lunes, 25 de febrero de 2013

Hallazgos y casualidades

El fútbol bien jugado es un engranaje de intérpretes y movimientos en perfecta sincronía. La repetición de rutinas y respuestas condicionadas a lo que el oponente plantea, dirige los mecanismos del funcionamiento colectivo y los acerca a la excelencia. Si bien es en el proceso de ensayo donde la obra se va cargando de sentido, no siempre el entrenamiento logra la alquimia perfecta. 

Muchas veces la rotación de las piezas del mecano alumbra el milagro inesperado. No por azar sino por la obsesión del técnico en hallar aquello que las características del jugador requiere para encontrar el mejor entorno. Cuando esa magia aparece, todo fluye de forma natural. O esa es la impresión que da a ojos de quien observa y se imbuye en la maravilla de la obra bien ejecutada. 

El Brasil de 1970 nació a partir de esta especie de tamiz que mueve la arena hasta que aparece la piedra preciosa. La colocación de cinco mediocampistas con señas de identidad parecidas (Gerson, Rivelino, Tostao, Jairzinho y Pelé), incompatibles desde la ortodoxia de la época, dio vida a uno de los grandes equipos en la historia de este deporte. Y en tiempos más recientes, la conversión de Lionel Messi en falso 9 le dio un impulso al Barcelona de Pep Guardiola para hacerlo todavía más trascendente. 

Caracas FC ganó la semana pasada en Chile. Se impuso con autoridad en la cancha de Huachipato y de un plumazo borró el debate sobre la falta de un atacante de área en su formación. Pocos repararon en aquello que se estaba gestando semanas atrás cuando los resultados no validaban las mejoras en su propuesta. Con una formación que priorizó a los volantes y a los extremos, ubicó a Rómulo Otero como eje conductor y le dio alas a Dany Cure para que explotara lo mejor de sus condiciones, los rojos encontraron la cruz en el mapa del tesoro. De pronto, lo que antes era maleza devino en tierra fértil. Los partidos dirán si se trató de una puesta en escena inspirada o el inicio de un ciclo exitoso. 

El cuerpo técnico capitalino recibió nuevos elementos en la pausa de diciembre mientras despedía a Fernando Aristeguieta, su carta gol en el pasado Apertura. Y ha sido esa rotación constante de nombres y funciones lo que los condujo a la notable presentación en el sur chileno, la mejor que se le recuerde en esta etapa. 

Otero asumió el papel de delantero centro contra Atlético Venezuela. Más tarde fue el vértice superior del triángulo ofensivo del mediocampo. Condenado por el pésimo terreno del estadio Olímpico, el juego del Caracas sufrió baches ante rivales que le plantearon choques en los que había que conseguir espacios en zonas reducidas. Ante eso, hubo mucho vértigo y mala construcción de las acciones de ataque. De allí que tampoco apareciera la contundencia demandada. 

En Talcahuano consiguió el funcionamiento buscado. La solidez defensiva de Alain Baroja y los cuatro del fondo se vio reforzada por la buena complementariedad de la dupla Edgar Jiménez-Juan Guerra en el sector del mediocentro, la sabia pausa de Angelo Peña, el caos que en los oponentes genera Otero y la profundidad de Cure, el ariete más versátil del torneo local. 

El semestre le plantea al Caracas un enorme desafío. Volver a la Libertadores es su norte y como un mantra le persigue el hecho de sumar unos cuantos campeonatos cortos sin celebrar con su afición. El triunfo en Chile y la manera en que lo gestó envió un mensaje optimista. Darle continuidad es lo que distingue el hallazgo legítimo de la casualidad. 

* Columna publicada en el diario El Nacional (25/02/2013)

lunes, 18 de febrero de 2013

Morir y renacer

La del 20 de noviembre de 2007 fue una noche de ruidos y sables. Venezuela jugaba en el estadio Pueblo Nuevo de San Cristóbal su cuarto compromiso en las eliminatorias a Suráfrica 2010. Luego de ganar en Quito con el recordado gol de tiro libre de José Manuel Rey, cayó ante la Argentina de Lionel Messi en Maracaibo y más tarde contra la Colombia de Jorge Luis Pinto en Bogotá. Bolivia, dirigida por Erwin “Platiní” Sánchez, fue el rival al que había que vencer para seguir alimentando el sueño mundialista. 

Pocos imaginaban que aquella velada culminaría el brillante ciclo de Richard Páez como seleccionador nacional. La Copa América venezolana le dio a la Vinotinto su primera clasificación a cuartos de final y el país esperaba que África le recibiese con los brazos abiertos tres años después. Lo haría con la juvenil en 2009, pero eso forma parte de otro relato. 

