Johannesburgo, Sudáfrica
Los jugadores holandeses paseaban ayer por los pasillos de Mandela Square con actitud despreocupada. Acompañados de novias y esposas, podían pasar por cualquier ciudadano de a pie. En eso no ha cambiado el estilo de la selección naranja, que ya en la década del 70 revolucionaba el juego con su fútbol total y el hermetismo de las concentraciones con su amplitud para aceptar que los futbolistas practicasen sexo en pleno torneo.
Los jugadores holandeses paseaban ayer por los pasillos de Mandela Square con actitud despreocupada. Acompañados de novias y esposas, podían pasar por cualquier ciudadano de a pie. En eso no ha cambiado el estilo de la selección naranja, que ya en la década del 70 revolucionaba el juego con su fútbol total y el hermetismo de las concentraciones con su amplitud para aceptar que los futbolistas practicasen sexo en pleno torneo.
En España algunas costumbres se mantienen. El bunker es un lugar para preparar los partidos y entrenarse. No hay espacio para ofrecer ventajas y los jugadores se enfocan en la final de mañana. En cuanto al estilo, hay una reconocida herencia holandesa en las formas trasplantada del vivero Barsa, factoría madre del equipo de Vicente Del Bosque. Sin sumar a David Villa, que será azulgrana desde agosto, hubo seis piezas de ese club en el cuadro titular que enfrentó a Alemania en semifinales.
La confrontación de idearios, con tantos elementos comunes, genera un interesante debate conceptual. Holanda se aferra al pragmatismo para justificar su salto de talanquera; España se auto convence de lo innegociable de su apuesta. Para el aficionado común el asunto es mucho más básico: el resultado de Soccer City le inflará el pecho o le regalará una frustración. Para el planeta fútbol, la validación que otorga un título puede derivar en victoria ideológica. El tipo de juego que veamos en los próximos años en mucho dependerá de ello.