Suráfrica 2010 envió varios mensajes al mundo. El balance futbolístico fue útil en muchos aspectos, en especial el que refiere directamente al rol de los entrenadores. La lectura de lo que pasó en las canchas determinó la preponderancia del colectivo por sobre las figuras. No hubo jugadores que arrastraran, por sí solos, a sus selecciones hasta el título. España impuso su funcionamiento coral y Holanda llegó hasta la final amparada en la ejecución de un plan claro en el que se repartía la estelaridad en distintos sectores. Nadie gana sin intérpretes que superen el nivel de la medianía, pero la Copa marcó un aspecto básico que fue validado por los resultados: el producto de la suma de las partes es lo que conduce al éxito.
Los técnicos ganaron en protagonismo y mostraron que su injerencia es cada vez mayor. Las distancias se estrecharon también en los banquillos. Hay una élite de preparadores que el planeta identifica, pero no existe un dueño del camino al Nirvana. El acceso a la información y la tecnología, aplicados a los métodos de entrenamiento y preparación física, está al alcance de todos. No hay lugar para los improvisados. Tampoco para el que menosprecie el uso del video y el estudio minucioso de los rivales. Aquella imagen del DT que motivaba con el discurso, de pizarra, tiza y largas charlas de cigarrillo y café, forma parte de la prehistoria. Los focos seguirán apuntando a los mismos y el mercado premiará con sueldos jugosos la capacidad para sumar vueltas olímpicas, pero no se gana con declaraciones y venta de imagen. El que no se prepara, no tiene cabida.
Para los seleccionadores el reto es mayor. La dificultad de no contar con los elementos día a día requiere de una redefinición del oficio. No se puede seguir el accionar de los dirigidos a distancia, ni desconocer las formas de trabajo que cada uno practica en los países en los que compite. Con un factor añadido: el futbolista aprende, crece, entiende cada vez más el juego y su dinámica, por lo que no se le puede convencer solo con arengas. El compromiso con una idea está íntimamente relacionado con el método. Ambos conceptos deben establecer una relación simbiótica. Y no es que hayan dejado de tener valor conceptos como la fuerza mental, la química grupal o la sanidad psicológica de los planteles, pero su incidencia se reduce si no son el complemento, más que el sostén, de una labor multidisciplinaria y sistemática.
El Mundial realzó el valor de estrategas como Marcelo Bielsa, Gerardo Martino, Joachim Loew, Bert Van Marwijk, Oscar Tabárez o Vicente Del Bosque. Cada uno con un perfil distinto, tuvieron sin embargo puntos en común: convencieron a partir de la coherencia metodológica, la acertada planificación y la correcta elección de planteamientos, funciones y ejecutantes. Uruguay no figuró entre los cuatro grandes gracias a la “garra” charrúa de toda la vida; ni los españoles reencarnaron el espíritu de la Furia para consagrarse en la final.
Allí están también algunos ejemplos más modestos, pero igual de eficientes. Takeshi Okada, en Japón; Milovan Rajevac, en Ghana; Huh Jung Moo, en Corea del Sur; Vladimir Weiss, en Eslovaquia; o Rich Herbert, en Nueva Zelanda. Todos, sin mayor nombradía, consiguieron equiparar a sus conjuntos con grandes potencias y aminorar diferencias con el máximo aprovechamiento de sus recursos.
En aceras contrarias estuvieron algunos ilustres como Fabio Capello, Marcello Lippi o Diego Maradona.
Vienen buenos momentos para la reflexión y la asimilación de experiencias. Para todos. También para este espacio que entrará en un período de pausa introspectiva por las próximas dos semanas.