lunes, 30 de septiembre de 2013

La ruta del Neardental

Evolución es un concepto clave para medir la transformación de la Vinotinto. Es el parámetro idóneo que calibra los avances conseguidos y la dimensión de ese listón del que todos hablan pero pocos definen. Tomando ese aspecto como elemento evaluador, habrá que afirmar que el crecimiento en el período de doce años que va de 2001 al presente, ha sido sostenido. Que los pasos hacia adelante fueron sólidos, más allá de las discusiones referidas al estilo, modelos de juego, identidad, carácter y señas de conducción de Richard Páez y César Farías. 

En la figura de ambos técnicos se resume este período fundacional y revolucionario, el más importante en la historia del fútbol venezolano. Revisemos el saldo: dos clasificaciones a torneos de selecciones menores en los varones, otras dos con las hembras, la semifinal en la Copa América de Argentina y algunos otros hitos que pueden hallarse al revisar en detalle cada uno de los ciclos. 

La capacidad competitiva está íntimamente vinculada a ese factor por el que países vecinos como Colombia o Ecuador pasaron antes. Aun con la desventaja de no poseer una estructura de clubes que fomente el desarrollo de los talentos y le dé empaque al entramado de selecciones –responsabilidad federativa, aunque en la definición pueda verse de forma fragmentada– los objetivos han venido sucediéndose a paso acelerado. Un ritmo que muchas veces sobrepasa las posibilidades reales y alimenta las expectativas de los aficionados. 

El país pasó de mirar a la selección con recelo a este espacio de pertenencia, hijo del éxito y la mimetización de valores, que llena estadios y despierta movimientos de opinión pública. Las decisiones del entrenador nacional son discutidas y su continuidad en el cargo pasa a ser un tema de interés general. Al debate entran los medios, también sobrepasados por la hipertrofia. El fútbol reclama territorios como hecho cultural, pero el discurso mantiene atavismos del pasado clandestino. 

A Farías se le cuestiona por la frustración del sueño mundialista. La sentencia matemática posterga el balance pero no evita los juicios contundentes. Como pasó con Páez en los días finales de su gestión, los ruidos del presente, con toda su carga de demagogia, acallan las voces que tendrán lugar en el silencio. Porque, volviendo a la evolución como baremo, no hay argumentos que puedan desmentir el largo listado de certezas que quedarán como aporte del actual seleccionador. 

Su continuidad o permanencia entra en el ámbito de una discusión que no pasa por sus merecimientos. Si es por contar medallas, las suyas son abundantes e incuestionables. De allí que sea un despropósito hablar de fracaso o tomar a Brasil 2014 como latiguillo aleccionador. Convendría pararse a evaluar dónde están hoy la selección y los jugadores respecto a un lustro atrás. Si son más competitivos, con mayores capacidades tácticas, físicas y psicológicas. Si disponen de una gama amplia de registros de juego y una riqueza discursiva más profusa. 

La generación actual es la mejor preparada de la historia, pero en la cadena evolutiva todavía está algunos escalones por debajo de sus pares continentales. Negar ese hecho es pararse de espaldas a la realidad. Hay una grey que puja por conquistar esos espacios, por alcanzar nombradía y llegar al Nirvana de las ligas de primer orden en Europa. Es lo que viene, aunque ahora nos cueste mirarlo. 

El Neardental se extinguió hace miles de años. En el trazo de su ruta, hay mucha información útil para entender de plazos y tiempo.

* Columna publicada en el diario El Nacional (30/09/2013)

lunes, 23 de septiembre de 2013

En sus manos

A falta del capítulo de cierre en la trama de las eliminatorias, la continuidad o el fin del ciclo de César Farías como seleccionador ya es asunto de interés nacional. Sin que aún llegue el tiempo para el balance global, con las matemáticas como única bocanada de aire para no resignarse al ahogo, la discusión se instaló en los medios de comunicación y en la gente. Los argumentos de lado y lado tienen una carga emocional innegable. La pasión aparece como elemento distorsionador que nubla el análisis frío de una gestión todavía en desarrollo. 

La Federación, en voz de Rafael Esquivel, dejó claras sus intenciones: valoran positivamente el trabajo del técnico y le ofrecerán la extensión del vínculo contractual. Cuestión lógica si se atiende a la línea seguida desde que Richard Páez asumió el cargo en 2001. En este período de doce años que llevó a la Vinotinto de la clandestinidad a la trascendencia, solo hubo dos timoneles. Se respetaron los procesos como nunca antes y la apuesta por la continuidad ha sido la norma. 

