La derrota en Perú del pasado viernes reabrió una discusión recurrente en el entorno de la selección: la dependencia de Tomás Rincón, pieza valiosa cuya falta resiente el equipo. Sin el hombre del Hamburgo en la cancha, la Vinotinto perdió todos los partidos que disputó en la actual eliminatoria. Si bien la estadística es rotunda, resulta inútil determinar el destino final de cada una de esas paradas de haber comparecido el segundo capitán.
Rincón incide de muchas maneras en el juego. Conoce la función que desempeña y ejerce un liderazgo que le permite trasladar al terreno las ideas del entrenador y convencer desde su propia entrega. De allí que su ausencia genere un vacío, especialmente evidente cuando el resultado no es favorable.
Resulta simplista reducir el análisis a ese factor, importante pero no nuclear en los baches de funcionamiento que provocaron la caída en Lima. Quizás habría que comenzar a focalizar el asunto siguiendo otra vertiente: el grado de injerencia que tiene César Farías en la ejecución del ideario que promueve.
El grupo se mantiene fiel a lo que el técnico predica. La solidaridad para plasmar sobre el césped la estrategia de ayudas y ocupación de zonas para minimizar los puntos fuertes del rival fue una demostración clara de compromiso. Es cierto que la eficacia del montaje es una referencia solo para los primeros 45 minutos, pero el espíritu gregario dejó claro que el discurso del DT no ha perdido credibilidad entre los futbolistas.
Farías diseña arreglos colectivos para encarar los compromisos sin Rincón. Contra los peruanos armó triángulos defensivos para presionar sobre los costados, en los que Francisco y Agnel Flores desempeñaron un papel esencial. Los dos recuperadores cubrieron amplios sectores tanto en el centro como en las bandas, creando superioridades numéricas que permitieron controlar el trámite. Ambos contribuyeron a darle seguridad a los cuatro del fondo y supieron escalonarse en los períodos de posesión para mantener el equilibrio. La dupla cumplió por encima de los prejuicios.
El movimiento táctico de Sergio Markarián en el segundo tiempo, que movió la posición de Jefferson Farfán de la derecha hacia el centro, desordenó la trama de la selección. No hubo respuestas efectivas, ni con correcciones del preparador ni con decisiones que los jugadores asumiesen en el campo. La expulsión de Gabriel Cichero fue un agravante, pero ya el marcador –y las condiciones– se habían inclinado del lado local.
El intervencionismo de Farías tiene consecuencias muy claras en el destino de la Vinotinto. Para bien y para mal hay una sublimación conceptual que no concede matices. Sirve para justificar un planteamiento y agarrarse de él en la victoria, y es también el ardid que explica la caída si la mano del conductor no da con las soluciones que la dinámica del juego pide.
La posición para los intérpretes es, en cierto sentido, cómoda. Los protege de asumir responsabilidades que les corresponden porque, por esa singularidad en el rol del timonel, da la impresión que algo los inhibe de dar un paso al frente. Saber competir implica también tomar iniciativas y no esperar a que en algún momento aparezca la voz externa de mando para resolver los imponderables.
¿De quién depende entonces la selección? Para llegar a la Copa del Mundo hace falta un guía, pero no es Rincón el que debe enseñar la ruta. Paraguay puede ser un excelente destino para que, siguiendo la bitácora del jefe de viaje, los miembros de la expedición marquen el itinerario.
Columna publicada en el diario El Nacional (10/09/2012)