciar una era en la que las magnitudes se cargaron de matices: el desequilibrio individual, la velocidad y la picardía pasaron a ser factores relevantes en la escogencia del material apto para competir. 

La herencia queda claramente reflejada en el último llamado de César Farías. Una mirada rápida sirve para aglutinar a algunos de los representantes de esa raza singular: Tomás Rincón, César González, Luis Manuel Seijas, Yonathan Del Valle, Josef Martínez, Alexander González, Ángelo Peña, Rómulo Otero. Sin contar a los que quedaron fuera del convite y son convocados habituales como Roberto Rosales o Yohandry Orozco. ¿Qué lugar habrían ocupado todos ellos en el pasado? ¿Cuántos habrían sido tomados en cuenta? 

El legado estilístico está a la vista. Páez esbozó el manual de maneras, reforzado por un importante componente emocional. Farías comenzó su ciclo plantando su propia bandera, acomodándose entre la dicotomía de la diferenciación y la coherencia. El tiempo ordenó los conceptos y la propia madurez del preparador hizo el resto. 

La Vinotinto ha gozado del enorme beneficio de ese espacio en el que conviven la sofisticación y la inspiración. Allí, en esa zona entre lo tangible y lo etéreo, se hallan las señas de identidad actuales, las que permiten la convivencia entre los Oswaldo Vizcarrondo, Fernando Amorebieta, Grenddy Perozo, Andrés Túñez, Gabriel Cichero, Franklin Lucena o Salomón Rondón con la corte de duendes que se abre paso para renovar la irreverencia. Con el permiso de Juan Arango, figura que trasciende los discursos. 

El porvenir estará condicionado por esta nueva dimensión, fruto de un trabajo continuado, el que une a Páez y Farías en un inédito proceso de doce años. Los sucesores están allí, a la espera de que el cambio generacional futuro les abra el camino. ¿Darwin Machis? ¿Juan Pablo Añor? ¿David Zalzman?

* Columna publicada en el diario El Nacional (11/03/2013)

lunes, 4 de marzo de 2013

Rómulo el todocampista


Otero y el grito de gol que celebra la hinchada roja (Nelson Pulido)
Hay mucho de conexión ancestral en el juego de Rómulo Otero. Transita la cancha con la convicción de quien ya la pisó antes y en su desparpajo hay un notorio componente genético. Ataca la pelota o el espacio con fruición siguiendo las pisadas conocidas. Nada le resulta extraño ni siente en su espíritu el peso de la responsabilidad adosada a la camiseta que lleva puesta. Puede ser un delantero con gran capacidad de salto, un volante veloz y habilidoso que gambetea con los dos perfiles o un fino mediocentro cargado de intuición. 

El jugador de 20 años de edad, sensación en el Caracas del presente, es rabia y sutileza condensada en su figura enjuta. Aparece para presionar al rival en la salida o para asociarse en el medio por cualquier sector. Su dinámica voraz impone el ritmo del equipo y tiene en la pegada una panoplia de virtudes: potencia, técnica, dirección, instinto, imprevisibilidad, genio. 

El llamado de los genes le marca el camino y dibuja su futuro con imágenes que proyectan un día a día cargado de trascendencia. 

Rómulo Otero padre fue un futbolista colombiano que llegó al país para reforzar al Atlético San Cristóbal de Walter Roque. Con el desaparecido conjunto de elástica naranja jugó la Copa Libertadores de 1983 y más tarde construiría una trayectoria de varios años en Portuguesa, Mineros, Anzoátegui e Internacional Puerto La Cruz. Sus últimos días los vivió en El Tigre y muchos recuerdan la calidad que repartía cuando ya peinaba canas en el oriente venezolano. 

A esas mismas tierras fue a parar Horacio “Chango” Cárdenas, defensor central argentino que reforzó a Portuguesa, Zamora y al Táchira de Carlos Horacio Moreno. Convertido en entrenador y descubridor de talentos, tuteló y crió a Jobanny Rivero, el recordado lateral zurdo que brillara con el Caracas antes de que una lesión de rodilla lo alejara de la práctica activa prematuramente. El propio “Chango” se hizo cargo también del pequeño Rómulo cuando, con escasos tres años, quedó huérfano de padre y en una situación familiar crítica. 

Rivero y Otero crecieron como hermanos. Jobanny allanó el camino para que Rómulo se sumara al cuadro rojo en plena adolescencia y celebró con lágrimas fraternales su debut con el primer plantel de la mano de Noel Sanvicente. Hoy es el consejero y principal valedor de quien sueña prolongar la línea generacional en Europa. 

Con Cárdenas, a quien llama papá, aprendió los secretos del golpeo de la pelota. De niño se distinguía por su capacidad para anotar en los tiros libres y llegó a ser goleador en divisiones inferiores. La perfección llegó con la práctica y su empeño de aprender de compañeros como José Manuel Rey o Edgar Jiménez. 

2013 ha sido el año de su consolidación. Titular indiscutible para Ceferino Bencomo, ha ocupado todas las demarcaciones en el centro del campo. Nadie genera más faltas a favor y su ubicuidad le permite adaptarse a distintas funciones y necesidades. Mientras muchos con más galones se someten a las variantes del cuerpo técnico, él permanece inamovible en las formaciones. El desgaste no es una palabra de fácil ubicación en su copioso diccionario. 

La imagen de Otero el patriarca aparece en la pantalla del Ipad. El recuerdo de quien heredó su lugar en el mundo es el tatuaje que no luce en la piel pero que sí refleja el espejo. Siguiendo la cadena, Rómulo el todocampista honra el apellido paterno con la resonancia que transmite el eco que le llega del pasado.

* Columna publicada en el diario El Nacional (04/03/2013)