Colectivizar el esfuerzo. Suena a eslogan de campaña electoral, pero en fútbol representa un concepto básico para conseguir rendimiento y potenciar las individualidades. El Barcelona que maravilla al mundo fundamenta su magia en esta premisa. Su espíritu gregario para recuperar la pelota conmueve; tanto como su búsqueda constante de la belleza. Lionel Messi no gana partidos solo aunque lo parezca. El genio está rodeado de compañeros que frotan la lámpara y son capaces de materializar los deseos del paladar más exigente.
El Maradona que llevó en volandas a Argentina al título en México 86, tenía una estructura a su alrededor que le permitió encumbrarse como crack universal. Carlos Bilardo diseñó una máquina casi perfecta y sacó del anonimato a futbolistas como José Luis Brown, Julio Olarticoechea o Néstor Cuciuffo. La mirada en el tiempo nubla la historia real y fortalece el mito, pero sin aquella obsesión de Bilardo por la perfección táctica el planeta no habría podido disfrutar del momento de mayor esplendor del Diego.
Si un equipo tiene afinados los automatismos podrá acoger a cualquier nuevo ejecutante y facilitar su proceso de adaptación. Siempre será más fácil subirse a un tren en movimiento que echarlo a andar. Incluso en inferioridad de condiciones físicas, los jugadores determinantes encuentran el punto de desequilibrio a partir de la solidez grupal. De allí que el convencimiento sobre la conveniencia de una idea resulte clave para que todos empujen hacia el mismo lado. No hay otro secreto. Sea cual sea el estilo, la esencia se mantiene. Los líricos no corren menos; lo hacen de forma diferente.
La selección consagró a varios nombres en la última Copa América. El aporte de cada elemento produjo la alquimia y un efecto dominó sobre todos sus componentes. Tomás Rincón fue el estandarte de un conjunto en el que cada intérprete conocía de memoria la partitura y el castigo que implicaba desafinar. La fuerza del todo permitió el brillo de alguna de sus partes, pero fue la colectivización del esfuerzo el punto nuclear del éxito.
Dos ejemplos recientes en el torneo local confirman la afirmación: el ciclo de Eduardo Saragó con Deportivo Italia-Petare y el Zamora campeón del Clausura 2011. Partiendo de dos concepciones distintas del juego, en ambos hubo demostraciones de fútbol coral (uno al servicio del bloque; el otro sublimando la pelota y el espacio) con figuras que renacieron o encontraron su mejor versión apuntalados por modelos armónicos. Allí están los nombres de Evelio Hernández, Andrés Sánchez, Cristian Cásseres, David Mc Intosh, William Díaz, Vicente Suanno o Jesús Meza para corroborarlo.
El actual campeonato bautiza procesos en clubes como Petare (Manuel Plasencia), Lara (Saragó) o Táchira (Chuy Vera), al tiempo que consolida conducciones en Mineros (Carlos Maldonado), Caracas (Ceferino Bencomo), Anzoátegui (Daniel Farías) o Real Esppor (Noel Sanvicente). Algunas piezas, fundamentales en logros recientes de estos técnicos, acompañaron a los timoneles en sus nuevas aventuras; otros aprovecharon sus buenas campañas en la temporada pasada para migrar a cuadros con mayores aspiraciones.
Los apellidos ilustres no garantizan vueltas olímpicas, estén en el banquillo o en la cancha. El lustre del pasado, más o menos reciente, no es un bien trasladable con garantías de éxito. Para unos y otros, el desafío está en fortalecer el ideario a partir de la solidaridad grupal. Eso que, en términos más sencillos, todos llamamos funcionamiento.