lunes, 31 de mayo de 2010

Saragó cimienta su utopía

Eduardo Saragó es un técnico exitoso y el Deportivo Italia respondió con coherencia para respaldar su proyecto. Perdió el torneo Apertura 2009 y el Clausura 2010 en la última fecha, pero fue el entrenador del año en el fútbol venezolano. Los directivos reconocieron la eficacia de un trabajo que se tradujo en resultados deportivos y crecimiento institucional, extendiendo el contrato del estratega hasta mayo de 2012. Toda una muestra de sensatez en un medio que no suele estar dispuesto a premiar el sentido común.

Saragó completó su segundo año como timonel azul con unos registros contundentes: hizo 69 puntos en la tabla acumulada (tercero), su equipo fue el más goleador en el global tras el Caracas (62 tantos a favor) y ocupó la primera casilla en el diferencial general de goles (+31), igualado con el Deportivo Táchira. Todo eso acompañado por una más que correcta participación en la Copa Libertadores de América, a la que los azzurri regresaron después de un cuarto de siglo de ausencia.

El preparador, de 28 años de edad, se hizo cargo del Italia en una situación comprometida, en pleno cambio de manos en su junta directiva y con un flaco patrimonio. 24 meses después, la realidad apunta en otra dirección: el grupo de jugadores que son propiedad del club aumentó exponencialmente, la estructura interna ha ido adaptándose a las exigencias de un cuadro profesional y ya van tomando forma los proyectos de construcción de una cancha de entrenamiento. Un legado que, en mayor o menor medida, no hay quien no le reconozca a Saragó.

En la cancha, su idea de juego también ha ido madurando. Estableció una base con la que disputó los dos últimos torneos y supo buscar los refuerzos adecuados para fortalecer su concepto. Elementos como Diomar Díaz, Gianfranco Di Julio, Richard Blanco, Félix Cásseres, Rafael Lobo o Juan Pablo Villarroel emergieron como piezas de valía y adquirieron el roce necesario para competir con solidez en la alta exigencia. Y el rodaje de gente como José Carlo Fernández, David Mc Intosh, Marcelo Maidana, Javier López, Gabriel Urdaneta o Cristian Cásseres le ayudaron a construir un bloque dinámico que, sobre la base de un 4-4-2 flexible, fue descubriéndose como un cuadro equilibrado, ordenado para ocupar los espacios y de transición defensa-ataque veloz, que ofreció notables resultados. 

Desde la convicción, Saragó fue seduciendo a los suyos con una idea fundamentada en el conocimiento y un cuidado obsesivo por los detalles. Sus futbolistas lo respetan por cómo trabaja y porque aquello que les transmite acaba luego reflejado en el terreno. En las peores condiciones posibles, armando jornadas de trabajo mientras sus dirigidos se cambiaban en el interior de sus vehículos antes de cada entrenamiento, ha sabido sacar partido de una panoplia de herramientas con las que estudia a los rivales y elabora estrategias ofensivas en jugadas de pelota quieta, de las que ha obtenido mayor rédito que nadie en el último año.

La Vinotinto es un sueño a futuro para un técnico capaz, que recita de memoria las formaciones de sus rivales y extrae ejemplos del fútbol mundial para darle forma a su discurso entusiasta y apasionado. Toda esa energía, acumulada a partir de una carrera como futbolista frustrada prematuramente por una lesión, la vuelca ahora en este proyecto con el que se identifica y hace suyo día a día.

Asegura a quien quiera oírlo que, antes que un título, quiere que su club tenga una cancha propia. Pero, con el empuje de quien va detrás de la gloria, Eduardo Saragó no deja de ponerle cimientos a su propia utopía.

lunes, 24 de mayo de 2010

Críticas y prejuicios

Uno de los valores fundamentales en el periodismo es la fiscalización. La crítica es un concepto básico en esta tarea, entendida como una mirada que escruta la labor de quien ostenta posiciones de poder. Dividirla en constructiva o destructiva es un sinsentido. La crítica es eso, a secas, sin adjetivos. Y su efecto será la consecuencia de cómo sea recibida por los señalados: positivo, si produce un cambio a partir del ejercicio reflexivo; negativo, si el prejuicio impide la evaluación e induce al rechazo.