Si Venezuela logra los tres puntos pendientes contra Paraguay en octubre habrá culminado el premundial con la cosecha más prolífica y el mejor porcentaje de efectividad como local en un menor número de choques. Si ese factor fue una medida válida para levantar el pulgar en el pasado, tendría que ser un fiel idóneo en el presente. Apartando los números, habrá que convenir también que el listón fue elevado, que hubo avances en la estructura y competitividad de la selección y una interesante promoción de nuevos valores. 

Es cierto que ninguno de esos factores complace a quienes perciben como fracaso la no clasificación a la Copa del Mundo. Respetable visión, aunque resulte difícil adherirse a ella si se evalúa con perspectiva histórica. Para fundamentarla, habría que comenzar por trasladarse al inicio del camino. Si bien Farías habló de llegar a Brasil 2014 como objetivo alcanzable y muchas veces aseguró su consecución, nadie podría colocar esa exigencia como medida del éxito. Siempre, antes y después, el tránsito fue más importante que la llegada a la meta. Al menos hasta que se consiga por primera vez y pase a ser una referencia en cada nueva empresa. 

Las expectativas fueron elevadas con bases sólidas. El rendimiento en la Copa América de Argentina y la adición de los oriundos fortaleció a la Vinotinto. Farías ha tenido a su cargo a la generación más competitiva. Ninguno de sus predecesores contó con semejante arsenal de talento, profundidad y nivel para la alta competencia. Sin embargo, habrá que concederle un alto grado de responsabilidad en la confección del plantel y la opción concedida a piezas que hoy son altamente valoradas. 

Cuando se arguye que Farías contó con un gran potencial de hombres para alcanzar la utopía mundialista, convendría preguntarse a cuál grupo se alude. ¿Al de 2011? ¿Al de hace un año? ¿A quiénes enfrentaron a Perú en Puerto La Cruz? La sola revisión de los nombres y el punto de madurez de cada uno, ayudaría a despejar las variables. 

El asunto que define todo es la propia disposición del entrenador para seguir. Si se ve capaz de elevar el nivel y asumir los cambios que el desgaste, y la propia evolución del andamiaje que armó, demandan. Con autocrítica y visión de trascendencia. Apartando metas personales. Evaluando, con objetividad, si él mismo se asume como la mejor opción o conviene abrir las puertas a un reemplazo que garantice dar los pasos al frente que son necesarios. Está en sus manos.

* Columna publicada en el diario El Nacional (23/09/2013)

lunes, 16 de septiembre de 2013

Sueños y quimeras

Se abrió la discusión. Ganarle a Perú no conformó tanto como la forma en que se logró. La selección salió a jugar con un modelo ensayado otras veces pero con distintos ejecutantes. Pese a la ceguera, no fue una novedad. En la eliminatoria y en algunos choques preparatorios, la búsqueda de alternativas para ganar empaque en fase ofensiva ya ofrecía avances de lo que se vio. Los tiempos de aplicación no fueron en sintonía con los pedidos populares y mediáticos. La evolución de algunos elementos claves tampoco respondió a esa demanda. 

Comencemos por desechar un mito: el rendimiento como local no ha sido el núcleo de la virtual eliminación en el camino a Brasil 2014. Con una efectividad del 62% (13 de 21 puntos posibles en casa), la Vinotinto sobrepasó sus registros históricos. En los anales del premundial suramericano, esos dígitos siempre garantizaron la entrada al Mundial. Contrario a lo que se cree, la sola verificación numérica sirve para constatar que el saldo como visitante tuvo una merma de peso (9 puntos se sumaron para Suráfrica 2010, tres más que los conseguidos en el actual proceso). 

El quid de la diatriba pasa entonces por determinar si, eligiendo otro sendero estilístico, más cercano a lo que se vio en Puerto La Cruz o Asunción, las opciones de estar en la Copa del Mundo se habrían incrementado. La respuesta seguramente no será muy satisfactoria para la mayoría: es incomprobable. 

La selección tuvo éxito con un prototipo que le permitió ser semifinalista en la Copa América de Argentina. Pocos meses después, aquel plantel se había fortalecido con los Amorebieta, Túñez, Álvarez y los hermanos Feltscher. Asidos a ese mapa de ruta, se inició un tránsito que dejó como saldo los triunfos sobre Bolivia y Argentina, más los empates en Barranquilla y Montevideo. Resultados que ubicaron a Venezuela en los puestos cimeros en el primer cuarto de las eliminatorias. 

