La Vinotinto Sub 17 mostró un mapa de ruta claro en el torneo Suramericano que terminó ayer en Argentina. Asida a una idea y a un modelo de juego pergeñados por Rafael Dudamel, fue creciendo en la competencia hasta alcanzar cotas altas en su funcionamiento. Que el equipo aparezca en pleno campeonato es la situación ideal para todo entrenador. Con la de adultos ocurrió en la Copa América de 2011 y a partir de allí el proceso de César Farías se consolidó conceptualmente.
Clasificar al Mundial encumbró a la generación de Andrés Ponce, Ronaldo Peña y compañía. El momento de gloria tocó a sus puertas en la adolescencia y ahora les corresponde dejarse bañar por el bálsamo de los elogios. Poco puede proyectarse a partir de ellos y no sería de recibo hacerlo. Estas camadas están en proceso de evolución y aprendizaje, no exentas de la ley darwiniana del fútbol. La criba del sistema determinará, con el tiempo como tamiz, quiénes serán aptos para construir carreras exitosas en el más alto nivel competitivo.
La gesta de San Luis tuvo muchos factores determinantes para el éxito. Nada puede explicarse a partir de argumentos únicos. Individualizar el análisis reduce la mirada y no le hace justicia al trabajo colectivo. Las responsabilidades deben repartirse y concederle a cada protagonista su cuota de palmas: desde la dirigencia que respaldó el ciclo de preparación, pasando por el cuerpo técnico y terminando en los jugadores, cada uno tuvo peso en la simbiosis que condujo a la Copa del Mundo.
El punto de madurez táctica logrado por los futbolistas fue, quizás, el elemento diferenciador que esta grey vinotinto dejó en el clasificatorio. Eso y el esplendoroso estado físico sobre el que sostuvo su juego, determinaron sus señas de identidad.
Dudamel fue valiente al asumir una línea de acción propia, diferenciada en las formas de la selección mayor. Eligió un dibujo a partir de las características de sus hombres y no infravaloró la capacidad de los intérpretes para ejecutarlo. Los muchachos, comprometidos y generosos en el esfuerzo, respondieron al desafío.
La apuesta inicial sublimó el orden defensivo y el espíritu gregario para ocupar espacios y presionar a distintas alturas. Haber mantenido el arco en cero en tres de cuatro partidos de la fase eliminatoria fue un excelente aval. Durante el hexagonal añadió matices y fue evolucionando también en fase ofensiva. Levantó encuentros con marcadores en contra y mantuvo su disposición de ir al frente (minutos finales contra Brasil y Uruguay) incluso cuando la ortodoxia indicaba resguardarse.
Al DT no le faltó carácter para conducir al grupo y sus decisiones siempre derivaron en mejorías funcionales. Esa lectura que permite cambiar las dinámicas con una modificación, separa a los buenos preparadores de la medianía.
El Mundial se jugará en octubre en Emiratos Árabes. Los meses por venir servirán para elevar las cotas de crecimiento del grupo y podría también ver cómo alguna nueva pieza se incorpora. A estas edades manda la flexibilidad por sobre la rigidez y en un semestre puede destaparse algún talento que antes no estaba apto.
A Dudamel este Suramericano lo proyectó como entrenador tras su ópera prima en Estudiantes de Mérida. El legado que tuvo como jugador, los años de selección y su propia capacidad de aprendizaje, lo colocan hoy en una posición de fortaleza para sustituir a Farías cuando este acabe su etapa al frente de la Vinotinto. La puesta en escena de San Luis fue su tesis de grado.
* Columna publicada en el diario El Nacional (29/04/2013)