Evolución es un concepto clave para medir la transformación de la Vinotinto. Es el parámetro idóneo que calibra los avances conseguidos y la dimensión de ese listón del que todos hablan pero pocos definen. Tomando ese aspecto como elemento evaluador, habrá que afirmar que el crecimiento en el período de doce años que va de 2001 al presente, ha sido sostenido. Que los pasos hacia adelante fueron sólidos, más allá de las discusiones referidas al estilo, modelos de juego, identidad, carácter y señas de conducción de Richard Páez y César Farías.
En la figura de ambos técnicos se resume este período fundacional y revolucionario, el más importante en la historia del fútbol venezolano. Revisemos el saldo: dos clasificaciones a torneos de selecciones menores en los varones, otras dos con las hembras, la semifinal en la Copa América de Argentina y algunos otros hitos que pueden hallarse al revisar en detalle cada uno de los ciclos.
La capacidad competitiva está íntimamente vinculada a ese factor por el que países vecinos como Colombia o Ecuador pasaron antes. Aun con la desventaja de no poseer una estructura de clubes que fomente el desarrollo de los talentos y le dé empaque al entramado de selecciones –responsabilidad federativa, aunque en la definición pueda verse de forma fragmentada– los objetivos han venido sucediéndose a paso acelerado. Un ritmo que muchas veces sobrepasa las posibilidades reales y alimenta las expectativas de los aficionados.
El país pasó de mirar a la selección con recelo a este espacio de pertenencia, hijo del éxito y la mimetización de valores, que llena estadios y despierta movimientos de opinión pública. Las decisiones del entrenador nacional son discutidas y su continuidad en el cargo pasa a ser un tema de interés general. Al debate entran los medios, también sobrepasados por la hipertrofia. El fútbol reclama territorios como hecho cultural, pero el discurso mantiene atavismos del pasado clandestino.
A Farías se le cuestiona por la frustración del sueño mundialista. La sentencia matemática posterga el balance pero no evita los juicios contundentes. Como pasó con Páez en los días finales de su gestión, los ruidos del presente, con toda su carga de demagogia, acallan las voces que tendrán lugar en el silencio. Porque, volviendo a la evolución como baremo, no hay argumentos que puedan desmentir el largo listado de certezas que quedarán como aporte del actual seleccionador.
Su continuidad o permanencia entra en el ámbito de una discusión que no pasa por sus merecimientos. Si es por contar medallas, las suyas son abundantes e incuestionables. De allí que sea un despropósito hablar de fracaso o tomar a Brasil 2014 como latiguillo aleccionador. Convendría pararse a evaluar dónde están hoy la selección y los jugadores respecto a un lustro atrás. Si son más competitivos, con mayores capacidades tácticas, físicas y psicológicas. Si disponen de una gama amplia de registros de juego y una riqueza discursiva más profusa.
La generación actual es la mejor preparada de la historia, pero en la cadena evolutiva todavía está algunos escalones por debajo de sus pares continentales. Negar ese hecho es pararse de espaldas a la realidad. Hay una grey que puja por conquistar esos espacios, por alcanzar nombradía y llegar al Nirvana de las ligas de primer orden en Europa. Es lo que viene, aunque ahora nos cueste mirarlo.
El Neardental se extinguió hace miles de años. En el trazo de su ruta, hay mucha información útil para entender de plazos y tiempo.
* Columna publicada en el diario El Nacional (30/09/2013)