La Vinotinto reprobó el examen competitivo en el momento de mayor exigencia. Cuando los puntos eran necesarios para establecer diferencias con sus perseguidores y consolidarse en los puestos de clasificación al Mundial, falló la capacidad para potenciar los recursos propios y minimizar los de su rival. Uruguay impuso sus condiciones en Puerto Ordaz. Llevó el partido al terreno que más le convenía y no encontró desafíos que lo obligaran a salir de su zona de confort. Allí, cuando se imponía hacer valer los años de proceso, a Venezuela se le perdió el mapa de ruta.
El empate en La Paz que antecedió al choque contra la Celeste condicionó la estrategia. No hubo un buen planteamiento de entrada y, ni los jugadores adentro ni César Farías afuera, fueron capaces de modificar la dinámica impuesta. Obcecada en el juego directo, los centros cruzados, las acciones de pelota quieta y el tránsito casi exclusivo por los costados, la selección fue más inhábil que nunca para ofrecer variantes que la condujesen por otros derroteros.
Por eso no compitió bien. Porque, ante un equipo que acumuló mucha gente por detrás de la línea del balón, rompiendo cualquier atisbo de sociedad que se intentase establecer, con sus defensores a pocos metros del arquero, no halló caminos por no saber buscarlos. Capituló en el eje, entregando el centro sin apenas atacarlo y no se apoyó en la asociación y la movilidad para procurar algún desorden uruguayo, siempre bien apertrechado en su mitad de cancha.
La versión multiforme, elogiada por su capacidad de adaptación a las distintas circunstancias, transmutó en un modelo monocorde. Delante de una defensa estática, bien posicionada en su parcela, cundió la inoperancia para aplicar los matices que el modelo de juego permite y que, aunque de forma episódica, han aparecido durante este ciclo.
Fue un colapso conceptual, la privación en el momento de mayor responsabilidad. Una caída de difícil asimilación para un grupo curtido frente al desafío de caminar hacia la trascendencia. Un alto en la evolución que asomaba y terminó diluida en el tráfago de un encuentro límite. Con tanto bagaje acumulado por esta generación única, preparada para el alto nivel como ninguna otra, la derrota en Cachamay dejó heridas profundas.
Las respuestas ante la inminencia del objetivo, el golpe sobre la mesa para decidirse a tomar el lugar reclamado por la historia, se convirtieron en deudas impagables en el instante en que había que saldarlas. Aquello que justamente Uruguay conoce tan bien y sobre lo que ha construido su leyenda.
El balance en los números arroja algunas lecturas claras en esta escala del trayecto. Hay una merma en la producción ofensiva respecto de los últimos procesos eliminatorios (10 goles en el actual ciclo, por 15 en el camino hacia Alemania 2006 y 17 en la ruta hacia Suráfrica 2010) y la cosecha de puntos, con menos compromisos por delante debido a la ausencia de Brasil, está uno por debajo de lo logrado hace cuatro años.
Por contra, hubo una mejora considerable en el balance de tantos recibidos en estas cotas del premundial (14 en el presente, 21 para Alemania 2006 y 24 en Suráfrica 2010), lo que en buena medida explica la posición alcanzada a pesar de la magra cuota anotadora.
Los partidos por venir darán la medida real del reporte de daños, más allá de lo que digan las estadísticas: el episodio derivará en una reanimación en el alma competitiva de la Vinotinto o habrá que postergar la utopía mundialista.
* Columna publicada en el diario El Nacional (17/06/2013)