El factor menos tangible de todos los que intervienen en el juego puede ser el más determinante. Los estados anímicos determinan el alcance de las metas, pero no hay forma de cuantificar esa condición que convierte en ganadores a planteles en crisis y lanza por el despeñadero a las nóminas más onerosas. Los psicólogos son elementos habituales en los cuerpos técnicos modernos y no por casualidad. El espíritu grupal, con todos sus valores, puede incidir en el triunfo o la derrota, tanto como la escogencia del modelo o la planificación de una pretemporada.
Las coyunturas económicas son elementos desestabilizadores para cualquier equipo. Futbolistas descontentos porque no pueden llevar el pan a sus casas representan focos de descomposición. La primera respuesta lógica es la desmotivación y el descreimiento. Luego, la caída en picado en los rendimientos individuales y colectivos. Las excepciones son episodios aislados que rompen la norma. Sobreponerse a la falta de pagos y convertir ese cimbronazo en una fuerza capaz de ganar partidos, define el peso que las conexiones emocionales tienen sobre los resultados entre los miembros de un grupo.
¿Cómo explicar, si no, que clubes endeudados, con profunda zozobra financiera, acaben celebrando coronas o atrapando objetivos inverosímiles en la adversidad?
El fútbol venezolano está preñado de ejemplos con finales infelices. La lista de cuadros extinguidos es más copiosa que la de los que pueden mostrar antecedentes que rebasen la década de historia. Pero están los casos que, de tanto en tanto, asombran a quienes miran desde la distancia.
Nacional Táchira ganó el título de la temporada 2001-2002 con sus arcas en bancarrota. Dirigido por Carlos Maldonado, con algunos futbolistas de renombre como Juan García, Gerzon Chacón y un joven Giancarlo Maldonado, se impuso en la final a Estudiantes de Mérida y logró un cupo a la Copa Libertadores. El anhelo por alcanzar un torneo internacional, que no llegó a disputar porque desapareció a las pocas semanas, unió a técnico y dirigidos en una sola causa, sobreponiéndose a la frustración diaria de las promesas incumplidas.
La primera versión de Estudiantes dirigida por Chuy Vera transitó el Clausura 2009 agobiado por los números rojos y la mala gerencia de sus directivos. Acarició la vuelta olímpica hasta la última fecha en la que empató con Táchira en Pueblo Nuevo. Meses más tarde, y con algunos integrantes de aquel conjunto (Tito Rojas, William Díaz, Jesús Meza), el mismo Chuy armó al Zamora campeón del Clausura 2011, recordado tanto por su fútbol atildado como por el drama constante de no tener dinero en sus cuentas corrientes. La unión del colectivo, con un alto componente religioso, obró el milagro cuya cumbre fue una categórica victoria sobre el Caracas en el Olímpico.
El presente tiene al CD Lara como protagonista. Cinco meses de impagos, inestabilidad institucional, fracturas inevitables en la relación jugadores-directiva, pero una posición en la tabla clasificatoria que lo mantiene entre los candidatos. Los pesos pesados del vestuario participan de las negociaciones para la venta del club (única solución a la debacle), al tiempo que asumen el rol de protectores de los compañeros con más necesidades. La trayectoria de buena parte de ellos coadyuva con el entrenador para mantener el nivel competitivo y superar el brusco paso de la opulencia a la precariedad de los últimos meses.
En el fútbol nacional, con más desnutrición que estómagos llenos, puede pasar que el hambre de una plantilla gane la batalla a la anorexia de sus dirigentes.
Columna publicada en el diario El Nacional (05/11/2012)