lunes, 25 de abril de 2011

Ganar para convencer

Si José Mourinho fuese pintor muchos, entre los que me incluyo, no colgaríamos jamás uno de sus cuadros en la sala de nuestras casas. Pero unos cuantos, de los que también me hago parte, iríamos a ver su obra a un museo y reconoceríamos su valor. No es cierto que al entrenador del Real Madrid se le quiere o se le odia; existe un sentimiento intermedio: la impasibilidad. Entre el blanco y el negro cabe ese tono gris que lo reconoce como extraordinario estratega y gestor de grupos humanos, pero que apenas se emociona con sus equipos.

El fútbol es una expresión estética y, como tal, está revestido de subjetividad. Allí está el núcleo de su riqueza. Aunque lo lírico y lo utilitario polarizan este deporte, la eficacia se convierte en el elemento mesurable que le da a cada expresión –y a la inmensa cantidad de otros modos de interpretación que caben en el medio– su verdadero lugar respecto a la otra. La satisfacción del aficionado se centra en este aspecto. La piel del hincha puede preferir el dulce cosquilleo de la belleza o el ardor y la adrenalina del vigor, el temperamento y la lucha. Pero, siempre, se irá contento a su casa si su equipo ganó. Lo demás es simple retórica.

La discusión entre modelos y filosofías de juego encuentra hoy su punto más efervescente en el antagonismo Barcelona-Real Madrid, que desde este miércoles tendrá dos nuevas excusas para el debate cuando se enfrenten en la Liga de Campeones de Europa. Los blancos le dieron validez al pragmatismo de su entrenador con la conquista de la Copa del Rey la semana pasada; para los azulgranas, el resultado futuro no pondrá en riesgo un estilo suficientemente laureado en las últimas dos décadas. Pero tuvo que ganar para conseguir ese reconocimiento.

Cuando en 1990 disputó la final del mismo torneo contra el mismo rival y en el mismo estadio, el resultado apareció como condición impostergable para garantizar la continuidad del entonces técnico culé Johan Cruyff. El triunfo de aquella vez y todos los que vinieron en el lustro siguiente, le dieron alas al proyecto del holandés, alma mater de un fútbol y un sistema de trabajo en su estructura de divisiones inferiores que maravilla al planeta entero.

Zamora, en el medio local, es un ejemplo de cómo se pueden fundir los conceptos de estética y eficacia. Juega bien, estableció un patrón que prioriza el buen trato de la pelota y la afinación de los automatismos, y se impone sobre sus rivales con autoridad y contundencia. El discurso trasciende a la palabra y se transforma en hechos tangibles. Aquello que en un primer momento parecía verbo inocuo, derivó en consenso: nadie juega al fútbol en Venezuela como el Zamora de Chuy Vera. La poética dejó de ser solo un elemento evocador.

Hace escasos meses la ausencia de resultados y la inestabilidad económica hizo tambalear la empresa emprendida por Vera y sus colaboradores, cabezas pensantes del actual líder del torneo Clausura. De nuevo, la permanencia de una idea a merced del indiscutible peso de los números. Lo que hoy hace disfrutar a los seguidores del cuadro barinés y entusiasma a sus directivos puede quedar en simple anécdota si la vuelta olímpica en mayo no cristaliza el sueño. Injusto, pero así de rotundo.

Como en las calles de Mormartre en París, las pinturas de Chuy Vera se exponen a los ojos de todos y a bajo costo. Para llegar al museo del Louvre, tendrá que subir los cuatro escalones que le quedan por delante para obtener el certificado de autenticidad que le piden sus fieles.

lunes, 18 de abril de 2011

El camino de los campeones

El proceso se repite año a año como una liturgia. La semilla, sembrada y abonada con mimo, se esparce generosa por campos fértiles. Los tiempos para la cosecha son administrados con paciencia y rigor. Cada paso se respeta con celo. Separada la paja del trigo, queda materia fina de la que solo una parte llega a las mesas de comensales exigentes.

Con la intuición y el sudor de los buenos labriegos. Así funciona esa fascinante factoría de talento futbolístico que nutre las estructuras del Barsa. Constituida en marca universal, sus futbolistas llevan adosada la denominación de origen de La Masía, punto referencial que define el sistema de divisiones inferiores de un equipo que revolucionó el juego. Pep Guardiola nació en esos viveros a los que Johan Cruyff dotó de un concepto, transmitido durante dos décadas con el fervor de una secta por una corte de maestros anónimos.

La semana pasada fue presentado en Barcelona el libro El camí dels campions (El camino de los campeones, en la traducción castellana todavía no publicada) con la firma del periodista catalán Martí Perarnau. El autor asumió el reto de descubrir el secreto mejor guardado de la entidad azulgrana. Tras meses de investigaciones y diálogos con muchos de los involucrados en el proceso pudo radiografiar las claves de este modelo único del que surgieron Messi, Xavi, Iniesta, Puyol, Busquets o Valdés.

