El fin del ciclo Guardiola en el Barcelona devino en acontecimiento global, como quedó reflejado en la forma en que la noticia fue jerarquizada en medios nacionales y extranjeros. La trascendencia de la figura del último revolucionario del juego provocó un consenso informativo universal y alimentó debates futboleros para especialistas y profanos. Cuando fue designado técnico azulgrana prevaleció el escepticismo; hoy, cuando su adiós inspira ríos de tinta y centenares de horas en radio, televisión o la red, se impone el reconocimiento.
La dimensión de la obra guardiolana es inconmensurable. Todo está demasiado fresco y reciente como para poder observarla en perspectiva. La evolución de un concepto que elevó a grados de perfección el fútbol total representa una parte de su legado. El otro quizás sea menos visible pero, al tiempo, el que quedó más expuesto tras la decisión del club de entregarle el mando a Tito Vilanova, contramaestre de la nave culé y mano derecha de Pep en estos cuatro años: la idea es más importante que el DT de turno, cuyo protagonismo debe ceder paso al interés colectivo y a la coherencia en un patrón deportivo marcado por la institución.
El Barsa cambió en una parte nuclear de su esencia: las muestras que dio su afición de aceptación de la derrota y el reconocimiento a la consecuencia de jugadores y técnicos en la ejecución de un modelo inimitable, significó el fin del derrotismo y la coartada lastimera que identificaron a este equipo por décadas. De nuevo, la idea prevalece y genera puntos de coincidencia en todos los implicados. La derrota o la culminación de una gestión no hacen tambalear el rumbo elegido, siempre preponderante y base de cada decisión tomada.
Ese saber estar, traducido en sentido común y tranquilidad para gestionar la crisis, también debe anotarse en el haber de Guardiola en su primera experiencia como preparador. Suena a contrasentido que su enorme influencia en la construcción de este Barcelona referencial haya llegado al punto de hacerlo prescindible. Los resultados serán mejores o peores, pero las certezas trascienden a los nombres. En la cancha y en el banquillo.
A muchos kilómetros de distancia, un grande del fútbol venezolano transita a contravía del santo grial catalán. Táchira anunció esta semana el inicio de las negociaciones con Noel Sanvicente, que hoy mismo podrían confirmar al ex entrenador del Caracas como nuevo líder del enésimo proyecto aurinegro. Después del peor año y medio de su historia, San Cristóbal busca encomendarse a un nombre como salvador en un período crítico. Toda la apuesta a un solo número. El timonel importa más que el barco.
Sin que medie un ejercicio de autocrítica que arroje luces y redefina un modo de hacer como mínimo cuestionable, Táchira opta por la medida efectista. Como antes hizo con Chuy Vera o Jaime De La Pava, coloca en las espaldas del técnico el futuro inmediato de un club claramente desnortado. Y en ese andar tambaleante pasa de un estilo a otro para hacerse irreconocible.
No hay una sola vía para construir empresas exitosas y perdurables, pero la idea debe ser siempre el punto de partida. Lo demás debe sublimarse a esa condición. Desde la elección del estilo con el que se quiere jugar, hasta la contratación de todos los elementos que lo hagan posible.
Guardiola y el Barsa reivindicaron la simpleza de este concepto. Táchira –y la personalización de Sanvicente como base de su futuro– lo niega.
Columna publicada en el diario El Nacional (30/04/2012)