lunes, 22 de noviembre de 2010

Ensayo y aplausos

La Vinotinto fue goleada en Quito por el mismo equipo al que superó hace un par de meses en Barquisimeto en otra velada de preparación. La selección no rindió un buen examen, incrementó las dudas respecto a su funcionamiento defensivo y cargó de sentido el argumento de que, por más nombres que hayan vestido la camiseta nacional en este ciclo, el grupo de los titulares está cada vez más definido. El técnico hizo autocrítica al asumir la responsabilidad por la mala presentación, pero el impacto de una derrota así activó las alarmas del entorno. La dinámica del fútbol actual impone esas condiciones, con más o menos atenuantes.

Ese día España fue humillada por Portugal y los cuestionamientos comenzaron a hacer mella en el enorme crédito del que todavía goza el campeón del mundo. Con bastantes menos avales, Inglaterra cayó en Wembley contra la renacida Francia de Laurent Blanc, cuyos jugadores renunciaron a las primas que debían recibir por su participación en Suráfrica 2010. La portada de L’Equipe entronizaba a Karim Benzemá y a les bleus en su colorida tapa, al tiempo que diarios como The Sun arremetían contra Fabio Capello y el proceso de desnaturalización que roza la crisis en la selección inglesa.

En Qatar, Lionel Messi hizo un remake de sus goles en el Barsa y Argentina celebró su primer triunfo sobre Brasil en un lustro. Lejos del ambiente de sus hinchadas y observados por un público entusiasta pero sin la piel involucrada, la rivalidad suramericana se trasladó al golfo Pérsico para darle un carácter más exótico que pasional. El triunfo albiceleste en un clásico edulcorado y monorrítmico alteró la lectura sosegada que el empate a cero habría generado. 

¿Cuál es la medida real de estos compromisos? ¿Hasta dónde alcanza la objetividad en la lectura de una buena o mala performance? ¿Tiene sentido hipotecar nombradía y confianza a favor de la prueba constante?

Los partidos amistosos tienen este ingrediente: no hay puntos en juego, pero el prestigio entra en subasta y hay que conseguir la misma intensidad de un choque clasificatorio. Especialmente si el que está en frente es un rival de peso, que invita a pelear cada pelota y al que hay que arrancar algo de ese valor intangible que le otorga la historia. Ni la gente ni los propios jugadores entienden de derrotas “necesarias” o los “períodos de prueba”. Y da lo mismo si el objetivo es entrar en la Copa del Mundo o recaudar fondos para una causa benéfica. 

La Vinotinto parece haber alcanzado ya el límite de los ensayos. No de los choques de fogueo –que siguen siendo fundamentales– sino del tráfago de futbolistas e ideas que distinguieron este período. Fue un lapso concebido para eso y César Farías dispuso de todas las condiciones para ejecutar su plan. No sería de justicia evaluar su labor en base a lo que arroja la estadística de un ejercicio marcado por la refundación. Ni para elevarlo por algún marcador favorable, ni para someterlo a juicio sumario por una caída dolorosa. 

Ubicadas las cosas en su lugar, llegó el momento de encarar lo que resta de puesta a punto antes de la Copa América de Argentina con el rigor de quien compite por metas concretas. Con la base que se elija y sin dar ventajas. Es necesario que aquello que el entrenador tiene tan elaborado después de casi tres años como timonel adquiera continuidad en el rendimiento de la selección. 

Como ocurre en el teatro después de meses de montaje, actores y público están deseosos de una puesta en escena real, sin artificios ni balas de salva. Es el paso inevitable que debe dar quien va detrás de los aplausos.