Johannesburgo, Sudáfrica
La Holanda más pragmática de la historia derrotó al Brasil más conservador de los últimos tiempos. Con su propia ley. Sacando ventajas de las mismas artes. Un fallo de Julio Cesar, el mejor arquero del mundo, y una jugada de pelota quieta, especialidad amazónica que fue letal ante tantos rivales, acabaron con el sueño de la sexta corona universal.
El Scratch perdió la cabeza. Tenía el partido en sus manos, controlaba a Arjen Robben y daba la impresión que su oficio le llevaría en volandas a semifinales. Pero el gol de Felipe Melo en contra, para el empate a uno, revivió el espíritu naranja, hasta ese momento frío e intrascendente. Fue otra trama a partir de allí. Por lo que la selección de los Países Bajos propuso y por las ventajas que el propio Brasil ofreció. Se le fue el guión de la cabeza a los futbolistas de Dunga y al propio entrenador. Felipe Melo pegó y se hizo expulsar; y el entrenador no hizo una buena lectura de lo que pasaba en la cancha, incapaz de reenganchar a los suyos en el choque con los cambios.
Habrá debate en Brasil. Los resultados validaron la gestión de Dunga y su apuesta estilística. Pero esta eliminación, dura y lacerante, reabrirá la discusión. No respecto al manido jogo bonito, un concepto caduco desde hace un par de décadas. Pero sí respecto a valores históricos que esta versión del pentacampeón del mundo subvaloró en Suráfrica 2010.