Johannesburgo, Sudáfrica
La eliminación de Brasil todavía sigue ofreciendo elementos para el análisis. La discusión estilística es uno; el intervencionismo excesivo del entrenador, otro. Respecto a lo primero, la disputa es de vieja data: desde que Sebastiao Lazaroni implementó el “quinto zaguero” con el Scratch que disputó la Copa América de 1989 y el Mundial de Italia 90, las mareas están divididas en el territorio más vasto de nuestro continente. El jogo bonito apela a un fútbol que no volverá, pero determinados valores, incorporados en el ADN del brasileño común, se mantienen inalterables. El buen pie sigue siendo una condición apreciada y cuanto más elementos de estas características tenga un equipo, más simpatías despertará entre la gente.
Dunga tendrá que cargar con ese estigma. Eligió a sus futbolistas siguiendo una idea y con esos conceptos murió. Contra Holanda, no consiguió variantes para cambiarle el destino al partido. Y sus movimientos denotaron que, como sus jugadores en la cancha, colapsó en el umbral de la toma de decisiones.
Aquí es donde entra el tema de la participación desmesurada del DT puede derivar en dependencia. Los ejecutantes interpretan un guión pero se ven incapaces de reaccionar ante lo impensado. En zona de confort, dan su máximo potencial; en la adversidad, las ideas se nublan. No hay quien se rebele y asuma el liderazgo, simplemente porque el conductor supo delegarlo.
A Brasil le toca iniciar un análisis sobre estos asuntos. Tiene cuatro años para reconducirse.