El choque tuvo un trámite frenético. La tensión bajaba inclemente de los graderíos. Dos goles de Cafú Arismendi establecieron diferencias para la selección, pero los del altiplano dieron vuelta a la pizarra y a los 32’ del complemento ganaban 3-2. Luis Manuel Seijas, por aquel entonces figura de Táchira, apareció en el equipo titular. Fue el premio a su buena campaña con el Aurinegro y una avanzada de la renovación generacional que el propio proceso exigía. 

La sustitución de Seijas fue el detonante de lo que vendría. Desde las tribunas el grito a coro de “¡Saque a su hijo!” retumbó en el alma del seleccionador que se volteó hacia la afición para demandar respeto por quien había sido un elemento clave del boom vinotinto: Ricardo David Páez. 

Pocas veces se vio un ambiente tan pesado después de una victoria. El triunfo 5-3 con tantos de Alejandro Guerra y dos de Giancarlo Maldonado, no aquietó las mareas de la ira. En el aire se sentía una rara mezcla de euforia y desenfreno. La gente no sabía si celebrar o esperar al autobús para escupir su rabia irracional. Algo se había roto y no había manera de recoger los trozos. 

El desgaste de la relación entre el técnico, los hinchas y los medios de comunicación desembocó en la renuncia de Páez pocos días después. No hubo acto de constricción en la rueda de prensa post partido. Tampoco en las declaraciones que dio meses después tras un largo silencio. Ayer, en su regreso como DT de Mineros de Guayana al lugar que le bajó el telón a la etapa más trascendente de su carrera, prefirió el silencio para no hurgar en la herida. 

Aquel episodio marcó al preparador más influyente en la historia del fútbol nacional. Fue al exterior para entrenar a Alianza Lima y Millonarios de Bogotá. Recibió ofertas para trasladar su legado a otras selecciones. Creció como profesional y atemperó su carácter. 

El tiempo colocó las cosas en su sitio. Nada de lo que ocurre en el presente puede explicarse sin citarlo como protagonista esencial. Y hasta quienes intentaron poner tierra de por medio para establecer distancia con su poderosa impronta, hoy le reconocen cada una de sus medallas. 

El salto competitivo del equipo al que le dio notoriedad hasta la versión del presente ha sido enorme. Visto a la distancia, cuesta imaginar este período de tangibles expectativas mundialistas sin esa revolución que Páez llevó a cabo en sus siete años al frente de la Vinotinto. Podrían escribirse legajos enteros de gestas y fechas memorables, pero hay agradecimientos que quedan huérfanos de adjetivos ante el peso y la presencia misma de la historia.

* Columna publicada en el diario El Nacional (18/02/13)

lunes, 11 de febrero de 2013

En dos dimensiones

La repetición es la génesis de la perfección. Puede que el concepto suene absolutista y que la consecución de la obra pura, sin máculas, sea solo una quimera. El camino hacia ella pasa por andarlo tantas veces como sea necesario hasta transitarlo sin luz. Ejercitar movimientos y sincronías que potencien tus fortalezas y anulen las del rival. Simular acciones para provocar respuestas, exprimiendo todas las variantes que permita la propia imprevisibilidad del juego.

Con dos guiones y dos directores ensayando los ángulos y tiros de cámara en Madrid y Caracas, la selección levantó las columnas de sus planteamientos para los choques de eliminatorias en marzo. A un mes vista, habrá modificaciones porque no todo se puede prever: lesiones, contratiempos de última hora o la explosión de un elemento inspirado pueden generar pequeños golpes de timón. Pero la esencia de los planes maestros está diseñada, así como los hombres que saldrán a la cancha en Buenos Aires y Puerto Ordaz.

Los seleccionadores tienen el inconveniente de no poder trabajar día a día. Su labor se fundamenta en el seguimiento, la observación y el diseño de estrategias para asumir choques lejanos en el tiempo. La estrechez en los plazos de entrenamiento y puesta a punto suele ser un factor en contra de la efectividad de los métodos. De allí que tenga un valor superlativo disponer de varias jornadas para refrescar el mensaje y delinear la ejecución directamente con los intérpretes.

José Pekerman hizo algo parecido con la selección colombiana en el inicio de su ciclo. La necesidad de trasladar su ideario e interactuar con sus dirigidos en un espacio condicionado por las urgencias, le llevó a priorizar las prácticas sobre los encuentros de fogueo. El saldo no pudo ser mejor: cuatro victorias al hilo en el premundial, alto rendimiento y un lugar entre los clasificados a Brasil 2014.

Con un proceso que ya sobrepasa los cinco años, lo de César Farías apunta hacia otros derroteros. La idea ha ido amoldándose a la maduración de los futbolistas y las posibilidades que de ella derivan. Consolidados los cimientos defensivos, la Vinotinto ha ido madurando la fase ofensiva de su propuesta y su condición de equipo flexible y multiforme. Una estructura de club en el ámbito de un seleccionado nacional. El día a día proyectado en años y metas a largo plazo.

