domingo, 26 de junio de 2011

Viajero frecuente sin boleto

Antes del Mundial de 1978, César Luis Menotti dejó a un casi adolescente Diego Maradona fuera de la lista de los que jugaron aquella Copa. El Diez brillaba en Argentinos Juniors y ya había enseñado su magia con la selección. Pero el DT consideró que no era su momento y el título del mundo, logrado semanas después, convertiría el episodio en anécdota.

Mario Zagallo tampoco incluyó a Romario en la lista de buena fe de los que defendieron la corona para Brasil en Francia 98. Juan Sebastián Verón no entró en los planes de José Pekerman para la cita en Alemania 2006 y Francia descartó la presencia de Karim Benzemá en Sudáfrica 2010. En todos los casos fueron decisiones polémicas, diluidas en el tiempo o amplificadas en sus efectos sobre la opinión pública en función de los resultados posteriores.

La elección de los elementos con los que el entrenador opta competir es su atribución fundamental. Que luego funcione como equipo pasa a ser el objetivo de esa determinación que define su cargo. El preparador parte de una idea de juego para potenciar lo mejor de lo que tiene, decidir la cantidad de elementos que necesita para cubrir con solvencia todos los sectores de la cancha y darle sentido a esas escogencias.

Es una gran mentira que los técnicos llevan siempre a los mejores del país en cada puesto. Los gustos personales cuentan y las afinidades aumentan o disminuyen los niveles de confianza. César Farías elige con sus propios parámetros, independientemente de las voces emitidas por el entorno. Cuenta lo que el futbolista expresa en la cancha (Yohandry Orozco y Jesús Meza) o lo que las estadísticas convierten en argumentos irrebatibles (los 23 goles de Daniel Arismendi); pero también la subjetividad tiene su lugar y Giacomo Di Giorgi seguirá siendo uno de sus lugartenientes, figure o no en el ranking personal de todo el que tiene algo que opinar.

Al indiscutible no se lo deja afuera por encima de gustos o compatibilidad de caracteres (Juan Arango, Renny Vega, Gabriel Cichero, Miku) y el liderazgo puede ser fundamental cuando se requieren vínculos generacionales que preserven la ecología del vestuario (José Manuel Rey). 

Por eso, conocido el primer corte de jugadores tras el regreso de Dallas, el debate se centró en Alejandro Guerra. ¿Por qué debía estar? El análisis no puede hacerse del todo sin conocer la nómina final de 23, pero el ejercicio resiste filtros objetivos que arrojan luces por sobre la bruma de la polémica.

Guerra fue el volante más goleador del campeonato que finalizó en mayo (16 tantos, 5 por encima del argentino Roberto Armúa, el siguiente entre los mediocampistas). Jugó un alto porcentaje de los encuentros del Anzoátegui entre Apertura y Clausura (30 de 34 choques, para 88%) lo que arroja claridad respecto de su condición física y nivel. Su nombre apareció en buena parte de las convocatorias de Farías en el último año y medio (7 partidos, 4 como titular) mostrando un rendimiento superior al de hombres como César González, en horas bajas por su irregularidad en México y Argentina. 

Que la razón de la salida de Guerra haya obedecido a un “pase de factura” por su migración de Anzoátegui a Mineros es una afirmación absurda por incomprobable; que, a pesar del overbooking de volantes ofensivos, debió haber merecido un asiento con ventana incluida, sí tiene bases sustentables. 

El Lobo llegó al momento de la tala con su tarjeta de viajero frecuente henchida de millas, pero no pudo llegar a la puerta de embarque. ¿Se equivocaron los chequeadores?

lunes, 20 de junio de 2011

Mercado de la desigualdad

El mercado del fútbol venezolano se mueve con anuncios diarios en los medios y un tráfago constante de nombres que, como en los tiempos de la conquista del Oeste en la fundación del territorio estadounidense, se trasladan en hordas hacia aquellos lugares en los que el brillo del oro anuncia tiempos de vacas gordas. Hace algunos años el destino era Maracaibo; más recientemente, Caracas, Puerto Ordaz, San Cristóbal o Puerto La Cruz. Hoy la promesa dorada llega desde Barquisimeto, ciudad en la que el C.D. Lara refunda ilusiones con su chequera inagotable. 

La ecología del torneo local sufre con este trasiego que arrasa con la pasión de los hinchas y la estabilidad de los clubes, sometidos al vaivén de dirigentes enceguecidos y cortoplacistas. Zamora ganó el pasado Clausura y se erigió en el equipo de moda con una propuesta de juego innovadora y fresca. Semanas después se reconstruye bajo las cenizas, con la base de su plantel y todo el cuerpo técnico mudados a otros lares. 

