lunes, 29 de agosto de 2011

El sí de la Grulla

A Fernando Amorebieta los movimientos en la directiva de su club y la llegada de un nuevo entrenador le cambiaron el panorama. Josu Urrutia se impuso en las elecciones internas en junio y con él llegó Marcelo Bielsa. Uno y otro -como conductores en las oficinas y en las canchas del Athletic de Bilbao- generaron las condiciones necesarias para que el defensor nacido hace 26 años en Cantaura, estado Anzoátegui, pudiese por fin integrar una convocatoria de la Vinotinto.

Urrutia, un ex jugador de los Leones de San Mamés, desplazó de la presidencia del Athletic a Fernando García Macua. Ya el vínculo con Bielsa estaba cerrado, solo a la espera del resultado de los escrutinios. La palabra del entrenador argentino fue suficiente aval para el nuevo mandatario, que puso fin al ciclo de cuatro temporadas de Joaquín Caparrós en el banquillo bilbaíno. También la liberación de Amorebieta quien, primero por el impedimento de las normativas de la FIFA y más tarde por los obstáculos que puso su equipo, se vio impedido de atender al llamado de la selección venezolana.

Las gestiones de Rafael Esquivel y el apoyo de Ángel María Villar, presidente de la Federación Española de Fútbol, acabaron de destrabar el asunto. Fue clave un diálogo entre Villar (en Colombia durante la realización del Mundial Juvenil) y Urrutia para que quedase sin efecto un documento firmado por el zaguero con la anterior directiva que condicionaba su libre albedrío. La intervención de Bielsa también tuvo su peso. Consultado sobre el caso, el preparador le hizo ver al directivo el prestigio que significa para cualquier profesional de este deporte tener la categoría de internacional.

En la primera lista de Vicente Del Bosque como técnico de España para un amistoso disputado en 2008 contra Dinamarca, Amorebieta fue incluido. No jugó un solo minuto y su nombre no volvió a figurar. En su círculo cercano, la Grulla (apodo por el que lo llaman sus amigos) siempre admitió sus preferencias por Venezuela antes que por España. La inmadurez para manejar la presión de su antiguo entrenador lo llevó a hacer silencio cuando se vio en una encrucijada en septiembre de 2010. César Farías lo citó para la doble fecha FIFA contra Colombia y Ecuador en Puerto La Cruz y Barquisimeto. El jugador hizo mutis.

Farías dio por cerrado el tema, aunque en su entorno era sabido que la puerta quedaba entreabierta. En diciembre del año pasado se produjo una aproximación entre el jugador y el DT antes del amistoso contra País Vasco. La notable actuación en la Copa América y el reto de clasificar a Brasil 2014, motivaron el siguiente paso. Fernando Novo, un agente argentino radicado en España pero vinculado estrechamente con el mercado venezolano, sirvió de puente y facilitó las gestiones legales (también colaboró con el acercamiento en los casos de Julio Álvarez y los hermanos Rolf y Frank Feltscher). Un par de llamadas de Farías le pusieron el lazo al regalo más esperado en este ciclo.

Amorebieta debutará con la camiseta nacional el viernes contra Argentina en Calcuta. Será la ocasión para medir su grado de implicación y compromiso. 157 partidos en la primera división de España son suficiente aval para justificar su presencia. De cómo se integre y de qué le transmita a Farías dependerá que esta rareza derive en costumbre. Pero con el objetivo de estar en la próxima Copa del Mundo como prioridad, el concurso del central puede llegar a ser determinante. Ya sus compañeros se encargarán de enseñarle las estrofas del himno.

martes, 23 de agosto de 2011

La meta es el funcionamiento

Colectivizar el esfuerzo. Suena a eslogan de campaña electoral, pero en fútbol representa un concepto básico para conseguir rendimiento y potenciar las individualidades. El Barcelona que maravilla al mundo fundamenta su magia en esta premisa. Su espíritu gregario para recuperar la pelota conmueve; tanto como su búsqueda constante de la belleza. Lionel Messi no gana partidos solo aunque lo parezca. El genio está rodeado de compañeros que frotan la lámpara y son capaces de materializar los deseos del paladar más exigente.

El Maradona que llevó en volandas a Argentina al título en México 86, tenía una estructura a su alrededor que le permitió encumbrarse como crack universal. Carlos Bilardo diseñó una máquina casi perfecta y sacó del anonimato a futbolistas como José Luis Brown, Julio Olarticoechea o Néstor Cuciuffo. La mirada en el tiempo nubla la historia real y fortalece el mito, pero sin aquella obsesión de Bilardo por la perfección táctica el planeta no habría podido disfrutar del momento de mayor esplendor del Diego.

