Carreras truncadas por la fatalidad. Genios trastornados por la fama repentina y las tentaciones que la notoriedad entrega sin límite de crédito. Talentos diluidos en el recuerdo, perdidos en la anécdota y el boca a boca de quienes tuvieron la fortuna de verlos en las canchas. Promesas de crack a quienes el tren de la gran escena dejó varados en una parada clandestina. Mitos de carne y hueso que interpretaron a su manera el mapa de la vida.
Historias como estas son relatadas en el libro “Hombres que pudieron reinar y otras leyendas del fútbol” (Editorial Pámies, 2012), del periodista español Rubén Uría, homenaje a un grupo de cuarenta leyendas del balón unidas por el cordón umbilical de la pelota.
De Paul Gascoigne a Mágico González. De Juanito a David Rocastle. De Dadá Maravilha a Panenka. El recorrido abre ventanas en las vidas de personajes que la pluma del autor rescata del olvido.
El ejercicio literario de Uría invita a adentrarse en la trayectoria de futbolistas venezolanos que bien podrían formar parte de este club de anti héroes universales. La cofradía incluiría a miembros de distintas generaciones con mayor o menor permanencia en la memoria colectiva.
¿Quién recuerda a Luis Ángel Molpeceres, aquel delantero espigado y veloz que hizo dupla con Pedro Febles en el Atlético San Cristóbal de hace tres décadas? El paso del atacante de larga melena fue breve pero inolvidable en Pueblo Nuevo.
A las nuevas generaciones el nombre de Cherry Gamboa no debe decirles mucho. Miembro del Deportivo Portugués y del Marítimo de los inicios, tenía una habilidad única para trasladar el cuero pegado al pie. Nadie disfrutaba más de esa suerte de driblar incansablemente a cuanto rival le saliese al paso. El delirio que causaba en la gente podía derivar en desesperación cuando se empachaba de amagues y gambetas, olvidándose del gol.
Héctor Rivas, el hoy asistente de Noel Sanvicente en el banquillo del Zamora, fue el pie zurdo mejor educado que vio el país hasta la aparición de Juan Arango. Un momento lo retrata: en las eliminatorias para el Mundial de Estados Unidos 94, contra Brasil en el Mineirao de Belo Horizonte, pateó un tiro libre de más de 25 metros que golpeó en la escuadra después de describir una parábola inverosímil. Las burlas por el vientre prominente del defensor, que disfrutaba más del juego que de todo lo que lo rodeaba, se acallaron después de la ejecución maestra en la tierra de los inventores de la folha seca.
La pieza con mayor proyección de la generación de Mar del Plata no gozó de la trascendencia posterior de sus compañeros. Félix Hernández fue una aparición deslumbrante que creció en la cantera del Flamengo, llegó a ser presentado por el Valladolid de España, integró el mejor Minerven de la historia, fue precursor en México e ídolo de la hinchada en San Cristóbal. Su luz se perdió en la noche y el hoy entrenador dejó pasar el boom vinotinto.
Paúl Ramírez se quedó en el inicio del camino, víctima de una enfermedad renal que no le dejó vivir la gloria que le correspondía. Y Jobanny Rivero, homenajeado ayer por el Caracas, fue un relámpago multicolor, prodigio de virtuosismo y velocidad en el lateral izquierdo, a quien una rebelde lesión de rodilla frustró un futuro prometedor.
En la lista podrían figurar Gaby Barreiro, Carlos Castro, Wilson Chacón, Luis Socarrás, Jorge Giraldo y tantos otros. Muchos rozaron el trono; otros ni siquiera se imaginaron coronados. Pero, como en el texto de Uría, cualquiera de ellos pudo reinar.
Columna publicada en el diario El Nacional (30/07/2012)