Rafael Esquivel, presidente de la Federación Venezolana de Fútbol, dirigió una carta a quien escribe días después de la publicación, el pasado 10 de mayo, de la columna titulada Por amor a la patria. En la misma, Esquivel responde a lo que asume como señalamientos en contra de su gestión, a partir de una interpretación errónea del texto citado. Párrafo a párrafo expone que el organismo que dirige tiene la más firme intención de “incorporar todo talento disponible en Venezuela o el exterior, sin exclusión alguna”. Todo esto tras enumerar las diligencias encaminadas en 2008 a resolver los casos de los jugadores Jeffren Suárez y Fernando Amorebieta, así como los de otros elementos como Jonay Hernández o Héctor Bidoglio, que en el pasado defendieron a la Vinotinto.

Con la venia de los lectores, conviene aclarar el malentendido. La columna surgió como consecuencia de la repercusión que las declaraciones de Jeffren Suárez a ESPN generaron en la opinión pública, así como la necesidad de retomar los movimientos federativos para esclarecer el asunto. Fuera de esto, el tema pretendió desmontar el juicio que, desde algunos sectores, se cernió sobre el jugador y los cuestionamientos respecto al valor de defender a la patria por encima de los intereses deportivos. 

Es cierto que la FVF y el seleccionador César Farías establecieron contactos con Suárez y Amorebieta en 2008, como bien ha quedado reflejado en distintas notas publicadas por este diario. En el término de dos años, sin embargo, las normativas de la FIFA respecto al cambio de asociación han sufrido reformas, y tanto el delantero como el defensor pasaron de una posición de “no habilitados” a “disponibles” para llevar a cabo el trámite. De allí que lo que corresponda sea renovar el interés en estos y otros nombres que representen un aporte para la selección nacional, tal como se ha planteado en este mismo espacio. 

A partir de aquí, se puede asumir este nuevo escenario como un llamado de atención sobre el que convendría reflexionar, o ignorar el asunto bajo la coartada de un interés oculto del periodista, basada en preconceptos y paranoias. Seguro que lo primero sería bastante más productivo y abriría opciones para el debate.

El fútbol venezolano vive momentos de trascendencia. Hace escasos días se aprobaron algunas modificaciones en el torneo local que, pese a no ser sustanciales, representan un propósito de apertura para encaminar los cambios necesarios. Y en las semanas por venir se cerrarán las negociaciones para la televisación plena del campeonato, paso fundamental para labrar el crecimiento.

La discusión, en este proceso, debe ser abierta a la crítica. Con la guardia arriba es más complicado observar el panorama. Muchas de esas voces, disonantes para la dirigencia, tienen algo que decir. El periodismo no está para ofrecer soluciones sino para procurar que, quienes tienen la obligación de generarlas, lo hagan en tiempo y forma. Para los responsables, construir o destruir no son conceptos que se puedan delegar.

lunes, 17 de mayo de 2010

El país de las banderitas

Más que por la publicación de las primeras listas con los jugadores preseleccionados para Suráfrica 2010, en Venezuela la inminencia del Mundial de fútbol se manifiesta a través de un hecho único y singular: las banderitas. La gente en sus carros pasea los colores nacionales de los países participantes, posicionándose por afinidad, vínculos familiares o simple esnobismo. Da igual. Con el paso de los días será más la norma que la excepción y habrá quien se anime a pasear el pabellón de Costa de Marfil, en plena Copa, si el equipo de Didier Drogba se convierte en revelación del torneo. El paisaje mundialista, en un entorno que lo mira desde lejos, inspira auténticas pinturas surrealistas.

El negocio de los fabricantes de banderas vivirá durante el próximo mes y medio sus días de mayor esplendor. Así como habrá una rotunda borrachera de números verdes en los libros de contabilidad de las tascas, restaurantes y centros comerciales. Lo folklórico se mezcla con valores alienados. Expresados esos sentimientos en libertad y haciendo uso legítimo del libre albedrío, no dejan de producir reflexiones en quienes se animan a debatir sobre este rasgo tan particular de nuestra idiosincrasia. 

Los periodistas –y los medios en los que laboramos– tenemos una cuota de responsabilidad en esta especie de malentendido. El país de las banderitas es capaz de hacer un listado de quiénes son los candidatos al título; retratar al detalle la vida y obra de los jugadores llamados a convertirse en figuras, incluso reparar durante 31 días sobre la existencia de Suráfrica, una nación al alcance de Google que gracias al milagro del fútbol será algo más que la marca que identifica a Nelson Mandela. La lluvia de mensajes cala y el peso de la información que se produce allende nuestras fronteras es abrumador. El fenómeno global vale como argumento, pero mientras lo local mendigue el reconocimiento de quienes deciden lo que es noticia, el panorama no luce alentador.