Si un equipo tiene afinados los automatismos podrá acoger a cualquier nuevo ejecutante y facilitar su proceso de adaptación. Siempre será más fácil subirse a un tren en movimiento que echarlo a andar. Incluso en inferioridad de condiciones físicas, los jugadores determinantes encuentran el punto de desequilibrio a partir de la solidez grupal. De allí que el convencimiento sobre la conveniencia de una idea resulte clave para que todos empujen hacia el mismo lado. No hay otro secreto. Sea cual sea el estilo, la esencia se mantiene. Los líricos no corren menos; lo hacen de forma diferente.

La selección consagró a varios nombres en la última Copa América. El aporte de cada elemento produjo la alquimia y un efecto dominó sobre todos sus componentes. Tomás Rincón fue el estandarte de un conjunto en el que cada intérprete conocía de memoria la partitura y el castigo que implicaba desafinar. La fuerza del todo permitió el brillo de alguna de sus partes, pero fue la colectivización del esfuerzo el punto nuclear del éxito.

Dos ejemplos recientes en el torneo local confirman la afirmación: el ciclo de Eduardo Saragó con Deportivo Italia-Petare y el Zamora campeón del Clausura 2011. Partiendo de dos concepciones distintas del juego, en ambos hubo demostraciones de fútbol coral (uno al servicio del bloque; el otro sublimando la pelota y el espacio) con figuras que renacieron o encontraron su mejor versión apuntalados por modelos armónicos. Allí están los nombres de Evelio Hernández, Andrés Sánchez, Cristian Cásseres, David Mc Intosh, William Díaz, Vicente Suanno o Jesús Meza para corroborarlo.

El actual campeonato bautiza procesos en clubes como Petare (Manuel Plasencia), Lara (Saragó) o Táchira (Chuy Vera), al tiempo que consolida conducciones en Mineros (Carlos Maldonado), Caracas (Ceferino Bencomo), Anzoátegui (Daniel Farías) o Real Esppor (Noel Sanvicente). Algunas piezas, fundamentales en logros recientes de estos técnicos, acompañaron a los timoneles en sus nuevas aventuras; otros aprovecharon sus buenas campañas en la temporada pasada para migrar a cuadros con mayores aspiraciones. 

Los apellidos ilustres no garantizan vueltas olímpicas, estén en el banquillo o en la cancha. El lustre del pasado, más o menos reciente, no es un bien trasladable con garantías de éxito. Para unos y otros, el desafío está en fortalecer el ideario a partir de la solidaridad grupal. Eso que, en términos más sencillos, todos llamamos funcionamiento.

lunes, 15 de agosto de 2011

Cuando todo comenzó

El martes 14 de agosto de 2001 fue un día más hasta las 7:30 de la noche. Dos horas después, y sin que el país lo supiese, comenzó a gestarse un fenómeno sociológico que cambiaría la historia del fútbol nacional. Venezuela venció a Uruguay 2-0 por la fecha 14 de las eliminatorias para Corea-Japón 2002. Aquel fue un resultado histórico que solo presenciaron 8.500 personas en el Pachencho Romero de Maracaibo de acuerdo al reporte oficial. 

A Richard Páez ya le buscaban sustituto después de perder todos los partidos en la Copa América de Colombia y la Celeste hacía cuentas de lo que vendría después del trámite marabino. Nada generaba angustia ni zozobra en Álvaro Recoba, Darío Silva, Paolo Montero o Fabián Carini, figuras de un equipo que mes y medio antes había derrotado a Brasil en el Centenario de Montevideo. 

Los jugadores criollos podían caminar por la capital zuliana sin temor a ser abordados por los aficionados. La camiseta, de color vinotinto por exigencia de Páez, no era un producto requerido en las tiendas ni el símbolo de pertenencia en el que se convertiría a partir de aquella velada inolvidable. 

El primer tiempo terminó 0-0 y a los 7 del segundo Ruberth Morán definiría cruzado para celebrar el primero. Alexander Rondón sentenció a los 90 con el 2-0, minutos después de que Rafael Dudamel le ahogara un grito de gol a Recoba en un tiro libre envenenado que buscaba el ángulo derecho de su arco. El San Rafael de tantas glorias en Colombia aparecía en Maracaibo para contribuir de forma decisiva en la gesta, de la que salió cortado en la frente tras un choque con Silva que se saldó cuatro años después en el mismo escenario.

