El fútbol ya no es un territorio en el que prima el músculo y la búsqueda de portentos atléticos dejó de ser una prioridad para los cazadores de talento. Al circo no le crecieron los enanos, pero sí hubo una rebelión de los más pequeños para modificar el patrón natural de las cosas. Los paradigmas del pasado van quedando enterrados debajo de las suelas de Lionel Messi, de Andrés Iniesta, de Xavi, de Andrea Pirlo. Es el tiempo de los patrones del juego. El triunfo de la geometría sobre la aritmética. Del pensamiento sobre el vigor y las carreras a campo traviesa.
Hace algunos años un seleccionador venezolano se opuso a juntar en un mismo once a Gerson Díaz y Gabriel Miranda. Precursores en el primer Caracas campeón, apenas pudieron trasladar su sociedad a la Vinotinto. Los dos fueron contemporáneos de Stalin Rivas. Nadie se animó a construir el equipo nacional alrededor del trío. La osadía habría sido censurada por el orden dominante. Hoy, como mínimo habría habido debate.
La Eurocopa que finalizó ayer acabó por establecer el nuevo estatus. Suele ocurrir con los grandes torneos: la suerte de los ganadores establece la ruta a seguir.
Tres de las selecciones que llegaron a semifinales lo hicieron a partir de modelos que tuvieron a la pelota como epicentro de su organización. Y la elección de los ejecutantes se vinculó estrechamente con este principio. España, Italia y Alemania optaron por esa vía y sus intérpretes más decisivos rompieron con moldes e ideas atávicas. Portugal también brilló, aunque ciñéndose a un ideario distinto.
En el top five de los más destacados del certamen –exceptuando a los arqueros–, apenas Cristiano Ronaldo responde al arquetipo del jugador que se impone por sus condiciones atléticas. El resto (Pirlo, Iniesta, Jordi Alba, Mezut Ozil o Danielle De Rossi) forma parte de esa cofradía de artesanos del balón que destroza conceptos acuñados por años. La técnica vuelve a estar de moda. En color y alta definición.
Cuatro años atrás Luis Aragonés decidió apostar por el grupo de bajitos que cambió la historia de la selección española. La Furia como factor de identidad fue desplazada para adoptar una idea que le dio protagonismo a un perfil de futbolista que antes apenas tenía cabida. Un acierto a todas luces que debió soportar el juicio inquisidor del entorno, siempre reacio al cambio.
Brasil le vendió su alma al diablo para procurarse las coronas que el jogo bonito le negó después de México ’70. El costo de europeizarse fue muy alto, aunque su escudo luzca ahora cinco estrellas. La desnaturalización del estilo que lo hacía reconocible derivó en crisis de resultados y juego. El reto del presente, también con Europa como referencia, es volver a las raíces. Desandar el camino que alguna vez marcó para el resto del planeta.
Las consecuencias están a la vista, títulos y glorias mediante. Italia, un pueblo que siempre exaltó la belleza en todos los órdenes de la vida salvo en el fútbol, se sumó a la tendencia. Su entrenador tuvo la valentía de poner sobre el césped, al mismo tiempo, a Pirlo, De Rossi, Riccardo Montolivo, Claudio Marchisio y Antonio Cassano. Toda una osadía que hizo recordar antiguas disputas: ¿Gianni Rivera o Gigi Riva? ¿Roberto Baggio o Gianfranco Zola? ¿Francesco Totti o Alessandro Del Piero?
A los chiquitos les llegó el momento de brillar. Hermosa reivindicación que devuelve al fútbol aquello que mejor lo define como actividad humana.
Columna publicada en el diario El Nacional (02/07/2012)