Los bolsillos de los nuevos ricos del fútbol venezolano desvirtúan el mercado. En estos tiempos en que los equipos se mueven para reforzar sus planteles, la relación de poderes entroniza a algunos modestos y baña con oro el trono de los ya adinerados. No siempre con los resultados como aval, los advenedizos del balón inflan fichajes y sobrevaloran jugadores que ven premiadas temporadas mediocres. Los agentes se frotan las manos cuando dan caza al gobernador manirroto de turno. El Dorado criollo aparece resaltado en el mapa de los mercenarios.
Zamora y su título pusieron las cosas en el lugar correcto. Fuera de la órbita de los más poderosos, dio la vuelta olímpica con una nómina discreta y nombres poco rimbombantes. El trabajo de Noel Sanvicente rindió beneficios y al técnico le quedó en su haber la sexta estrella personal. Por encima de todas las lecturas posibles quedó una incontestable: las diferencias que establecen algunos sueldos no conducen a brechas futbolísticas de igual calado.
Trujillanos resistió al “saqueo” de los grandes y volvió a clasificar para la Copa Sudamericana. Peleó el Clausura hasta la última fecha y de sus vetas volverán a nutrirse los compradores de talento. Año tras año realza los valores que lo representan, con la apuesta a largo plazo como aval y una chequera que no tiene en mira a ningún galán. Sus continuadas buenas performances sirven también como argumento para sustentar la teoría de la burbuja económica que, año tras año, deviene en carrusel de futbolistas de un lado a otro del país.
La actual estructura atenta contra la sanidad del campeonato y socava las intenciones de convertirlo en un espectáculo de masas rentable. Sin controles por parte del dueño del producto, la amenaza estriba en la inestabilidad institucional que genera una relación como la descrita. Ante la irrupción constante de capitales no fiscalizados, la competencia se altera y no hay garantías firmes de continuidad. Mal asesorados, o con fines no precisamente nobles, los socios que se incorporan alteran las inversiones sin garantías de éxito deportivo.
El Caracas, cuyos modelos de gestión y organización de las canteras deberían ser referencia para el resto, padece con este modo perverso de hacer de los conjuntos con los que convive. Los rojos siguen vendiendo activos (recientemente concretaron las transferencias de Gabriel Cichero y Fernando Aristeguieta al Nantes francés) pero dejaron de ser rivales de peso en el comercio local. Ya no solo exportan a sus figuras sino que se han convertido también en proveedores para sus competidores. Una realidad que los llevó, probablemente siguiendo el ejemplo de Zamora, a mantener la austeridad y apostar por futbolistas de clase media que no entren en la vorágine de la oferta y la demanda. Eduardo Saragó tendrá que aplicarse para, como Chita en Barinas, conseguir el oro entre las piedras.
La Vinotinto estableció los verdaderos parámetros de medida. Son sus miembros habituales los que marcan las diferencias de estatus. Quienes conviven en el medio local están sometidos a factores incontrolables que, a diferencia de las grandes ligas del mundo, no determinan con fidelidad su auténtica valía.
Gorilas en la niebla es una película que trata sobre la supervivencia de una especie en peligro de extinción. Con el actual movimiento de cifras, hará falta buscar en la bruma para encontrar el rumbo extraviado entre tanta insensatez.
* Columna publicada en el diario El Nacional (03/06/2013)