Morán fue uno de los delanteros de la generación de Mar del Plata. Y el goleador de la selección en todo este ciclo. Al choque contra Uruguay llegó tras un vía crucis de lesiones y discontinuidad en su club, un sino en su carrera. Por eso aquella celebración a todo grito, mezcla de alegría y catarsis. Fue el inicio de un romance que tendría al merideño en todos los momentos trascendentes de la Vinotinto de los años futuros.

El trayecto del bus del Pachencho hacia el hotel Maruma fue flanqueado por aficionados con banderas. Un hecho inédito que luego se haría costumbre también en el recorrido hacia los estadios y en las salidas de las concentraciones. La clandestinidad daba paso a la exposición mediática y la popularidad, un cambio que tomó a todos por sorpresa y que en algún momento también tendría consecuencias negativas.

La efervescencia y el sueño mundialista tomarían forma en las siguientes tres fechas con triunfos consecutivos sobre Chile en Santiago, y ante Perú y Paraguay en San Cristóbal. Ir a la Copa del Mundo asiática estaba descartado desde mucho antes de la retahíla asombrosa, que frenó Brasil con una goleada en el cierre del premundial; pero la semilla cayó en tierra abonada y la selección derivó en asunto de interés nacional, atractivo producto para las empresas patrocinadoras y nuevo modelo social que convirtió en ídolos a sus integrantes.

Los éxitos y la notoriedad del presente solo se entienden a partir de aquel resultado del que ayer se cumplió una década. Dudamel; Vallenilla, Rey, Alvarado, Rojas; Vera, Miky Mea Vitali; Ricardo David Páez, Arango; Noriega y Morán. Una formación con letras doradas para el imaginario museo vinotinto. Todavía con la miel en los labios que dejó el cuarto lugar en Argentina 2001, es de recibo recordar a quienes fueron los precursores. 

14 de agosto de 2001. Venezuela 2 – Uruguay 0. Cuando todo comenzó.

lunes, 8 de agosto de 2011

Viaje de apertura

La lista de candidatos al título en el Apertura 2011 recorre el país de extremo a extremo. Antes que centralista, es la de corte más federal de los últimos tiempos. Nuevos proyectos en Táchira y Lara; prototipos ya consolidados en Anzoátegui, Mineros y Caracas. El torneo que inicia el sábado solo resentirá la ausencia de Zamora en la elite, desmantelado por el éxito y la imposibilidad de pelear en el mercado de los grandes.

A la frontera llegó Chuy Vera para exponer su ideario en el escenario más exigente de todos. Dirigir al Aurinegro requiere de atributos que trascienden al conocimiento y el liderazgo: hay que saber convivir con un entorno difícil y cambiante, en el que el humor de los hinchas va en directa proporción con el mensaje mediático. En Pueblo Nuevo hay que convencer a la hinchada, pero también a quienes llenan horas de espacios radiofónicos y televisivos. El resultado manda por encima de la idea (a Jorge Luis Pinto se le recordará por la séptima estrella más que por su lirismo) a pesar del lugar común que sentencia a la plaza como lugar de culto al fútbol bien jugado.

Táchira mantiene buena parte de la base que dio la vuelta olímpica en mayo, con excepción del 75% de su importación. Mantuvo a Sergio Herrera, el mejor extranjero del campeonato, y trasladó a varias piezas del Zamora campeón del Clausura 2011 que servirán para hacer más sencillo el traslado del nuevo concepto. La exigencia será máxima para el entrenador y los jugadores, obligados por el peso de la historia, la calidad de sus ejecutantes y la reafirmación de una filosofía que deberá superar el examen de grandeza que solo un club como el aurinegro demanda.

Mineros cargó con el peso del favoritismo en el torneo pasado, obligado por las grandes inversiones hechas. A Carlos Maldonado le costó convivir con las lesiones de algunos referentes y la falta de equilibrio de su propuesta. Habituado a armar sus equipos de atrás para adelante, resultó una rareza la falta de estabilidad defensiva de un cuadro que se quedó fuera de carrera prematuramente. La versión presente, con algunos retoques, tendrá un sello más identificado con su preparador y las mismas expectativas. En Cachamay quieren fútbol del grande y el crédito se termina esta temporada.

Eduardo Saragó lamentó, en su ciclo con el Petare, la falta de recursos para sostener conjuntos competitivos y sostener los objetivos que él mismo elevó a base de logros en el corto plazo. En Lara le abrieron el grifo para que armara un plantel que haga del estadio Metropolitano una plaza que honre su extraordinaria arquitectura. A los equipos de Saragó los distingue su dinámica, organización defensiva y automatismos en ataque. Con muchos elementos que ya conocen su método, no necesitará de tanto tiempo para conseguir funcionamiento y resultados.