“La idea es el punto nuclear de todo”, contó Perarnau. “Lo que de ella deriva es consecuencia de una manera de entender este juego”. La simplicidad en la definición contradice lo complejo de su ejecución. La piedra filosofal es la pelota y el buen manejo que se haga de ella. Lo demás son valores vinculados a la competitividad, disciplina, esfuerzo máximo y solidaridad, trasladados a modo de mantra al que se integra en ese mundo de sueños.

Con ese ideario bajo la manga trabajan los ojeadores que la institución culé tiene repartidos por España y varios países del mundo. Buscar al talento con “perfil Barsa” es una criba que decanta a posibles promesas y separa a muchísimas otras. Solo en lo que va de 2011, los scouts vinculados al club evaluaron a unos 10.000 muchachos de los que apenas fueron seleccionados 50 (un 0,5%). Las cifras indican que de esa grey de privilegiados poco más de la décima parte alcanza a ponerse la camiseta del primer equipo alguna vez, sin que ello implique garantías de triunfo en el Camp Nou.

Los grandes clubes tienen estructuras de reclutamiento y personal capacitado en esas tareas. El Arsenal inglés, por ejemplo, lleva más de una década escarbando por rincones insospechados detrás de una perla. Los resultados han sido más que satisfactorio para sostener un organigrama de negocios modélico en el que se compra a precio de saldo y se vende a un nivel alto de mercado cuando ya el producto fue amortizado.

Lo del Barsa es distinto. Se forma a los niños elegidos para mantener un estilo y cada decisión está sujeta a esa premisa. Como bien lo señaló Carles Folguera, director de La Masía, en el bautizo del texto de Perarnau, partiendo de la habilidad y la técnica “buscamos delanteros que presionen y defiendan, y defensores que sepan construir”. Una declaración de principios.

El planeta se maravilla con el Barcelona y sus automatismos, llevados a niveles de perfección inverosímiles. La explicación está en esa academia de la lírica y el esfuerzo que ya tiene a punto a los reemplazos de aquellos que hoy transforman la dinámica de este deporte para siempre.

domingo, 10 de abril de 2011

Los juveniles de siempre

Gerson Díaz debutó a los 17 años de edad en el Caracas de los albores. Llegó a la primera división directamente desde las ligas colegiales. A los 19 decidió con un gol contra Marítimo el primer título de los once que cosecha el Rojo. Algunos meses después anotó en la Copa Libertadores. Lo haría una decena de veces más antes de retirarse a los 28. Su ejemplo acabó marcando el camino.

El crecimiento de los avileños y su política de fomento de las divisiones inferiores, le dio una base de futbolistas de la que se nutrió en la última década. Con mayor o menor confianza de los entrenadores que pasaron por la institución en ese lapso, la lista de nombres que vieron la alternativa en el primer equipo creció exponencialmente. También la de otros conjuntos, del torneo local y del exterior, que cuentan en sus planteles con elementos formados en las granjas encarnadas.

No es una novedad. La semana pasada Josef Martínez maravilló a todos con su desparpajo en la maniobra que definió el partido contra Unión Española en Santiago de Chile. A los 17, el pequeño delantero ya tiene un registro que le pertenece: es el jugador venezolano más joven en marcar en la Libertadores.

La historia de Martínez no es una excepción. Mucho menos una rareza. El proyecto de Ceferino Bencomo se consolida y los resultados lo avalan. Su prototipo crece, la idea toma forma y los nuevos futbolistas que se incorporaron para el Clausura y la Copa engranaron. La llamada “renovación” se explica a partir de un hecho concreto: salir de piezas costosas (José Manuel Rey, Luis Vera y Darío Figueroa, además de Jesús Gómez que fue transferido a Egipto) y traer otras menos onerosas a través de cesiones y contratos de corta duración. El buen juego respalda el riesgo asumido, pero no la sobredimensión de la apuesta por los juveniles.

En el once titular del Caracas tiene un número puesto Alexander González. La norma del juvenil lo catapultó al cuadro de mayores, pero su calidad lo consolidó. El resto de los que habitualmente forman parte de las convocatorias (Martínez, Anthony Uribe, Carlos Suárez, Daniel Febles, Luis González) suelen ser complementos que añaden experiencia y minutos a su proceso formativo. Una lógica que siguen clubes como el Barcelona, referencia en el trabajo de cantera y proveedor copioso de talentos.

El buen rendimiento de los nuevos valores se fundamenta en la base más experimentada. Es la jerarquía de los Vega, Lucena, Romero o Edgar Jiménez lo que permite la inserción sin traumas de los de menor recorrido. Así ha sido en los últimos tiempos. Antes y seguramente también después de Bencomo. 

