Johannesburgo, Sudáfrica
Analizar un partido que no se ha jugado es un ejercicio de especulación. Cualquier detalle cambia el guión preestablecido y lo dicho se convierte en agua de borrajas. Pero es parte de la gracia que tiene este juego. No es un sabio quien vislumbra con tino la película del choque por disputarse, ni un profano el que se estrella en su vaticinio.
La final tiene sus claves y roles puntuales asignados por los precedentes. España va a tener la posesión de la pelota; Holanda la cederá de forma voluntaria y explotará su mejor arma: el contragolpe. Con Sneijder como lanzador y Robben como principal punto de desequilibrio, la Naranja es la selección que más rápido ejecuta los movimientos de ataque.
Para España será primordial recuperar la posesión en tres cuartos de terreno tulipán para que la catapulta de Sneijder se active lo más lejos posible de Casillas. Que la velocidad de circulación sea alta y siempre haya alguien libre para recibir a espaldas de los volantes centrales, Van Bommel y De Jong, bastiones de su andamiaje defensivo. Y que aparezca la contundencia para definir lo que genere, principal punto débil de su funcionamiento.
No hubo finales adelantadas. La final es hoy. Se medirán los dos mejores conjuntos de la Copa y habrá un campeón inédito. Hasta la madurez está repartida. Si la calidad tiene un peso específico en el desenlace, el título será para España. Pero esa lección, Holanda la sabe de memoria.