Las recientes elecciones presidenciales dejaron tensión e incertidumbre. Los actores políticos del país adquirieron protagonismo en una semana convulsa y esquizoide que dividió a la sociedad en la misma proporción reflejada en las urnas. El partido Zamora-Táchira fue postergado por falta de garantías en la seguridad el mismo día que la selección Sub 17 de Rafael Dudamel empataba con Brasil en el Suramericano de la categoría.
Fernando Aristeguieta fijó posición en Francia con una carta publicada en su espacio personal en Facebook y más tarde con la decisión de no celebrar sus tres goles contra el Chateauroux en la segunda división gala. Otros exponentes del fútbol venezolano, que hoy representan factores importantes de opinión, tomaron partido ante la coyuntura que escinde a nuestra sociedad.
Desde que el boom vinotinto derivó en fenómeno de masas, los actores involucrados en él pasaron a ser personajes públicos. En ese espacio, un oasis en los momentos de polarización más extrema, había implícita una promesa de nación posible en la que podían coincidir todos sus ciudadanos. Discursos demagógicos al margen, la selección simbolizó en todo este tiempo la imagen de una sociedad plural y tolerante que no distinguía a tirios de troyanos.
Muchos de quienes encarnaron el paso de la clandestinidad a la trascendencia asumieron posiciones políticas durante su carrera de activos o tras el retiro. Algunos mostraron sus preferencias hacia el oficialismo; otros lo hicieron del lado de quienes apuestan por una opción distinta en el juego democrático. Pero, apartando los derechos individuales, en ningún caso esas determinaciones fueron elementos de división. Ni lo son ahora tampoco.
Una declaración de Richard Páez o de César Farías despierta reacciones en la opinión pública. Ambos, cabezas visibles de esa especie de ejército neutral que viste de vinotinto, mantuvieron siempre posturas equilibradas en su relación con el poder. Conocedores de lo que sus acciones generaban para sus connacionales, supieron ejercer el papel de ecuanimidad que sus cargos demandaban.
El sentido de pertenencia que la camiseta nacional estimula en los venezolanos es un valor que algunos políticos han querido arrogarse. Los candidatos gustan lucirla en sus mítines y es común verla en los seguidores de cualquiera de las facciones que en tiempos recientes pugnaron por cargos públicos. Asociarse a la Vinotinto ahorra proclamas, aunque no siempre sean coherentes con las formas.
En las dos últimas campañas a la presidencia de la República hubo una notable exposición de enseñas futbolísticas. Las franelas de equipos como Táchira, Estudiantes, Trujillanos o Caracas fueron lucidas en días de recorridos populares como disparadores emocionales de las multitudes. Una realidad que describe el peso que estos nuevos símbolos aglutinadores tiene en la Venezuela contemporánea.
El deporte es un elemento sustancial para entender los comportamientos sociales. Y en nuestro país sigue siendo un buen pulsador. El fútbol, por su grado de interés público, también es una ventana que muestra el paisaje de lo que somos –o de lo que queremos ser– como país.
La Vinotinto es un paradigma de la anhelada cohesión que la sociedad venezolana aspira. En su espectro, con todos sus exponentes, hay cabida para cada tendencia. Apolítica, amplia y plena de valores, de su esencia nace el ideal de convivencia de quienes compartimos esta tierra.
* Columna publicada en el diario El Nacional (22/04/2013)