En 1998, Vladimir Popovic apadrinó el estreno de Miguel Mea Vitali. También tenía 17, como Gerson o Martínez. Con Carlos Moreno como entrenador (1999-2001) aparecieron Giovanni Romero, Andrés Rouga, Wuiswel Isea, Heatklif Castillo, Bremer Piñango y Philipe Estévez, entre otros. A Rafa Santana (2001-2002) le correspondió apadrinar a Edgar Jiménez y Alejandro Guerra. Y Chita Sanvicente, en la suma de sus dos etapas (2002-2010), graduó a Ronald Vargas, Roberto Rosales, Oswaldo Vizcarrondo, Edder Pérez, Peluche González, Alexander González, Pablo Camacho, Rómulo Otero y algunos más.

Bencomo, como Sanvicente en su momento, es parte de esa cadena de formación. Hoy se le juzga por los resultados, como a todos los que dan el último paso en el escalafón. La bandera de los juveniles tiene el copyright del club; al DT le corresponde sumar títulos. Eso, y no el número de promovidos, será la vara con la que se medirá su ciclo.

lunes, 4 de abril de 2011

Un equipo de autor

Chuy Vera fue un jugador exquisito. Volante de gran manejo y personalidad, determinaba el estilo de los equipos que integraba. Con él en la cancha, la cadencia pasaba por sus pies de bailarín del Bolshoi y su inteligencia innata para entender el juego lo convertía, por una acción natural, en la extensión del entrenador en la cancha. Veía el fútbol como el arquitecto que proyecta sobre planos lo que su cerebro dibujó antes en el espacio infinito de la imaginación. Las líneas maestras del pase y la geometría de los espacios eran materia de consumo constante que nutría su inquietud por descifrar los enigmas de la pelota.

Siempre tuvo peso en los vestuarios. Se rebeló ante la autoridad sin conceptos y desafió al establishment que todavía asume como un hecho natural la falta de estructuras y la desprotección del futbolista. Su nuevo rol como técnico no lo ha alejado de todas esas taras que tantas veces padeció en primera persona. El sello que imprime a sus equipos tiene mucho de ese espíritu irreverente y lírico a la vez.

Zamora, su proyecto actual, es una muestra de cómo el ideario de un preparador y las convicciones de sus dirigidos pueden trascender al quince y último. Líder del torneo Clausura con el once más goleador y el mejor diferencial de tantos a favor y en contra, su punto más fuerte está en la ejecución armoniosa de una idea. Los resultados fortalecen y convencen, pero el reconocimiento general nace de una puesta en escena estética, afinada y eficaz. El cuadro de Barinas es el que mejor fútbol practica en la primera división venezolana.

Construido a partir del balón, Zamora logró que sus automatismos maduraran a pesar de la carrera a campo traviesa que libra con sus directivos. Durante el Apertura, el discurso de Chuy Vera no encontró eco a pesar de la fortaleza con que siempre expuso sus preceptos. Al manejo pulcro y con mimo de la pelota le faltó equilibrio defensivo. La asimilación de la propuesta sufrió de la incredulidad natural de quien quiere ver para creer.

Hoy la estructura es firme, los conceptos se maceraron y el funcionamiento engrana. Su base puede recitarse de memoria: Tito Rojas en el arco; tres defensores que marcan en zona (Nelson Semperena, William Díaz y Moisés Galezo); dos volantes laterales con mucho ida y vuelta (Jesús Álvarez y Richard Badillo); un doble cinco que opera como un reloj (Vicente Suanno y Arlés Flores); un mediocampista que se mueve libre y enlaza como vértice de esa línea de recuperadores (Chiqui Meza); y dos delanteros rápidos y profundos, que sincronizan en espacios y movimientos (Juan Vélez y Jonathan Copete).

Hay datos reales que marcan la diferencia entre esta versión que domina el campeonato y la que terminó en puestos de descenso durante el primer semestre: defiende mejor (0,81 goles de media por partido en el Clausura por 1,76 en el Apertura); es más contundente (2 tantos de promedio por encuentro por 1 en la primera mitad de torneo); y el porcentaje de efectividad marca una clara polarización (73% en el Clausura/27% en el Apertura). 

Una referencia extra: el tándem Vélez-Copete totaliza 14 anotaciones en 11 fechas (64% de la producción total del conjunto), registros que casi alcanzan la marca establecida por la dupla Herrera-Gutiérrez del Táchira en todo el Apertura (15).

Los números describen la excelente campaña. El estilo, barnizado de buen gusto y conceptualmente brillante, hace del Zamora de Chuy Vera un equipo de autor.