Pocos apuestan por proyectos que garanticen más que una estrella. La racionalidad no abunda en las cabezas de los directivos, desconocedores de la dinámica de este deporte y presa fácil de los representantes e intermediarios, cuyo apetito voraz huele la sangre donde quiera que se derrame. Los capitales aparecen y desaparecen sin que medie un control sobre su origen. Es vox populi la firma de contratos mixtos (en dólares y en bolívares) cuyos valores desafían a la lógica. Se convive en una realidad hipertrofiada, con mano de obra sobrevaluada y complicidad en negociados que pisotean la ética: ¿cuántos jugadores y entrenadores arreglaban contratos con nuevas divisas mientras competían con las camisetas que asumían sus salarios y apostaban aún por objetivos deportivos?

La pasada temporada dejó aspectos positivos en cuanto al crecimiento del campeonato. Plazas que dieron pasos hacia adelante, conjuntos que alcanzaron metas relevantes con presupuestos austeros, y un incremento notorio en las asistencias gracias a la mayor visibilidad mediática ganada por la presencia constante de hasta tres canales de televisión. Pero todo eso no justifica –ni sostiene– semejante derroche. Todavía no apareció el primer club que pueda demostrar autogestión y solidez financiera. Y en este proceso la Federación, como ente aglutinador y autoridad máxima, debe establecer un orden so riesgo de perder autoridad sobre lo que pasa.

La solución debe ver la luz en la propia dirigencia. Sincerar presupuestos, proteger a aquellos que se conducen bajo parámetros racionales y procurar la igualdad competitiva son aspectos que deberían copar los primeros lugares en la agenda de acciones. Manejar el torneo con criterio de libertad de mercado comporta más peligros que beneficios. Con la intervención de los dineros públicos, el equilibrio y la libre competencia pasan a ser entelequias. Sin empresas saneadas, administradas con propiedad y controladas en su gestión, la amenaza de quiebra, insolvencia e inestabilidad rondará por las oficinas de los equipos de primera división sin que haya a quien exigirle responsabilidades.

El ruido de los nuevos fichajes. Las expectativas que generan en los aficionados. El efecto multiplicador que el periodismo añade a cada anuncio. Todo forma parte de un juego ficticio y pernicioso que, contrario a lo que pueda parecer, no habla de progreso. Al mercado le hace falta un ente fiscalizador que garantice el crecimiento y promueva la convivencia igualitaria entre sus actores.

lunes, 13 de junio de 2011

Intenciones que cuentan

La selección y su técnico dejaron una declaración de intenciones después de los ensayos contra Guatemala y España. El estilo sí puede negociarse y el propósito de ejercer la autocrítica abre un camino optimista. Nada que pueda tomarse como una postura definitiva, pero sí una apuesta por una manera de jugar más afín a las características de esta generación. El manejo atildado de pelota en todas las zonas, la paciencia como recurso, las sociedades como núcleo de desarrollo de la puesta en escena. Valores novedosos para un cuerpo técnico que quiso establecer diferencias en su ciclo, renovó el plantel y parece haber encontrado la definición del modelo con el que quiere competir.

Esa fue la metalectura que trasciende al resultado. Ni la victoria en Guatemala ni la caída en Puerto La Cruz ante el campeón del mundo representan, por sí solas, elementos concluyentes. Ni medallas en lo primero, ni dagas afiladas para lo segundo. El elemento común fue la disposición a encontrar otras rutas. Y los jugadores, en sus actos y discursos, parecen sentirse más a gusto con esta idea. Incluso César Farías, en sus comparecencias mediáticas, sigue una línea de mesura menos resistida por el entorno. Sin ese ruido innecesario, añade la convivencia pacífica como ventaja para asumir 2011 con otro talante.

¿Tres años después? Puede que al futbolista le genere confusión los cambios constantes, pero si algo quedó claro en esta fase de preparación para la Copa América de Argentina es que resultará más sencillo lograr la convicción del grupo en la nueva proclama porque la siente más cercana. La gente, por encima de prejuicios, también envió un mensaje claro: ese es el ideario con el que mejor se ve representada. Los aplausos, el reconocimiento a la respuesta colectiva de la selección aun en la derrota, fue una muestra contundente de consenso.

La escogencia de los nombres es otro recado que el entrenador envió con fuerza. Renny Vega será el titular en el arco no solo por su jerarquía y condición de número uno en el país, sino además porque es el idóneo para esta propuesta por su capacidad para anticipar a espaldas de los defensores, su buen juego de pies y la variante que siempre aporta su saque. Más que los fallos puntuales en los dos tiros libres que España aprovechó con efectividad perfecta y por los que se le criticó con justicia, se le debe exigir que haga una mejor elección en el momento de decidir si al equipo le conviene salir jugando o armar un ataque directo desde su propia posición.