Anzoátegui arrancará con la lección aprendida y las duras ausencias de Oswaldo Vizcarrondo y Alejandro Guerra, fundamentales en la buena campaña del último Clausura. Pero su fiabilidad de local es un elemento que siempre tiene a favor. Y Caracas, cada vez más jugado al talento forjado en sus divisiones inferiores, deberá hacer la transferencia de jerarquía a los más jóvenes en un plazo breve. Su afición, numerosa y habituada a celebrar conquistas, respalda el producto propio pero quiere ver más estrellas en la camiseta.

De San Cristóbal a Puerto Ordaz; de Barquisimeto a Puerto La Cruz con escala en la capital del país. Con el balón como excusa y el aroma grato que dejó la selección en la Copa América, para imaginar al campeón del Apertura habrá que agarrar un mapa y pasear por Venezuela.

lunes, 1 de agosto de 2011

¿Qué cambió?

En la década de los 90 del siglo pasado, Venezuela pudo juntar en una misma selección a Stalin Rivas, Gerson Díaz, Gabriel Miranda, Rafael Dudamel, Edson Tortolero y Miguel Echenausi; lo mejor de una de las camadas más talentosas que recuerde el fútbol nacional. Unos años atrás, fueron Pedro Febles, Bernardo Añor, Pedro Acosta, Nelson Carrero, César Baena, Laureano Jaimes, William Méndez y Carlos Maldonado los abanderados de una grey inolvidable apenas conocida por las nuevas generaciones. 

La euforia del presente, con jugadores que comienzan a alcanzar trascendencia y notoriedad por el peso de los buenos resultados, puede nublar el análisis. ¿Es el grupo que logró el cuarto puesto en la Copa América de Argentina el de mayor genio que recuerde el país? La respuesta, a bote pronto, puede inducir al engaño a más de uno. 

Los nombres de estos tiempos son cercanos para el gran público. Muchos de ellos participan de campeonatos en el extranjero con enorme visibilidad mediática. Distintas marcas asocian sus productos con los apellidos ilustres que alcanzan el rango inédito de ídolos nacionales. La clandestinidad del pasado no es una tara para futbolistas cuyas carreras evolucionan en el extranjero gracias a la vitrina que hoy les otorga la Vinotinto. Allí radica la diferencia –y también la enorme desventaja comparativa– con respecto a quienes construyeron sus trayectorias en la precariedad y el oscurantismo de años no tan lejanos.

Participar en ligas de mayor nivel, con técnicos que aportan conocimiento del juego y preparación de alto estándar, más la propia elevación en el estatus socioeconómico, le da al jugador de esta época una plataforma que le permite acercarse a expresiones futbolísticas que antes eran inalcanzables. Por eso, más que la de mayor talento, la de Argentina 2011 fue la generación mejor preparada de la historia para la alta competencia.

¿Cómo medir entonces la evolución del fútbol criollo en los dos últimos lustros sin caer en lugares comunes? ¿Qué cambió realmente? Mucho, si se atiende a la visión del que, desde afuera, mira con asombro el lugar que ocupa esta selección exitosa; poco, si el enfoque se centra en la estructura caduca que sostiene los campeonatos internos, punto nuclear para calibrar el estatus auténtico de crecimiento y sanidad. 

Los equipos siguen apostando al corto plazo y a las vueltas olímpicas antes que al desarrollo. El Caracas es una excepción por su notable trabajo en las divisiones inferiores, pero la mayoría desatiende un aspecto fundamental en la consolidación institucional. Pocos poseen patrimonios, más allá de los propios jugadores, y el mercado interno no es controlado por quienes deberían fungir como socios al servicio de una empresa exitosa. Así, los torneos internos son caldo de cultivo para el ingreso de capitales de origen dudoso, o provenientes de fondos públicos, lo que genera incertidumbre, promueve la desigualdad y trastoca el equilibrio económico.

Lo anterior no convierte en falacia el hecho de que algunas cosas sí dieron un salto de calidad. El mundo global acercó métodos y tendencias. Los entrenadores están mejor capacitados y la preparación física pasó a ser un aspecto que ahora se jerarquiza. La televisión entró con fuerza y multiplicó las posibilidades de generar recursos y llenar estadios. Y el ejemplo de lo que las figuras proyectan convierte al fútbol en una solución de vida para quienes lo practican, además de promulgar valores que construyen una visión social positiva hacia el segundo deporte de mayor aceptación popular para los venezolanos.