Los crepúsculos son una seña de identidad para el pueblo larense. También una metáfora de lo que pasa con su equipo de fútbol: el presente, marcado por las deudas y una turbia situación institucional, apaga con el paso de los días la luz de la esperanza. A distancia, como si se tratase de un hecho que les resulta lejano, están los socios-disociados del Club Deportivo Lara, impasibles ante un nuevo golpe noble que sufre el producto del que deberían sentirse dolientes.
El papel de la máxima dirigencia en la coyuntura del campeón ha sido incomprensible. Como mero testigo silente, observa el desmembramiento de una institución que representará al país en la próxima Copa Libertadores sin dar un paso al frente. Con la misma normalidad que los ciudadanos conviven entre la delincuencia y la incultura, los jerarcas presencian la desaparición de los conjuntos de primera división como quien asume que el sol se ocultará al final de la tarde.
Para el resto de participantes lo importante es sobrevivir. Aquello que sucede al vecino no es de su incumbencia. Ocupan el mismo vecindario, pero todo está bien si la basura no es arrojada en sus solares. Mientras tanto, el valor de la actividad que fomentan decrece. Cada noticia que habla de deudas, demandas o transacciones frustradas por inseguridad jurídica representa un paso atrás en el crecimiento hacia el que todos deberían apuntar.
El proyecto que ilusionó a Barquisimeto y hace algunos meses fue capaz de congregar a más de 40 mil personas en el estadio de Cabudare, está a un paso de extinguirse. Los impagos con el plantel y el cuerpo técnico, que incluyen sueldos y premios por logros obtenidos en la pasada campaña, ascienden a una cifra que supera los 10 millones de bolívares fuertes. Sus directivos, herederos forzados de Arid García –el antiguo propietario sobre quien pesa una acusación que le impide transar con sus bienes y lo mantiene fuera de Venezuela– intentan vender los ingentes pasivos del club en una trama compleja de documentos que empantana la operación. Hay ofertantes, pero el riesgo de comprar sin garantías ahuyenta a los interesados y demora el traspaso, única solución viable para evitar el desmoronamiento.
Lara arrasó en el torneo pasado con futbolistas contrastados y una inversión cuantiosa. Los resultados avalaron la gestión deportiva, pero con una economía soportada por un mecenas. Hoy puede fenecer si no se concreta el cambio de mando y se solventan los compromisos adquiridos. Sus jugadores y preparadores están respaldados por la normativa FIFA para solicitar la baja solo con demostrar una mora de tres meses en la cancelación de sus salarios.
No es el único caso que la historia registra: nuestro fútbol es territorio abierto para quien desee aventurarse. Como en los paraísos fiscales, nadie que llegue con dinero será rechazado, ni habrá preguntas incómodas.
El debate solo se registra en los medios de comunicación. La discusión sobre las necesidades del campeonato para hacerlo sólido y sustentable es materia de periodistas y opinadores, no de los dueños de equipos. Es tan absurda la situación que, en algunos casos, ni siquiera es posible identificarlos con nombre y apellido. Asunto serio que no debería ser tomado con ligereza por los responsables de la actividad.
La belleza de los crepúsculos guaros es una alegoría de cómo el milagro de la naturaleza puede ser a la vez maravilloso y efímero. Hay quien elige, sin embargo, quedarse de espaldas ante el prodigio.
Columna publicada en el diario El Nacional (01/10/2012)