La eliminatoria cerró un período competitivo en el que quedaron por cumplir algunos objetivos. Al contrario de lo que sostiene una cierta corriente de pensamiento, la clasificación al Mundial no fue uno de ellos. No es la certeza que genere más adeptos en estos días de polarización, pero sí la única que considera la perspectiva histórica como vara de medida.
Apartando el discurso sostenido muchas veces por el propio César Farías en comparecencias públicas, ir a la Copa del Mundo no puede ser una exigencia. Sí un deseo, aquello para lo que se planifica y trabaja, pero no lo que evalúe la gestión de un cuerpo técnico. Nunca lo fue, ni con Richard Páez, ni mucho menos con sus antecesores. Las expectativas y posibilidades, alimentadas por los resultados conseguidos por este grupo, azuzaron las esperanzas. No hubo infundio periodístico ni campañas publicitarias. Si el sueño se instaló en el país fue por aquello que la propia selección fue consiguiendo en la competencia.
Las profundas divisiones generadas en el entorno, fruto de enfrentamientos atávicos y de una relación no siempre armoniosa entre el DT y los medios, dirigieron las críticas hacia aquello que Farías incorporó a sus proclamas: llegar a Brasil 2014, mejorar las estadísticas pasadas, imponerse por encima de las diferencias que su modelo y estilo despertaban en algunos sectores.
El partido contra Paraguay fue usado como arma arrojadiza. La Vinotinto no cuajó una buena presentación, hubo espesura en el juego ofensivo que intentó desplegar y las ausencias incidieron como pesadas lozas sobre el rendimiento. No hubo soluciones en la cancha para cumplir con las exigencias del momento y quienes recibieron la alternativa mostraron no estar maduros aún para estos niveles. Esa fue una realidad que golpeó con fuerza y una señal inequívoca del estatus que, aunque cueste aceptarlo, nos corresponde.
La cacería de brujas aleja al observador del análisis profundo. Hay una asunción, respaldada por factores de opinión y en boca de aficionados, que estigmatiza a quien no pide la cabeza del seleccionador, acusándolo de pusilánime. La mirada, con mucho de vocería de tribuna, niega avances y busca en las características del personaje argumentos para sustentar los pedidos de dimisión. Aceptable para los hinchas, pero un despropósito periodístico.
Farías deberá sopesar ahora el papel que le corresponde en la historia. Medir el desgaste. Reflexionar sobre errores y decisiones. Evaluar incluso el ambiente generado con esta ilusión frustrada que hoy, afortunadamente, despierta sentimientos en la nación. Y no solo como un asunto personal al que se verá sometido, sino por el clima que rodeará a la selección. La crispación puede llegar a ser perjudicial en el período futuro, para él como cabeza del proceso y para el conjunto de futbolistas que deberá asumir los retos sucesivos.
En estos días de balances se puede argüir sobre una base estadística, detallar partidos, propuestas y determinaciones. Discutir sobre aptitudes, especular con la opción de un entrenador extranjero. El fútbol admite todo, incluso que se dude sobre la capacidad de Farías, acusándolo de improvisado. Una osadía que solo cabe en las gradas o en la calle.
El ejercicio de autocrítica debe expandirse a toda la comunidad futbolera. Porque, para cumplir la meta máxima que el fútbol venezolano persigue desde hace décadas, hay que crecer en todos los estamentos. Se asuma o no tamaña responsabilidad.
* Columna publicada en el diario El Nacional (14/10/2013)