Mineros cayó goleado en Asunción del Paraguay, lo que no es noticia a casi una semana vista. Tampoco que todos los representantes venezolanos en la Copa Sudamericana hayan quedado eliminados. Es una ingrata costumbre, trasladada también a la Libertadores en sus últimas ediciones. El nivel del torneo local muestra un descenso significativo aunque la Vinotinto envíe un mensaje contradictorio al puñado de desavisados que, desde el desconocimiento, pregonan los grandes progresos del fútbol nacional.
La llaga supura y el deber periodístico es seguir removiéndola hasta que sane. No importa que deba reabrirse la discusión una y otra vez con cada desengaño: la fiscalización de los medios hacia la labor de la dirigencia es una obligación. Ofrecer soluciones no es un trabajo para quien solo es un espejo de la verdad, pero sí exigir a los responsables que se hagan cargo de ellas.
Ecuador, cuya selección nos visitará en unas semanas para reanudar la eliminatoria, clasificó a sus cuatro participantes a los octavos de final de la Sudamericana. Barcelona, Emelec, Deportivo Quito y la humilde Liga de Loja conforman el 25% de los conjuntos que pelearán por un título que ya ganó una vez Liga Deportiva Universitaria de Quito (2009).
El fenómeno no es casual. La lógica del país vecino parte de un hecho auténtico: la evolución de los clubes alimenta la competitividad de su selección. Allí se ubica el principal argumento que sostiene un venturoso presente. Venezuela transita la ruta inversa: la Vinotinto absorbe todo y su propia dimensión, engrandecida en la última década, debilita la competencia interna. Es un despropósito, un enorme mal entendido, pero absolutamente irrefutable.
La Federación Internacional de Historia y Estadística del Fútbol (IFFHS por sus siglas en inglés), coloca a la liga ecuatoriana en el puesto 14 del planeta. El mismo organismo afirma –basado en datos que reflejan el rendimiento de sus representantes en los torneos internacionales– que la venezolana es la última en el continente. Un contraste que, fuera de valoraciones puntuales y matices, quedó corroborado en los hechos.
En Ecuador compiten doce conjuntos en un campeonato dividido en dos fases. Cada institución negocia por separado los derechos de televisión y hay una sana alternancia que permite a los más pequeños pelear con opciones por el privilegio de dar la vuelta olímpica (Macará, de la pequeña ciudad de Ambato, es el actual líder).
El capital privado es la principal fuente de inversión (en una medida inversamente proporcional a lo que ocurre en nuestro país respecto al aporte público) y son varios los clubes que cuentan con estadio propio, lo que les permite generar beneficios extraordinarios por la venta o alquiler de palcos para aficionados y patrocinadores. Manejan un mercado con cierta solidez que les da acceso a la contratación de técnicos y futbolistas de buen cartel y frena la fuga indiscriminada de talento local.
La Bundesliga es el paradigma universal de gestión eficiente, pero serviría asomarse hacia lo que ocurre en contextos más cercanos para encontrar ejemplos válidos. Una tarea que, con voluntad de cambio, no solo corresponde a la Federación: los equipos tienen que impulsar la transformación porque son los principales implicados, los que se aventuran a arriesgar ingentes sumas de dinero en un producto que no acaba de ser rentable y quienes deben asumir las pérdidas derivadas de una plataforma que no les permite crecer.
Columna publicada en el diario El Nacional (24/09/2012)