Johannesbburgo, Sudáfrica
Marcello Lippi presentó en Suráfrica a la selección italiana con menos talento que se recuerde en las últimas ediciones de la Copa del Mundo. Ofensivo y defensivo. Un equipo que, contradiciendo su historia, ni siquiera fue fiable en su zaga. Bastiones como Fabio Cannavaro o Daniele De Rossi contribuyeron con gruesos yerros a que la Azzura comenzara siempre sus partidos en desventaja. Y para una selección espesa, incapaz de desequilibrar con la pelota y falta de gol, cada golpe recibido la obligó a navegar contracorriente.
Ni los cambios en la formación, ni las medidas tomadas en los segundos tiempos para buscar reacciones, le modificaron el rostro a un seleccionado de nivel chato, que deja en evidencia el enorme vacío de valores emergentes en el que se hunde el fútbol de la bota. En 1966, Italia fue eliminada en la primera ronda del Mundial. También en 1974. Desde ese entonces, siempre, de una forma u otra, se las arregló para ser protagonista de primer orden.
Sin el motín francés o la abulia inglesa, Italia acabó la Copa con un sonoro fracaso. Tras el fin del segundo ciclo Lippi, urge la reinvención. Le tocará a Cesare Prandelli levantar un nuevo proyecto a partir de las ruinas dejadas por parte de una generación que hace cuatro años vivió la gloria y ayer se despidió por la puerta de atrás.