El martes 14 de agosto de 2001 fue un día más hasta las 7:30 de la noche. Dos horas después, y sin que el país lo supiese, comenzó a gestarse un fenómeno sociológico que cambiaría la historia del fútbol nacional. Venezuela venció a Uruguay 2-0 por la fecha 14 de las eliminatorias para Corea-Japón 2002. Aquel fue un resultado histórico que solo presenciaron 8.500 personas en el Pachencho Romero de Maracaibo de acuerdo al reporte oficial.
A Richard Páez ya le buscaban sustituto después de perder todos los partidos en la Copa América de Colombia y la Celeste hacía cuentas de lo que vendría después del trámite marabino. Nada generaba angustia ni zozobra en Álvaro Recoba, Darío Silva, Paolo Montero o Fabián Carini, figuras de un equipo que mes y medio antes había derrotado a Brasil en el Centenario de Montevideo.
Los jugadores criollos podían caminar por la capital zuliana sin temor a ser abordados por los aficionados. La camiseta, de color vinotinto por exigencia de Páez, no era un producto requerido en las tiendas ni el símbolo de pertenencia en el que se convertiría a partir de aquella velada inolvidable.
El primer tiempo terminó 0-0 y a los 7 del segundo Ruberth Morán definiría cruzado para celebrar el primero. Alexander Rondón sentenció a los 90 con el 2-0, minutos después de que Rafael Dudamel le ahogara un grito de gol a Recoba en un tiro libre envenenado que buscaba el ángulo derecho de su arco. El San Rafael de tantas glorias en Colombia aparecía en Maracaibo para contribuir de forma decisiva en la gesta, de la que salió cortado en la frente tras un choque con Silva que se saldó cuatro años después en el mismo escenario.
Morán fue uno de los delanteros de la generación de Mar del Plata. Y el goleador de la selección en todo este ciclo. Al choque contra Uruguay llegó tras un vía crucis de lesiones y discontinuidad en su club, un sino en su carrera. Por eso aquella celebración a todo grito, mezcla de alegría y catarsis. Fue el inicio de un romance que tendría al merideño en todos los momentos trascendentes de la Vinotinto de los años futuros.
El trayecto del bus del Pachencho hacia el hotel Maruma fue flanqueado por aficionados con banderas. Un hecho inédito que luego se haría costumbre también en el recorrido hacia los estadios y en las salidas de las concentraciones. La clandestinidad daba paso a la exposición mediática y la popularidad, un cambio que tomó a todos por sorpresa y que en algún momento también tendría consecuencias negativas.
La efervescencia y el sueño mundialista tomarían forma en las siguientes tres fechas con triunfos consecutivos sobre Chile en Santiago, y ante Perú y Paraguay en San Cristóbal. Ir a la Copa del Mundo asiática estaba descartado desde mucho antes de la retahíla asombrosa, que frenó Brasil con una goleada en el cierre del premundial; pero la semilla cayó en tierra abonada y la selección derivó en asunto de interés nacional, atractivo producto para las empresas patrocinadoras y nuevo modelo social que convirtió en ídolos a sus integrantes.
Los éxitos y la notoriedad del presente solo se entienden a partir de aquel resultado del que ayer se cumplió una década. Dudamel; Vallenilla, Rey, Alvarado, Rojas; Vera, Miky Mea Vitali; Ricardo David Páez, Arango; Noriega y Morán. Una formación con letras doradas para el imaginario museo vinotinto. Todavía con la miel en los labios que dejó el cuarto lugar en Argentina 2001, es de recibo recordar a quienes fueron los precursores.
14 de agosto de 2001. Venezuela 2 – Uruguay 0. Cuando todo comenzó.