Rosales y Gabriel Cichero en los laterales garantizan atrevimiento por los costados, lo que representa otro aspecto básico para cimentar el concepto. Tomás Rincón es el mascarón de proa del proyecto Farías, pero requiere de un compañero en el doble cinco que garantice músculo y quite en una zona que, con los riesgos que se asumen, puede quedar siempre muy comprometida si no aparece el equilibrio. La imagen del volante del Hamburgo desenganchándose de su territorio para meter un potente remate de zurda en el choque contra España, ejemplifica la funcionalidad que debe tener su rol en la cancha.

La abundancia es el sello para el último cuarto con hombres como Arango, Maestrico González, Seijas, Meza, Orozco, Miku y Salomón Rondón. Si la pelota llega limpia a ese sector, la promesa de desequilibrio, toque y contundencia multiplica las posibilidades. 

La intención representa una buena nueva. Para que cuaje en el juego, debe reivindicarse la apuesta cuando la lucha por los puntos añada exigencia y rigor.

lunes, 6 de junio de 2011

La impronta del Barsa

El Barcelona cerró otro año entre festejos. Son 10 de 13 posibles desde que Pep Guardiola asumió el mando culé. La estadística solo certifica una evidencia: este equipo de autor, innovador y revolucionario, está cambiando el juego y muchos de sus paradigmas. Por encima de sentimientos partidarios, su paso por la historia marcará un punto de inflexión. Este deporte no podrá ser analizado jamás de la misma manera. Hay una forma de hacer que trasciende todo lo anterior. La simbiosis entre estética y eficacia nunca fue tan perfecta.

¿Dónde está ese punto en el que los triunfos pasan al plano anecdótico para dar paso al hito? El sistema es solo una referencia. No es en la táctica donde se centra el revuelo. Los ejecutantes son parte esencial del fenómeno, el punto de partida que le da sentido al proyecto, pero no la raíz. El sistema de divisiones inferiores del club, ordenado y concebido alrededor de un idioma único que absorben sus jugadores, otorga una base futbolística que facilita los procesos. Pero tampoco está en La Masía el secreto de aquello que hace de este Barsa un equipo referencial.

Guardiola incorporó un elemento diferenciador que se añadió a un ideario cultivado durante dos décadas: la presión constante y sistemática en terreno rival, llevada a niveles inconcebibles de perfección. El achique como estrategia para la recuperación de la pelota, basado en un manual de estilo que juega con la geometría de la cancha para establecer superioridad numérica en todos los sectores. La gran virtud de este mecano azulgrana, lo que lo hace singular y marca una tendencia universal, está en cómo defiende más que en cómo ataca. Esa voracidad para no ceder la iniciativa establece, a su vez, la metodología de entrenamiento: desde el trabajo físico, pasando por los períodos de descanso y hasta la elección de las piezas, se fundamentan en esta premisa.

El valor del esfuerzo se suma a la virtud en la elaboración. Guardiola incorporó conceptos a su librillo fruto de las experiencias vividas fuera del ámbito en el que se formó y del que es un símbolo. De allí parte una visión que no se limita a regodearse en el dominio, sino que estimula el compromiso grupal para que el sudor acompañe y complemente el ejercicio creativo.

El Barsa deslumbra por cómo mece el balón a lo ancho del terreno. Es una búsqueda paciente del espacio libre que permite, en un rapto de ingenio y comprensión suprema del juego, ganar profundidad. Sus intérpretes son orfebres obcecados por construir una obra en permanente evolución. No hay techo establecido aún para un grupo de futbolistas brillante. Y cuenta con Lionel Messi, el mejor del planeta, fruto de esa magia que potencia al duende. Lo individual se sublima al espíritu gregario, pero no deja de aparecer la maniobra inspiradora que establece el caos y modifica la dinámica de los partidos.

La propuesta coral azulgrana despierta admiración en el espectador y deriva en objeto de estudio de los entrenadores. Para los rivales es un desafío irresuelto hallar la forma de desactivar su funcionamiento; para quien lo ve a la distancia, resulta una tentación imitar sus preceptos. 

Este Barsa enarbola la bandera de un fútbol con sello propio, cuya denominación de origen alcanzó prestigio global. Representa, en su puesta en escena, la innovación de mayor calado desde que Arrigo Sacchi, en el Milan de los 80, apareciera como el gurú del pressing y los automatismos. ¿Hasta dónde llegará su paso transformador? Guardiola y su corte de artesanos quieren seguir creando.