lunes, 16 de julio de 2012

Socios disociados

Los dueños del fútbol venezolano manejan una empresa en peligro constante de bancarrota. Las cuentas no cuadran, algunos miembros padecen crisis económicas de difícil solución y muchos de sus trabajadores regresan cada día a sus casas con el desaliento dibujado en sus caras largas. Como una familia disfuncional, la basura se esconde debajo de la alfombra y los problemas se lloran en la soledad de los cuartos. A nadie importa lo que sucede al otro. Priman los intereses propios. 

Miguel Mea Vitali, capitán del Deportivo Lara, confesaba la semana pasada que compañeros suyos se alegraban de concentrar unos días en Acarigua para poder comer tres veces al día. El equipo que lo ganó todo un par de meses atrás, teme mirarse al espejo: la imagen reluciente, de frac y de levita, derivó en un cuadro desalentador, inimaginable hace unas cuantas semanas. Parte de la deuda fue saldada el viernes pasado al tiempo que se instituía una nueva junta directiva, pero desaparecerá la filial de segunda división para ajustar el presupuesto. 

El resto da la espalda. Clubes, dirigentes y futbolistas miran hacia otro lado. No es con ellos el problema. La visión mezquina y poco solidaria dirá que es un rival fuerte por los títulos que ahora estará debilitado. Y los colegas de la pelota mirarán porque sus quince y último estén garantizados. Qué más da la suerte del otro si la bonanza cae de mi lado. Estrechez de miras. La vaca suele olvidar fácilmente el tiempo en que fue ternera.

El torneo local no es un ecosistema sano. En el entorno conviven equipos sin metas comunes, planes conjuntos o estrategias de desarrollo que blinden al producto y lo hagan sólido. Aunque la mayoría no repare en ello, por cada institución que naufraga o desaparece todos sufren un golpe noble que los debilita. De nada sirven las iniciativas individuales –algunas bien encaminadas y con políticas de crecimiento definidas– si no hay garantías para el resto. En vez de abrigarse todos bajo un mismo techo, predominan los campamentos aislados. Donde podría establecerse una tribu se promueve la diáspora. Un despropósito. 

La creación de un modelo de negocios para el fútbol nacional es una necesidad. Ni siquiera la finalización del Centro de Alto Rendimiento de Margarita está por encima en el listado de prioridades. A la selección se le colma de atenciones y produce ingentes beneficios, pero su dimensión no redunda en mejoras para su principal surtidor de talentos. 

El que invierte quiere el lomito. La televisión y los patrocinadores apuntan hacia el color vinotinto. Allí no hay peligro de quiebra. Los números siempre estarán en verde. A lo demás llegan como algo accesorio, casi una bonificación que se otorga por asociarse al grupo de jugadores que busca la clasificación al Mundial. 

Nadie considera seriamente al campeonato criollo como un área de oportunidad que –si bien no de partida– ofrezca contraprestaciones reales en el mediano plazo. Puede que haya vínculos específicos con los cuadros más populares (especialmente Caracas FC), pero al no existir una estructura que tenga definidas su misión y objetivos, las posibilidades de evolución se reducen para el resto. 

La Federación es responsable como ente organizador y aglutinador, pero los clubes deben dar los pasos necesarios para diseñar una plataforma moderna, atractiva para los inversores y sustentable en el tiempo. 

Que uno lo logre no será un éxito. Las sociedades prósperas nacen a partir del bien colectivo. Ese debe ser el norte. 

Columna publicada en el diario El Nacional (16/07/2012)