Venezuela asumió un estilo que engloba distintos registros. Contrario a lo que pueda parecer, esa condición hace más compleja su puesta a punto. Se incorporan nociones a las ya conocidas y se exige del futbolista amplitud para manejarse en entornos diferentes con igual efectividad y rendimiento. Paralelamente, se les dota de información para acelerar el metabolismo conceptual. El tamiz darwiniano pondera a los más capaces y descarta a los que no pueden adaptarse. No hay margen de espera cuando la Copa del Mundo es el objetivo.

Como pasó en otros momentos, la selección desplegará dos rollos de planos sobre la mesa de dibujo: uno con el esbozo del estadio Monumental de Núñez y otro con los trazos del CTE Cachamay. El primero levantará una fortaleza que corte rutas y reduzca franjas baldías; el segundo proyectará sembradíos a lo largo y ancho que permitan una cosecha generosa. El mismo maestro pero distintos obreros para levantar el ingenio.

En el año más trascendente para el fútbol venezolano, cada paso debe medirse con la sensibilidad y el rigor de quien coloca una cuña para escalar la montaña. La cúspide asoma, pero nadie puede equivocarse.

*Columna publicada en el diario El Nacional (11/02/2013)





lunes, 4 de febrero de 2013

Espejos suramericanos

Los torneos continentales proyectan una imagen certera de los clubes venezolanos: las vueltas olímpicas no son una garantía de competitividad internacional. Lejos de eso, cada título deriva en un suplicio. La gloria casera transmuta en sufrimiento y miedo escénico. Mal preparado, descoyuntado en su potencial, el cara a cara con el fútbol foráneo devuelve un semblante pálido. Anzoátegui lo acaba de sufrir en la serie de repechaje de la Copa Libertadores contra Tigre de Argentina. Y no hay nada que invite al optimismo respecto al destino de Caracas y Lara. 

Las buenas actuaciones continentales son una excepción, una cita de la historia para adornar la previa de los partidos. El recuerdo de un resultado, de una clasificación a cuartos de final, de un día de fiesta en un estadio. Poco más. El declive ha sido progresivo y sostenido: desde 2009 apenas aparecen episodios merecedores de una reseña. El fin último de los equipos criollos se queda en casa. Traspasado el umbral del hogar, se desprecia el roce con lo externo. 

Medir la grandeza por la cantidad de estrellas en la camiseta reduce la lectura a una estadística. Lo que contextualiza el estatus de las instituciones es la relación con sus iguales extra fronteras. Allí se miden las fuerzas, la salud deportiva y estructural, la capacidad para manejar con tino los recursos propios. Ampliar la mirada y entender que el crecimiento encuentra un techo cuando los objetivos se reducen a un título de bachiller y no a la excelencia universitaria. 

Cada año la trama es parecida: euforia por una nueva medalla, poca planificación para el torneo suramericano que se avecina, malos resultados. Y vuelta a empezar con el ojo puesto en la sobrevivencia y no en la trascendencia. 

Táchira engrandeció su leyenda a partir de las gestas contra Independiente de Avellaneda, Sol de América o Inter de Porto Alegre. El salto cualitativo que hizo del Caracas un fenómeno de masas encontró su sustento en la Libertadores de 2007. Las dos camisetas que aglutinan a las mayores aficiones del país crecieron en las arenas vecinas. Sin ese componente, imprescindible en otros contextos, la dimensión de los logros estará siempre desvirtuada. 

¿Qué hicieron los conjuntos criollos para encarar este inicio de 2013? Los que mejor se reforzaron (Mineros y Táchira) no jugarán copas internacionales y aquellos que sí lo harán cuentan con planteles diezmados, disminuidos en su nivel competitivo. Cuadros con metas más modestas fueron capaces de fichar a extranjeros contrastados que no aparecen en los planteles del Caracas o del Lara. Un despropósito que adelanta vicisitudes en los meses por venir. 

La coartada del bajo estatus del producto local vale como definición genérica, pero no como justificación de la pasividad en la asunción del compromiso externo. Por la propia estructura del campeonato nacional los equipos saben hasta con un año y medio de anticipación las citas que deberán encarar como derecho adquirido. Tiempo de sobra para planificar, armar planteles sólidos y apertrecharse. Pero la intención se desvanece en las arenas movedizas de una dirigencia corta de miras. 

Suramérica es el espejo. Mucho de lo que proyecta nos ayuda a construir nuestro propio retrato robot. Si la imagen que nos devuelve habla de debilidad, de rostros famélicos y espíritus tristes, es mejor no voltear hacia otro lado. La luz del cristal solo es una metáfora, pero sirve como referencia para la revisión interna.

*Columna publicada en el diario El Nacional (04/02/2013)