Buena parte del país de las banderitas desconoce que el venezolano Tomás Rincón acaba de terminar su primera temporada completa en el Hamburgo de Alemania. Que se ganó la titularidad en muchos de los partidos de su equipo en la Bundesliga y fue parte del plantel que llegó hasta semifinales en la Europa League.

Mientras las banderolas ondean por las autopistas de Caracas o Maracaibo, Miku Fedor terminó con buena nota su campaña de estreno en la primera de España, marcando goles para el Valencia y el Getafe, los dos clubes a los que defendió. En Bélgica, Roberto Rosales logró entrar a la Champions después de ser titular y consagrarse campeón de Copa con el Gent. 

Oswaldo Vizcarrondo no será motivo de inspiración de una insignia, pero se consolidó como un defensor de raza en el Once Caldas de Colombia. Y el arquero Rafael Romo debutó el último sábado en el Calcio con la camiseta del Udinese.

Pocos habrán colocado una banderita sobre las puertas de su vehículo por alguno de los casi 50 futbolistas nacidos en esta tierra que participan en torneos extranjeros, o para festejar la clasificación de la Vinotinto femenina Sub 17 que disputará el Mundial de la categoría en Trinidad y Tobago en septiembre.

Una vez se inaugure Suráfrica 2010, los venezolanos nos sumergiremos en la fiebre mundialista tal como ocurre cada cuatro años. Habrá caravanas y comparsas, romerías impostadas transmitidas en vivo y directo, y una euforia que solo se detendrá el 11 de julio. Ese día, en algún lugar del planeta, habrá miles de hinchas orgullosos que saldrán a las calles a celebrar el triunfo de su selección. Gane quien gane, en el país de las banderitas también habrá jolgorio.

lunes, 10 de mayo de 2010

Por amor a la patria

Jeffren Suárez fue sometido a juicio sumario la semana pasada tras unas declaraciones concedidas al comunicador Richard Méndez, a través de la página web de ESPN. Allí, el delantero del Barsa nacido en Ciudad Bolívar hace 22 años, respondía ante la interrogante respecto a una eventual convocatoria de la Vinotinto afirmando que “no cree” que aceptaría porque en dos oportunidades le “negaron la camiseta”. En su voz, Suárez dejó ver cierta incomodidad con el tema y también algo de resentimiento. Al instante, el delantero fue considerado indigno de defender a la selección porque, desde un fundamentalismo absurdo, se asume que no siente los colores nacionales.

El discurso tiene una carga de rancia demagogia y al tiempo niega un hecho incontestable: ningún federativo ha establecido contacto directo con Suárez para saber, de su propia voz, si estaría dispuesto o no a jugar para Venezuela en el futuro. Y el mismo concepto vale para otros elementos que, como Fernando Amorebieta o Julio Álvarez, están en una situación similar. 

Las selecciones no son ejércitos ni los jugadores soldados a los que se les debe exigir fidelidad a la nación. El grado de compromiso de los convocados no puede medirse por valores patrioteros. Manipular a la opinión pública con argumentos de este calado implica estrechez de miras y una profunda ignorancia. El rendimiento en la cancha no depende de cuántas estrofas del himno nacional sea capaz de cantar un futbolista, o de si su acento al hablar tiene un dejo castizo. El fin último debe ser la obtención de triunfos y objetivos deportivos, no el descubrimiento de la nueva raza aria vinotinto.

Si el llamado de Jeffren Suárez o de cualquier otro nombre, nacido o no en el país, contribuye a elevar el nivel de la selección, el técnico nacional y la dirigencia deben abocarse para procurar su participación. Es su obligación.

El mundo del fútbol ofrece cantidad de ejemplos, en el pasado y en el presente, que le dan sentido a esta aseveración. Francia fue campeona del mundo en el 98 con Marcel Desailly, nacido en Ghana, como uno de sus baluartes y un joven David Trezeguet, criado en Argentina, en su plantel. El rioplatense Mauro Camoranesi dio la vuelta olímpica con Italia en Alemania 2006. Y la más reciente versión de España, monarca en la Euro 2008, contó con Marcos Senna, natural de Brasil, en el grupo de sus titulares indiscutibles.

En la lista de preseleccionados para Suráfrica 2010 de Gerardo Martino, entrenador de Paraguay, figuran Nestor Ortigoza, Jonathan Santana y Lucas Barrios, todos originarios de Argentina. Portugal cuenta con Deco y Pepe, brasileros los dos, para pelear por el título en la Copa del Mundo. Suiza mostrará el talento colombiano de Johan Vonlanthen. México apostará por los goles del argentino Guillermo Franco para tener una buena figuración en el Mundial y Nigeria mostrará el talento de Peter Odemwingie, quien vio la luz en Uzbekistán.

