Se abrió la discusión. Ganarle a Perú no conformó tanto como la forma en que se logró. La selección salió a jugar con un modelo ensayado otras veces pero con distintos ejecutantes. Pese a la ceguera, no fue una novedad. En la eliminatoria y en algunos choques preparatorios, la búsqueda de alternativas para ganar empaque en fase ofensiva ya ofrecía avances de lo que se vio. Los tiempos de aplicación no fueron en sintonía con los pedidos populares y mediáticos. La evolución de algunos elementos claves tampoco respondió a esa demanda.
Comencemos por desechar un mito: el rendimiento como local no ha sido el núcleo de la virtual eliminación en el camino a Brasil 2014. Con una efectividad del 62% (13 de 21 puntos posibles en casa), la Vinotinto sobrepasó sus registros históricos. En los anales del premundial suramericano, esos dígitos siempre garantizaron la entrada al Mundial. Contrario a lo que se cree, la sola verificación numérica sirve para constatar que el saldo como visitante tuvo una merma de peso (9 puntos se sumaron para Suráfrica 2010, tres más que los conseguidos en el actual proceso).
El quid de la diatriba pasa entonces por determinar si, eligiendo otro sendero estilístico, más cercano a lo que se vio en Puerto La Cruz o Asunción, las opciones de estar en la Copa del Mundo se habrían incrementado. La respuesta seguramente no será muy satisfactoria para la mayoría: es incomprobable.
La selección tuvo éxito con un prototipo que le permitió ser semifinalista en la Copa América de Argentina. Pocos meses después, aquel plantel se había fortalecido con los Amorebieta, Túñez, Álvarez y los hermanos Feltscher. Asidos a ese mapa de ruta, se inició un tránsito que dejó como saldo los triunfos sobre Bolivia y Argentina, más los empates en Barranquilla y Montevideo. Resultados que ubicaron a Venezuela en los puestos cimeros en el primer cuarto de las eliminatorias.
Las necesidades fueron moviendo al equipo hacia otras directrices de juego. Matices en el modelo conocido que sirvieran para imponer mayor autoridad de local en encuentros asumidos como nucleares por el cuerpo técnico. El objetivo no se alcanzó en los plazos idóneos, especialmente cuando Chile, golpeada por crisis internas, visitó el país y resolvió la disputa en los últimos cinco minutos. Aquel día ingresaron como sustitutos Yohandry Orozco y Yonathan Del Valle, cuyas actuaciones resultaron solo testimoniales. Tanto como la de un renqueante Ronald Vargas cuando Ecuador se llevó un empate de Puerto La Cruz.
El punto de inflexión llegó en Defensores del Chaco con Josef Martínez y Alexander González como titulares. Dos nombres que han tenido mucho que ver en la transformación hacia una alternativa distinta, que explote el control y la progresión en ataque con un mayor volumen de juego. La madurez y la continuidad competitiva de ambas piezas, alcanzada en los últimos meses, permitió dar el paso con firmeza. Puede que tarde, eso sí, para llegar a la Copa del Mundo.
Al entrenador le corresponden responsabilidades. Si alguien accediese a su íntima autocrítica, seguramente encontraría como referencias la primera caída ante Chile y los dos puntos perdidos en La Paz. Fuera de otras decisiones tomadas en dos años y medio, todas dignas de debate, es probable que allí encuentre las causas de la meta frustrada.
La polarización respecto a la Vinotinto distorsiona la discusión. Sería de justicia considerar, aunque no sea el mejor consuelo, que el nivel necesario para llegar a un Mundial se rozó con los dedos pero todavía no se ha alcanzado.
* Columna publicada en el diario El Nacional (16/09/2013)