martes, 13 de julio de 2010

Cuando gana la nobleza

Johannesburgo, Sudáfrica

El título mundial conseguido por España significó una victoria ideológica cuyos efectos se verán en el corto plazo. Los triunfos validan propuestas y multiplican su incidencia sobre el resto. Holanda podrá presumir del mérito de disputar una final, pero no quedará en el recuerdo como la versión de 1974. Es el precio que paga quien elige un camino utilitario: con trofeos adquiere respeto y trascendencia; sin vueltas olímpicas, acaba siendo inocuo.

No es un asunto de justicia. La diversidad de métodos enriquece al fútbol. Cierto es que algunos son más nobles que otros. Por eso reconforta que el equipo de Vicente Del Bosque haya visto premiado su talante. La gloria y los objetivos deportivos no tienen que estar reñidos con la búsqueda de la belleza. Cuando se produce la simbiosis, el hecho deriva en hito. Hoy la selección española aparece como un ejemplo de colectivismo al servicio del arte y es casi imposible que surjan detractores de su ideario. Los cínicos están de vacaciones.

Holanda contradijo su escuela de toda la vida. De haberse impuesto en la final, el debate se extendería por otros cuatro años. Para fortuna de todos, la raíz del pensamiento abierto y tolerante de su idiosincrasia apareció en el homenaje que rindieron a los campeones tras recoger la copa. Solo allí coincidieron. En el reconocimiento al vencedor había también un guiño a su propio querer ser. Y no solo por la estrella que ahora los españoles lucirán en su camiseta.