lunes, 6 de febrero de 2012

El asunto es de ritmo

Caracas se despidió la semana pasada de la Copa Libertadores. Zamora y Táchira comenzarán su andar este mes y los pronósticos indican que será una tarea ciclópea trascender de fase. Por la poca jerarquía y profundidad de sus planteles –desventajas notorias respecto a los rivales del continente– y por el debilitamiento progresivo que los equipos venezolanos han sufrido en el último lustro. Los prejuicios argumentales deben quemarse en la hoguera de los lugares comunes. El ritmo, hijo del bajo nivel en la competencia interna, es la causa de todos los males.

El torneo ha acusado el golpe bajo de la expansión y el constante tráfago de promesas al exterior. La “uruguayización” del fútbol nacional conduce a una merma de calidad incontestable. Los veteranos son una referencia y un recurso necesario para armar conjuntos ganadores aun en el cénit de sus carreras. Y los noveles se ven obligados a dar saltos hacia la alta exigencia de manera extemporánea. En el centro, una clase media (que incluye buena parte de los jugadores extranjeros) que sirve para completar plantillas y diluye el rigor para los más fuertes.

Son diversos los factores que condicionan el ritmo interno, duramente examinado en los más recientes partidos de la selección y en la serie Caracas-Peñarol. El físico es uno de ellos, pero no el único ni el más importante. La preparación en este apartado en los clubes grandes está bien cubierta, pero la disparidad entre la elite y el resto no eleva el listón para los más aptos. Ir al máximo de tus capacidades cuando el rival plantea obstáculos menores es un desafío mayor que hacerlo ante iguales. De allí que duelos como Lara-Caracas o Mineros-Táchira puedan ofrecer grandes dosis de intensidad, pero acaban siendo excepciones, pequeñas escalas en un viaje largo en el que sobran los parajes anodinos. 

La condición técnica de los intérpretes es otro aspecto a considerar. Nadie puede imprimir un ritmo alto a su propuesta sin elementos capaces de ejecutar con precisión en velocidad. El movimiento de la pelota marca los tiempos en el juego; el de los hombres, abre los caminos para que abunden las opciones en quienes la conducen. Con la diáspora constante de valores el medio se resiente. Las reservas de talento pagan la deuda externa pero acrecientan el déficit cualitativo del campeonato local. El cobrador del frac aparece, implacable, en cada choque internacional.

El estado de las canchas también cuenta en este compendio de razones. La herencia de la Copa América 2007 dejó escenarios aptos, aunque no todos conservan el brillo que tuvieron cuando fueron estrenados. Sin buenos terrenos que permitan el despliegue óptimo de recursos, el estatus del espectáculo se altera. En esto también hay contrastes: la alfombra de Cabudare contra el erial del Brígido Iriarte; el magnífico paño de Cachamay vs el campo minado de El Vigía.

Hay también un componente anímico que incide en el rendimiento deportivo. El apoyo de las hinchadas, ese grito que baja desde las tribunas y estimula el esfuerzo, condiciona la respuesta de los jugadores. Las aficiones se han incrementando en varias plazas, pero la carencia de una organización que compense a los fieles con una puesta en escena mejor trabajada, minimiza las oportunidades de crecimiento.

El fútbol venezolano sale a bailar a ritmo de bolero cada domingo. Fuera del país, el merengue está de moda y los que no saben seguir los pasos están destinados a ver la fiesta desde un rincón. O por televisión.

Columna publicada en el diario El Nacional (6/02/2012)