Salomón Rondón y Tomás Rincón personifican las señas de identidad del actual momento de la selección. Ambos crecieron y adquirieron dimensión internacional en este ciclo. Los dos, con César Farías como valedor, representan el cambio generacional del fútbol venezolano. También su nuevo talante.
El crecimiento de Rondón ha sido notable. En los últimos dos años añadió a su juego un repertorio de registros que elevaron su categoría. Afinó la precisión para definir. Descubrió los atajos para atacar los espacios en banda. Fortaleció su físico para imponerse a los defensores por potencia y velocidad. Pulió su ya excelente juego de espaldas y derivó en notable asistidor.
En la última doble fecha salvó los muebles del colapso colectivo en Buenos Aires y brilló en Puerto Ordaz. Fue la figura indiscutible de la cancha y el futbolista de mejor rendimiento sumando los dos enfrentamientos. La acción del gol a Colombia retrata muy bien su presente: pique veloz en diagonal al límite del fuera de juego en el espacio entre central y lateral; control y autoridad sobre la posición ganada a Camilo Zúñiga para encarar el área con decisión; cuerpeo para sostener el mano a mano con el defensor; definición potente al palo del arquero para celebrar. Un arsenal solo al alcance de la elite.
Hay además un factor determinante en la evolución del delantero del Rubin Kazan: su mayor conocimiento del juego. De Rondón siempre se alabó su disposición al trabajo y su disciplina. El enorme margen de mejora que anunciaba en cada convocatoria fue confirmado con demostraciones convincentes. Hoy cuenta con una panoplia de recursos que facilitan la complementariedad con sus acompañantes de ataque y los hace mejores. Allí están las actuaciones de Josef Martínez, Gelmín Rivas, Fernando Aristeguieta y Miku, sus últimos socios con la selección, para confirmarlo.
Rincón ha sido el estandarte de Farías. Le dio la alternativa y en el camino le entregó los galones que el tachirense honró con rendimiento. Disputó una Copa América memorable en Argentina, se consolidó en la Bundesliga y fue asumiendo un liderazgo grupal del que pueden dar fe sus compañeros. Desde la lesión sufrida en junio del año pasado, no había podido brindar las prestaciones que se le conocen. Hasta el duelo de hace seis días en Cachamay.
En Guayana volvió el mediocentro agresivo y lúcido, capaz de presionar y conducir. No es sencillo precisar quién mejora a quién en el tándem que hace con Franklin Lucena, pero si algo define el espíritu de la selección es el nivel de su segundo capitán. Con la mejor versión de Rincón en la cancha, la Vinotinto es mucho más competitiva. No por dependencia sino por funcionamiento.
La ejecución colectiva de ciertos movimientos defensivos y el tempo de las transiciones reposan en buena medida sobre las espaldas del mediocampista del Hamburgo. Tan simple y tan complejo. Rincón determina a qué altura presiona el equipo, en qué momento se reagrupa, cuándo y cómo debe atacar y, en su determinación para participar en los circuitos de armado, marca también el volumen de juego ofensivo que pueda desplegar.
Juan Arango quiere conseguir en Brasil el lustre que le falta a su carrera. Para Rondón y Rincón, esencia del futbolista venezolano que incorporó en su crecimiento la memoria ganadora de sus predecesores, el punto en el horizonte que los confirmará como referencias futuras.
El Mundial se acaricia con la punta de los dedos y el país los acompaña en la utopía.
* Columna publicada en el diario El Nacional (01/04/2013)