lunes, 21 de diciembre de 2009

Vergüenza incentivada


Una llamada entre futbolistas puede ser el vaso comunicante para establecer la negociación. Otras veces, el pacto se lleva a cabo entre dirigentes quienes, a su vez, trasladan la oferta al plantel. Cuando los campeonatos entran en sus fases decisivas, la incentivación aparece como un secreto a voces que alimenta rumores y sospechas. Como el dinero no puede justificarse en los libros de contabilidad, el maletín oficia como metáfora de la recompensa que será más o menos sustanciosa en razón del tamaño de lo que esté en disputa, o del potencial económico que tenga el interesado. Con la doble moral como bandera, el medio condena la trampa de arreglar un marcador pero no ve con malos ojos que circule dinero si es “para ganar”.
La hipocresía se traslada a los escasos debates mediáticos que el tema produce y pocos se animan a ponerle nombre al conflicto ético que del tema se deriva. El sentido común plantea, empero, una verdad incontestable: es tan moralmente reprobable ofrecer o aceptar prebendas para lograr un triunfo, que hacerlo para alterar un resultado.
El martes pasado, en las páginas de este mismo diario, Cristian Casseres (delantero del Deportivo Italia que perdió la posibilidad de obtener el torneo Apertura después de caer como local ante Unión Lara en la fecha final) declaró que su equipo tuvo dificultades al enfrentar a un rival que saltó a la cancha “motivado por un incentivo extra que seguramente tuvo para ganar o empatar”. A lo que  añadió: “Y está bien, eso es lo normal y los jugadores lo sabemos. Así que es lógico que Caracas o Táchira lo hayan hecho, como nosotros lo pudimos hacer en la pasada jornada con Zulia y Llaneros”.
En países como Argentina o España, por citar un par de ejemplos, manifestaciones como las de Casseres habrían motivado una investigación. Los reglamentos de ética y disciplina de sus asociaciones tendrían penas estipuladas para todos los implicados, de hallarse pruebas que ratificaran sus señalamientos. Sin embargo, la Federación Venezolana de Fútbol no contempla amonestaciones para este tipo de conductas, contribuyendo al malentendido desde la complicidad de la letra no escrita.
El Reglamento de Transgresiones y Penas de la Asociación del Fútbol Argentino puntualiza, en sus artículos 74 y 181, los castigos tanto para clubes (de 4 meses a 2 años de suspensión) como para futbolistas (de 6 meses a 3 años de inhabilitación) que sean hallados responsables de incentivación o recompensa ilegítima. Los enunciados no dejan lugar a equívocos cuando censuran los ofrecimientos “que tengan por finalidad estimular su empeño en el juego para que el resultado del partido beneficie a un tercer equipo en la tabla de posiciones”.
En el caso de la Federación Española, el código disciplinario que la rige contempla en su artículo 82 (Incentivos extradeportivos), suspensiones y multas para todos los involucrados en “la promesa o entrega de cantidades en efectivo o compensaciones evaluables en dinero por parte de un tercer club como estímulo para lograr obtener un resultado positivo, así como su aceptación o recepción”.
Rafael Esquivel, presidente de Fevefútbol, ocupa una de las vicepresidencias en la Comisión Disciplinaria de la FIFA. Una paradoja si se atiende al vacío que, respecto al tema, tiene  el Código de Ética de la institución a la que dirige desde hace más de dos décadas. La credibilidad del torneo local, en tiempos en los que el negocio turbio de las apuestas ilegales gana espacio en el mundo del deporte, debe preservarse de hecho y de derecho.
No hay pena para castigar el vicio, aceptado tácitamente, de la estimulación a terceros. Ni vergüenza de quienes lo practican para admitirlo.