Las necesidades fueron moviendo al equipo hacia otras directrices de juego. Matices en el modelo conocido que sirvieran para imponer mayor autoridad de local en encuentros asumidos como nucleares por el cuerpo técnico. El objetivo no se alcanzó en los plazos idóneos, especialmente cuando Chile, golpeada por crisis internas, visitó el país y resolvió la disputa en los últimos cinco minutos. Aquel día ingresaron como sustitutos Yohandry Orozco y Yonathan Del Valle, cuyas actuaciones resultaron solo testimoniales. Tanto como la de un renqueante Ronald Vargas cuando Ecuador se llevó un empate de Puerto La Cruz. 

El punto de inflexión llegó en Defensores del Chaco con Josef Martínez y Alexander González como titulares. Dos nombres que han tenido mucho que ver en la transformación hacia una alternativa distinta, que explote el control y la progresión en ataque con un mayor volumen de juego. La madurez y la continuidad competitiva de ambas piezas, alcanzada en los últimos meses, permitió dar el paso con firmeza. Puede que tarde, eso sí, para llegar a la Copa del Mundo. 

Al entrenador le corresponden responsabilidades. Si alguien accediese a su íntima autocrítica, seguramente encontraría como referencias la primera caída ante Chile y los dos puntos perdidos en La Paz. Fuera de otras decisiones tomadas en dos años y medio, todas dignas de debate, es probable que allí encuentre las causas de la meta frustrada. 

La polarización respecto a la Vinotinto distorsiona la discusión. Sería de justicia considerar, aunque no sea el mejor consuelo, que el nivel necesario para llegar a un Mundial se rozó con los dedos pero todavía no se ha alcanzado.

* Columna publicada en el diario El Nacional (16/09/2013)

lunes, 9 de septiembre de 2013

Síntomas

La dura y aleccionadora derrota en Santiago dejó mensajes contundentes. Chile fue una aplanadora, una máquina sincronizada de movimientos, circulación rápida de pelota y talento colectivo. Delante de semejante desafío, la respuesta vinotinto fue caótica, incoherente, desordenada. Para un ciclo que roza los seis años de trabajo, la conclusión no puede remitir solo a una mala noche o a la superioridad manifiesta del rival. El balance debe profundizar en detalles que definieron al equipo en el momento cumbre de las eliminatorias y lo llevaron a la capitulación. 

Venezuela fue doblegada en el discurso que mejor conoce. Las búsquedas de los últimos tiempos, dirigidas a mejorar el funcionamiento en fase ofensiva, fueron sublimadas a un plan conocido por el grupo. Desactivar al oponente, reducir los espacios de maniobra y cerrar líneas de pase. Apostar por la recuperación y salida rápida para llegar al arco enemigo. Una bitácora que rindió excelentes prestaciones en la Copa América de Argentina y que fue aplicada como planteamiento inicial en algunos choques de visitante. 

Bien sea por la elección de los nombres o por una incorrecta ejecución de lo planificado, la Vinotinto quedó desnuda en sus carencias, inhábil para competir en el nivel de exigencia que una clasificación mundialista demanda. Desbordada ante la mejor selección del continente, su incapacidad para seguir el diseño del partido la puso en cruda evidencia. Digan lo que digan las matemáticas, Brasil 2014 quedó a la misma distancia sideral que los chilenos establecieron como medida actual de su fútbol y el de este país. 

Nadie puede pensar que César Farías desconociese el nivel de su oponente, que no siguiese con detalle cada puesta en escena de Jorge Sampaoli o que algo de lo que Chile puso en práctica lo sorprendiese. Los métodos elegidos para minimizar los efectos fueron, como siempre, fruto del seguimiento a los rivales que este cuerpo técnico patentó como método. La gran tara estuvo en su aplicación, en la forma cómo los futbolistas ejecutaron la estrategia y sus propias capacidades para atender a la imprevisibilidad del juego. 

Tampoco en la reacción del segundo tiempo cuando la selección presionó algo más arriba, produjo el gol mal anulado de Salomón Rondón y llegó a discutir la posesión del balón, hubo exenciones en la descompensación vinotinto. En el intercambio de golpes del complemento, cuando Chile usó el registro de las transiciones como arma ofensiva, hubo un número mayor de situaciones de riesgo en el arco venezolano. 

Esto no inclina las responsabilidades de un lado o de otro, sino que las democratiza. Algo no debe andar bien cuando el discurso y su difusión dejan de estar en sintonía. Las formas hicieron que el fondo derivara en práctica vacía, carente de contenido. Como si el manual, tantas veces aplicado, hubiese extraviado algunas de sus páginas clave. O quizás se trate más bien de cierto descreimiento en quien debe aplicarlo, cuestión natural en ciclos longevos, marcados por la erosión en las relaciones internas. 

