lunes, 4 de marzo de 2013

Rómulo el todocampista


Otero y el grito de gol que celebra la hinchada roja (Nelson Pulido)
Hay mucho de conexión ancestral en el juego de Rómulo Otero. Transita la cancha con la convicción de quien ya la pisó antes y en su desparpajo hay un notorio componente genético. Ataca la pelota o el espacio con fruición siguiendo las pisadas conocidas. Nada le resulta extraño ni siente en su espíritu el peso de la responsabilidad adosada a la camiseta que lleva puesta. Puede ser un delantero con gran capacidad de salto, un volante veloz y habilidoso que gambetea con los dos perfiles o un fino mediocentro cargado de intuición. 

El jugador de 20 años de edad, sensación en el Caracas del presente, es rabia y sutileza condensada en su figura enjuta. Aparece para presionar al rival en la salida o para asociarse en el medio por cualquier sector. Su dinámica voraz impone el ritmo del equipo y tiene en la pegada una panoplia de virtudes: potencia, técnica, dirección, instinto, imprevisibilidad, genio. 

El llamado de los genes le marca el camino y dibuja su futuro con imágenes que proyectan un día a día cargado de trascendencia. 

Rómulo Otero padre fue un futbolista colombiano que llegó al país para reforzar al Atlético San Cristóbal de Walter Roque. Con el desaparecido conjunto de elástica naranja jugó la Copa Libertadores de 1983 y más tarde construiría una trayectoria de varios años en Portuguesa, Mineros, Anzoátegui e Internacional Puerto La Cruz. Sus últimos días los vivió en El Tigre y muchos recuerdan la calidad que repartía cuando ya peinaba canas en el oriente venezolano. 

A esas mismas tierras fue a parar Horacio “Chango” Cárdenas, defensor central argentino que reforzó a Portuguesa, Zamora y al Táchira de Carlos Horacio Moreno. Convertido en entrenador y descubridor de talentos, tuteló y crió a Jobanny Rivero, el recordado lateral zurdo que brillara con el Caracas antes de que una lesión de rodilla lo alejara de la práctica activa prematuramente. El propio “Chango” se hizo cargo también del pequeño Rómulo cuando, con escasos tres años, quedó huérfano de padre y en una situación familiar crítica. 

Rivero y Otero crecieron como hermanos. Jobanny allanó el camino para que Rómulo se sumara al cuadro rojo en plena adolescencia y celebró con lágrimas fraternales su debut con el primer plantel de la mano de Noel Sanvicente. Hoy es el consejero y principal valedor de quien sueña prolongar la línea generacional en Europa. 

Con Cárdenas, a quien llama papá, aprendió los secretos del golpeo de la pelota. De niño se distinguía por su capacidad para anotar en los tiros libres y llegó a ser goleador en divisiones inferiores. La perfección llegó con la práctica y su empeño de aprender de compañeros como José Manuel Rey o Edgar Jiménez. 

2013 ha sido el año de su consolidación. Titular indiscutible para Ceferino Bencomo, ha ocupado todas las demarcaciones en el centro del campo. Nadie genera más faltas a favor y su ubicuidad le permite adaptarse a distintas funciones y necesidades. Mientras muchos con más galones se someten a las variantes del cuerpo técnico, él permanece inamovible en las formaciones. El desgaste no es una palabra de fácil ubicación en su copioso diccionario. 

La imagen de Otero el patriarca aparece en la pantalla del Ipad. El recuerdo de quien heredó su lugar en el mundo es el tatuaje que no luce en la piel pero que sí refleja el espejo. Siguiendo la cadena, Rómulo el todocampista honra el apellido paterno con la resonancia que transmite el eco que le llega del pasado.

* Columna publicada en el diario El Nacional (04/03/2013)