El inventario podría completarse con Guy Demel (francés), lateral derecho de Costa de Marfil; Stuart Holden (escocés), volante de Estados Unidos; Lukas Podolski y Miroslav Klose (polacos), delanteros de Alemania; Giuseppe Rossi (estadounidense), atacante de la Azzurra; y casi la mitad de los integrantes de Argelia muestran en su pasaporte a Francia como país de nacimiento.

Si a usted le cuesta ubicarse respecto a la diatriba, bien podría servirle el siguiente ejercicio futurista: Octubre de 2013. Venezuela derrota a Paraguay 1-0 en Puerto Ordaz y clasifica al Mundial de Brasil, con gol de Jeffren Suárez. ¿Saldría a las calles a celebrar la gesta, o se quedaría en casa discutiendo si el goleador es o no un auténtico compatriota?

lunes, 3 de mayo de 2010

Para llegar a la luna


Hace poco más de una semana, el anunciador del Deportivo Italia aturdía a los espectadores en el Olímpico a través del sonido interno. Lo que debería funcionar como un elemento de información, derivó en una suerte de arenga más propia de un templo religioso que de un estadio. Los dos equipos venezolanos que disputaron la Copa Libertadores, con transmisiones televisivas que llegaron a todo el continente, se midieron en un marco de escasa concurrencia y mucha contaminación acústica. Factores que, sumados, alejan al público de los graderíos.

El miércoles pasado, Caracas y Táchira jugaron el partido más importante del fútbol venezolano en un ambiente inmejorable. Tribunas a reventar, colorido y la violencia medianamente controlada, configuraron un cuadro atractivo y mercadeable. Hasta las vallas electrónicas, colocadas para la ocasión, le otorgaron un brillo inusual al espectáculo. Los protagonistas también contribuyeron a darle nivel a un encuentro que, paradójicamente, solo pudieron observar unos pocos. La situación contrasta con la anterior, pero también ayuda a dibujar el panorama. Sin TV abierta, confinado a una plataforma de escaso alcance, buena parte del país estuvo de espaldas al clásico.

Fue una oportunidad más que la Federación Venezolana de Fútbol dejó pasar para publicitar su producto. Con una concepción jurásica de la gerencia deportiva, a contracorriente de lo que pasa en el planeta, el campeonato nacional se muere de mengua, en el límite de la clandestinidad, apenas impulsado por la difusión que ofrecen los medios impresos y electrónicos. Ni los popes federativos, ni los jerarcas de los clubes, dan pasos adelante hacia la modernización. Muchos equipos quiebran o desaparecen, sin recursos propios ni autogestión, atentos al aporte de un mecenas o asidos al sueño de entrar a un torneo internacional que les deje algunos fondos para correr la arruga.

La generación de recursos alcanza para unos pocos y los ingresos extraordinarios ni siquiera llegan a ser eso. Las camisetas del Caracas o del Táchira se venden en cantidades interesantes, pero en eso tiene más que ver la exposición que reciben de las transmisiones internacionales y la fidelidad de sus hinchadas, que los esfuerzos de la dirigencia. La aritmética “empaque atractivo + organización eficiente” que mueve el interés del gran negocio audiovisual, no ha sido entendida por quienes manejan el fútbol local, que durante décadas han alterado el orden de los factores.

No basta con una buena negociación que permita repartir sumas ingentes entre todos los equipos por los derechos de televisación. Sin un planteamiento de reforma serio, con una estructura renovada, planes de marketing avalados y capacitación idónea del recurso humano, es inviable imaginar un futuro promisor. El acuerdo establecido hace tres años con Sport Plus, que vence con la finalización del torneo Clausura, dejó dinero y buenas intenciones, pero ningún beneficio en la masificación. Se hipertrofió el campeonato doméstico, disminuyó la calidad y las asistencias no pueden sostener las pocas inversiones que se hacen.

La FVF estudia ofertas que le llegan desde distintas empresas televisivas y hay rumores que hablan de cambios en el formato de competencia en 2011 para atraer a más patrocinadores. Es positivo experimentar con nuevas fórmulas, pero la transformación real es un asunto de fondo y no de forma.

Pocos días atrás, en el Olímpico caraqueño, el hombre llegó a la luna. Para quienes no estuvieron allí, los viajes espaciales siguen siendo una utopía. Los responsables del absurdo tal vez necesiten un telescopio.