Allí, en esa disfunción que apareció en Santiago pero que ya ocasionó descontento en otros momentos –nunca exteriorizados ni por el entrenador ni por los jugadores– aparecen algunas de las explicaciones que la opinión pública busca. Los síntomas podrían referir a un desgaste que, probablemente, nadie reconocerá abiertamente. 

Ganarle a Perú mañana podría ser un buen atenuante al crítico momento presente. El tiempo dirá si será también el penúltimo capítulo de una historia con más momentos de gloria que desventuras.

* Columna publicada en el diario El Nacional (09/09/2013)

lunes, 2 de septiembre de 2013

Recuerdos santiaguinos

El frío que baja de la cordillera en Santiago de Chile se instala en los huesos. Desde la tribuna principal del estadio Nacional, la estampa de la montaña, poderosa y magnética, llena de energía el aire. En invierno las temperaturas pueden ser una tara insalvable. Si la atmósfera es más generosa, el desafío de un terreno de juego amplio condiciona el planteamiento a lo largo y ancho. El cemento traslada memorias de gloria y dolor: la magia de Garrincha en la Copa del Mundo de 1962 y las torturas a los presos políticos en los albores de la dictadura de Augusto Pinochet. 

Hace 22 años, el 6 de julio de 1991, Venezuela abrió la Copa América en esa cancha contra el Chile de Iván Zamorano, Hugo Rubio y Patricio Yáñez. La Vinotinto, dirigida por Víctor Pignanelli, llegó al torneo con una escasa preparación. Carlitos Maldonado y un joven Stalin Rivas eran las figuras. El partido lo ganaron los locales 2-0, pero la imagen de los jugadores venezolanos, vestidos de blanco y tiritando mientras escuchaban los himnos, anticipaba un panorama de indefensión que se extendió al césped. 

Al día siguiente Napoleón Centeno debió salir a comprar abrigos para toda la delegación, desprotegida y sin previsiones para afrontar el rigor de los termómetros. En esos tiempos no tan lejanos de clandestinidad e intrascendencia, no sobraba planificación y las mismas parcas color lila con vivos azules de marca desconocida, más adecuadas para la lluvia, quedarían como parte de la utilería de la selección por mucho tiempo. 

Pasarían siete años para que la Vinotinto volviese a Santiago, pero no al Nacional sino al Monumental de Colo Colo. Chile había iniciado el proceso con Xabier Azkargorta como jefe de grupo y con él empatarían a uno en Barinas. Al español no lo aguantaron los resultados y, con el uruguayo Nelson Acosta como sustituto, llegaría el regreso a los Mundiales tras una ausencia de más de tres lustros. Aquella noche de abril de 1997, cinco goles de Zamorano encaminarían la goleada 6-0, la derrota más abultada sufrida en la tierra de Pablo Neruda y Violeta Parra. 

En el regreso al estadio donde este viernes la selección buscará encaminar su clasificación a Brasil 2014, alumbró uno de los grandes hitos del fútbol venezolano: el primer triunfo como visitante en un premundial. Como antesala, el 14 de agosto de 2001, fecha oficiosa de nacimiento del llamado boom vinotinto, se produjo la victoria sobre Uruguay en Maracaibo. Y el 4 de septiembre, ataviados de blanco como en 1991, Ricardo David Páez y Juan Arango celebraron en el Nacional y dejaron a Chile en una situación crítica que anunció la despedida de una generación gloriosa. 

Para Alemania 2006, de nuevo con Acosta en el banquillo, Venezuela dejaría en Santiago jirones de su utopía mundialista. Oswaldo Vizcarrondo y César González, seguros titulares esta semana, presenciaron la derrota 2-1. Ninguno formó parte del once titular, pero Maestrico jugó buena parte del segundo tiempo como sustituto de Cristian Cásseres. 

De blanco, como seguramente volverá a vestir en la capital chilena, llegaría el empate 2-2 del que se cumplirán cuatro años el jueves. Fue en el Monumental, contra el equipo de Marcelo Bielsa y varios de sus protagonistas actuales. Una velada marcada por el tiro libre de José Manuel Rey y un proceso, entonces incipiente, comandado por César Farías. 

Venezuela “pisará las calles nuevamente” de un Santiago próspero y moderno, ya no ensangrentado, que con sus estampas de primavera en ciernes revivirá imágenes de frustración y brazos en alto como prefacio de un relato nuevo para contar.

* Columna publicada en el diario El Nacional (02/09/2013)